10 enero 2021

10 de enero

«Como el código de los libros de bigramas», pensó, intentando descifrar las palabras emborronadas. 

Encontró notas para un artículo de prensa acerca de un nido de ametralladoras del que se ocupaban exclusivamente mujeres, la lista de nombres que ella misma le había dado antes de que se fuera a Bletchley Park, en la que constaban Alan Turing, Gordon Welchman y Dilly Knox, y lo que parecía una lista de ideas para futuros artículos: «Bodas en tiempo de guerra», «Verdaderamente, ¿le hace falta viajar?», «El invierno y la guerra: diez estrategias para la supervivencia». 

«Estrategias para la supervivencia», pensó Polly, sintiendo que el dolor la permeaba como la sangre empapa una falda. 

Habían arrancado varias páginas de la libreta. 

«La lista de los futuros bombardeos», pensó Polly. 

Las páginas restantes contenían notas para un artículo titulado «Aportando nuestro granito de arena: héroes enfrente de casa» y una lista de nombres, direcciones y horas. «Cantinera, Edna Bell, Cuttlebone 4, Southwark, 10 de enero a las 10.10 de la noche» y, debajo «Avistador de aviones», un apellido que podía ser tanto «Woodruff» como «Walton» y «11 de enero a las 11 de la noche, Houndsditch 9, esquina de H y Stoney Lane». 

No seguía a Eileen ni buscaba el equipo de recuperación, por tanto. Había ido a Houndsditch a entrevistar a un avistador de aviones para un artículo que estaba escribiendo acerca de los héroes que no estaban en el frente para el Daily Express. No había muerto por su culpa. No había muerto intentando salvarlas. 

Había creído que saberlo la aliviaría, pero no sentía consuelo. Se dio cuenta de que había esperado tanto como Eileen que hubiera algún error o alguna explicación, que Mike no estuviera verdaderamente muerto. Pero lo estaba y, si así era, nadie acudiría a rescatarlas. Podía llegar a aceptar que el señor Dunworthy hubiera permitido que Mike se quedara allí con un pie herido y que ella se quedara a pesar de tener una fecha límite, pero no podía aceptar de ninguna manera que hubiera permitido que uno de ellos perdiera la vida si podía ayudarlo. Por tanto, no podía. No podía sacarlas de allí. Poco importaba si debido al desfase o a que hubieran alterado los acontecimientos o a alguna catástrofe habida en Oxford. 

Se llevó las cosas de Mike a casa de la señora Rickett y las metió en un cajón del escritorio. Luego cogió la lámina chamuscada de La luz del mundo que había recogido del suelo de San Pablo, la desdobló y se sentó en la cama a mirar la mano de Cristo, todavía levantada en el gesto de llamar a una puerta que el fuego había convertido en cenizas, y su rostro, completamente inexpresivo. 

—¿Quiere que me ocupe de los preparativos para el funeral de su amigo, señorita Sebastian? —le preguntó el viernes el rector—. Estaré encantado de oficiarlo. He acordado con el rector de St. Bidulphus celebrar allí el funeral del señor Simms y puedo proponerle también la celebración del señor Davis. 

Eileen, sin embargo, no quiso ni oír hablar de ello. 

—No está muerto —insistió, y cuando Polly le enseñó la anotación de su libreta, dijo—: ahí no pone once sino diecisiete, o siete. Mira: el agua ha emborronado los números. Además, aunque pusiera once, pudo haber cancelado la cita.

Connie Willis
Cese de alerta 
Saga de Oxford - 4

En El apagón, la gran dama de la ciencia ficción, Connie Willis, envió a tres historiadores de Oxford en el año 2060 a la Segunda Guerra Mundial. 

En este trepidante viaje en el tiempo, Michael Davies, Merope Ward y Churchill Polly quedan atrapados en 1940, intentando sobrevivir a los bombardeos de Hitler y liberar Londres de su yugo mientras hacen lo posible por encontrar de nuevo el camino de regreso a casa. 

En Cese de alerta, la situación se ha hecho aún más grave, y viviremos las consecuencias de aquel periplo en que nuestros protagonistas se vieron atrapados, ya que parece que todos ellos afectaron, de algún modo, el pasado, cambiando el resultado de la guerra y, en consecuencia, el curso de la historia. 

El emocionante tiempo que se inició en El apagón se precipita, en Cese de alerta, hacia una resolución impresionante que sorprenderá incluso al más avezado de los lectores.


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Ilustración con amapolas