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20 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (30 de 365)

Crónicas del sochantre Bretaña es una tierra muy peñascosa por el lado del mar, pero se abre en amplias planicies, valles estrechos y alegres oteros, por donde se une a Francia. Es tierra muy viciosa de caminos, puesto que, en ella, amén de la gente natural del sobremundo, andan fáciles y vigilantes pasajeros, gentes de las soterradas alamedas, difuntos vespertinos, fantasmas, huestes caballeras, ánimas redimiéndose de penas; las más de ellas, gentes fallecidas a las que alguna paulina niega descanso. Las hieren los vientos y las noches por los innúmeros caminos, hasta que sólo queda de ellas un aliento frío. La imagen última que de Bretaña uno conserva es la de una vieja encendiendo los candiles de hierro de un calvario de piedra, en las afueras de una villa amurallada, al atardecer. Llovizna un poco. Pasa un viento sibilante que apaga las débiles lucecillas. La vieja se santigua y reza un padrenuestro por el alma del difunto señor vizconde de Klöemel, que acaba de cruzar a caballo. Los vivos en Bretaña conocen si los aires que corren son difuntos o no, y le sacan el sombrero a una brisa de mayo, porque adivinan que se trata de la hermosa Ana de Combourg que pasa sonriendo entre las verdes ramas de los abedules. Hay jóvenes que se enamoran de un aire. Dentro de las amuralladas villas, en los viejos pazos y castillos almenados, en Rennes o en Dinan, en Combourg o en Caradeuc, los sonoros celtas conversan en torno a la lumbre que se encendió hace dos mil años, sobre la guerra en el mar, las batallas de Hannover, los pleitos de familia, los enamorados de otrora. Y las llamas que queman el roble viril y testigo, nada pueden contra estas transeúntes memorias, de hilos que nadie sabe de qué ovillo proceden, ni quién teje con ellos. Por los caminos de Bretaña va la danza macabra empujando vientos, y la más diminuta flor que nace en abril, a la vera del camino, ignora si va a ser llevada al cabello de una niña o pisada por el pie de un esqueleto que salta al frente de la hueste, guiando el paso que denominan l’embrasse y es un momento de amor en la gallarda. 

Álvaro Cunqueiro. Las crónicas del sochantre

16 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (29 de 365)

 LA CAJITA DE CORNELL

LA CAJITA DE CORNELL
En un campo de lirios, monasterio de pájaros, riendo Sören Kierkegaard, con pantalón cortilargo, la cara enharinada, vestido de payaso. La ciudad arde al fondo, un soberbio espectáculo. La cajita de Cornell se llama “Avisando”. CUADERNOS DE REMBRANDT. José Jiménez Lozano

15 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (28 de 365)

 PAISAJE INVERNAL

PAISAJE INVERNAL

Desnudos árboles de invierno, solitario estornino pensativo. ¿Blanco ya el mundo? ¿O embozado en blancura solamente? CUADERNOS DE REMBRANDT. José Jiménez Lozano

13 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (26 de 365)

"Dejó la jarra lentamente a sus pies con tembloroso cuidado, sabiendo que la mayoría de las cosas se rompen" Mr. Flood's Party. E. A. Robinson


Dejó la jarra lentamente a sus pies con tembloroso cuidado, sabiendo que la mayoría de las cosas se rompen

12 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (25 de 365)

 ADVIENTO
En Adviento, huellas en la nieve de alguien, que no encontró albergue, y pasó de largo. Quizás murió ya fuera de la aldea, mas no se supo, con el deshielo luego. CUADERNOS DE REMBRANDT. José Jiménez Lozano

ADVIENTO

11 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (24 de 365)

 FINA LLUVIA
Entre la neblina de la fina lluvia, sol tornasolado que ilumina, el oro mate de los árboles ya heridos por el cuchillo del otoño. Todavía el ultimo verdor exasperado, como siempre lo es la última esperanza. "CUADERNOS DE REMBRANDT". José Jiménez Lozano

Fina lluvia

09 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (23 de 365)

FINA LLUVIA

Entre la neblina de la fina lluvia, sol tornasolado que ilumina, el oro mate de los árboles ya heridos por el cuchillo del otoño. Todavía el ultimo verdor exasperado, como siempre lo es la última esperanza. "CUADERNOS DE REMBRANDT". José Jiménez Lozano

 Fina lluvia

08 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (22 de 365)

ERA un dragón, una sierpe, una salamandra, un monstruo hórrido, difícil de clasificar, con una corona de tres picos en la cabeza y un dedo de su mano derecha en los labios como para imponer silencio. ¿A quién? No lo sabemos.

