TODO VIAJE ES UNA BÚSQUEDA. (EXCEPTO CUANDO NO LO ES)
Pues bien, la cosa es así: digamos, de forma puramente hipotética, que están leyendo un libro sobre un chico común y corriente de dieciséis años y que transcurre en el verano de 1968. El chico —llamémoslo Kip—, que espera librarse de su acné antes de ser reclutado, va camino al supermercado. Su bicicleta es de una sola marcha con freno de contrapedal, lo que le da muchísima vergüenza, y el tener que subirse a ella para hacerle un mandado a su madre le parece aún peor. Por el camino tiene un par de experiencias inquietantes, incluido un encuentro bastante desagradable con un pastor alemán, que culminan en el aparcamiento del supermercado cuando ve a la chica de sus sueños, Karen, riéndose y tonteando con Tony Vauxhall en su flamante vehículo Barracuda. De entrada, Kip odia a Tony porque tiene un apellido como Vauxhall y no como Smith, que a Kip le parece un apellido bastante flojo después de Kip, y porque el Barracuda es de color verde brillante y corre más o menos a la velocidad de la luz, y también porque Tony no ha tenido que trabajar un solo día en toda su vida. Entonces Karen, que está riendo y pasándoselo en grande, se vuelve y ve a Kip, que hace poco la invitó a salir, y sigue riéndose. (Podría parar de reírse y nos daría lo mismo, porque estamos considerando todo esto en sentido estructural. En la historia que estamos inventando, con todo, la chica se sigue riendo). Kip entra en la tienda para comprar el pan de molde que le ha encargado su madre, y tan pronto como agarra el pan decide que mentirá sobre su edad en la oficina de reclutamiento de la Marina, por más que ello signifique ir a Vietnam, pues está claro que nunca logrará nada en ese pueblo de mala muerte donde lo único que importa es cuánto dinero tiene el padre de uno. O pasa eso o Kip tiene una visión de san Abelardo (cualquier santo es bueno, pero nuestro autor imaginario ha elegido a uno relativamente poco conocido), cuyo rostro aparece en un globo rojo, amarillo o azul del supermercado. Para nosotros, la naturaleza de la decisión no importa más que si Karen sigue riendo o de qué color es el globo en el que se manifiesta el santo.
¿Qué acaba de ocurrir?
Si fuesen un profesor de literatura, y ni siquiera uno especialmente excéntrico, sabrían que acaban de ver a un caballero enfrentándose de forma no muy afortunada con su archienemigo.
En otras palabras, acaba de empezar una búsqueda.
Pero parecía que el chico iba a la tienda a comprar pan.
Cierto. Pero piensen en la búsqueda. ¿En qué consiste? Un caballero, un camino peligroso, un Santo Grial (sea lo que sea), al menos un dragón, un caballero maligno, una princesa. ¿Suena más o menos correcto? Es una lista satisfactoria: un caballero (llamado Kip), un camino peligroso (agresivo pastor alemán), un Santo Grial (en la forma de una bolsa de pan de molde), al menos un dragón (creedme, un Barracuda del ‘68 realmente echaba fuego), un caballero maligno (Tony), una princesa (que puede seguir riéndose o parar).
Suena un poco traído por los pelos.
A primera vista, sin duda. Pero pensemos de manera estructural. La búsqueda consiste en cinco cosas: a) una persona que busca, b) un lugar adónde ir, c) una razón declarada para hacerlo, d) desafíos y pruebas por el camino, y e) una verdadera razón para dirigirse allí. El elemento a) es fácil; la persona que busca es simplemente alguien que sale a buscar algo, lo sepa o no. De hecho, por lo general no lo sabe. Los elementos b) y c) deben considerarse juntos: alguien encarga a nuestro protagonista, a nuestro héroe, quien no necesariamente tendrá una pinta muy heroica, ir a alguna parte y hacer algo. Ve a buscar el Santo Grial. Ve a la tienda a comprar pan. Ve a Las Vegas y cárgate a un tipo. Son encargos de diferente nobleza, es cierto, pero estructuralmente iguales. Ve allá, haz aquello. Nótese que me he referido a la razón declarada de la búsqueda. Lo he hecho por el elemento e).
La verdadera razón de una búsqueda nunca corresponde a la razón declarada. De hecho, la mayoría de las veces quien busca falla en la tarea declarada. Y entonces, ¿por qué va a algún sitio y qué nos importa? Va por la razón que aduce, creyendo que esa es la verdadera misión. Nosotros sabemos, sin embargo, que la búsqueda comporta un aprendizaje. Los personajes ignoran lo necesario sobre el único tema que en realidad importa: ellos mismos. La verdadera razón de una búsqueda siempre es conocerse a sí mismo. De ahí que quienes buscan a menudo sean jóvenes, inexpertos, inmaduros, poco preparados. Los hombres de cuarenta y cinco años, o bien se conocen a sí mismos, o bien nunca lo harán, mientras que a cualquier jovencito de dieciséis o diecisiete le queda mucho camino por recorrer.
