05 junio 2022

LA HUELGA DE LAS MUJERES de Aristófanes. (El mundo antiguo II. Selección de José Luis Martínez)

 ARISTÓFANES
(c. 450-c. 385 a. C.)
Lisístrata
(Lisístrata, representada en 411: cansadas de las calamidades de la guerra, las mujeres griegas hacen una huelga sexual para forzar a sus hombres a hacer la paz)
LA HUELGA DE LAS MUJERES
LAMPITO.— ¿Pero quién ha convocado esta asamblea de mujeres?
LISÍSTRATA.— Yo misma.
LAMPITO.— Pues ve diciendo qué quieres de nosotras.
CLEÓNICE.— Sí, por Zeus, amiguita: dinos qué afán te intriga.
LISÍSTRATA.— Ya lo diré, pero antes díganme a mí: una preguntita no más.
CLEÓNICE.— La que tú quieras.
LISÍSTRATA.— ¿No tienen deseos de los padres de sus hijos? ¡Lejos en el ejército! Bien lo sé yo: todas tienen un marido lejos.
CLEÓNICE.— ¡Ay, infeliz: el mío cinco meses hace… por allá por Tracia, guardándole la espalda a Eucrates!
MIRRINA.— ¡Y el mío siete meses en Pilos!
LAMPITO.— Y qué me dicen del mío: viene de cuando en cuando de su regimiento y más tarda en llegar que en volver a coger el escudo y largarse.
LISÍSTRATA.— ¡Pero tampoco queda chispa de amantes ocasionales! ¡Y con la traición de los de Milesia, ya ni el recurso queda de un consoladorcito de cuero, aunque sea de ocho dedos! Bueno, si hallo modo de poner fin a la guerra, ¿me ayudan o no?
MIRRINA.— Por las diosas dobles que sí. Yo aunque empeñe mi bata larga y me beba el mismo día el dinero.
CLEÓNICE.— Yo lo mismo, aunque me convierta en carpa y tenga que dar la mitad de mí misma.
LAMPITO.— A la cumbre misma del Taigeto me treparía con tal de ver la paz.
LISÍSTRATA.— Conste: lo digo. Ya no hay que andar con secretos. Las mujeres, si queremos que los varones hagan la paz tenemos que hacer una huelga…
CLEÓNICE.— ¿De qué, de qué…?
LISÍSTRATA.— Pero ¿la harán?
CLEÓNICE.— Cueste lo que cueste, hasta la vida.
LISÍSTRATA.— Pues tenemos que hacer ayuno del palito. ¡Ay, y ahora! ¿Por qué me vuelven la espalda? ¿Por qué se me largan? ¿Por qué me hacen muecas y mueven la cabeza? ¡Vaya, hasta pálidas se me ponen y una lágrima asoma a sus ojos! ¿Lo hacen o no lo hacen? ¿Qué están vacilando?
CLEÓNICE.— Yo no podría; por mí, que siga la guerra.
MIRRINA.— Por Zeus, ni yo. Siga la guerra.
LISÍSTRATA.— Eso estás diciendo ahora, carpa, y decías ha rato que te dejabas quitar la mitad de tu cuerpo.
CLEÓNICE.—… Todo lo que tú quieras, pero eso, no. ¿Que vaya entre brasas? ¡Voy! Pero… ¡mi palito! ¿Qué cosa hay como eso, linda?
LISÍSTRATA.— ¿Y tú Mirrina?
MIRRINA.— Yo también camino entre brasas…
LISÍSTRATA.— ¡Ah raza pérfida y disoluta la nuestra, toda, toda! ¡Qué razón tienen los trágicos en echarnos la viga constantemente! ¡No somos sino barcas para el remo! Me bastarás tú, Lampito, como buena lacedemonia: nos sobramos tú y yo para salvar la situación. Pero conciértate bien conmigo.
LAMPITO.— Duro, muy duro es, por los dioses, para las mujeres dormir solas sin su cornetita, y sin funda… Pero ¡qué le vamos a hacer, si eso es necesario para la paz de todas!
LISÍSTRATA.— ¡Ah queridísima, tú sola eres entre todas éstas una mujer formal!