Este dragón se hallaba encaramado sobre el mundo, una bola de hierro negra sujeta en un vástago y tenía la humorada de señalar el Norte y el Sur, el Este y el Oeste, cosa no difícil de comprender si se añade que el grifo, basilisco o dragón, formaba parte de un pequeño y simpático artefacto que llamamos veleta.

Esta veleta coronaba la torre de la casa solariega de un pueblo labortano.

Era un monstruo rabioso, aquel monstruo indefinido que dominaba su mundo, un monstruo rechinador, malhumorado, que giraba desde hacía muchos años, no sabía cuántos, en la vieja torre de Ustaritz que tenía Gastizar por nombre.

Sus garras amenazaban alternativamente a los cuatro puntos cardinales, de su boca salían llamas que por arte mágico se convertían en una flecha, sus orejas estaban atentas a todo cuanto se hablaba y se murmuraba en el pueblo.

Para neutralizar la perversidad y la iracundia de aquella furia superterrestre, para dulcificar su pérfida malicia, el artífice que le dio forma mortal le fijó para siempre en la cola el anagrama de Jesucristo: J.H.S.

Así este dragón tosco y quimérico representaba el dualismo de las cosas humanas y divinas: por la cabeza al diablo y por la cola a Dios; por delante la ciencia, el materialismo, la duda; por detrás el misticismo y la piedad; por un lado todo malicia, ironía y desprecio para los mortales; por el otro todo benevolencia y resignación cristiana.

En aquella peligrosa altura, en aquella posición incómodamente ambigua, Ormuz y Ariman en una misma pieza, tenía que girar a todas horas el pobre y lastimero dragón de Gastizar. No era extraño que su genio se hubiese agriado y que rechinase con tanta frecuencia.

La soledad le había hecho melancólico. Las alturas aíslan. Aquel viejo basilisco no tenía amigos; únicamente una lechuza parda se posaba en el remate de la veleta y solía estar largo tiempo contemplando desde allí arriba el pueblo.

¿El dragón roñoso y la lechuza de plumas suaves y de ojos redondos se entendían? ¿Quién podía saberlo? ¿Venía ella —el pájaro sabio del crepúsculo— a recibir órdenes de aquel basilisco chirriante e infernal agobiado por su apéndice cristiano? ¿O era el basilisco el que recibía las órdenes de la lechuza?

Si alguien traía órdenes era indudablemente la lechuza. ¿De dónde? Lo ignoramos.

El viejo dragón velaba sobre el pueblo. El dirigía los fantasmas de la noche, él hacía avanzar las nubes oscuras que pasaban delante de la Luna, él irritaba y calmaba los ábregos y los aquilones con sus movimientos bruscos y sus chirridos agudos.

En los días de tempestad, mientras el vendaval soplaba con fuerza, el dragón mugía y chillaba escandalosamente; en las tormentas, a la luz de los relámpagos, se presentaba terrible e iracundo; en cambio, en los días de sol, cuando la claridad dorada se esparcía por las colinas verdes del Labourd, ¡qué humilde!, ¡qué domesticado! ¡Qué buenazo aparecía el dragón de Gastizar vencido por el anagrama cristiano de su cola!

Aun en estos días tranquilos miraba con cierta sorna a la gente que, sin duda, desde su altura le parecía pequeña, a veces se volvía despacio como para dirigir al espectador una cortesía amable, a veces le daba la espalda con un marcado desprecio.

A pesar de su maldad, de su energía y de su furia, el dragón de Gastizar desde hacía algunos años se movía con dificultad para dar sus órdenes.

¿Era que su aditamento cristiano le iba dominando y adormeciendo?

¿Era que sus articulaciones se entorpecían con el reumatismo y la gota?

¿Era solamente la edad?

