ARISTÓFANES
(c. 450-c. 385 a. C.)
Lisístrata
(Lisístrata, representada en 411: cansadas de las calamidades de la guerra, las mujeres griegas hacen una huelga sexual para forzar a sus hombres a hacer la paz)
LA HUELGA DE LAS MUJERES
LAMPITO.— ¿Pero quién ha convocado esta asamblea de mujeres?
LISÍSTRATA.— Yo misma.
LAMPITO.— Pues ve diciendo qué quieres de nosotras.
CLEÓNICE.— Sí, por Zeus, amiguita: dinos qué afán te intriga.
LISÍSTRATA.— Ya lo diré, pero antes díganme a mí: una preguntita no más.
CLEÓNICE.— La que tú quieras.
LISÍSTRATA.— ¿No tienen deseos de los padres de sus hijos? ¡Lejos en el ejército! Bien lo sé yo: todas tienen un marido lejos.
CLEÓNICE.— ¡Ay, infeliz: el mío cinco meses hace… por allá por Tracia, guardándole la espalda a Eucrates!
MIRRINA.— ¡Y el mío siete meses en Pilos!
LAMPITO.— Y qué me dicen del mío: viene de cuando en cuando de su regimiento y más tarda en llegar que en volver a coger el escudo y largarse.
LISÍSTRATA.— ¡Pero tampoco queda chispa de amantes ocasionales! ¡Y con la traición de los de Milesia, ya ni el recurso queda de un consoladorcito de cuero, aunque sea de ocho dedos! Bueno, si hallo modo de poner fin a la guerra, ¿me ayudan o no?
MIRRINA.— Por las diosas dobles que sí. Yo aunque empeñe mi bata larga y me beba el mismo día el dinero.
CLEÓNICE.— Yo lo mismo, aunque me convierta en carpa y tenga que dar la mitad de mí misma.
LAMPITO.— A la cumbre misma del Taigeto me treparía con tal de ver la paz.
LISÍSTRATA.— Conste: lo digo. Ya no hay que andar con secretos. Las mujeres, si queremos que los varones hagan la paz tenemos que hacer una huelga…
CLEÓNICE.— ¿De qué, de qué…?
LISÍSTRATA.— Pero ¿la harán?
CLEÓNICE.— Cueste lo que cueste, hasta la vida.
(c. 450-c. 385 a. C.)
(Lisístrata, representada en 411: cansadas de las calamidades de la guerra, las mujeres griegas hacen una huelga sexual para forzar a sus hombres a hacer la paz)
LA HUELGA DE LAS MUJERES
LAMPITO.— ¿Pero quién ha convocado esta asamblea de mujeres?
LISÍSTRATA.— Yo misma.
LAMPITO.— Pues ve diciendo qué quieres de nosotras.
CLEÓNICE.— Sí, por Zeus, amiguita: dinos qué afán te intriga.
LISÍSTRATA.— Ya lo diré, pero antes díganme a mí: una preguntita no más.
CLEÓNICE.— La que tú quieras.
LISÍSTRATA.— ¿No tienen deseos de los padres de sus hijos? ¡Lejos en el ejército! Bien lo sé yo: todas tienen un marido lejos.
CLEÓNICE.— ¡Ay, infeliz: el mío cinco meses hace… por allá por Tracia, guardándole la espalda a Eucrates!
MIRRINA.— ¡Y el mío siete meses en Pilos!
LAMPITO.— Y qué me dicen del mío: viene de cuando en cuando de su regimiento y más tarda en llegar que en volver a coger el escudo y largarse.
LISÍSTRATA.— ¡Pero tampoco queda chispa de amantes ocasionales! ¡Y con la traición de los de Milesia, ya ni el recurso queda de un consoladorcito de cuero, aunque sea de ocho dedos! Bueno, si hallo modo de poner fin a la guerra, ¿me ayudan o no?
MIRRINA.— Por las diosas dobles que sí. Yo aunque empeñe mi bata larga y me beba el mismo día el dinero.
CLEÓNICE.— Yo lo mismo, aunque me convierta en carpa y tenga que dar la mitad de mí misma.
LAMPITO.— A la cumbre misma del Taigeto me treparía con tal de ver la paz.
LISÍSTRATA.— Conste: lo digo. Ya no hay que andar con secretos. Las mujeres, si queremos que los varones hagan la paz tenemos que hacer una huelga…
CLEÓNICE.— ¿De qué, de qué…?
LISÍSTRATA.— Pero ¿la harán?
CLEÓNICE.— Cueste lo que cueste, hasta la vida.