I. Del gobierno fórmico
Llegué,
no sin dificultades, después de haber atravesado el mar, a una isla llamada
orgullosamente por sus habitantes la Vieja Formicalión, como si hubiera
porciones del globo más jóvenes unas que otras. Un viejo Cuervo instruido que me
encontré me había indicado el régimen de las Hormigas como el gobierno modelo;
comprenderéis la curiosidad que sentía por estudiar ese sistema y descubrir sus
resortes.
Mientras
iba de camino, vi muchas Hormigas que viajaban a su antojo: todas eran negras,
muy limpias y como barnizadas, pero sin ninguna individualidad. Todas se
parecían. Con ver a una ya se han visto todas. Viajaban en una especie de
fluido fórmico que las preserva del fango y del polvo, de tal manera que, en
las montañas, en las aguas, en las ciudades, os encontráis con una Hormiga y
parece salida de un envase, con su vestido negro bien cepillado, muy limpio,
las patas barnizadas y las mandíbulas limpias. Esta afectación de limpieza no
es una prueba en su favor. ¿Pues qué les pasaría sin ese cuidado constante? Así
que a la primera Hormiga que vi le hice unas preguntas: ella me miró sin
contestarme; creí que estaba sorda; pero un Loro me dijo que ella no hablaba
más que a los Animales que le habían sido presentados.
En
cuanto puse pie en la isla, me asaltaron Animales extraños, al servicio del
Estado y encargados de iniciarlo a uno en las dulzuras de la libertad,
impidiéndole llevar ciertos objetos, por mucho afecto que les tenga. Me
rodearon y me hicieron abrir el pico para ver si había dentro peces, cuya
importación está al parecer prohibida. Levanté las alas una por una para
demostrar que no tenía nada debajo. Después de esta ceremonia, quedé libre para
ir y venir por la sede del Imperio Fórmico cuyas libertades tanto me había
elogiado el Cuervo.
El primer espectáculo que me impresionó profundamente fue el de la actividad maravillosa de este pueblo. Por doquier iban y venían las Hormigas, cargando y descargando provisiones. Construían almacenes, despachaban la madera, trabajaban todas las materias vegetales. Unos obreros excavaban subterráneos, traían azúcar, construían galerías, y la actividad absorbe tanto a aquel pueblo, que nadie notaba mi presencia. Desde diferentes puntos de la costa partían embarcaciones cargadas de Hormigas que se iban a nuevos continentes. Llegaban correos que decían que en tal punto abundaba un determinado género, e inmediatamente se enviaban destacamentos de Hormigas para apoderarse de él, y lo hacían con tanta habilidad y prontitud, que hasta los Hombres se veían desvalijados sin saber cómo ni cuándo. Confieso que quedé deslumbrado. En medio de la actividad general, descubrí Hormigas aladas entre el pueblo negro sin alas.
—¿Quién
es esa Hormiga que se regodea y se divierte mientras vosotras trabajáis? —le
dije a una Hormiga que estaba de centinela.
—¡Oh!
—me respondió—. Es una Hormiga noble. Habrá unas quinientas: son las Patricias
del Imperio Fórmico.
—¿Qué
es una Patricia? —dije.
—¡Oh!
—me respondió—. Es nuestra gloria. Una Hormiga Patricia, como usted ve, tiene
cuatro alas, se divierte, goza de la vida y engendra hijos. Para ella los amores,
para nosotras el trabajo. Esta división es una de las grandes sabidurías de
nuestra admirable constitución: no puede uno trabajar y divertirse al mismo
tiempo. Entre nosotros las Neutras hacen el trabajo y las Patricias se
divierten.
—Pero
¿es una recompensa del trabajo? ¿Puede usted llegar a ser Patricia?
—¡Claro
que sí! —dijo la Hormiga Neutra—. No, las Patricias nacen Patricias. Si no,
¿dónde estaría el milagro? No habría nada de extraordinario. Pero ellas tienen
también sus obligaciones: velan por la seguridad de nuestros trabajos y
preparan nuestras conquistas.
