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30 octubre 2025

Cuando muere un paladín

 Cuando muere un paladín

Varias tradiciones están de acuerdo en que el paladín Roldán murió un día 7 de abril a las doce en punto de la mañana. El triste momento viene muy hermosamente contado en La Chanson. Comenzando por aquellos versos que dicen que Rolando siente que lo apresa la muerte, y de la cabeza le baja al corazón. Se ha tendido debajo de un pino, el rostro sobre la verde hierba; debajo de su cuerpo ha puesto el olifante y la espada, y mira de frente al ejército pagano. Quiere que Carlomagno y todos los suyos digan que el noble conde ha muerto como héroe victorioso. Se golpea a pechos y tiende a Dios su guante. Esto último por sus culpas, por sus propias culpas, por sus máximas culpas…

Rolando se da cuenta de que el tiempo de vida se le acaba: «está en un alto cerro que mira hacia España, y se golpea el pecho con la mano diestra». Los ángeles del cielo bajan junto a él.

«De muchas cosas —dice La Chanson—, el recuerdo revive, de los países que conquista valerosamente, de la dulce Francia, de Carlomagno, su señor, que bien lo alimentaba, y de los hombres de su linaje. No contiene ni los suspiros ni el planto. Pero no quiere olvidar su alma entre tanta memoria y se confiesa y pide a Dios perdón: ¡Padre verídico que no has mentido nunca, que resucitaste de la muerte a Lázaro y salvaste a Daniel de los dientes de los leones, defiende mi alma del peligro de mis pecados!»

Y vuelve a tender a Dios el guante derecho y San Gabriel, que ha llegado hasta él, con sus propias manos lo recoge. Roldán inclina la cabeza y espera su minuto final con las manos juntas. Dios manda su Ángel Querubín y a San Miguel del Peligro. Los dos, con Gabriel, se llevan el alma del valeroso Roldán al Paraíso, amén.

Estas mismas tradiciones hablan de que Roldán está armado en el cielo. Quizá son restos, en textos paralelos o derivados de La Chanson, del que Borges llama, en su libro Antiguas Literaturas Germánicas, el Paraíso Belicoso, el Valhala o Paraíso de Odín, casa de oro iluminada por espadas que no por lámparas, de la que por quinientas puertas salen los campeones, que combaten, mueren y resucitan, y resucitados se embriagan con aguamiel y comen la carne de un jabalí inmortal. «Hay paraísos contemplativos —dice Borges—, paraísos voluptuosos, paraísos que tiene la forma del cuerpo humano (Swedenborg), pero no hay otro paraíso guerrero más que éste, no hay otro paraíso cuya delicia esté en el combate. Muchas veces ha sido invocado para probar el temple viril de las viejas tribus germánicas». Acaso en el famoso libro de Detlev von Liliencron, Aus Marsch und Geest, viva todavía ese apetito bélico post mortem: «en el Cielo —dice— me gustaría participar a veces en una guerra, en una batalla…». T. P. Hughues, en Diccionario del Islam, asegura que esa concepción belicosa del Paraíso estaba en algunas concepciones árabes anteriores a Mahoma, y cuenta en prueba de ello que una vez un árabe encontró al Profeta y le dijo:

—¡Oh, apóstol de Dios! ¡Me gustan los caballos! ¿Hay caballos en el Paraíso?

—Si vas al Paraíso —respondió el Profeta— tendrás un caballo con alas, y lo montarás e irás donde quieras.

—Sí, pero los caballos que a mí me gustan no tienen alas —replicó el árabe.

En fin, ha muerto, un día siete de abril, a las doce de la mañana, cuando el pino no daba sombra, el paladín Roldán. Sus descendientes gallegos debían mandar decir una misa por su alma. Roldán tuvo amores con una sirena, la cual vino a dar a luz un hijo en las playas gallegas. El niño fue bautizado Palatinus, en memoria del padre. Por corrupción dio Paadín y Padín.


