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13 noviembre 2025

FREIRE DE REGO

FREIRE DE REGO

DURANTE unos años, allá por los veinte de este siglo, iba mucho por la botica de mi padre un tal Freire de Rego, Benito Freire, un menciñeiro que todo lo curaba con agua, guiándose, además, por la luna y las estrellas. Freire usaba mucha agua de alba, y se tenía por muy científico porque un médico de Santiago le había regalado un folleto con una conferencia de un alemán que se titulaba precisamente El poder desinfectante del agua. Pero, además, Freire pasaba por mágico. Se contaban de él historias como que, por ejemplo, cuando estaba curando un enfermo y lo llevaba al río Tambre para baños, Freire metía una vela encendida en el río, bajo las aguas, y la vela no se apagaba mientras Freire le hablaba. Si era cierto, era un gran prodigio, y habría que saber lo que Freire le decía a la vela, y si había truco, ¿de dónde lo habría sacado? Freire era de mediana estatura y pelo rojizo, lo que hacía, por la desconfianza antigua del gallego hacia los de pelo rojo, que algunas personas que iban a él de consulta, rechazaran, al verle la cabellera, sus servicios. Freire solía poner a sus enfermos a una dieta de leche de burra.
Freire tenía unos parientes cerca de Mesía o de Teixeiro, conocidos por los Leirado da Agoeira. Un tal Segundo Leirado fue a servir al rey cuando la última guerra carlista, y como era muy jinete estaba en la escolta de Primo de Rivera, el primer marqués de Estella. El rey Alfonso XII llegó al frente del Norte con un gran catarro, y los Leirado aseguran que el médico del rey, Sánchez Camisón, atendió las razones de su abuelo el señor Segundo y puso a don Alfonso a leche de burra. Segundo Leirado había encontrado una burra francesa, muy pacífica, en Puente la Reina, y que daba la leche muy gorda, que es lo pedido. Quisieron comprar la burra para llevada a Palacio, a Madrid, ya que los catarros de Alfonso eran tan frecuentes, pero mientras llegaban o no llegaban los dineros, unos desertores, o unos gitanos, que esto no está claro, robaron la burra. Una pérdida nacional.
Los Leirado hablan de aquella burra como si todos la hubieran conocido, y Freire do Rego su pariente, también.
—¡Era una burra teixa recastada de bordelesa! —decía uno.
—¡Recortada, que son las mejores! —decía otro.
—¡Sosegada! —sentenciaba la abuela, hija del señor Segundo.
Alfonso XII, cuando se fue a casa desde el frente, le dio de regalo a Segundo un reloj de plata. Hizo la entrega el general Dabán, quien dijo solemne:
—¡Este reloj de plata para el lancero Segundo Leirado Pérez con la gratitud de Su Majestad el rey!
En la casa de la Agoeira conservan el reloj, envuelto en un paño de terciopelo verde. Cuando muere alguien de la familia, le dan cuerda y se lo ponen entre las manos al difunto durante el velatorio. Lo que da ocasión para que se cuente de nuevo la historia de la famosa burra de leche, recastada de bordelesa.

Álvaro Cunqueiro

Las historias gallegas

29 octubre 2025

BRAULIO COSTAS

 BRAULIO COSTAS

ERA conocido por O Cazoleiro, porque era alfarero. Mejor dicho, lo fuera, que ahora, reumático, había dejado la rueda. Cuando le enfermó un nieto, hizo en barro una figura de niño, y fue a llevarla a los Milagros de Amil. El nieto curó. Con alguna frecuencia iban a pedirle que hiciese el favor de hacer una cabeza o una pierna para llevarle a un santo al que habían ofrecido un enfermo. El señor Braulio meneaba la cabeza negativamente y decía:

—¡Ese no es un caso desesperado!

Y no hacía el exvoto que le pedían. Otras veces se negaba por diferentes razones. Por ejemplo:

—¡Aun hice un brazo para llevar a San Cosme hace dos semanas, y no vaya estar cada día molestándolo con recomendaciones!

Porque el santo sabía que el exvoto era obra del antiguo cazoleiro, porque no hacía pieza que no firmase. Por ejemplo: «A San Roque. De parte de Braulio, seguro servidor que estrecha su mano». Ni más ni menos, con una letra redonda que hacía con un punzón antes de cocer la pieza. A veces la vidriaba con barniz de Linares.

Cuando le murió su mujer, la señora Casilda, hizo una figura de unas dos cuartas de alto, que todos decían que mismo era la señora Casilda con su pierna coja, adelantándola apoyándose en el bastón. Llevó la figura al camposanto, y la sujetó con unos alambres en la lápida del nicho. Cuando moría alguien en la aldea, le pedían una figura, pero él se negaba, diciendo que ciertas cosas solamente se hacen una vez en la vida. Y se echaba a llorar, recordando a su Casilda. Pero, un día, espontáneamente, hizo una figura, la figura de un niño, un ángel con abiertas alas en la espalda. Había muerto el hijo de unos vecinos, un niño de unos siete años, morenito, muy despierto. Braulio fue personalmente a llevar la figura al camposanto, y la colocó con tanto cuidado como había hecho con la de su finada Casilda. Los padres del niño Manoliño le dieron las gracias, y el señor Braulio explicó que saliendo de la iglesia el día del patrón, que era San Martín, Manoliño estaba comiendo una rosca, y su tía Fermina le decía que le diese un bocado, a lo cual el niño se negaba. Manoliño viendo al señor Braulio a la puerta de la iglesia, corrió hacia él, y dándole media rosca, le dijo:

—¡A ti te doy!

Y en recuerdo de aquel regalo, el señor Braulio hizo la figura de Manoliño. Fue la última que hizo. En los últimos días de su vida, encarnado, con grandes dolores del reúma que le retorcía los huesos, le confesó a su sobrino y heredero Marcelino:

—Cuando jugaba a las cartas, si me venía el caballo de copas, era seguro que ganaba aquel juego. Varias veces estuve tentado de hacerle una figura, pero como no es de la familia, ni nadie me lo pidió, no la hice. Y además, que llegaba a ser dueño de mi caballo de copas un jugador y se la llevaba a San Cosme, por ejemplo, y este al ver mi firma iba a decir: «¡Mira en que cousas se pon a pensar o señor Braulio cando vai a morrer!».

Mandaba que le secasen las lágrimas y lo sonasen, y comentaba que había que saber morir con señorío.


Álvaro Cunqueiro

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