Capítulo XVIII
18 de enero.— Esta mañana seguimos hacia el sur, con el mismo tiempo bonancible. El mar parecía un espejo, el aire era tolerablemente tibio y procedente del nordeste y la temperatura del agua de 53 grados. Otra vez aprestamos nuestros aparejos de sondeo, y con una línea de ciento cincuenta brazas hallamos que la corriente que se encaminaba hacia el polo se movía a una milla por hora. Esta tendencia continua hacia el sur, tanto en el viento como en la corriente, dio que pensar, y hasta produjo alarma en ciertos sectores de la tripulación; no me fue difícil advertir que el capitán Guy estaba igualmente preocupado. Pero era hombre muy sensible al ridículo y logré finalmente que mis bromas disiparan sus aprensiones. La declinación magnética era ahora insignificante. Durante el día vimos varias ballenas y cantidad de bandadas de albatros sobrevolaron nuestro navío. Sacamos asimismo del agua un arbusto que flotaba, lleno de frutos rojos semejantes a los del espino, y el cuerpo de un animal terrestre sumamente raro. Tenía tres pies de largo, pero sólo seis pulgadas de ancho; las patas eran muy cortas, mientras las pezuñas estaban armadas de largas uñas de un escarlata brillante, cuya sustancia parecía coral. El cuerpo se hallaba cubierto de una piel lisa y sedosa, completamente blanca. La cola semejaba la de una rata y medía un pie y medio. La cara era parecida a la de un gato, salvo las orejas, que colgaban como las de un perro. Los dientes tenían el mismo color escarlata de las garras.
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