La
Hormiga Patricia se acercó a nosotros: todas las Hormigas dejaron sus
quehaceres y le testimoniaron sus más profundos respetos. Descubrí que ninguna
Hormiga ordinaria, de las llamadas Neutras, se atrevería a disputarle el paso a
una Patricia ni se permitiría situarse delante de ella. Las Neutras no poseen
absolutamente nada, trabajan sin cesar, están bien o mal nutridas, según las
coyunturas; pero las quinientas Patricias tienen palacios en los hormigueros,
allí tienen los hijos, que son el orgullo del Imperio Fórmico, y poseen parques
de Pulgones para su alimento. Asistí incluso a una caza de Pulgones en los
dominios de una Patricia, espectáculo que me causó el mayor placer al
contemplarlo. No es posible imaginar hasta qué límites este pueblo ha llevado
su amor por los pequeños, ni la perfección que ha sabido dar a los cuidados con
que los educa: hay que ver cómo las Neutras los cepillan, los lamen, los lavan,
los cuidan y los arreglan. ¡Con qué admirables pensamientos de previsión los
alimentan y adivinan los accidentes a que están expuestos en una edad tan
tierna! Observan la temperatura, los meten dentro cuando llueve, los sacan al
sol cuando hace bueno, les acostumbran a mover las mandíbulas, los acompañan,
los entrenan; pero en cuanto son mayores, se acabó: ya no hay ni amor ni
cuidados. En este imperio, el estado mejor para los individuos es el de la
infancia.
A
pesar de la belleza de los pequeños, la chocante desigualdad de estas costumbres
me impresionó vivamente; descubrí que las querellas de los Gorriones de París
eran fruslerías comparadas con las desdichas de estas pobres Neutras.
Comprenderéis que esto, para un Gurriato filósofo, era el fondo de la cuestión.
Había razones para examinar con qué resortes las quinientas Hormigas
privilegiadas mantenían este estado de cosas. En el momento en que iba a
abordar a la Patricia, ésta se subió a una fortificación de la ciudad, donde se
hallaban algunas otras de su especie y les dijo unas palabras en lengua
fórmica: inmediatamente las Patricias se esparcieron por el hormiguero. Vi
partir destacamentos mandados por Patricias. Las Neutras se embarcaron en
pajas, en hojas, en palos. Descubrí que se trataba de ir a llevar socorro a
algunas Neutras atacadas a dos mil pies de allí. Durante la expedición, oí la
siguiente conversación entre dos viejas Patricias:
—¿No
le espanta a su Señoría la gran cantidad de gente que va a morir de hambre,
puesto que no podríamos alimentarla?
—¿Y
no sabe Su Gracia que al otro lado del agua hay un hormiguero bien provisto, y
que vamos a atacarlo, echar a los habitantes y poner allí nuestras reservas?
Esta
injusta agresión estaba autorizada por el principio fundamental del gobierno
Fórmico, cuya Constitución tiene como primer artículo: Quítate, para
ponerme yo. El segundo artículo dice en sustancia que lo que conviene al
Imperio Fórmico pertenece al Imperio Fórmico, y que quien se oponga a que los
súbditos Fórmicos se apoderen de ello se convierte en enemigo del gobierno
Fórmico. No me atreví a decir que los ladrones tenían los mismos principios y
reconocí la imposibilidad de ilustrar a esta nación. Este dogma salvaje se ha
convertido en el instinto mismo de las Hormigas. Su expedición se consumó ante
mis ojos. A la vuelta de la guerra hecha para salvar a las tres Neutras
comprometidas, se enviaron embajadores para examinar el terreno, los accesos
del hormiguero que había que tomar, y el ánimo de los habitantes.
—Buenos
días, amigas mías —dijo la Patricia a unas Hormigas que pasaban por allí—.
¿Cómo están ustedes?
—Perdón,
estoy ocupada.
—¡Pero
aguarde! ¡Estamos hablándoles, demonio! Ustedes tienen mucho grano y nosotras
no tenemos nada; pero a ustedes les falta madera, y nosotras tenemos de sobra:
¿hacemos un intercambio?
—Déjenos
tranquilas, nos quedamos con nuestro grano.
—Pero
no podéis quedaros con lo que os sobra, cuando a nosotras nos falta: eso va
contra las leyes del sentido común. Haremos un intercambio.
Ante
el rechazo del hormiguero, la Patricia, que se consideró insultada, envió una
hoja de las más sólidas, cargada de Hormigas, a Formicalión. Las Patricias
dijeron que el honor fórmico y la libertad comercial habían sido comprometidas
por un hormiguero recalcitrante. Al punto, el agua quedó cubierta de
embarcaciones y la mitad de las Neutras embarcadas. Después de tres días de
maniobras, las pobres Hormigas extranjeras se vieron obligadas a dispersarse en
el interior de las tierras, abandonando su hormiguero a los hijos de la Vieja
Formicalión. Una Patricia me enseñó diecisiete hormigueros conquistados de esa
manera, a donde ellas mandaban a sus hijas, que allí se convertían a su vez en
Patricias.
