27 noviembre 2022

VIAJE DE UN GORRIÓN DE PARÍS (2)

 I. Del gobierno fórmico

Llegué, no sin dificultades, después de haber atravesado el mar, a una isla llamada orgullosamente por sus habitantes la Vieja Formicalión, como si hubiera porciones del globo más jóvenes unas que otras. Un viejo Cuervo instruido que me encontré me había indicado el régimen de las Hormigas como el gobierno modelo; comprenderéis la curiosidad que sentía por estudiar ese sistema y descubrir sus resortes.

Mientras iba de camino, vi muchas Hormigas que viajaban a su antojo: todas eran negras, muy limpias y como barnizadas, pero sin ninguna individualidad. Todas se parecían. Con ver a una ya se han visto todas. Viajaban en una especie de fluido fórmico que las preserva del fango y del polvo, de tal manera que, en las montañas, en las aguas, en las ciudades, os encontráis con una Hormiga y parece salida de un envase, con su vestido negro bien cepillado, muy limpio, las patas barnizadas y las mandíbulas limpias. Esta afectación de limpieza no es una prueba en su favor. ¿Pues qué les pasaría sin ese cuidado constante? Así que a la primera Hormiga que vi le hice unas preguntas: ella me miró sin contestarme; creí que estaba sorda; pero un Loro me dijo que ella no hablaba más que a los Animales que le habían sido presentados.

En cuanto puse pie en la isla, me asaltaron Animales extraños, al servicio del Estado y encargados de iniciarlo a uno en las dulzuras de la libertad, impidiéndole llevar ciertos objetos, por mucho afecto que les tenga. Me rodearon y me hicieron abrir el pico para ver si había dentro peces, cuya importación está al parecer prohibida. Levanté las alas una por una para demostrar que no tenía nada debajo. Después de esta ceremonia, quedé libre para ir y venir por la sede del Imperio Fórmico cuyas libertades tanto me había elogiado el Cuervo.

El primer espectáculo que me impresionó profundamente fue el de la actividad maravillosa de este pueblo. Por doquier iban y venían las Hormigas, cargando y descargando provisiones. Construían almacenes, despachaban la madera, trabajaban todas las materias vegetales. Unos obreros excavaban subterráneos, traían azúcar, construían galerías, y la actividad absorbe tanto a aquel pueblo, que nadie notaba mi presencia. Desde diferentes puntos de la costa partían embarcaciones cargadas de Hormigas que se iban a nuevos continentes. Llegaban correos que decían que en tal punto abundaba un determinado género, e inmediatamente se enviaban destacamentos de Hormigas para apoderarse de él, y lo hacían con tanta habilidad y prontitud, que hasta los Hombres se veían desvalijados sin saber cómo ni cuándo. Confieso que quedé deslumbrado. En medio de la actividad general, descubrí Hormigas aladas entre el pueblo negro sin alas.

—¿Quién es esa Hormiga que se regodea y se divierte mientras vosotras trabajáis? —le dije a una Hormiga que estaba de centinela.

—¡Oh! —me respondió—. Es una Hormiga noble. Habrá unas quinientas: son las Patricias del Imperio Fórmico.

—¿Qué es una Patricia? —dije.

—¡Oh! —me respondió—. Es nuestra gloria. Una Hormiga Patricia, como usted ve, tiene cuatro alas, se divierte, goza de la vida y engendra hijos. Para ella los amores, para nosotras el trabajo. Esta división es una de las grandes sabidurías de nuestra admirable constitución: no puede uno trabajar y divertirse al mismo tiempo. Entre nosotros las Neutras hacen el trabajo y las Patricias se divierten.

—Pero ¿es una recompensa del trabajo? ¿Puede usted llegar a ser Patricia?

—¡Claro que sí! —dijo la Hormiga Neutra—. No, las Patricias nacen Patricias. Si no, ¿dónde estaría el milagro? No habría nada de extraordinario. Pero ellas tienen también sus obligaciones: velan por la seguridad de nuestros trabajos y preparan nuestras conquistas.