CLEÓNICE.— Pero si en cuanto nos sea posible ayunamos de aquello que tú dices —¡ojalá que nunca!— ¿estás segura de conseguir la paz?
LISÍSTRATA.— Mucho que sí. Mira: nos estamos en casita, con unas túnicas cortas de Amorgos, bien transparentes, y andamos muy bien depiladas por donde tú comprendes y entramos a donde están nuestros maridos bien a tiro y ya con ardores de echarnos abajo… si en lugar de condescender nos rehusamos, la paz es un hecho. Bien lo sé.
LAMPITO.— ¡Claro que sí: Menelao apenas vio los senos desnudos de Helena cuando arrojó por allá lejos la espada!
CLEÓNICE.— Pero, amiga mía, si los maridos enojados nos abandonan, ¿qué hacemos?
LISÍSTRATA.— Linda, lo que dice Ferecrates: nos ponemos a pelar un perro ya pelado.
CLEÓNICE.— Vanas tretas: ellos nos aferran y nos arrastran a fuerza hacia la alcoba.
LISÍSTRATA.— Agárrate a la puerta.
CLEÓNICE.— Y si golpean…
LISÍSTRATA.— Ni modo: ¡hay que ceder y de muy mala gana: donde hay violencia no hay placer!, y además podemos hacerlos padecer de mil maneras. Se cansarán pronto: gozo que no es a dúo no es gozo para el macho.
CLEÓNICE.— Si a ustedes dos les gusta eso, también a mí.
LAMPITO.— Y así persuadiremos a nuestros maridos a que, en total, hagan una paz, sin dolo. Pero ¿quién podría persuadir a esa cáfila de atenienses belicosos?
LISÍSTRATA.— Vive tranquila. Ya tendremos modo de aplacarlos.
LAMPITO.— No te lo creas, mientras tengan piernas y vayan en pos del tesoro de la diosa.
LISÍSTRATA.— También en eso pensé. Hoy mismo nos apoderamos de la Acrópolis, defensa de esta ciudad. Esto se impuso a las más viejas como misión propia. Eso harán. En tanto que nosotras estamos aquí deliberando, ellas toman aquella fortaleza, bajo pretexto de un sacrificio.
LAMPITO.— Bien va la cosa. Bien dices todo.
LISÍSTRATA.— Bueno, Lampito, ¿por qué no hacemos un juramento que nos ate? Eso es inviolable.
LAMPITO.— Di qué. ¿En qué términos hemos de jurar?
LISÍSTRATA.— Dices bien. ¿Por dónde anda la escita? ¿Dónde la miras? Pon delante un escudo de cabeza y que vayan dando las piezas de la víctima.
CLEÓNICE.— Óyeme, Lisístrata, ¿cuál es el juramento que nos vas a imponer?
LISÍSTRATA.— ¿Cuál? Ese mismo que Esquilo, en que descabeza a una oveja sobre un escudo.
CLEÓNICE.— Pero, niña… si se trata de paz ¿a qué juramentos sobre un escudo?
LISÍSTRATA.— Entonces ¿qué? ¿Qué juramento hacemos?
CLEÓNICE.— Un caballito blanco, para sacarle las tripas.
LISÍSTRATA.— ¿Caballo blanco? ¿Cuál? ¿En dónde?
CLEÓNICE.— ¿Cómo juramos, pues?
LISÍSTRATA.— Lo diré ahora, por Zeus que sí. Pónganme aquí una copa negra y grandota boca arriba y en ella echamos toda una ánfora de vino. Del mero de Tasos. Y juraremos sobre esa copa nunca echarle agua al vino.
LAMPITO.— ¡Pardiez que no hallo con qué palabras alabar ese juramento!
LISÍSTRATA.— ¡Vamos, sáquenme una gran copa y una cántara de vino!
CLEÓNICE.— ¡Amiguitas, qué copota: miren! Grandota, que con sólo tocarla ya está uno en su punto.
LISÍSTRATA.— (Al criado que ha traído lo que le pidió). Pónmela enfrente y agárrame el cabrito. Oh diosa Persuasión, y oh copa de amistad, haced que este sacrificio sea grato y fecundo para las hembras.
