Zumo de manzana
No he leído la
novela de Dan MacCall, publicada recientemente en Grasset, en París, traducida
del inglés al francés, pero la he visto anunciada en varios periódicos y
revistas. Parece ser que se trata de la primera novela de un norteamericano de
treinta y cuatro años, y que en ella cuenta una infancia vivida en California.
La novela será buena, regular o mala, pero el título nos sorprende y atrae, con
su anuncio de una terapéutica sentimental. Todos sabemos la importancia de la
manzana en la historia de la humanidad, y hemos visto en la pintura y en la
escultura el momento en que Eva le ofrece un bocado de manzana a Adán en el
Paraíso. Los especialistas en la materia sostienen, ahora, que no podía ser
manzana, que seguramente fue fruta de hueso, un pejigo o una ciruela, pero
solamente ellos tienen la preocupación de destruir la leyenda de la manzana. Un
poeta de Francia —creo que recordando su Normandía natal; no estoy seguro— dijo
una vez que todo el aroma de su país cabía en una manzana. Lo que es
indiscutible. Yo me curo más de una vez la inquietud con manzanas, no
comiéndolas sino oliéndolas. Me levanto de la cama en la que no logro prender
el sueño —bella frase esta de «prender el sueño»— y me siento en un sillón, en el
cuarto de estar, donde tengo una docena de manzanas en el suelo, tabardillas,
reinetas, romanas, camoesas, y a los pocos minutos de estar allí me llega lento
y suave aroma, que es el mismo de la casa natal en mis días de infancia, y me
va sosegando, y me vienen a la memoria días pasados que fueron alegres, y con
la evocación de ellos un tranquilo sueño. Memorias tengo que solamente me las
aviva el aroma de las manzanas. Pero todavía no les he dicho el título de la
novela de Dan MacGall. La novela se titula De la importancia
del zumo de manzana en el tratamiento de las heridas del corazón. Sin
haber leído la novela, ya acepto la tesis, ya reconozco la importancia del zumo
de manzana en la curación de un corazón herido y dolorido, ya me dispongo a
recomendarlo a aquéllos a quienes suponga amores tempestuosos, o tan amantes,
que amor propiamente los hiere. Recuerdo una cantiga medieval gallega que dice
que «allá va mi amigo / con el amor que le tengo / como ciervo herido / por
montero del rey».
Alá
vai o meu amigo
co
amor que lle eu hei,
como
cervo ferido
por
monteiro del Rei!
El único problema
que me plantea la novela del norteamericano, y el tratamiento con zumo de
manzana en las heridas del corazón, es si el tal zumo es zumo envasado en lata,
pasteurizado, higienizado o lo que sea, e inodoro, y no zumo obtenido en casa,
fresco y aromático, tras haber elegido las manzanas, las coloreadas manzanas,
con las manos mismas de las caricias. Quede dicho para siempre que el corazón
no admite ersatzs.
«Laberinto y Cía.»,
Destino, número 1957, 5 de abril de 1975: p. 19.
Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado
Álvaro Cunqueiro
(Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo
y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los
mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy
pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova
que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias
trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como
Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes
(Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto
Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de
curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.
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