PARÍS, 18 DE MARZO DE 1905, SÁBADO
Anoche hablé con Marcel. Le pregunté si me echaría terriblemente de menos si decido abandonarle. Quizá fue una pregunta estúpida. Quizá sea imposible mantener una comunicación sincera sobre un asunto semejante. Él vaciló al principio y después declaró que siempre ha sido una criatura de costumbres. «¿Sabes, Maman?, si alguien muy cercano como Reynaldo o Albu muriera, al principio me sentiría desolado, incapaz de lidiar con la vida sin sus visitas o sin contar con sus servicios de prestos mensajeros, diciéndole a un amigo que deseo verle o yendo a buscar un libro a Calmann, pero la aburrida naturaleza de mi solitaria vida no tardaría en cerrarse sobre la pérdida como la piel se cierra sobre una herida, y al final sabría arreglármelas sin él». Sé que para muchos su respuesta puede parecer cruel, pero entiendo que pretende tan solo tranquilizarme, asegurándome que sobrevivirá y así evitarme la ansiedad. Y, como una de esas parejas que llevan muchos años casada, ambos sabemos que soy consciente de que esa es su estratagema. Aunque no hablemos de mi partida, ahora sé que cuento con su permiso.
Kate Taylor
Madame Proust y la cocina kosher
Madame Proust y la cocina kosher es una novela en cuyo interior se entrelazan tres historias muy diferentes entre sí pero con un nexo común. En dos de ellas este vínculo se adivina fácilmente desde las primeras páginas pero la tercera parece totalmente ajena y mientras lees no puedes evitar preguntarte qué tiene que ver esa historia con el resto de la novela, interrogante que finalmente encuentra respuesta cuando ya hemos avanzado bastante en la lectura.
En el París de fin de siècle, Jeanne Proust, una culta mujer judía casada con un médico católico, escribe en sus libretas todo tipo de acontecimientos personales y generales, aunque el tema más recurrente es su hijo Marcel, a quien sus altas aspiraciones sociales, sus insatisfechas ambiciones literarias y su delicada salud impiden terminar de encajar de la vida burguesa de la época. En la relación de los desvelos de Madame Proust irrumpe el relato de las insatisfacciones de Marie Prévost, traductora de los diarios, cuya obsesión por el documento será un bálsamo contra su amor no correspondido hacia el enigmático Max.
La tercera historia que se entrelaza en la trama de esta apasionada novela es la de Sarah Bensimon, una refugiada parisina a quien sus padres enviaron de niña a Canadá para escapar del terror nazi. Instalada definitivamente en Toronto y cada vez más alejada de su marido y de su hijo adolescente, Sarah se refugia en su cocina, donde batalla por reconciliar sus esperanzas y decepciones y por curar las profundas heridas provocadas por la Historia.
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