Ella misma va echando el vino en la gran crátera
CLEÓNICE.— ¡Qué buen color de sangre y qué bien corre!
LAMPITO.— ¡Pero, por Cástor, qué suave el aroma!
CLEÓNICE.— Señoras, déjenme jurar primero a mí.
LISÍSTRATA.— Que no, por Afrodita. La suerte señale. Todas: manos sobre la copa. Anda, Lampito, una sola en nombre de todas vaya diciendo lo que yo digo. Todas quedan obligadas al mismo juramento. ¿Ya? «Ningún hombre, quien sea, ni amante ni marido…».
CLEÓNICE.— Ningún hombre, quien sea, ni amante ni marido…
LISÍSTRATA.— «… se acercará a mí con su arma enhiesta…». Anda, repite.
CLEÓNICE.— (A media voz.)… se acercará a mí con su arma… ¡Ay, Lisístrata, se me doblan las rodillas…!
LISÍSTRATA.— «He de vivir sin amor y sin hombre…».
CLEÓNICE.— He de vivir sin amor y sin hombre…
LISÍSTRATA.— «… vestida con mi bata color de azafrán y bien acicalada…».
CLEÓNICE.—… vestida con mi bata color de azafrán y bien acicalada…
LISÍSTRATA.— «… para que cuando mi hombre se queme de deseo…».
CLEÓNICE.—… para que cuando mi hombre se queme de deseo…
LISÍSTRATA.— «… yo nunca al marido le habré de dar su gusto…».
CLEÓNICE.—… yo nunca al marido le habré de dar su gusto…
LISÍSTRATA.— «Pero si él por la fuerza me violenta…».
CLEÓNICE.— Pero si él por la fuerza me violenta…
LISÍSTRATA.— «… me mostraré pasiva, sin moverme siquiera…».
CLEÓNICE.—… me mostraré pasiva, sin moverme siquiera…
LISÍSTRATA.— «No alzaré yo hacia el techo mis sandalias de Persia…».
CLEÓNICE.— No alzaré yo hacia el techo mis sandalias de Persia…
LISÍSTRATA.— «No me rendiré cual leona sobre el mango caliente…».
CLEÓNICE.— No me rendiré cual leona sobre el mango caliente…
LISÍSTRATA.— «Si guardo mi juramento podré beber de este vino…».
CLEÓNICE.— Si guardo mi juramento podré beber de este vino…
LISÍSTRATA.— «Si yo lo quebranto que esta copa quede llena de agua…».
CLEÓNICE.— Si yo lo quebranto que esta copa quede llena de agua…
LISÍSTRATA.— ¿Todas juntas juran todo esto?
TODAS.— ¡Por Zeus que sí!
LISÍSTRATA.— (Llenando una copa). Haré ya la oblación de esta copa.
La bebe.
CLEÓNICE.— Pero sólo tu parte, amiguita, ¿no ves que de esa copa todas somos amigas?
Mientras comienzan a beber se oyen gritos.
LAMPITO.— ¿Quién vocifera?
LISÍSTRATA.— Es lo que acabo de decir: ya las mujeres se han adueñado de la Acrópolis de la diosa. ¡Vuela, Lampito, ve a arreglar tus asuntos en casa y déjame a éstas en rehenes!
Vamos, corramos a la Acrópolis a juntarnos con las otras y entre todas echaremos los cerrojos de la fortaleza.
CLEÓNICE.— ¡Pero vendrán los hombres a tratar de rescatarla! ¿O no?
LISÍSTRATA.— Poco me importa. Ellos, ¿qué? Ni sus amenazas ni sus mismas llamas son suficientes para que les abramos las puertas: que se sometan a la condición que hemos propuesto.
CLEÓNICE.— ¡No, por Afrodita, nunca! Dirían que somos las mujeres indómitas, malvadas y acaso en vano fuera eso. (Se van todas siguiendo a Lisístrata).
Lisístrata (411 a. C.), fragmento. Traducción: Ángel M. Garibay K.

 

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