Nosotros otra vez. Siempre por la noche, eso parece. El coro de Sófocles tiene una opinión. Nosotros no. El coro de Enrique V pide una sentencia. Nosotros tampoco hacemos eso. Elegimos la noche porque es cuando estáis quietos. Es el instante de las ideas, la enumeración o, sencillamente, del sueño, que es como más os parecéis a los muertos sin estarlo. Ahora están todos en su lugar. Arno lee historia antigua, eso se debe a Elik. Polibio, para ser más exactos. Se sorprende del rigor, el tono científico, nota que se siente contemporáneo del escritor. Oye la tormenta fuera y lee sobre culturas que se destruyen unas a otras, que se transforman entre sí. Hace dos mil años alguien pensó que la historia era una unidad fundamental y orgánica. El hombre de Berlín deja el libro y no sabe si comparte ese punto de vista. Luego vuelve a leer hasta que le acoge la noche. Zenobia tiene menos aguante, se ha quedado dormida sobre un artículo que tiene que escribir acerca del Surveyor, que el 12 de septiembre de este año habrá tardado 309 días en recorrer los 466 millones de millas que le separaban de Marte. No, no podemos decir si saldrá bien, y mucho menos si alguien pondrá el pie en Marte en el 2012. Si seguís viviendo, lo averiguaréis vosotros mismos. De lo que se trata ahora es de la representación espacial de las líneas que existen entre las personas y lo que están haciendo, y de las personas entre sí. Arthur duerme, está perdido para cualquier causa, pero Victor se encuentra en su estudio y observa detenidamente el fósil de una pieza de esqueleto que tiene al menos cien millones de años. Al igual que tú ignoras qué camino sigue el viento. Los huesos y la ignorancia, el enigma que determina su siguiente obra. No contará nada al respecto, y está ahí sentado, muy tranquilo. Quiere que el enigma se manifieste en lo que va a realizar. Y todas esas cosas están escritas en tu libro, cómo serían creados los días cuando aún no había ninguno. Nosotros lo vemos, las líneas más sutiles que puedan dirigirse desde el deportado Polibio en su mesa de trabajo hacia Arno, hacia Zenobia hacia el primer pie en Marte, hacia la expedición militar de Urraca hacia Elik, hacia el año en que vivió ese hueso hacia Victor, hacia el Eclesiastés, hacia la ausencia sin imágenes de Arthur. Nosotros somos los que debemos mantener todo junto. Vuestra capacidad de existir en el tiempo es escasa, vuestra capacidad de pensar en el tiempo es inagotable. Años luz, años humanos, Polibio, Urraca, el Surveyor, un hueso de la prehistoria, líneas, una figura espacial tetradimensional, así están unidos esos cinco entre sí, una constelación que volverá a desvanecerse, pero todavía no. Ya no oiréis hablar mucho de nosotros, algunas frases aún, y luego un par de palabras. Cuatro, para ser exactos.
Cees Nooteboom
El día de todas las almas
Arthur Daane, un reportero neerlandés que ha perdido a su mujer y a su hijo en un trágico accidente aéreo, vaga con una cámara de vídeo por un Berlín transfigurado por la nieve buscando imágenes para su película, de momento sólo fragmentos sin coherencia aparente. En esta ciudad tiene tres amigos: un intelectual, un artista y una científica, con quienes conversa elocuentemente sobre los pequeños detalles de la vida que le interesan. Un día conoce a Elik, una mujer joven llena de secretos por la que Arthur siente una poderosa y oscura atracción. Ella le hace el amor pero no le habla, ni le permite cruzar sus límites. Y, fascinado, la seguirá hasta Madrid. El día de todas las almas es una novela de amor filosófica sobre los cambios de la historia reciente y las dimensiones metafísicas de la vida, narrada magistralmente por una de las voces más interesantes y sólidas de la narrativa europea.
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