29 julio 2021

29 de julio


Nº 81 - Julio de 1971 (Lans)
El hombre del perro
1
Visito a una de mis sobrinas y a su novio. Me entero con inquietud de que no han obtenido en sus exámenes nada más que una media de 80, cuando habrían necesitado 100. Mi sobrina me resulta de repente abotargada y casi fea. Pienso que la vida que lleva con su novio no le sienta bien.
2
Regreso a mi casa. Vivo en una única habitación grande en la misma casa que mi sobrina. Encima de mí, en un tercer apartamento, viven o P. o F., un amigo argelino. Voy a casa de P.; encuentro a F. en compañía de otro argelino y de Henri C. Los tres hombres me parecen a cual menos amistoso, e incluso casi hostiles.
3
Tras no sé qué contratiempo, desplazo una cita fijada para esa misma tarde al día siguiente (que será el sábado 30 de julio) a las once de la mañana.
4
Me acuerdo entonces con cierto pánico de que he pedido cita el 29 de julio con un psicoanalista, Monsieur Bezu, en el 34 de la rue Daru. Llamo por teléfono a Monsieur Bezu para anular esa cita. Mantengo con su secretaria una conversación muy complicada, porque ella no quiere darme otra cita aunque yo insista en pedirle que me dé la cita que, en cualquier caso, seguiría a la que quiero anular. Tras numerosas dudas, la secretaria acaba cediendo a mis presiones y me fija una cita para el 30 de julio a las 14 horas. Esto me resulta sorprendente, porque me parece en principio que el 30 es domingo. Pero en realidad es sábado.
Yo llamaba desde una cabina y durante la conversación tenía medio cuerpo fuera. Cuando entro para colgar, encuentro a un viejo de aspecto bondadoso que me muestra cómo habría podido llamar sin pagar: basta con pelar los cables y hacer contacto con ellos, apretándolos entre el pulgar y el índice.
5
Voy a la rue Daru: es un barrio en demolición. En realidad, es una vasta explanada sobre la que se exponen todos los vestigios del barrio. Es muy blanco. Ciertos detalles parecen cuadros de Niki de Saint-Phalle, como si estuviesen hechos con pedazos de bebés de celuloide.
Visito esta exposición seguido, a pocos metros, por Henri C., que lleva un perro en brazos. Henri parece interesarse más por lo que hago que por la propia exposición, pero no me dirige la palabra. Bajando la escalera que conduce a la salida, robo algo poco importante (por ejemplo, una bola de la escalera): quizás me descubre Henri C., que sonríe.
6
Brusco cambio de decorado. Estoy de nuevo en mi casa y soy invisible. Un gag estilo Jerry Lewis: un hombre disfrazado de perro (solamente por la mirada —brillante, casi roja— vemos que no es un perro) sale tirando de su correa, obligando a correr al hombre que le lleva. El verdadero perro, sentado en un sillón, le mira salir, después se alza sobre las patas de atrás (como un animal de dibujo animado) y comienza a simular un combate de boxeo.
7
Otra escena en otra película; esta vez es Mi desconfiada esposa, de Vicente Minnelli. Dos gángsters aterrorizan —o más bien intimidan— a un hombre (sin duda a F.) que les debe 4000 francos. Al salir, uno de los gángsters intenta tirar un velador que soporta varios objetos frágiles. Acabo abriendo la puerta y capturándolos (no oponen resistencia para salir).
8
Vivo ahora en un apartamento suntuoso, inmenso. Recorro las habitaciones, seguido de F., que me cuenta sus problemas. Le reprocho que se meta siempre casi aposta en asuntos tan sucios.
Llego a una habitación donde hay mucha gente. Todos me miran amistosamente. Es la familia de un niño pequeño que conozco muy poco, pero que sé que me quiere mucho. El niñito me presenta a su padre y a sus tías. El padre me pregunta qué puede hacer por mí. Lo llevo, por una escalera mecánica, hasta una habitación, larga y estrecha, con paredes de piedra negra, donde se está llevando a cabo un congreso. Explico que querría instalar en esta habitación una sala de proyección y le enseño cómo pienso arreglármelas. El padre me dice que es una idea muy buena. Seguimos recorriendo el apartamento. El niñito me da la mano. Me dice que tiene 1000 dólares y que quiere dármelos. Le respondo que no puedo aceptarlos, que eso no puede ser una donación sino solamente, si él quiere, una participación en la película que voy a hacer. Me espero a que el padre ofrezca lo mismo, o incluso más, pero no parece estar por la labor.


Georges Perec
La cámara oscura


Georges Perec estaba convencido de que todo el mundo significativo está hecho de sueños. Algunos se recuerdan, otros se cuentan pero son muy pocos los que se transcriben. La cámara oscura es un raro volumen, perequiano por los cuatro costados, que reúne por primera vez en castellano ciento veinticuatro sueños del genio oulipiano. «Terminé por admitir que esos sueños no habían sido vividos para ser sueños, sino soñados para ser textos; que no eran la vía regia que yo creía que serían, sino caminos tortuosos que me alejaban cada vez más del reconocimiento de mí mismo». Un libro repleto de sorpresas y asociaciones inesperadas, un artefacto onírico que no pretende «recontar» la propia historia, sino descubrir tesoros ocultos que nacen en el mágico momento en que todas las barreras están levantadas.

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