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14 octubre 2024

14 de octubre

 LA SITUACIÓN ECONÓMICA Y POLÍTICA

«La Veu de Catalunya», 14 de octubre de 1931
El señor Prieto —o don Inda, como se le llama en Madrid— ha tenido la fuerza y la sinceridad, que ya es mucho en los tiempos que corren, de confesar la verdad en lo que a la situación financiera y económica del Estado se refiere. Ya han leído ustedes su discurso: es catastrófico. Nosotros añadiremos —aunque sea a riesgo de que nos vayan tomando por derrotistas y por aficionados a las maniobras (nunca hemos sabido de qué maniobras se trata)—, nosotros añadiremos que es pálido relativamente a la abrumadora realidad. Las personas que hayan leído los artículos que hemos publicado recientemente en estas páginas deben de haber visto cómo se ha ido cumpliendo todo lo que hemos ido deduciendo de la inexpugnable, absurda y extravagante política del Gobierno. No ha fallado nada, porque no podía fallar nada. Diremos más: si la política actual continúa, pronto nos encontraremos en una situación infinitamente más grave que la presente. Estamos abocados a ello, vamos, el país va, directo hacia allí, con los ojos cerrados. La gran incógnita del momento consiste en saber los síntomas del sentido común para recoger una herencia política dominada por el hecho de haber llevado la economía del país a un estado avanzado de descomposición.
Quince días después de haberse hecho cargo el Gobierno actual de la administración del país entró la economía española como un todo, y la catalana en particular, en una fase de confusión y de marasmo que a medida que ha ido pasando el tiempo se ha acentuado. Esta situación no tiene nada que ver con las consecuencias de la crisis mundial. Al contrario: sin las fantásticas depreciaciones que han sufrido los precios de las materias primas —el algodón, por ejemplo— ¿adónde habría ido a parar la vitalidad de la industria de este país? Las causas del marasmo son políticas, internas y localizadas concretamente. El Gobierno comenzó a actuar con un apoyo ciudadano como no recordamos haya tenido ningún otro gobierno. Por un momento, el país tuvo la impresión de que finalmente —¡finalmente!— entraría en la normalidad. Las clases conservadoras se dispusieron a servir con la mayor lealtad. El país sintió una inmensa necesidad de paz, de orden, de justicia, de libertad y de autoridad…
Y ya ven ustedes lo que ha pasado. En el periodo de cuatro días, como quien dice, se ha producido un enorme desencanto. La frase que tiene todo el mundo en los labios es la que se dijo tanto en Francia después del Segundo Imperio: Qu’elle était belle la République sous l’Empire! ¡Qué hermosa era la República —dice la gente parodiando la frase— en tiempos de la Monarquía![94] Se han cometido atropellos legales como en otros tiempos. El Gobierno actual es uno de los peores que ha tenido jamás la Península. El Parlamento, ya lo ven: es un tumulto gregario e incoherente. Una serie de disposiciones, de declaraciones, de actos inspirados en un total olvido de lo que es, bajo todos los climas y en todas las latitudes, la función de gobierno, ha producido un desbarajuste total en la economía del país. El capital se ha retraído. La organización del crédito se ha roto. En los terrenos bancario, industrial, comercial, agrícola y monetario las dificultades aumentan incesantemente. La vitalidad que tenía el país —vitalidad correspondiente a lo que este país puede dar de sí, naturalmente— se va disipando cada día que pasa. En estos momentos, el Gobierno se aguanta —como se aguantaron tantos gobiernos del viejo régimen— porque este país es excepcional.
¿Las consecuencias de todo ello? Son claras: a medida que la parálisis se va apoderando del país, se van agotando todas las fuentes de tributación y el déficit del presupuesto del Estado va creciendo. Prieto ha dicho que el déficit asciende ya a 500 millones. La cifra real, según los expertos, es superior a la ofrecida por el ministro de Finanzas. ¿A cuánto ascenderá a final de año? Se habla ya de un empréstito. Pero, dado el crédito que actualmente tiene el Gobierno, ¿dónde se encontrará el dinero? Si continúa la política actual, el agotamiento de las fuentes de tributación no hará sino acentuarse fatalmente, y los observadores experimentados de la situación prevén grandes dificultades para el Estado el año que viene. Si a ello se añaden las compras que habrá que hacer en el extranjero por el déficit que se producirá en la producción agrícola, el panorama que se avecina se presenta con unos colores desagradablemente acusados.
El Gobierno que ha llevado al país a esta situación quiere construir escuelas. ¿Con qué dinero las levantará? El Gobierno quiere expulsar a las órdenes religiosas. ¿Con qué dinero podrá lograr la sustitución de los servicios sociales que realizan las órdenes? El Gobierno quiere tener un buen Ejército que será mucho más caro que el malo de antes; ¿con qué lo pagará? Y Esquerra Republicana de Catalunya, que es responsable en gran parte de la situación en que nos encontramos, ¿con qué dinero organizará la autonomía de Cataluña? ¿Con las cotizaciones del Único…?

