Veníamos todos andando tras el carro y mediadas las revueltas del puerto de la sierra de Rufas, hicimos un pequeño alto para darle un tiento a la bota y un descanso al resuello. Don Magín, la vista vagarosa por cuetos, montes y cotarras, siguió:
—Pronto oirán hablar de mí. Estoy escribiendo una obra mayor y varias menores. Siento cómo me bullen las ideas en la cabeza, como si ésta fuera un barril lleno de cerveza y aquéllas el giste blanquecino que se escapa al verter el saciador líquido.
Sacó un cuaderno de tapas de hule negro y prosiguió:
—La obra mayor se titulará Poema par de los Pirineos.
—¿Y por qué par?
—Porque se compone de dos partes y dos es número par. La primera la dedico a la flora y la segunda a la fauna. Precisamente en Rodellar he coleccionado los adjetivos que se refieren a lo más señalado de la fauna…
Abrió el cuadernillo, buscó una página repleta de escritura a lápiz y comenzó a leer:
—La saltadora ardilla; la sanguinaria comadreja; el voraz ratón; el nemoroso topo; el defendido erizo; la suave nutria; la recelosa liebre; el temeroso conejo; el montaraz gato; la codiciada marta; la perseguida zorra; el carnicero lobo; el laminero oso; el tembloroso ciervo; el veloz gamo; el airoso corzo; la vigilante gamuza; la barbuda cabra; la majestuosa águila; la viajera golondrina; la adornada abubilla; el cantador cuclillo; la andariega perdiz…
—Oiga —corté la relación—, eso de andariega para la perdiz no me parece propio.
—Sepa usted que la perdiz es gallinácea que anda a peón y corre mucho más tiempo que vuela.
—Sí, señor —terció don Dimas—, tiene usted toda la razón.
—Prosigo —dijo satisfecho don Magín—: la sabrosa codorniz…
—Eso va en gustos —volví a interrumpir con sarracenas intenciones—. A mí me gusta más la perdiz. Sabe más a montuno.
—Como el que escribe soy yo… allá usted y cojo otra vez el hilo: el vagabundo gorrión; la elegante urraca; el destructor grajo; el canoro ruiseñor; el silbador mirlo; la lucida oropéndola; el minúsculo reyezuelo; el engañador tordo…
—Ahí sí que no le sigo —ataqué yo—. No veo en qué se funda para que el tordo sea engañador.
Envolviome don Magín en insolente mirada y explicó con retintín perdonavidas:
—Me parece que usted de literatura y refranes anda flojo. Digo que el tordo es pájaro engañador porque harto sabido resulta aquello que se aplica a ciertas personas que adolecen de la condición del mentado; a saber, «la cabeza pequeña y el culo gordo…» y perdóneme por lo grosero de una expresión que me hubiera ahorrado si usted no fuera tan duro de mollera.
Don Dimas holgose muy mucho con las palabras de don Magín y otro tanto hicieron Gregorio Sotero y Restituto Azcón. Don Magín siguió con la retahíla de animales y sus adjetivos.
—El enlutado estornino; la huidiza torcaz; el reservado mochuelo; el solemne búho; el voraz buitre; el coloreado jilguero; el humilde pardillo; la elegante grulla; el solitario jabalí; el virguero urogallo…
—¡Alto el carro! —exclamé ya en son de guerra—. No me puedo imaginar a qué viene eso de virguero refiriéndose al gallo de los bosques.
Don Magín despreciando argumentar conmigo dirigiose a mi patrón y le preguntó:
—Dígame usted, don Dimas, y a su justo juicio me remito: ¿ha visto usted alguna vez animal más virguero que el urogallo?
—Las cosas como son y el chocolate espeso —sentenció don Dimas—. El urogallo es un animal virguero si los hay, y no se discuta más.
—Con la abrasadora cantárida cierro la relación de la fauna adjetivada. Si la inspiración me socorre pronto arremeteré contra la flora, que ésa sí que es hueso de taba. Verán ustedes.
Guardó el cuadernillo, sacó en su lugar un mazo de cuartillas cosidas con liza y encarándose conmigo habló:
—Usted, el de los peros, dígame algún adjetivo que cuadre a estos árboles: pino, abeto, haya, roble, encina, fresno, abedul, chopo, álamo, sauce, tilo, retama, boj, castaño, nogal, avellano silvestre, peruetano… y corto la relación para pasar a la de las plantas. ¿Qué propiedad destacaría usted en la campanilla, el musgo, el liquen, el acónito, la valeriana, la genciana, la tormentilla, la sensitiva, la clemátide, la salvia, el árnica, el tomillo o el brezo, para no aburrirle a usted con una lista que no se la salta un prelado?
Me encogí de hombros y don Dimas intervino conciliador.
—Difícil es la tarea, pero si logra atinar como en los pájaros y las bestias, la obra llegará a ser sonada.
Don Magín suavizose bastante.