Fuese lo que fuese, era lo cierto que durante largas temporadas el dragón quedaba inmóvil, sin poder inclinarse ni a la derecha ni a la izquierda, furioso, amenazando con un ademán de cómica impotencia al universo.

A veces una ráfaga de aire le infundía un momento de vida y sus garras se agitaban estremecidas en el aire y su lengua de llamas vibraba con saña, pero al poco tiempo volvía a su inmovilidad con el aspecto triste de un paralítico.

Alguien, probablemente algún burlón, había echado a volar la especie de que la anquilosis de la veleta coincidía con la tranquilidad de la villa, y, en cambio, sus movimientos bruscos, con los conflictos, con las guerras, con las pestes, con las revoluciones…


Pío Baroja
La veleta de Gastizar
Memorias de un hombre de acción - 8


El dragón de la veleta de Gastizar

04 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 21 de 365

 SU MODO DE VIVIR EN LA VEJEZ

Deseáis, señor Sarmiento,
Saber en estos mis años,
Sujetos a tantos daños,
Como me porto y sustento.
Yo os lo diré en brevedad,
Porque la historia es bien breve,
Y el daros gusto se os debe
Con toda puntualidad.
Salido el sol por oriente,
De rayos acompañado,
Me dan un huevo pasado
Por agua, blando y caliente,
Con dos tragos del que suelo
Llamar yo néctar divino,
Y a quien otros llaman vino
Porque nos vino del cielo.
Cuando el luminoso vaso
Toca en la meridional,
Distando por un igual
Del oriente y del ocaso,
Me dan asada y cocida
De una gruesa y gentil ave,
Con tres veces del suave
Licor que alegra la vida.
Después que cayendo viene
A dar en el mar hesperio,
Desamparando el imperio
Que en este horizonte tiene,
Me suelen dar a comer
Tostadas en vino mulso,
Que el enflaquecido pulso
Restituyen a su ser.
Luego me cierran la puerta,
Yo me entrego al dulce sueño;
Dormido soy de otro dueño,
No sé de mí nueva cierta.
Hasta que, habiendo sol nuevo,
Me cuentan como he dormido;
Y así, de nuevo les pido
Que me den néctar y huevo.
Ser vieja la casa es esto,
Veo que se va cayendo;
Voyle puntales poniendo,
Porque no caiga tan presto.
Mas todo es vano artificio;
Presto me dicen mis males
Que han de faltar los puntales
Y allanarse el edificio.

