07 marzo 2021

7 de marzo

«De perfecto acuerdo con las instrucciones de Mola en los primeros meses del Alzamiento no se ocultan los crímenes en la zona nacional; se dejan los cadáveres abandonados en lugares más o menos frecuentados y en algunos sitios —Valladolid, por ejemplo— las ejecuciones se convertían en espectáculo público al que concurren centenares de curiosos. Se persigue con ello un efecto intimidatorio que se consigue en muchos de los casos.

El mismo objetivo tienen las charlas radiadas desde Sevilla, cada día, a las diez de la noche, del general Queipo de Llano, dando cuenta de las barbaridades perpetradas en la jornada y ya el 23 de julio de 1936 afirma amenazador e insultante: “Las mujeres de los rojos han aprendido que nuestros soldados son hombres de verdad y no milicianos capones”. Veinticinco días más tarde afirma por la radio: “El ochenta por ciento de las familias andaluzas están de luto y no vacilaremos en recurrir a medidas más extremas”. “Buscaré a nuestros enemigos estén donde estén, incluso bajo tierra, y les fusilaré otra vez donde estén. Si están muertos, les fusilaré otra vez”. Queipo de Llano, a las diez de la noche.

En 1937 se cree obligado en cierta forma a justificar las numerosas ejecuciones y lo hace en la forma siguiente en su alocución radiada del 7 de marzo: “Nos vemos obligados a fusilar a mucha gente en Málaga, pero siempre tras ser juzgada en Consejo de Guerra. Hay que tener en cuenta que los que son condenados a muerte son ejecutados inexorablemente, ¡porque no tenemos la intención de imitar a los débiles gobiernos de 1934!” […]

Conocemos por el católico francés Bernanos lo que en Mallorca se hace y en Canarias hemos sabido algo de los presos arrojados a las simas volcánicas. Un testimonio fehaciente nos lo ofrece persona tan poco sospechosa de simpatías marxistas como el primer ministro de Instrucción Pública de Franco, don Pedro Sáinz Rodríguez, que en la página 326 de su libro de reciente publicación Testimonio y recuerdos dice hablando del mes de septiembre de 1936: “Yo sabía que Franco estaba en Cáceres y las dificultades que había habido en Extremadura. Cuando atravesé el puente sobre el Guadiana, todavía me acuerdo como si lo estuviera viendo: en ambos pretiles había cadáveres asomados sobre el río”. Robert Brasillach, nazi francés fusilado como colaboracionista con los alemanes en 1945 y corresponsal de prensa en España en 1936, escribe que por parte de las tropas moras “la violación de mujeres y la castración de hombres al ocupar las localidades de Andalucía y Extremadura, son operaciones de género casi ritual”. Marc Junod, presidente suizo de la Cruz Roja Internacional, escribe que en agosto de 1936, encontrándose en Aranda de Duero, su acompañante el conde de Vallellano le dice: “Ésta es Aranda la roja; lamento decirle que hemos tenido que encarcelar a todos sus habitantes y ejecutar a muchos”. El mismo Junod cuenta que tras llegar a un acuerdo con el Gobierno Giral para un amplio intercambio de presos y prisioneros políticos, el general Mola rechaza indignado la sugerencia exclamando colérico: “¿Cómo puede usted esperar que vayamos a cambiar un caballero por un perro rojo? Si libertase a mis prisioneros mi propio pueblo me consideraría un traidor. Ha llegado usted demasiado tarde, señor. Esos perros han destruido los valores espirituales más gloriosos de nuestra patria”.»

(Pedro Sáinz Rodríguez, 1898-1986. Bibliógrafo, académico, autor de varios libros sobre misticismo y espiritualidad en la literatura española, fue activo conspirador monárquico durante la República. Franco le nombró ministro de Instrucción Pública en su primer Gobierno, y dirigió la depuración de maestros, profesores y catedráticos. Ya al final de su vida le pregunté cómo había podido hacerse aquella purga tan extensa: «Es que había gente muy mala, hijo, gente muy mala». Se enfrentó con Franco por la cuestión de la monarquía y fue destituido y exiliado a Portugal, donde estaba el pretendiente a la Corona, de cuyo Consejo Privado fue miembro).

Eduardo Haro Tecglen
Arde Madrid

“Ya están aquí”, le dijo su madre al joven Eduardo Haro Tecglen el 28 de marzo de 1939. Entraban en Madrid los que poco después condenarían a muerte a su padre, Eduardo Haro Delage, subdirector del diario La Libertad, acusado del delito más grave que los partidarios del “¡Viva la muerte!” podían concebir: la responsabilidad intelectual en la lucha política.

De aquellos días, meses, años de asedio, toda la guerra civil, Haro Tecglen conserva una nítida memoria. Pero no son sólo sus recuerdos los que nutren estas páginas: también encontramos en ellas documentos históricos, relatos de testigos, a veces contradictorios entre sí, testimonios opuestos al del autor. Del conjunto surge una visión enriquecedora y palpitante, todo lo cercana a la verdad que la historia puede ser, del conflicto que provocó el enfrentamiento entre españoles e hizo de Madrid el símbolo mundial de la lucha contra el fascismo.

Las imágenes de aquella República que alentó tantas esperanzas, las de aquellos hombres que lucharon por ideales de solidaridad, igualdad y convivencia, y las de la ciudad en armas que resistía a la barbarie van empalideciendo, diluyéndose. De ahí la necesidad de obras como ésta, porque la historia que se olvida puede repetirse.

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