El teléfono
El día 14 de enero de 1876, dos hombres, Alexander Graham Bell, y Elías Gray, se presentaron en la Oficina de Patentes de Nueva York para registrar un invento totalmente nuevo, inaudito e insólito: el teléfono. Bell llegó a las doce del mediodía, y Gray, dos horas después. Esa diferencia consagró al joven escocés como padre del invento más importante de su tiempo.
A.G. Bell era hijo de una sorda y de un especialista en la recuperación de estos enfermos. Toda su vida había mostrado un interés grande por el mundo de la audición. De hecho, cuando llegó a los Estados Unidos se aficionó a la telegrafía, afición que le llevó al descubrimiento del teléfono, de forma casual. Una tarde, su ayudante Watson tuvo un pequeño accidente mientras manipulaba con él un aparato telegráfico que trataba de perfeccionar. Era el día 2 de junio de 1875; Watson hizo un movimiento en falso y contactó mal un tornillo, con lo que transformó en corriente continua lo que debía haber sido corriente alterna. Al otro extremo del hilo Bell pudo oír todo aquel ruido. Sin embargo, aún tardó cerca de un año en sacar partido de tan prometedor accidente. Bell patentó su invento antes de que realmente lo hubiera podido comprobar él mismo, ya que fue después de su inscripción en la Oficina de Patentes, cuando logró transmitir un mensaje telefónicamente, la oración gramatical: Come here, Watson, I want you: «Watson, ven: te necesito». Era el día seis de marzo de 1876.
Bell presentó su invento en la exposición celebrada en Filadelfia con motivo del primer centenario de la independencia de su país. Allí se convirtió en una gran atracción. Estaba invitado el emperador del Brasil, Pedro II, a quien pusieron en la mano el aparato de Bell; el emperador lo examinaba atentamente, y cuando comprobó que salían voces de él, lo soltó alarmado, y exclamó desconcertado: «¡Pero esto…, habla!». En menos de veinticinco años una de cada cincuenta personas tenía ya teléfono en los Estados Unidos. No había cumplido todavía treinta años cuando Bell contaba con una inmensa fortuna.
La primera central telefónica se instaló en New Haven, en el estado norteamericano de Connecticut. Contaba con 21 abonados, entre ellos el novelista M. Twain. Las centrales automáticas nacerían más tarde, en 1891, ideadas por un curioso personaje de Kansas City, dueño de una funeraria: Almon S. Strowger. El avispado inventor estaba preocupado porque todos los pedidos de servicios fúnebres iban a parar a su competidor, cuya esposa era nada menos que la telefonista local. No tardó en comprobar, Strowger, que era la telefonista quien desviaba los pedidos hacia el teléfono de su propio marido, ya que era ella la primera en enterarse de los fallecimientos habidos en la localidad.
En cuanto a España, fue una de las primeras naciones del mundo en beneficiarse de tan extraordinario avance: el día 16 de diciembre de 1877 se efectuaba la primera comunicación, en Barcelona, mediante el artilugio de moda. A Madrid llegaría un año después.
Desde entonces hasta hoy, han sido legión el número de innovaciones y mejoras habido en el mundo de la telefonía. Entre otras la del teléfono público por monedas, inventado ya en 1889, por el norteamericano William Gray. El primer aparato que funcionó como tal estuvo a disposición del público en un banco de la ciudad de Hartford, estado de Connecticut. Y en 1891, el mismo inventor, asociado con otros, instaló teléfonos de monedas en una cadena de grandes almacenes. Luego vendría el teléfono portátil, el de bolsillo, el teléfono de mando vocal, e incluso el teléfono para sordos, pequeño aparato que se incorpora al auricular y posibilita la reproducción de los mensajes en una pantalla de cristal líquido.
Historia de las cosas
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