La Hormiga Patricia se acercó a nosotros: todas las Hormigas dejaron sus quehaceres y le testimoniaron sus más profundos respetos. Descubrí que ninguna Hormiga ordinaria, de las llamadas Neutras, se atrevería a disputarle el paso a una Patricia ni se permitiría situarse delante de ella. Las Neutras no poseen absolutamente nada, trabajan sin cesar, están bien o mal nutridas, según las coyunturas; pero las quinientas Patricias tienen palacios en los hormigueros, allí tienen los hijos, que son el orgullo del Imperio Fórmico, y poseen parques de Pulgones para su alimento. Asistí incluso a una caza de Pulgones en los dominios de una Patricia, espectáculo que me causó el mayor placer al contemplarlo. No es posible imaginar hasta qué límites este pueblo ha llevado su amor por los pequeños, ni la perfección que ha sabido dar a los cuidados con que los educa: hay que ver cómo las Neutras los cepillan, los lamen, los lavan, los cuidan y los arreglan. ¡Con qué admirables pensamientos de previsión los alimentan y adivinan los accidentes a que están expuestos en una edad tan tierna! Observan la temperatura, los meten dentro cuando llueve, los sacan al sol cuando hace bueno, les acostumbran a mover las mandíbulas, los acompañan, los entrenan; pero en cuanto son mayores, se acabó: ya no hay ni amor ni cuidados. En este imperio, el estado mejor para los individuos es el de la infancia.

A pesar de la belleza de los pequeños, la chocante desigualdad de estas costumbres me impresionó vivamente; descubrí que las querellas de los Gorriones de París eran fruslerías comparadas con las desdichas de estas pobres Neutras. Comprenderéis que esto, para un Gurriato filósofo, era el fondo de la cuestión. Había razones para examinar con qué resortes las quinientas Hormigas privilegiadas mantenían este estado de cosas. En el momento en que iba a abordar a la Patricia, ésta se subió a una fortificación de la ciudad, donde se hallaban algunas otras de su especie y les dijo unas palabras en lengua fórmica: inmediatamente las Patricias se esparcieron por el hormiguero. Vi partir destacamentos mandados por Patricias. Las Neutras se embarcaron en pajas, en hojas, en palos. Descubrí que se trataba de ir a llevar socorro a algunas Neutras atacadas a dos mil pies de allí. Durante la expedición, oí la siguiente conversación entre dos viejas Patricias:

—¿No le espanta a su Señoría la gran cantidad de gente que va a morir de hambre, puesto que no podríamos alimentarla?

—¿Y no sabe Su Gracia que al otro lado del agua hay un hormiguero bien provisto, y que vamos a atacarlo, echar a los habitantes y poner allí nuestras reservas?

Esta injusta agresión estaba autorizada por el principio fundamental del gobierno Fórmico, cuya Constitución tiene como primer artículo: Quítate, para ponerme yo. El segundo artículo dice en sustancia que lo que conviene al Imperio Fórmico pertenece al Imperio Fórmico, y que quien se oponga a que los súbditos Fórmicos se apoderen de ello se convierte en enemigo del gobierno Fórmico. No me atreví a decir que los ladrones tenían los mismos principios y reconocí la imposibilidad de ilustrar a esta nación. Este dogma salvaje se ha convertido en el instinto mismo de las Hormigas. Su expedición se consumó ante mis ojos. A la vuelta de la guerra hecha para salvar a las tres Neutras comprometidas, se enviaron embajadores para examinar el terreno, los accesos del hormiguero que había que tomar, y el ánimo de los habitantes.

—Buenos días, amigas mías —dijo la Patricia a unas Hormigas que pasaban por allí—. ¿Cómo están ustedes?

—Perdón, estoy ocupada.

—¡Pero aguarde! ¡Estamos hablándoles, demonio! Ustedes tienen mucho grano y nosotras no tenemos nada; pero a ustedes les falta madera, y nosotras tenemos de sobra: ¿hacemos un intercambio?

—Déjenos tranquilas, nos quedamos con nuestro grano.

—Pero no podéis quedaros con lo que os sobra, cuando a nosotras nos falta: eso va contra las leyes del sentido común. Haremos un intercambio.

Ante el rechazo del hormiguero, la Patricia, que se consideró insultada, envió una hoja de las más sólidas, cargada de Hormigas, a Formicalión. Las Patricias dijeron que el honor fórmico y la libertad comercial habían sido comprometidas por un hormiguero recalcitrante. Al punto, el agua quedó cubierta de embarcaciones y la mitad de las Neutras embarcadas. Después de tres días de maniobras, las pobres Hormigas extranjeras se vieron obligadas a dispersarse en el interior de las tierras, abandonando su hormiguero a los hijos de la Vieja Formicalión. Una Patricia me enseñó diecisiete hormigueros conquistados de esa manera, a donde ellas mandaban a sus hijas, que allí se convertían a su vez en Patricias.

