07 noviembre 2022

Ahora bien, tome usted a Pedro Enganchapollos, tradúzcalo al inglés y sírvase firmar Peter Hitchcock; ¿quién le tose?

 En la plaza de doña Sancha de la ciudad de Huesca, don Magín Papalardo Carrascoso, sintiose comunicativo y me explicó:
—Esto de escribir es lo más a propósito para cachifollar a un hombre.
—Usted dirá.
—Esto de escribir yo pienso que es como preparar esa salsa de punto tan delicado que llaman polvoraduque. Se arma uno de mazuelo y morterete, de clavo, jengibre, canela y azúcar, y harto de majar en vez de polvoraduque saca piedralipis capaz de mudar de barrio al más pintado.
—¡Caray!
—Sí, señor. No exagero ni el canto de un serafín. Y luego viene el desprecio del lector que a los de la pluma nos llaga de tal forma que no existe vulneraria capaz de hacerse con nuestras heridas.
Para corresponder a tan floridas confidencias recurrí al repleto saco de los proverbios:
—Siempre que llueve escampa.
—Verdad es, aunque a mí me sirva de consuelo liviano.
Quedó don Magín en silencio mientras recorría con la vista a un hombre cachigordo vestido de blusa negra, uniforme que de lejos señala al tratante en ganado y tan pronto dejó de curiosear arrancose:
—Últimamente se me ha metido en la cabeza que el mejor camino para triunfar es ampararse bajo nombre extranjero y escribir de las cosas de fuera.
—No se me alcanza adónde quiere ir.
—Pues es fácil. Supongamos que usted tiene vena de escritor, es natural de Solán de Cabras, provincia de Cuenca y se llama Pedro Enganchapollos. Con ese nombre y ese apellido el honesto celtíbero que sabe de letras y quiere leer, que son dos cosas muy distintas, se le vuelve de espaldas y así escriba usted la Divina Comedia le importa menos que la suerte que puedan correr los calmucos. Ahora bien, tome usted a Pedro Enganchapollos, tradúzcalo al inglés y sírvase firmar Peter Hitchcock; ¿quién le tose? Como Pedro Enganchapollos es usted una aljofifa literaria, como Peter Hitchcock ya puede aspirar a la inmortalidad y si en vez de cultivar el tema vernáculo busca usted la inspiración en lo foráneo… ¡para qué seguir!
—Quizás tenga razón —le animé.
Enardeciose con mi asentimiento.
—Sí, señor, que la tengo y además como de joven hice las Américas se me acaba de ocurrir que las cosas que allí vi y aprendí me han de servir de maravilla algún día para pasar por la estrecha gatera de la fama sin dejarme muchos pelos en el viaje. ¿Goza de humor para escucharme?
—Pocas veces lo gasté mejor.
—Pues mire por donde le voy a obsequiar con las primicias de un argumento en el que toma parte principal un moreno. Lo pienso titular La vida de Toby Sparrowhead.
—¿Cómo ha dicho?
La vida de Toby Sparrowhead. Ya veo que el titulillo le ha llamado la atención. Si le hubiera dicho La vida de Tobías cabeza de gorrión habría sido lo mismo que ir de vendimia y llevar uvas de postre. La curiosidad de que acaba usted de hacer gala refuerza mi creencia en el encantamiento que lo extranjero produce en este país, porque Tobías cabeza de gorrión y Toby Sparrowhead es lo mismo sólo que en distintas lenguas.
Interrumpió don Magín el discurso, levantó la pierna diestra, apoyó el pie sobre un zurullo que defendía la esquina contra las falsas maniobras de los carreteros, atose los cordones de una bota con doble lazada y reanudó el habla:
—El negro Toby Sparrowhead de profesión estibador queda tuerto del derecho a consecuencia de un verdascazo que con una vara de caoba le propina en la Gran Rue de Puerto Príncipe, República de Haití, por si usted no lo sabe, un policía, durante los choques que siguen a la proclamación de una huelga general… ¿Qué le parece como entrada? ¿Pongo al lector en vilo o no?
—Sí, señor, que lo pone. La cosa pinta muy bien y si quisiera añadir…
—Déjese de gaitas y a lo que estamos —me cortó—. El relato a medida que se desarrolla gana en bondad. Lo difícil es el empiece. Estábamos en que se queda tuerto. Como Toby Sparrowhead es hombre modosito se compra un parche y se tapa lo feo del hueco. Un parche de charol con cuatro guías de cordoncillo negro de seda; dos que le rodean la frente y se enganchan en la oreja siniestra y otras dos que siguen sobre la sien y mueren en la oreja derecha.
»Una noche, Toby Sparrowhead solazábase a los acordes de un merengue, danza en cuya ejecución nada envidia a los propios dioses, cuando tiene la suerte de que sus habilidades llamen la atención de un judío, de los que van mundo adelante descubriendo nuevas atracciones para divertimiento de la aburrida humanidad. El judío contrata a Toby por lo justo para comer, vestir de trapillo y beber una copa los domingos.
—Muy medida va la cosa.
—Siendo yo el que marca la pauta, está claro que puedo apretar y aflojar según me cuadre y en el caso del contrato de Toby Sparrowhead, lo que me conviene es que baile en la cuerda floja de la estrechez. Pero volvamos a la narración.
