04 septiembre 2021

4 de septiembre

Pero la nave no ha abordado todavía en las costas patrias. Se arrastra con sus gimientes junturas, lenta, cansada, prodigando las últimas fuerzas. ¡Pobre Victoria! De los camaradas que salieron en ella de las islas de las especias sólo quedan a bordo dieciocho, y de los ciento veinte brazos sólo treinta y seis trabajan, precisamente ahora que tanta falta hacen los puños vigorosos. Porque ya a punto de llegar al término, les amenaza una nueva catástrofe. Las viejas tablas del barco se desencajan y el agua se filtra sin interrupción. Intentan remediarlo por medio de una bomba. Pero no les sirve. Lo más eficaz sería echar al agua, como lastre inútil, algo de los setecientos quintales de especias, para evitar el calado excesivo. Pero Elcano no quiere desperdiciar los bienes del Emperador. Relévanse día y noche, al pie de las dos bombas, los hombres cansados en su áspera labor de presidiario, pero al mismo tiempo las velas exigen que alguien las cuide, y el timón alguien que lo gobierne, y alguien que ocupe los sitios de los vigías, y así sucesivamente las cien ocupaciones cotidianas. Llega el agotamiento. Los tripulantes andan titubeando como sonámbulos después de noches y más noches en sus puestos sin conocer el sueño, «tanto debizi quanto mai uomzni furono» —cansados como jamás lo estuvieron seres humanos—. Así escribe Elcano al Emperador. A pesar de lo cual, cada uno ha de hacer doble o triple servicio. Lo hacen, exhaustos, con la esperanza de la llegada. El 13 de julio salieron de Cabo Verde los dieciocho héroes; por fin, el 4 de septiembre de 1522, casi tres años después de haber salido del hogar, un grito ronco de júbilo parte de la gavia. Alguien ha avistado Cabo San Vicente. Para nosotros acaba la tierra europea en este cabo, mas para ellos, los navegantes que han rodeado el mundo, empieza allí Europa, el hogar. Va brotando de las ondas el áspero peñasco, a la par que el ánimo en su corazón. ¡Adelante! ¡Sólo les falta soportar dos días y dos noches! ¡Sólo dos noches y un día! ¡Sólo una noche y un día! ¡Sólo una noche, una sola noche… y por fin, todos se precipitan y se apiñan con un escalofrío de felicidad! Se ve una franja plateada que surca la tierra; el Guadalquivir, que desemboca en el mar junto a Sanlúcar. De aquí zarparon hace tres años los barcos conducidos por Magallanes: los cinco barcos con sus doscientos sesenta y cinco hombres. Ahora es un solo barco de poca monta el que llega. Ancla en la misma orilla, y dieciocho hombres salen de él dando traspiés, doblándoseles las rodillas, y besan la tierra patria, la bondadosa, la firme. En este 6 de septiembre del año 1522 fue coronado el hecho más grande de la navegación. El primer deber que cumple Elcano al pisar tierra es mandar una carta al Emperador con la mala noticia. Sus hombres cogen, entre tanto, con manos codiciosas el pan caliente y tierno que les brindan; hacía años que no habían sentido el tacto blando de la miga del bendito pan, ni gustado el vino, la carne, los frutos de su tierra. Mirábanlos todos impresionados, como si los vieran llegar del Hades. No quieren creer el prodigio. Pero apenas se han confortado caen pesadamente sobre la cama y duermen, duermen por primera vez toda una noche, como antaño, sin cuidados, con el corazón apretado contra el de su patria.

A la mañana siguiente, un remolcador arrastra al vencedor, al Victoria, Guadalquivir arriba, hacia Sevilla. Una vez rodeado el mundo, ya no tiene fuerzas el Victoria para luchar contra la corriente. Parten miradas y voces de sorpresa de los otros barcos, pues nadie tenía ya recuerdo del barco que, unos años atrás, había salido para lejanas tierras. Hacía tiempo que Sevilla, España, el mundo, creían naufragada, perdida, la flota de Magallanes, y ¡he aquí que el barco victorioso, trabajosamente, pero con orgullo, va hacia el triunfo! Ya resplandece allá la Giralda, el campanario blanco. ¡Sevilla! ¡Sevilla! Ya se dibujan la ribera, el Puerto de las Muelas, del cual salieron. Elcano da orden de hacer unas salvas de artillería, y éste será el último mandato de la expedición. Retumban las salvas anchamente sobre el río. Por las mismas bocas de acero fue saludada su partida de la patria. Los mismos cañones solemnizaron el descubrimiento del estrecho de Magallanes y el ignoto océano Pacífico; ellos elevaron voces de triunfo a la vista del desconocido archipiélago de las Filipinas y anunciaron con júbilo tronitoso el cumplimiento del proyecto de Magallanes a su llegada a las islas de las especias; ellos dieron el saludo de despedida a los camaradas de Tidore, cuando se vieron obligados a dejar atrás, en la lejanía mortal, el barco hermano. Pero nunca sus voces férreas sonaron con tal diafanidad y júbilo como ahora, que propagan este mensaje: «¡Estamos de vuelta! ¡Hemos cumplido lo que nadie alcanzó antes que nosotros! ¡Somos los primeros hombres de todos los tiempos que han dado la vuelta al mundo!»

Stefan Zweig - (Viena, Austria-Hungría; 28 de noviembre de 1881 - Petrópolis, Brasil; 22 de febrero de 1942)
Magallanes
El hombre y su gesta

No sin razón los contemporáneos llamaron al viaje de Magallanes la gesta más maravillosa y el más grande acontecimiento humano registrado desde la creación del Mundo.

Más trascendental aún que el descubrimiento de Colón estimaron ellos el hecho de que, con insignificantes barcos, diera Magallanes la vuelta al Globo, demostrando por primera vez su redondez.

Emocionante como un relato de aventuras, el libro de Zweig —una de las biografías más logradas— ofrece, con el inolvidable retrato de un hombre intrépido, una ojeada sobre el mundo europeo en aquella hora de esplendor, cuando supeditó todos los océanos a una única e incomparable carrera de triunfo.

Precisamente por su juego de luz y sombra, la historia de la primera circunvalación de la Tierra, de tan inaudito valor, de tan sobrehumano sufrimiento, debía atraer a Stefan Zweig, que uniera a la seriedad de la investigación histórica el ardor de la intuición psicológica, para escribir una obra apasionante.

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