21 enero 2021

21 de enero

El dilema de Jackson se publicó y las críticas fueron muy negativas e hirientes. A. S. Byatt fue hasta sarcástica: según su análisis, la última novela de la escritora era un relato «donde ninguna persona tenía su yo y, por lo tanto, ni hay historia ni hay novela».

Apenas un año después de la publicación se le diagnosticó a la autora alzhéimer. Y cada año que pasara, aquel diagnóstico sería cada vez más evidente. La autopsia lo certificó por completo.

Ahora sus novelas no sólo son obras queridas y apreciadas por los británicos (pese a ser irlandesa de origen), sino que algunas de ellas, como Bajo la red, su primera y rompedora novela, o su gran El mar, el mar, suelen aparecer entre los listados de las novelas más estimadas por editores, críticos y lectores en el Reino Unido. Pero, más allá de la literatura, sus obras constituyen también un excelente campo de estudio para entender cómo el implacable y cruel alzhéimer se desarrolla, crece y termina por hacer completamente invisible a alguien, borrando su personalidad primero y, por fin, sus palabras.

La revista Brain publicó el 21 de enero de 2005 un estudio científico donde un grupo de investigadores había digitalizado varias obras de Iris Murdoch, concretamente las tres mencionadas arriba, Bajo la red, El mar, el mar y El dilema de Jackson, para ver si realmente se podía comprobar el impacto de la enfermedad en la escritura de esta autora. Un hecho adicional hacía que este material fuera particularmente valioso para dicho estudio: Iris Murdoch se negaba a que las editoriales le corrigieran nada. Sus novelas tenían que ser publicadas tal y como ella las escribía, no importaba si había repeticiones, oraciones confusas o expresiones poco claras. Las discusiones podían ser enormes, pero su resistencia era numantina. Ni siquiera lo hizo cuando el alzhéimer la devoraba por dentro y cuando le costaba recordar palabras. Aun así terminó una novela completa. Puede que El dilema de Jackson no sea una obra maestra, pero me gustaría ver de qué era capaz una crítica como A. S. Byatt con un alzhéimer creciente como el que Iris Murdoch tenía cuando la escribió.

Pero volvamos a la visita del doctor amigo de la familia de la escritora.

Wilson se sentó con Iris aquella mañana y miraron por la ventana del jardín. Llovía. A Wilson le llamaron la atención los hermosos árboles de aquella nueva casa a la que se habían mudado sus amigos y le preguntó a Iris por el nombre de aquellos árboles. Él apenas sabía nada de botánica.

Iris Murdoch sonrió. Dejó la taza de té sobre la mesa y habló con serenidad.

—Consultaremos a John sobre este importante asunto.

Wilson ni dijo nada ni pensó en nada extraño en aquel momento, no hasta años más tarde, cuando escribía un comentario en Brain sobre el artículo dedicado al avance del alzhéimer en la mente de su amiga Iris Murdoch; en dicho estudio, Wilson confesó que en aquel momento, en aquella conversación aquella mañana de lluvia, se debería de haber dado cuenta: Iris conocía perfectamente todo tipo de árboles y aquella evasiva sólo podía significar que, en aquel instante, ella no era capaz de recordar los nombres de ninguno y, simplemente, no deseaba admitirlo. De hecho, en retrospectiva, Wilson concluyó que Iris Murdoch desarrolló toda una amplia variedad de técnicas para evitar admitir que no era capaz de recordar una palabra concreta en un momento dado. El estudio científico demostró que de novela en novela, especialmente en la última, la escritora había perdido una enorme cantidad de vocabulario, pero que como empezó con un punto de partida tan alto que luego amplió en sus primeras obras hasta picos muy por encima de la media, este margen le permitió mantener su capacidad literaria hasta bien avanzada la enfermedad. No sólo eso, sino que fue capaz de usar la sintaxis y la gramática para explicar con circunloquios palabras que ya no recordaba.

La película Iris, con Kate Winslet como Murdoch de joven y una magnífica Judi Dench como la autora en la última y más dura etapa de su existencia, recrea toda la vida de la escritora. Su marido, John Bayley, escribiría dos libros muy interesantes sobre su vida con Iris Murdoch mientras la enfermedad la iba haciendo desaparecer como ser humano, escritos con la ternura de quien la ha amado como pocas veces se ama a alguien.

Wilson asistió a una de las sesiones de revisión de la que entonces ya era Gran Dama de las Letras Británicas y Dama del Imperio Británico Iris Murdoch. Un médico le enseñó a Iris la fotografía de un animal australiano. Ella sólo tenía que decir el nombre.

Iris sonrió.

—Es esa preciosa criatura que salta.

Santiago Posteguillo 
El séptimo círculo del infierno 
Escritores malditos, escritoras olvidadas

El KGB, el régimen nazi, la Inquisición, las guerras, el FBI, el gobierno chino, el hambre, la pérdida de un ser querido, la enfermedad, el exilio, la censura… Muchos son, en efecto, los infiernos de la literatura a los que se han tenido que enfrentar escritores y escritoras de todos los tiempos. 

¿Cuál es el séptimo círculo de este universo infernal? Para Kipling su infierno fue la muerte de su hija Josephine, y de ese infierno surgió una obra tan vital y esperanzadora como El libro de la selva. Para Imre Kertész su infierno fue ser víctima del holocausto, pero también del desprecio por parte de los suyos. Y de ahí salió Sin destino. Carson McCullers, la gran olvidada, la mejor autora estadounidense del siglo XX, menospreciada por ser mujer. 

Con la elegancia y el tino literario de las obras que homenajea, de los autores y autoras que reivindica, navegando entre viajes, anécdotas, episodios y experiencias propias, Santiago Posteguillo consigue contagiarnos su amor por los libros y en especial por los autores cuyo genio y talento hizo que del infierno salieran con obras que aún hoy nos elevan a los altares.

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