—Hacen
ustedes cosas soberanamente infames —le dije a la Patricia que había venido a
ofrecer madera por grano.
—¡Oh!
No soy yo —replicó—. Yo soy la criatura más honrada del mundo; pero el gobierno
Fórmico se ha visto obligado a actuar en interés de sus clases obreras. Lo que
acabamos de hacer era soberanamente útil a sus intereses. Uno se debe a su
país; pero yo vuelvo a mis tierras a practicar las virtudes que Dios impone a
nuestra raza.
En
efecto, a primera vista parecía la mejor Hormiga del mundo.
—Menudas
Sicofantes están ustedes hechas —exclamé.
—Sí
—me dijo otra Patricia riéndose—; pero no me dirá usted que esto no es bonito
—dijo enseñándome una turba de Patricias que se paseaban al sol en pleno
esplendor de su poder.
—¿Cómo
logran ustedes mantener este estado contra naturaleza? —le pregunté—. Yo viajo
para instruirme, y quisiera saber en qué consiste la felicidad de los Animales.
—Consiste
en creerse felices —me respondió la Patricia—. Ahora bien, cada obrera del
Imperio Fórmico tiene la certeza de su superioridad sobre las demás Hormigas
del mundo. Pregúnteselo: todas le dirán que nuestros hormigueros son los
mejores construidos, que en cualquier rincón de la tierra donde se encuentre
una de estas obreras, si alguien la insulta, el insulto es asumido por el
Imperio Fórmico.
—Me
parece que el orgullo satisfecho no basta para calmar el hambre del pueblo…
—Es
usted muy razonador, pero es que habla usted como Gorrión. Le confieso que no
tenemos grano para todo el mundo; pero aquí todo el mundo está convencido de
que nos ocupamos en buscarlo; y mientras podamos conquistar de vez en cuando un
hormiguero, todo irá bien.
—Pero,
¿no temen ustedes que los demás hormigueros, advertidos, se alíen contra
ustedes para impedirles que los devoren así?
—¡Oh
no! Uno de los principios de la política fórmica es aguardar a que los
hormigueros se enzarcen en disputas mutuas para ir a tomar posesión de un
territorio.
—¿Y
si no se pelean?
—¡No
hay cuidado! La única ocupación de las Patricias consiste en proporcionar a los
hormigueros extranjeros motivos para pelearse.
—Así,
pues, la prosperidad del Imperio Fórmico se funda en las divisiones internas de
los demás hormigueros.
—Sí,
señor Gorrión. Y por eso están tan orgullosas nuestras obreras de pertenecer al
Imperio Fórmico, y trabajan cantando con todo el alma: ¡Rule, Formicalia!.
«Esto
—me dije a mí mismo al partir— va contra la Ley Animal: Dios me libre de
proclamar tales principios. Estas Hormigas no tienen fe ni ley. ¿Qué pasaría
con los Gorriones de París, que ya de por sí son tan ingeniosos, si algún gran
Gorrión los organizara así? ¿Qué soy yo? Yo no soy sólo un Gurriato parisiense;
a través del pensamiento, me he elevado por encima de toda la Animalidad. No,
la Animalidad no está hecha para ser gobernada de esta manera. Este sistema no
es más que una engañifa para provecho de algunos.»
Salí
verdaderamente afligido de la perfección de aquella oligarquía y de la osadía
de su egoísmo. Por el camino me encontré con un príncipe de Euglosa-Abejorro
que iba casi tan deprisa como yo. Le pregunté la razón de su prisa: el
desgraciado me hizo saber que quería asistir a la coronación de una reina.
Encantado de poder contemplar una ceremonia tan bella, acompañé a aquel joven
príncipe, lleno de ilusiones. Tenía la esperanza de llegar a ser el marido de
la reina, pues pertenecía a la célebre familia de Euglosa-Aberrojo, que
proporciona maridos a las reinas y que siempre le tiene uno preparado, como le
tenían a Napoleón un pollo bien asado para sus cenas. Aquel príncipe, cuya
única fortuna eran sus hermosos colores, abandonaba un lugar pobre, sin flores
y sin miel, y esperaba poder vivir con lujo, abundancia y honores.
GEORGE SAND
AA. VV.
Vida privada y
pública de los animales
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