Baltasar del Alcázar

03 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 20 de 365

(Sigue del día anterior)
 En las altas montañas de nuestro país hay un pueblecito con un campanario pequeño pero muy puntiagudo que se destaca entre el verde de nuestros árboles frutales gracias al color rojo con el que están pintadas las ripias de su tejado, y que gracias a este color rojo se hace visible a lo lejos entre vaporosas sombras azuladas de la montaña. El pueblecito está justo en medio de un valle bastante amplio que casi tiene la forma de un círculo alargado. Además de la iglesia tiene una escuela, una casa consistorial y varias casas buenas que forman una plaza con cuatro lados en cuyo centro hay una cruz de piedra. Esas casas no son simples casas de labranza, sino que albergan también aquellos oficios artesanales imprescindibles al género humano y que están destinados a cubrir la única demanda de ese tipo de productos que tienen los habitantes de las montañas. En el valle y alrededor de las montañas hay aún muchas cabañas dispersas, como suele suceder en los pueblos de montaña, y que no sólo pertenecen a la iglesia y a la escuela, sino que también pagan su tributo a aquellos artesanos de los que hemos hablado con la compra de sus productos. Al pueblo pertenecen algunas cabañas más, que es imposible divisar desde el valle, aún más escondidas en las montañas; sus habitantes rara vez salen a visitar a sus vecinos, y en invierno con frecuencia se ven obligados a conservar sus muertos para llevarlos a enterrar una vez que se derritan las nieves. La persona más importante que los aldeanos alcanzan a ver en el transcurso del año es el párroco, lo respetan muchísimo y acontece a menudo que éste, por su larga estancia en el pueblo, se haga a la soledad de tal modo que no le disguste quedarse y sencillamente siga viviendo en él. Por lo menos, no ha sucedido desde tiempos inmemoriales que el párroco del pueblo haya sido alguien indigno de su cargo o con deseos de salir de allí.
No hay carreteras en el valle, tienen sus caminos de carros por los que llevan a casa los productos de sus campos en carretas de un solo tiro, y por esa razón vienen pocas personas al valle; entre éstas a veces hay un caminante solitario, amante de la naturaleza, que se queda unos días en la ornamentada habitación superior de la posada y contempla las montañas, o incluso un pintor que llena su carpeta con dibujos del pequeño y puntiagudo campanario y de las hermosas cumbres de los riscos. Por lo tanto, los habitantes constituyen un mundo cerrado, todos ellos se conocen entre sí por el nombre y saben las historias de cada cual desde el abuelo y el bisabuelo. Todos ellos hacen duelo cuando uno muere, saben cómo se llama el que nace, tienen sus propios litigios que solventan entre sí, se apoyan mutuamente y acuden juntos cuando ocurre algo extraordinario. Son muy constantes y apegados a lo antiguo. Si se cae una piedra de una pared la vuelven a colocar, las casas nuevas se construyen como las antiguas, los tejados deteriorados se reparan con las mismas ripias, y si en una casa hay vacas manchadas se sigue criando la misma clase de terneros y el color se queda en la casa.
Hacia el mediodía se ve desde el pueblo una montaña nevada que, con sus brillantes picos, casi parece estar por encima de los tejados, aunque de hecho no esté ni mucho menos tan cerca. A lo largo de todo el año mira hacia el valle con sus rocas salientes y sus blancas superficies. La montaña es lo más llamativo que tienen en el valle, y como tal se ha convertido en objeto de la atención de los habitantes y en el centro de muchas historias. No hay hombre ni viejo alguno en el pueblo que no tenga algo que contar de las aristas y picos de la montaña, de las grietas del glaciar y de sus grutas, de sus agujas y de sus cantos rodados, algo que le haya ocurrido a él mismo, o que se lo haya oído contar a otros. Esta montaña es también el orgullo del pueblo, como si la hubieran hecho ellos mismos, y no está del todo claro, aun cuando se tenga en gran estima la probidad y el amor a la verdad de los habitantes del valle, si no hay veces que mienten en honor y fama de la montaña. La montaña, además de ser la curiosidad del lugar, les proporciona beneficios reales a los habitantes, pues cuando llega un grupo de visitantes para ascender a ella desde el valle los habitantes del pueblo les sirven como guías, y el haber sido guía, haber visto esto y aquello, conocer tal y cual lugar, es una distinción que a cualquiera le gusta lucir. A menudo hablan de ello cuando se reúnen en la taberna y relatan sus proezas y sus fantásticas experiencias, y nunca olvidan contar lo que dijo tal o cual viajero y lo que recibieron de él como pago por sus esfuerzos. Aparte de esto, la montaña, desde sus flancos nevados, manda las aguas que alimentan un lago en la parte alta de sus bosques y que originan el arroyo que discurre alegre por el valle, que mueve el aserradero, el molino y otras pequeñas industrias, arroyo que limpia el pueblo y en el que abreva el ganado. De los bosques de la montaña procede la madera y también son ellos los que detienen los aludes. En las galerías y grietas internas de las alturas se sumen las aguas que luego discurren en venas, atraviesan el valle y surgen en pequeños manantiales y fuentes de los que beben los hombres y que brindan al forastero su magnífica agua, muchas veces encomiada. Pero ellos no piensan en estos beneficios y dicen que siempre ha sido así.

Adalbert Stifter

Piedras de colores

«Cristal de roca» y «Creta blanca»


Adalbert Stifter (1805-1868) fue un escritor austriaco perteneciente a la corriente Biedermeier.


