03 enero 2022
02 enero 2022
2 de enero
18. En Leconfield House habían bajado los termostatos hasta 15°, dos grados menos que en otros departamentos del gobierno, con el fin de dar ejemplo. Trabajábamos con abrigos y mitones, y algunas de las chicas más pudientes llevaban los gorros de lana con pompones de sus vacaciones de esquí. Nos entregaron cuadrados de fieltro para colocarlos debajo de los pies contra el frío que subía del suelo. La mejor manera de calentarnos las manos era teclear continuamente. Ahora que los conductores de trenes estaban en huelga de horas extraordinarias para apoyar a los mineros, se calculaba que las centrales eléctricas podrían quedarse sin carbón hacia finales de enero, cuando se agotara el dinero del país. En Uganda, Idi Amin estaba organizando una colecta y ofrecía un camión lleno de verduras a los antiguos y afligidos amos coloniales, siempre que la RAF se molestara en ir a recogerlo.
Me esperaba una carta de Tom en Camden cuando volví de casa de mis padres. Iba a pedir prestado el coche de su padre para llevar a Laura de vuelta a Bristol. No sería fácil. Ella había dicho a la familia que quería llevarse a los niños. Hubo escenas de gritos alrededor del pavo navideño. Pero el hostal sólo aceptaba adultos y Laura, como de costumbre, no estaba en condiciones de cuidar a sus hijos.
01 enero 2022
1 de enero
Un genio solitario proclama la verdad sobre el tiempo
El calendario es intolerable para la sabiduría, el horror de toda la astronomía y un motivo de risa para el punto de vista de un matemático.
ROGER BACON, 1267
Hace siete siglos, un enfermizo fraile inglés envió una estridente misiva a Roma. Era una llamada apremiante, dirigida al papa Clemente IV, para que, de una vez por todas, el tiempo se definiera con exactitud. Calculando que el año del calendario era unos 11 minutos más largo que el año solar real, Roger Bacon informaba al sumo pontífice de que esto sumaba un error de un día entero cada 125 años, un excedente de tiempo que a lo largo de los siglos había acumulado, en la época de Bacon, nueve días. Si no se corregía, esta tendencia trasladaría marzo a lo más crudo del invierno y agosto a la primavera. Más horrible en esta época piadosa era la insistencia de Bacon en que los cristianos estaban celebrando la Pascua de Resurrección y demás festividades en fechas erróneas, una acusación tan ultrajante en 1267 que Bacon se arriesgó a que lo calificaran de hereje por poner en duda la veracidad de la Iglesia católica.
A Roger Bacon no le importaba. Era uno de los más originales e irascibles pensadores de la Europa medieval y parecía disfrutar de su papel de rebelde, primero como profesor de la Universidad de París desde 1240 y después como sacerdote tras ingresar en la orden franciscana después de 1250, a los cuarenta años. Insaciable curioso y siempre empeñado en poner en duda la ortodoxia, Bacon dedicó su vida a reflexionar qué causa un arco iris, a dibujar la anatomía del ojo humano y a desarrollar una fórmula secreta de la pólvora. Dos siglos antes de Leonardo da Vinci, predijo la invención del telescopio, las gafas, los aviones, los motores de alta velocidad, barcos autopropulsados y motores de gran capacidad. Llegó a estas conclusiones basándose en la idea, radical por aquel entonces, de que la ciencia ofrecía verdades objetivas, al margen del dogma o de lo que constara en los libros.
31 diciembre 2021
31 de diciembre
EL CUENTO DE NAVIDAD DE AUGGIE WREN
Le oí este cuento a Auggie Wren. Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre. Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó.
Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años. Él trabaja detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo. Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren. Era el extraño hombrecito que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje picaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada más.
Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío. Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros. Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una persona distinguida. A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista. Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada. A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso. Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría dispuesto a ver sus fotografías. Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de rechazarle.
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