Veamos un ejemplo real. Cuando enseño literatura de finales de siglo XX, siempre empiezo por la mayor novela-búsqueda de ese siglo: La subasta del lote 49 (1965), de Thomas Pynchon. A los lectores principiantes la novela suele resultarles confusa, irritante y harto peculiar. Es cierto, en la novela hay bastante extrañeza caricaturesca, que puede velar la estructura básica de la búsqueda. Por otra parte, Sir Gawain y el Caballero Verde (finales del siglo XIV) y La reina de las hadas (1596), de Edmund Spenser, dos de las grandes narraciones sobre búsquedas de la literatura inglesa, también presentan rasgos que los lectores modernos consideran elementos caricaturescos. La diferencia, en realidad, estriba en si al pensar en caricaturas nos referimos a clásicos ilustrados o a cómics. He aquí la estructura de La subasta del lote 49:
- 1)Nuestra persona que busca: una muchacha, no muy feliz con su matrimonio ni con su vida, no demasiado mayor para aprender, no muy segura de sí misma ante los hombres.
- 2)Un sitio adonde ir: para cumplir con su cometido, debe ir en coche desde su casa en las cercanías de San Francisco hasta el sur de California. Al cabo viajará de ida y vuelta entre ambos sitios, y entre su pasado (un marido aficionado al LSD, cuya personalidad se desintegra, un demente psicoterapeuta exnazi) y el futuro (que no está nada claro).
- 3)Una razón declarada para ir allí: ha sido nombrada albacea de un examante que ha muerto, un hombre de negocios con una enorme fortuna y pasión por coleccionar sellos.
- 4)Desafíos y pruebas: nuestra heroína se topa con mucha gente extraña, siniestra y, de vez en cuando, realmente peligrosa. Pasa una noche entera en el mundo de los marginados y los sin techo de San Francisco; entra en la consulta de su terapeuta para disuadirlo de emprenderla a tiros contra el mundo en un ataque psicótico (el enclave arriesgado que se conoce en el estudio de los romances tradicionales sobre búsquedas como «capilla peligrosa»); se ve envuelta en lo que acaso es una conspiración postal de siglos de antigüedad.
- 5)La verdadera razón para ir allí: ¿he mencionado que la muchacha se llama Edipa? Edipa Maas, para ser exactos. Toma su nombre del gran personaje trágico que protagoniza el drama de Sófocles Edipo rey (425 a. de C., aprox.), cuyo verdadero infortunio es el de no saber quién es. En la novela de Pynchon, los conocidos de la heroína, sus aliados incluso —y da la casualidad que son todos hombres—, van quedando expuestos uno a uno como figuras falsas o poco fiables, hasta que llega un momento en que, bien ella puede quebrarse, haciéndose un ovillo en posición fetal, bien enderezarse y confiar en sí misma. Para ello, primero tiene que hallar un yo en el que confiar. Y lo hace, después de un esfuerzo considerable. Abandona los hombres, las reuniones de Tupperware, las respuestas fáciles. Se zambulle en el gran misterio del desenlace. ¿Nos atrevemos a decir que gana conocimiento de sí misma? Claro que nos atrevemos.
Sí, pero…
No me creen. ¿Cómo explicar, entonces, que el objetivo declarado se desvanezca? Conforme avanza la historia oímos hablar cada vez menos del testamento y de la herencia, e incluso el objetivo secundario, el misterio de la conspiración postal, queda sin resolver. Al final de la novela, la muchacha está a punto de presenciar la subasta de unos excepcionales sellos falsificados, y puede que la respuesta del misterio aparezca o no durante la subasta. En vista de lo que ha ocurrido hasta entonces, sin embargo, lo dudamos. Tampoco nos importa mucho. Ahora sabemos, tal como sabe la protagonista, que el descubrimiento de que no se puede confiar en los hombres no es el fin del mundo, que ella es una persona hecha y derecha.
Ahí tienen, en cincuenta palabras o más, el porqué de que los profesores de literatura consideren La subasta del lote 49 un librito estupendo. Sin duda, a primera vista parece un poco extraño, experimental y a la moda (de 1965), pero en cuanto le buscas las vueltas te das cuenta de que sigue las convenciones del relato de búsqueda. Otro tanto hacen Huckleberry Finn, El señor de los anillos, Con la muerte en los talones, o La guerra de las galaxias. Y la mayoría de las historias en las que alguien va a alguna parte y hace algo, sobre todo si su idea inicial no era moverse de su sitio ni hacer nada.
Una advertencia: si en este capítulo y los siguientes a veces hablo como si determinada afirmación fuese verdadera, una consecuencia infalible, me disculpo. «Siempre» y «nunca» no son palabras que signifiquen gran cosa en el estudio de la literatura. Para empezar, en cuanto algo parece ser cierto viene un listillo y escribe un libro para demostrar lo contrario. Si la literatura parece estar muy afianzada en el patriarcado, aparecerán novelistas como Angela Carter o poetas como nuestra contemporánea Eavan Boland y darán la vuelta a las cosas para recordar a lectores y a escritores la falsedad de nuestras ideas preconcebidas. Si los lectores comienzan a encasillar la escritura afroamericana, como empezó a suceder en las décadas de 1960 y 1970 del pasado siglo, aparecerá un tunante como Ishmael Reed que se niegue a encajar en cualquiera de las casillas que inventemos. Tomemos el ejemplo de los viajes. A veces la búsqueda fracasa o el protagonista no la acepta. Más aún: ¿es todo viaje realmente una búsqueda? Depende. Hay días en que sólo voy al trabajo en coche; nada de aventuras, ni de crecimiento personal. A veces la trama pide que el escritor lleve a un personaje de casa al trabajo y de vuelta a casa. Dicho esto, cuando un personaje se echa a la carretera, deberíamos prestar atención, no vaya a ser que pase algo por el camino.
En cuanto uno se fija en las búsquedas, el resto es fácil.
Thomas C. Foster
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