Título original: Bunte Steine
Adalbert Stifter, 1853
Traducción: Juan Conesa Sánchez & Jesús Alborés

02 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 19 de 365


Nuestra Iglesia celebra diferentes fiestas que llegan al corazón. Apenas cabe imaginar algo más hermoso que Pentecostés, algo más grave y sagrado que la Pascua. La tristeza y melancolía de la Semana Santa, seguidas de la solemnidad del domingo de Resurrección, nos acompañan a lo largo de nuestra vida. Una de las fiestas más hermosas la celebra la Iglesia casi mediado el invierno, casi cuando las noches son más largas y los días más cortos, cuando el sol se mantiene más oblicuo sobre nuestras campiñas y la nieve cubre todos los campos: la fiesta de Navidad. Como en muchos países, el día anterior a la fiesta que conmemora el nacimiento del Señor, que en muchos países se llama la víspera de Navidad, entre nosotros se llama día de Nochebuena; el día siguiente Navidad y la noche que media entre ambos Nochebuena. La Iglesia católica celebra la Navidad, día del nacimiento del Salvador, con la máxima solemnidad ritual, y en la comarca se santifica con brillantes ceremonias nocturnas la medianoche, hora del Nacimiento del Señor, ceremonias a las que los vecinos acuden presurosos invitados por las campanas que resuenan a través del callado y oscuro aire invernal de la medianoche portando luces o atravesando bosques por los oscuros y bien conocidos senderos de las nevadas montañas, y cruzando huertos cuyo suelo cruje al pisarlo, dirigiéndose a la iglesia de donde sale aquel repique solemne y que con sus largas vidrieras iluminadas se eleva en medio del pueblo encerrado entre árboles cubiertos de hielo.
A la fiesta de la iglesia va unida una fiesta hogareña. En casi todos los países cristianos se ha extendido la costumbre de mostrar a los niños la llegada del niñito Jesús, —también un niño, el más maravilloso que jamás viera el mundo— como algo alegre, brillante y solemne, que sigue manteniendo su influencia toda la vida y que a veces, aun entrados en años, recordando momentos sombríos, melancólicos o conmovedores es como una mirada hacia el tiempo pasado que vuela con alas brillantes y llenas de calor por el desolado, triste y vacío cielo nocturno. Se acostumbra a darles a los niños los regalos que les ha traído el Santo Niño para causarles alegría. Esto suele hacerse en Nochebuena, cuando ha comenzado el profundo crepúsculo y se encienden luces, la mayoría de las veces muchas, velitas que a menudo se balancean reposando sobre las hermosas ramas verdes de un pequeño abeto o pino colocado en el centro de la sala. A los niños no se les deja entrar hasta que se da la señal de que el Niño Dios ya ha estado allí y ha dejado los regalos que traía consigo. En ese momento se abre la puerta, se les permite entrar a los pequeños y ven el maravilloso resplandor brillante de las luces, ven las cosas que cuelgan del árbol o extendidas en la mesa y que sobrepasan con mucho todo lo que hubieran podido imaginar, no se atreven a tocarlas, y cuando por fin las han recibido las llevan en sus bracitos toda la noche y las meten consigo en la cama. Cuando después, entre sueños, oyen las campanadas de medianoche con las que se llama a los mayores a orar en la iglesia, entonces podría parecerles que los angelitos atraviesan en ese momento el cielo o que Cristo vuelve a casa, después de haber visitado y llevado un magnífico presente a cada niño.
El día siguiente, la Navidad, será ese día tan solemne en el que estén con sus ropas más hermosas en la cálida sala, cuando el padre y la madre se arreglen para ir a la iglesia, y cuando al mediodía haya una comida de celebración mejor que la de cualquier otro día del año, será cuando por la tarde o al anochecer vengan amigos y conocidos y se sienten en las sillas y en los bancos y puedan hablar entre ellos mirando placenteramente por las ventanas el paisaje invernal, mientras caen lentos los copos o una opaca niebla ciñe las montañas o se oculte un sol frío de un rojo intenso. En distintos lugares de la estancia, sobre una sillita, o sobre un banco, o en el alféizar de la ventana están esparcidos los mágicos regalos de ayer, aunque ahora ya mejor conocidos y más familiares.
Después transcurre el largo invierno, llega la primavera y el interminable verano; y cuando la madre vuelve a hablar sobre el Niño Dios, de que pronto será su fiesta y de que también ahora bajará, a los niños les parece como si hubiera transcurrido una eternidad desde la última vez, y como si la alegría de entonces se encontrara en una latitud lejana y nebulosa.
Como esa fiesta perdura tanto y como su destello llega hasta tan lejos en nuestra vida, por eso la vivimos con tanta alegría cuando los niños la celebran y se regocijan con ella.

