Barcas y el zorro
Barcas de Moure es un zuequero de Loboso, que en septiembre y octubre recorre la mayor parte de la pastoriza luguesa y de la Tierra de Miranda, zuequeando por las casas, y lo mismo hace zuecas remontadas que madreñas y chinelas, y suelas de zuecos. Barcas, zuequeando en Vilares del Santo, se sentó en un cepo a liar cigarro, y mirando distraído para un montón de viruta, se sorprendió de que se moviera, como si alguien respirase debajo, en un sueño profundo y tranquilo. El montón de viruta era pequeño, y Barcas pensó en perrillo, en un palleiro amarillo, de los que alarman con sus ladridos en los caminos del país.
Con el pie fue apartando virutas, hasta que descubrió lo oculto. Era un zorro. Barcas cerró la puerta de la cabaña, y con una vara despertó al dormido. El zorro abrió el ojo derecho, bostezó dos veces, se estiró y finalmente sonrió.
—¡Sí, hombre, me echó una sonrisada!
Era un zorro muy pequeño, muy lucido de pelo, el rabo casi mayor que el cuerpo.
—¡Eres bien pequeño! —le dijo Barcas.
—¡Es que soy enano, Barcas, y además nacido tresmesino!
El zorro, raposo o golpe, como le decimos los gallegos, hablaba muy bien nuestra lengua, y con el acento de aquella misma comarca, donde dicen autro por outro, otro, y aira por eira, era. Barcas es muy hablador, y le gustó la conversación con el zorro, que sin duda era la primera que tenía con el rabilargo un vecino de Loboso.
En el paso de la tertulia, el zorro, que dijo llamarse Anís…
—¿Anís? —le preguntaba yo a Barcas.
—¡Sí, señor, Anís! Me lo dijo bien claro seis o siete veces.
Pues Anís le preguntó a Barcas si quería hacerle unas zuecas subidas, que tuviesen el pico de punta bien salido.
—¡Nunca se vio zorro con zuecas! —le dijo Barcas a Anís.
—¡Bien se ve que nunca fuiste a Monfero!
En Monfero, según le explicó Anís a Barcas, hay un zorro viejo y reumático, muy sabio, que gasta zuecos soldados, unos zuecos que encontró en la carretera.
—Últimamente les puso una sobresuela de llanta, para no hacer ruido. Le gusta mucho acercarse a Curtis, para ver pasar el tren.
Barcas, a ratos perdidos, le hizo a Anís cuatro pares, y el golpe estrenó las zuecas en la cabaña, y andaba gracioso, aunque torcía de vez en cuando, especialmente de las patas traseras. Anís le pidió a Barcas que, por favor, que le envolviese las zuecas con paja y papel, que las iba a guardar hasta que las necesitase. Cuando Barcas regresó desde Vilares a su Loboso nativo, en el camino le hizo compañía el zorro enano Anís. Al despedirse ambos amigos en lo alto de Ventos, Anís le preguntó a Barcas:
—¿Quién manda en Francia?
—¡Un tal de Gaulle! ¿Para qué quieres saberlo?
—Es que un zorro que hay en Meira, cuando vamos de caza entre varios, se echa siempre a la gallina más grande, y poniéndose encima de ella grita: ¿Quién manda en Francia?
Barcas nunca más volvió a ver a Anís, zorro enano y tresmesino. Me lo dice con cierta tristeza.
—¿Qué trabajo le costaba salirme alguna vez al camino?
Álvaro Cunqueiro
La otra gente
Áncora & Delfín - 470
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