—Una vez que haya adjetivado todo, sólo es cuestión de buscar consonantes y de encontrar un argumento. Salvado lo duro de los árboles y las plantas, lo que me queda es coser y cantar.
—Pronto oirán hablar de mí. Estoy escribiendo una obra mayor y varias menores. Siento cómo me bullen las ideas en la cabeza, como si ésta fuera un barril lleno de cerveza y aquéllas el giste blanquecino que se escapa al verter el saciador líquido.
Sacó un cuaderno de tapas de hule negro y prosiguió:
—La obra mayor se titulará Poema par de los Pirineos.
—¿Y por qué par?
—Porque se compone de dos partes y dos es número par. La primera la dedico a la flora y la segunda a la fauna. Precisamente en Rodellar he coleccionado los adjetivos que se refieren a lo más señalado de la fauna…
Abrió el cuadernillo, buscó una página repleta de escritura a lápiz y comenzó a leer:
—La saltadora ardilla; la sanguinaria comadreja; el voraz ratón; el nemoroso topo; el defendido erizo; la suave nutria; la recelosa liebre; el temeroso conejo; el montaraz gato; la codiciada marta; la perseguida zorra; el carnicero lobo; el laminero oso; el tembloroso ciervo; el veloz gamo; el airoso corzo; la vigilante gamuza; la barbuda cabra; la majestuosa águila; la viajera golondrina; la adornada abubilla; el cantador cuclillo; la andariega perdiz…
—Oiga —corté la relación—, eso de andariega para la perdiz no me parece propio.
—Sepa usted que la perdiz es gallinácea que anda a peón y corre mucho más tiempo que vuela.
—Sí, señor —terció don Dimas—, tiene usted toda la razón.
—Prosigo —dijo satisfecho don Magín—: la sabrosa codorniz…
—Eso va en gustos —volví a interrumpir con sarracenas intenciones—. A mí me gusta más la perdiz. Sabe más a montuno.
—Como el que escribe soy yo… allá usted y cojo otra vez el hilo: el vagabundo gorrión; la elegante urraca; el destructor grajo; el canoro ruiseñor; el silbador mirlo; la lucida oropéndola; el minúsculo reyezuelo; el engañador tordo…
—Ahí sí que no le sigo —ataqué yo—. No veo en qué se funda para que el tordo sea engañador.
Envolviome don Magín en insolente mirada y explicó con retintín perdonavidas:
—Me parece que usted de literatura y refranes anda flojo. Digo que el tordo es pájaro engañador porque harto sabido resulta aquello que se aplica a ciertas personas que adolecen de la condición del mentado; a saber, «la cabeza pequeña y el culo gordo…» y perdóneme por lo grosero de una expresión que me hubiera ahorrado si usted no fuera tan duro de mollera.
Don Dimas holgose muy mucho con las palabras de don Magín y otro tanto hicieron Gregorio Sotero y Restituto Azcón. Don Magín siguió con la retahíla de animales y sus adjetivos.
—El enlutado estornino; la huidiza torcaz; el reservado mochuelo; el solemne búho; el voraz buitre; el coloreado jilguero; el humilde pardillo; la elegante grulla; el solitario jabalí; el virguero urogallo…
—¡Alto el carro! —exclamé ya en son de guerra—. No me puedo imaginar a qué viene eso de virguero refiriéndose al gallo de los bosques.
Don Magín despreciando argumentar conmigo dirigiose a mi patrón y le preguntó:
—Dígame usted, don Dimas, y a su justo juicio me remito: ¿ha visto usted alguna vez animal más virguero que el urogallo?
—Las cosas como son y el chocolate espeso —sentenció don Dimas—. El urogallo es un animal virguero si los hay, y no se discuta más.
—Con la abrasadora cantárida cierro la relación de la fauna adjetivada. Si la inspiración me socorre pronto arremeteré contra la flora, que ésa sí que es hueso de taba. Verán ustedes.
Guardó el cuadernillo, sacó en su lugar un mazo de cuartillas cosidas con liza y encarándose conmigo habló:
—Usted, el de los peros, dígame algún adjetivo que cuadre a estos árboles: pino, abeto, haya, roble, encina, fresno, abedul, chopo, álamo, sauce, tilo, retama, boj, castaño, nogal, avellano silvestre, peruetano… y corto la relación para pasar a la de las plantas. ¿Qué propiedad destacaría usted en la campanilla, el musgo, el liquen, el acónito, la valeriana, la genciana, la tormentilla, la sensitiva, la clemátide, la salvia, el árnica, el tomillo o el brezo, para no aburrirle a usted con una lista que no se la salta un prelado?
Me encogí de hombros y don Dimas intervino conciliador.
—Difícil es la tarea, pero si logra atinar como en los pájaros y las bestias, la obra llegará a ser sonada.
Don Magín suavizose bastante.
—Una vez que haya adjetivado todo, sólo es cuestión de buscar consonantes y de encontrar un argumento. Salvado lo duro de los árboles y las plantas, lo que me queda es coser y cantar.
José-Vicente Torrente
El país de García
Áncora & Delfín
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