Adalbert Stifter

Piedras de colores

«Cristal de roca» y «Creta blanca»


Adalbert Stifter (1805-1868) fue un escritor austriaco perteneciente a la corriente Biedermeier.


Título original: Bunte Steine
Adalbert Stifter, 1853
Traducción: Juan Conesa Sánchez & Jesús Alborés


01 febrero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 18 de 365

SONETO V

Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escrebir de vos deseo;
vos sola lo escrebistes, yo lo leo
tan solo, que aunque de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

Garcilaso de la Vega


Garci Lasso de la Vega (Toledo1491/1503-Niza14 de octubre de 1536), más conocido como Garcilaso de la Vega,​ fue un poeta y militar español del Siglo de Oro.

TRECE LINEAS (más o menos)

28 enero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 17 de 365

ERA un dragón, una sierpe, una salamandra, un monstruo hórrido, difícil de clasificar, con una corona de tres picos en la cabeza y un dedo de su mano derecha en los labios como para imponer silencio. ¿A quién? No lo sabemos.

Este dragón se hallaba encaramado sobre el mundo, una bola de hierro negra, sujeta en un vástago y tenía la humorada de señalar el Norte y el Sur, el Este y el Oeste, cosa no difícil de comprender si se añade que el grifo, basilisco o dragón, formaba parte de un pequeño y simpático artefacto que llamamos veleta.

Esta veleta coronaba la torre de la casa solariega de un pueblo labortano.

Era un monstruo rabioso, aquel monstruo indefinido que dominaba su mundo, un monstruo rechinador, malhumorado, que giraba desde hacía muchos años, no sabía cuántos, en la vieja torre de Ustaritz que tenía Gastizar por nombre.

Sus garras amenazaban alternativamente a los cuatro puntos cardinales, de su boca salían llamas que por arte mágico se convertían en una flecha, sus orejas estaban atentas a todo cuanto se hablaba y se murmuraba en el pueblo.

27 enero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 16 de 365

SOBRE EL HIPOPÓTAMO Y EL COCODRILO (creaciones sublimes de Dios)
 
15 Contempla ahora a Behemot;
es mi criatura, como tú;
se alimenta de hierba, como el buey.
16 Fíjate en la fuerza de sus lomos,
en el vigor de los músculos del vientre;
17 empina su cola como un cedro,
se traban los nervios de sus muslos;
18 sus huesos son tubos de bronce,
sus miembros son barras de hierro.
19 Es la obra maestra de Dios,
su Hacedor lo amenazó con la espada.
20 Los montes le pagan su tributo,
junto a él retozan las bestias.
21 Se tumba debajo de los lotos,
oculto en el carrizal de la marisma;
22 los lotos lo cubren con su sombra,
los sauces del río lo protegen.
23 No teme que el río se desborde,
que un Jordán espumee en su hocico.
24 ¡A ver quién lo atrapa si él lo advierte,
o le perfora la nariz con ganchos!
25 ¿Pescarías con anzuelo a Leviatán?,
¿sujetarías su lengua con cuerdas?
26 ¿Le pasarías un cordel por la nariz?,
¿traspasarías su mandíbula con garfios?
27 ¿Te vendría con súplicas insistentes?,
¿te aplacaría con suaves palabras?
28 ¿Firmaría un contrato contigo,
para ser tu siervo de por vida?
29 ¿Jugarías con él como con un pájaro?,
¿lo atarías para diversión de tus hijas?
30 ¿Podrían subastarlo los pescadores
o ponerlo en venta los mercaderes?
31 ¿Le acribillarías la piel con arpones,
la cabeza con artes de pesca?
32 ¡Si le pones la mano encima,
no querrás recordar la batalla!
Capítulo 41
1 La esperanza de atraparlo es ilusoria;
su sola presencia aterra;
2 ¡nadie intentaría provocarlo!
¿Quién resistirá frente a él?
3 ¿Quién fue hacia él impunemente?
¡Nadie bajo el cielo!
4 Tendré que hablar también de su arrogancia,
de su palabra firme y su alegato.
5 ¿Quién atravesó su envoltura
y penetró por su doble coraza?
6 ¿Quién abrió las puertas de sus fauces,
rodeadas de dientes espantosos?
7 Su lomo son hileras de escudos,
bien apretados y sellados;
8 sus piezas tan unidas y trabadas
que ni el aire se filtra entre ellas;
9 se sueldan unas con otras,
formando un sólido bloque.
10 Su estornudo emite destellos,
sus ojos parpadean como el alba.
11 Sus fauces escupen antorchas,
emiten chispas de fuego;
12 de sus narices sale una humareda,
como caldero que hierve atizado;
13 su aliento enciende carbones,
expulsa llamas por su boca.
14 Su fuerza reside en su cuello,
ante él se estremece el espanto.
15 Son compactos los repliegues de su carne;
soldados al cuerpo, ni se mueven.
16 Su corazón es duro como roca,
resistente como piedra molar.
17 Su majestad espanta a los dioses,
al oír su estrépito retroceden.
18 No valen espadas contra él,
ni dardo, lanza o jabalina.
19 El hierro le resulta paja,
madera podrida el bronce.
20 No hay flecha que le haga escapar,
las piedras de la honda son tamo.
21 Tamo le parece el mazo,
se burla del venablo que vibra.
22 Su vientre son lastras afiladas,
que arrastra como trillo por el lodo.
23 Hace hervir el fondo como olla,
convierte el mar en pebetero.
24 A su espalda deja un surco luminoso,
una blanca cabellera en el abismo,
25 Nadie se le iguala en la tierra,
pues es criatura sin miedo.
26 Se enfrenta a todo lo arrogante,
es el rey de todas las bestias».