Álvaro Cunqueiro

El laberinto habitado

06 mayo 2023

El cuco

 El cuco

Este año hemos vuelto a ver cigüeñas en Galicia, en la hermosa villa de Sarria. Las cigüeñas habían desaparecido hace muchos años de nuestros valles, del de Verín, de Lemos, del de Sarria. Confiemos en que la pareja que ha venido a Sarria a hacer su nido, el próximo año traiga con ella otras parejas más. Y el que ha venido tempranero es el cuco. Ha ido al monasterio de Poio, sobre la ría de Pontevedra —dicen que en él está enterrada Santa Trahamunda, una virgen vagabunda que algunos quisieron titular de patrona de los saudosos, porque se fue, recordó, tuvo soledades y regresó—, y dando un paseo al dulce sol ribeirano, escuché al cuco, por vez primera este año. Por el canto, un cuco adulto, la voz agria, cansado de profetizar. Un cuco que decía como el cómico malo los versos y el sacristán los latines. Se veía bien que no le emocionaba la hermosa tarde soleada, llena de camelias, ni le importaba emocionar a nadie. Era la gran ocasión para un cuco alegre, expectante de la primavera, generoso en los augurios. Como debió serlo aquel cuco del poema de William Henry Davies, que se pone a cantar cuando ha cesado de llover y ha aparecido el arco iris. El poeta habla a las vacas y a las ovejas, a las que dice por qué está tanto tiempo parado en la hierba que mojó la lluvia. Pues porque «a rainbow and a cuckoo’s song / may never come together again…», «un arco iris y un cuco cantando / quizás nunca más juntos los encuentre; nunca los encuentre juntos, de este lado del sepulcro», «may never come / this side the tomb…».

¿Cómo puede ser que un cuco cante aburrido en el bosque de la primavera? ¿Es que, como aquellos del Dante, es triste en el aire que del sol se alegra? El mundo va a peor cada día, cucos incluidos.

El laberinto habitado 
Álvaro Cunqueiro

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

 

05 mayo 2023

Cantando el cuco

 Cantando el cuco

Ya he escuchado, matinal, la solfa primera del polígamo augur, del cuco que anuncia el alegre tiempo. Todavía en mi valle natal pasarán algunas semanas antes de que se le oiga, al contador partidor de los amores, y pueda la niña que anda con un hato de ovejas pardas en el pastizal dialogar con él aquello de «cuco rei, rabo de escoba, ¿cantos días faltan para a miña boda?». Y a contar el canto del cuco, como quien deshoja una margarita que dice la hora en que llega el galán, «se será por Pascoa ou pola Trindá». Este cuco que escuché ayer mismo en una arboleda del valle Miñor parecía sorprenderse de sorprender la mañana con su voz. Al gallego le preocupó lo de si el cuco emigraba, o echaba aquí escondido los largos inviernos. En un valle cercano al mío —en el Valadouro, que preside A Frouseira, una cumbre oscura en la que tuvo almenas el mariscal, Pero Pardo, degollado por la justicia de los Reyes Católicos—, se comprobó que el cuco hiberna en el país. Habían echado al fuego un cachopo de roble, un toro de un tronco hueco, y ya prendían en él las alegres llamas —iba a escribir «las alegres mariposas», que lo son las llamas azules, rojas, doradas—, cuando de su escondite en el hueco salió el cuco, que fue a posarse en la campana de la chimenea. Despertando presto, dicen que comentó en voz alta:

Axiña se foi este ano o inverno!

¡Que pronto se fue este año el invierno! Creía el cuco que el fuego era el sol de abril o mayo, y le sabían a poco las jornadas de sueño en su camarote. Hace algunos años, diez o doce, preocupó también en ambas riberas de la ría de Vigo el que se oyese al cuco por las noches, y hubo más de un arúspice y más de una meiga que anunciaron catástrofes, cometa o monstruo, como aquellos que en vísperas de que César pasase el Rubicón —léase en la Farsalia—, vio Arrunx de Luca, en mántico etrusco, nacidos de la propia tierra, sin necesidad de semilla. Yo le dirigí por entonces dos cartas sobre el asunto a José María Castroviejo, quien andaba muy inquisidor, preguntando y preguntándose qué iba a pasar con la nocturnidad canora del cuclillo. Le citaba al doctor Johnson, quien sostiene que hay animales que sueñan y otros no, y al cuco podía despertarlo una pesadilla. Frobenius o Blaise Cendrars, que no recuerdo bien, hablan de un ave africana que sueña que arde la selva, y aterrada se precipita a las aguas de los grandes ríos, donde muere ahogada. Yo quise tranquilizar a las gentes, diciéndoles que el cantar por las noches el cuco quizá fuese por productividad, y que si anunciaba algo todo lo más sería una epidemia de peladas barberas, cosa que siempre se supo por aves…

Pero el cuco que escuché la pasada mañana llena de sol, más allá de las camelias en flor del huerto de un pazo hacia los álamos que se cubren de hojillas nuevas, estaba despreocupado de agüeros, simplemente feliz porque su anuncio de alegre tiempo era irrefutable.

 El laberinto habitado 
Álvaro Cunqueiro

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.