Josep Pla i Casadevall
La Segunda República española
Una crónica, 1931-1936

Edición de Xavier Pericay

Josep Pla, corresponsal en Madrid de un diario barcelonés, fue testigo privilegiado y cronista en directo del advenimiento, desarrollo y caída de la Segunda República.
Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dieron paso dos días más tarde a la proclamación de la Segunda República española. Desde entonces y hasta la insurrección militar del 18 de julio de 1936, se sucedieron cinco años cruciales de la historia de España, cinco años que constituyen el precedente, mitificado y denostado al mismo tiempo, de la actual democracia.
El apasionante día a día de ese inestable periodo contó con un testimonio de excepción: Josep Pla, periodista magistral, que mediante certeras crónicas trazó una singular panorámica crítica de los protagonistas y motivaciones de estos años clave de nuestra historia contemporánea, marcados por la agitación política y social, que desembocarían en la guerra civil.

03 abril 2022

Sobre el cuco - El cuco llega a mi país en el mes de abril y, en realidad, no tiene hora fija

 EL CUCLILLO
EL cuco, el cuclillo, anuncia la primavera, constituye la avanzada de la algarabía universal, vegetal, animal y humana —sí señor, vegetal y humana— que llamamos el despertar de la primavera.
El cuco llega a mi país en el mes de abril y, en realidad, no tiene hora fija. Su ausencia y su presencia está unida a los mitos más profundos y más obscuros del pueblo. El cuco está unido a los mitos del eterno rejuvenecimiento, en virtud de los cuales las mujeres se entregan a dulces imaginaciones y los hombres tuercen el cuello y ponen unos ojos naufragados y acuosos de becerro. Aparece el cuco, las mujeres dan unos saltos en los colchones, los árboles sacan sus hojitas y surge el cocu que es la especie de hombres que a mí me infunde más respeto. De estas cosas yo he hablado mucho con un mitólogo, el viejo señor Vayreda de Lladó, mi difunto amigo, que está reposando en el cementerio de su pueblo, en el que está enterrado también otro gran tipo que fué gran amigo mío, el pintor Llavanera. Llavanera fué un gran cazador de tordos. Vayreda no fué cazador siquiera: sabía tantas y tan abisales cosas que para no hablar de tres o cuatro a la vez, me decía, al encontrarme en Figueras:
—¿De qué quiere usted que hablemos?
La fuerza de la sangre aprieta y si el cuco se retrasa en el horario ancestral de su llegada, hay mucha pena. Por eso se dice que si el cuco no llega a España a primeros de abril, es que está prisionero en Francia. Y este es un dicho de la época de los Austrias, al menos.