—Hacen ustedes cosas soberanamente infames —le dije a la Patricia que había venido a ofrecer madera por grano.

—¡Oh! No soy yo —replicó—. Yo soy la criatura más honrada del mundo; pero el gobierno Fórmico se ha visto obligado a actuar en interés de sus clases obreras. Lo que acabamos de hacer era soberanamente útil a sus intereses. Uno se debe a su país; pero yo vuelvo a mis tierras a practicar las virtudes que Dios impone a nuestra raza.

En efecto, a primera vista parecía la mejor Hormiga del mundo.

—Menudas Sicofantes están ustedes hechas —exclamé.

—Sí —me dijo otra Patricia riéndose—; pero no me dirá usted que esto no es bonito —dijo enseñándome una turba de Patricias que se paseaban al sol en pleno esplendor de su poder.

—¿Cómo logran ustedes mantener este estado contra naturaleza? —le pregunté—. Yo viajo para instruirme, y quisiera saber en qué consiste la felicidad de los Animales.

—Consiste en creerse felices —me respondió la Patricia—. Ahora bien, cada obrera del Imperio Fórmico tiene la certeza de su superioridad sobre las demás Hormigas del mundo. Pregúnteselo: todas le dirán que nuestros hormigueros son los mejores construidos, que en cualquier rincón de la tierra donde se encuentre una de estas obreras, si alguien la insulta, el insulto es asumido por el Imperio Fórmico.

—Me parece que el orgullo satisfecho no basta para calmar el hambre del pueblo…

—Es usted muy razonador, pero es que habla usted como Gorrión. Le confieso que no tenemos grano para todo el mundo; pero aquí todo el mundo está convencido de que nos ocupamos en buscarlo; y mientras podamos conquistar de vez en cuando un hormiguero, todo irá bien.

—Pero, ¿no temen ustedes que los demás hormigueros, advertidos, se alíen contra ustedes para impedirles que los devoren así?

—¡Oh no! Uno de los principios de la política fórmica es aguardar a que los hormigueros se enzarcen en disputas mutuas para ir a tomar posesión de un territorio.

—¿Y si no se pelean?

—¡No hay cuidado! La única ocupación de las Patricias consiste en proporcionar a los hormigueros extranjeros motivos para pelearse.

—Así, pues, la prosperidad del Imperio Fórmico se funda en las divisiones internas de los demás hormigueros.

—Sí, señor Gorrión. Y por eso están tan orgullosas nuestras obreras de pertenecer al Imperio Fórmico, y trabajan cantando con todo el alma: ¡Rule, Formicalia!.

«Esto —me dije a mí mismo al partir— va contra la Ley Animal: Dios me libre de proclamar tales principios. Estas Hormigas no tienen fe ni ley. ¿Qué pasaría con los Gorriones de París, que ya de por sí son tan ingeniosos, si algún gran Gorrión los organizara así? ¿Qué soy yo? Yo no soy sólo un Gurriato parisiense; a través del pensamiento, me he elevado por encima de toda la Animalidad. No, la Animalidad no está hecha para ser gobernada de esta manera. Este sistema no es más que una engañifa para provecho de algunos.»

Salí verdaderamente afligido de la perfección de aquella oligarquía y de la osadía de su egoísmo. Por el camino me encontré con un príncipe de Euglosa-Abejorro que iba casi tan deprisa como yo. Le pregunté la razón de su prisa: el desgraciado me hizo saber que quería asistir a la coronación de una reina. Encantado de poder contemplar una ceremonia tan bella, acompañé a aquel joven príncipe, lleno de ilusiones. Tenía la esperanza de llegar a ser el marido de la reina, pues pertenecía a la célebre familia de Euglosa-Aberrojo, que proporciona maridos a las reinas y que siempre le tiene uno preparado, como le tenían a Napoleón un pollo bien asado para sus cenas. Aquel príncipe, cuya única fortuna eran sus hermosos colores, abandonaba un lugar pobre, sin flores y sin miel, y esperaba poder vivir con lujo, abundancia y honores.


GEORGE SAND

 

AA. VV.

Vida privada y pública de los animales

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