»Toby, harto de trabajar para otros decide independizarse y entra de telonero en un espectáculo que anda corto de números. Toby, por alargar la serie de sus habilidades, un día sale a escenario, canta eso de “una linda guachindanga que allí dejé” y se arma la de Dios es Cristo. Resulta que Sparrowhead canta como los ángeles y de ser el último mono pasa a ocupar un lugar de cuenta con un salario sustancioso.
»A fuerza de darse vida ruin ahorra unos dineros y regresa a Puerto Príncipe donde contrata lo más granado de un grupo folklórico a cuyos componentes les promete la comida y la gloria europea. Llega con su tropilla a París sin un ochavo…
—Me lo explico —interrumpí—, ¿usted sabe lo que cuestan los viajes hoy en día?
Don Magín, sin reparar en mi observación, continuó embebido en el relato:
—La compañía se le subleva y hoy por ti, mañana por mí, Toby queda abandonado a sus propias fuerzas. No se arredra y de nuevo recurre al cante para sobrevivir hasta que una americana histérica, millonaria, amiga del jollín y siete veces divorciada, prueba los servicios del tuerto y convencida de la bondad de los mismos lo hace su amante… Aquí viene lo delicado de la trama.
—¿Lo más delicado?
—Sí, señor, porque es menester buscar un equilibrio entre los excesos del pendonazo que es la americana y los encontrados sentimientos de mi Toby, que nada tiene de chulo.
—Oiga usted, pues de buenas a primeras lo parece.
—Allí anida la dificultad. La parte de los amores de Toby y la mala pécora he de acertar a tratarla poniendo de manifiesto el sufrimiento moral que para un negro digno y emprendedor representa el lecho de una blanca de dudosos y maduros encantos. Repare usted en que la americana lo paga todo. Le forma a Toby una compañía; le consigue contratos en los mejores teatros del mundo y se encarga de que la prensa airee un día sí y otro no las victorias artísticas, reales y simuladas del elenco.
—Permítame subrayar que cuando uno desempeña el poco ejemplar oficio de chulo es difícil mudar la naturaleza de los hechos para vestirlos de guisa diferente.
—Ya le señalé que ahí está la dificultad y el lucimiento si consigo vencerla.
Puse cara de babieca y pregunté:
—¿Y del final qué?
—Lo he previsto —exultose don Magín—. Las relaciones amorosas de Toby y la americana comienzan a enfriarse cuando el negro decide abandonar el parche de hule negro que tanto carácter le da y encarga un ojo de cristal a la más acreditada fábrica de Bohemia. La americana no se acostumbra a la nueva cara de Toby. Además el ojo molesta lo suyo y Sparrowhead a mala uva hace que se le caiga de la órbita cuando más enfervorizada está la gringa con los transportes amorosos. ¡Imagínese la situación!
—¿Y eso es todo?
—No, señor, que aún falta el elemento dramático. La gringa abandona a Toby asqueada tras suplicarle una y otra vez que vuelva al parche, pero el negro, todo un carácter, confirma su voluntad de no dar marcha atrás en el camino de la dignidad. La despedida es muy emotiva. Sparrowhead promete no cejar en su trabajo hasta devolver el último dólar de los empeñados en el mecenazgo artístico; luego, herido por la solemne emoción se desploma sobre una cama turca, ocasión que aprovecha su perro predilecto para propinarle un cariñoso y letal lengüetazo. Toby se limpia los morros maquinalmente ignorando que acaba de ser herido de muerte.
Hice ademán del que va a preguntar algo, pero don Magín cortó solemne:
—No me interrumpa. He dicho herido de muerte y no retiro ni una tilde. Toby muere a los pocos meses de quistes hidatídicos contagiados por el chucho de marras, cuando más cabía esperar de su arte.
—¿Por qué no de moquillo? —me aventuré a preguntar.
—Porque el moquillo no sé si es enfermedad humana y aunque lo fuera no suena bien. Quiero que en La vida de Toby Sparrowhead los críticos encuentren algo así como el suave discurrir del agua por un cauce que lleva al mar. No sé si me explico. Y claro, morir de moquillo resulta demasiado artificioso. Piense que mi obra se cerrará con un epílogo antirracista. Estando Toby de cuerpo presente alguien comenta que entre los contratos que no podrán cumplirse cuenta uno muy importante en Miami y un crítico teatral de los que más contribuyeron con su pluma a la gloria del negro sentencia: «Mejor. En Miami hay lugares prohibidos a los negros y a los perros. Toby es un alma sensible y hubiera muerto abochornado». ¿Qué le parece?
Yendo y viniendo por la plaza de doña Sancha, atento a los sueños literarios de don Magín Papalardo Carrascoso, el tiempo se iba sin apenas rozarnos con el aviso de su paso. De pronto me acordé del catálogo de la flora y fauna del Pirineo y de la singular lid emprendida por don Magín para encontrar adjetivos a plantas y animales y comprendí que cuando uno vaga en lo que le divierte está en la senda de la felicidad.

José-Vicente Torrente

El país de García

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