14 octubre 2021

14 de octubre

LA SITUACIÓN ECONÓMICA Y POLÍTICA
«La Veu de Catalunya», 14 de octubre de 1931
El señor Prieto —o don Inda, como se le llama en Madrid— ha tenido la fuerza y la sinceridad, que ya es mucho en los tiempos que corren, de confesar la verdad en lo que a la situación financiera y económica del Estado se refiere. Ya han leído ustedes su discurso: es catastrófico. Nosotros añadiremos —aunque sea a riesgo de que nos vayan tomando por derrotistas y por aficionados a las maniobras (nunca hemos sabido de qué maniobras se trata)—, nosotros añadiremos que es pálido relativamente a la abrumadora realidad. Las personas que hayan leído los artículos que hemos publicado recientemente en estas páginas deben de haber visto cómo se ha ido cumpliendo todo lo que hemos ido deduciendo de la inexpugnable, absurda y extravagante política del Gobierno. No ha fallado nada, porque no podía fallar nada. Diremos más: si la política actual continúa, pronto nos encontraremos en una situación infinitamente más grave que la presente. Estamos abocados a ello, vamos, el país va, directo hacia allí, con los ojos cerrados. La gran incógnita del momento consiste en saber los síntomas del sentido común para recoger una herencia política dominada por el hecho de haber llevado la economía del país a un estado avanzado de descomposición.
Quince días después de haberse hecho cargo el Gobierno actual de la administración del país entró la economía española como un todo, y la catalana en particular, en una fase de confusión y de marasmo que a medida que ha ido pasando el tiempo se ha acentuado. Esta situación no tiene nada que ver con las consecuencias de la crisis mundial. Al contrario: sin las fantásticas depreciaciones que han sufrido los precios de las materias primas —el algodón, por ejemplo— ¿adónde habría ido a parar la vitalidad de la industria de este país? Las causas del marasmo son políticas, internas y localizadas concretamente. El Gobierno comenzó a actuar con un apoyo ciudadano como no recordamos haya tenido ningún otro gobierno. Por un momento, el país tuvo la impresión de que finalmente —¡finalmente!— entraría en la normalidad. Las clases conservadoras se dispusieron a servir con la mayor lealtad. El país sintió una inmensa necesidad de paz, de orden, de justicia, de libertad y de autoridad…
Y ya ven ustedes lo que ha pasado. En el periodo de cuatro días, como quien dice, se ha producido un enorme desencanto. La frase que tiene todo el mundo en los labios es la que se dijo tanto en Francia después del Segundo Imperio: Qu’elle était belle la République sous l’Empire! ¡Qué hermosa era la República —dice la gente parodiando la frase— en tiempos de la Monarquía![94] Se han cometido atropellos legales como en otros tiempos. El Gobierno actual es uno de los peores que ha tenido jamás la Península. El Parlamento, ya lo ven: es un tumulto gregario e incoherente. Una serie de disposiciones, de declaraciones, de actos inspirados en un total olvido de lo que es, bajo todos los climas y en todas las latitudes, la función de gobierno, ha producido un desbarajuste total en la economía del país. El capital se ha retraído. La organización del crédito se ha roto. En los terrenos bancario, industrial, comercial, agrícola y monetario las dificultades aumentan incesantemente. La vitalidad que tenía el país —vitalidad correspondiente a lo que este país puede dar de sí, naturalmente— se va disipando cada día que pasa. En estos momentos, el Gobierno se aguanta —como se aguantaron tantos gobiernos del viejo régimen— porque este país es excepcional.
¿Las consecuencias de todo ello? Son claras: a medida que la parálisis se va apoderando del país, se van agotando todas las fuentes de tributación y el déficit del presupuesto del Estado va creciendo. Prieto ha dicho que el déficit asciende ya a 500 millones. La cifra real, según los expertos, es superior a la ofrecida por el ministro de Finanzas. ¿A cuánto ascenderá a final de año? Se habla ya de un empréstito. Pero, dado el crédito que actualmente tiene el Gobierno, ¿dónde se encontrará el dinero? Si continúa la política actual, el agotamiento de las fuentes de tributación no hará sino acentuarse fatalmente, y los observadores experimentados de la situación prevén grandes dificultades para el Estado el año que viene. Si a ello se añaden las compras que habrá que hacer en el extranjero por el déficit que se producirá en la producción agrícola, el panorama que se avecina se presenta con unos colores desagradablemente acusados.
El Gobierno que ha llevado al país a esta situación quiere construir escuelas. ¿Con qué dinero las levantará? El Gobierno quiere expulsar a las órdenes religiosas. ¿Con qué dinero podrá lograr la sustitución de los servicios sociales que realizan las órdenes? El Gobierno quiere tener un buen Ejército que será mucho más caro que el malo de antes; ¿con qué lo pagará? Y Esquerra Republicana de Catalunya, que es responsable en gran parte de la situación en que nos encontramos, ¿con qué dinero organizará la autonomía de Cataluña? ¿Con las cotizaciones del Único…?

Josep Pla i Casadevall
La Segunda República española
Una crónica, 1931-1936
Edición de Xavier Pericay

Josep Pla, corresponsal en Madrid de un diario barcelonés, fue testigo privilegiado y cronista en directo del advenimiento, desarrollo y caída de la Segunda República.
Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dieron paso dos días más tarde a la proclamación de la Segunda República española. Desde entonces y hasta la insurrección militar del 18 de julio de 1936, se sucedieron cinco años cruciales de la historia de España, cinco años que constituyen el precedente, mitificado y denostado al mismo tiempo, de la actual democracia.
El apasionante día a día de ese inestable periodo contó con un testimonio de excepción: Josep Pla, periodista magistral, que mediante certeras crónicas trazó una singular panorámica crítica de los protagonistas y motivaciones de estos años clave de nuestra historia contemporánea, marcados por la agitación política y social, que desembocarían en la guerra civil.

14 agosto 2021

14 de agosto

 14 de agosto

Me voy a Calella. Es la vigilia del santo de la señora Maria —mi madre. Es una fiesta familiar importante —y como estamos en verano, todavía lo parece más. En verano las fiestas parecen más brillantes que en invierno.
Cojo, como siempre, en la estación de Francia, el tren correo de las primeras horas de la tarde. Esta estación es desordenada e infecta. Hay una larga cola ante la ventanilla. Mucha gente, mucho calor. A veces la brisa del mar, húmeda, nos llena la nariz de la tufarada que exhalan las meadas de los caballos de los coches de punto, de los simones y de los ómnibus que hacen el servicio de la estación. Este olor del líquido, mezclado con el calor asfixiante y la impregnación del humo de carbón de las máquinas, produce una sinfonía olfativa de una amenidad muy escasa.
Finalmente el tren se pone en marcha y, como la gente ha aceptado unánimemente (cosa rara) la apertura de las ventanas, pasa un aire agradabilísimo. Pero la luz es muy dura y absolutamente incómoda, a pesar de su suciedad. El calor del verano, al aire libre, en este país, es tolerable porque siempre corre algún vientecillo. En cambio, la luz se pone entre ceja y ceja y causa como una ofuscación. El viaje es monótono. El tren se para en todas las estaciones. La gente baja y sube. Se oyen los toques de las campanillas. En cada estación el tilín es diferente. Los pitidos de las máquinas. Mirándolo bien, son una cosa bastante absurda estos pitidos.

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...