Anónimo
Libro de Job

26 enero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 15 de 365

 El mayor de los tesoros de Aarón, además de su mujer —Esther—, era su hijo: un muchacho que jugaba sobre las alfombras, un muchacho de redondos y negros ojos que estaba provisto de toda la belleza oriental de su estirpe. Este muchacho era Abdías, quien más tarde sería un hombre desdichado, pero que ahora era todavía una tierna y bella flor que había brotado del seno de Esther. Sobre estas dos riquezas acumulaba Aarón todo lo que pensaba que podría hacerles afortunados: bienes de los que él sabía que los poderosos de la tierra, los sultanes y los antiguos reyes de su pueblo, habían luchado por conseguir como los más preciados de la vida. Bien es verdad que algunas veces él vislumbraba, en horas de aislamiento, que podría haber otra dicha que se hallase en el espíritu y en el corazón; pero, no llegando a comprender su fugaz sentimiento, tuvo esto por una especie de dolor que había que alejar. El único provecho que sacó de semejantes pensamientos fue el propósito de coger un día a su hijo, cuando fuese mayor, y montarle en un camello para conducirle a Kahira a trabajar junto a un médico, para que así fuese más sabio —como en tiempos hicieron los antiguos profetas de su estirpe—. Pero fuera de eso nada más, porque ese sentimiento cayó de nuevo en el olvido; así que el muchacho no tenía nada en lo que su espíritu pudiera desarrollarse, salvo el ancho cielo sobre sí, que él tenía por el manto de Jehová: el Dios que había creado las montañas, las nubes y todo lo demás, y cuyos hijos se reunirían con él algún día para la gloria eterna. Vamos a pasar de largo su infancia y adolescencia, puesto que no hay otra cosa que decir que se crio en la opulencia del reino y que vivió bajo el excesivo amor de sus padres.

Pero por fin llegó el día en el que también Abdías tuvo que introducirse en su destino, lo mismo que ese destino, bueno o malo, había quedado dispuesto desde hacía siglos para su pueblo; ¡y sabe Dios el tiempo que todavía lo seguirá disponiendo! A partir de ese día, el padre, Aarón, le condujo fuera, haciéndole pasar de los más ricos aposentos de los que había gozado hasta entonces a los más pobres, ya que le puso un andrajoso caftán y le dijo: «Abdías, hijo, ve por el mundo y, dado que el hombre no posee nada sino lo que puede conseguir por sí mismo, y que a cada momento tiene que volver de nuevo a obtener, y dado que este no puede asegurarse nada sino solamente la aptitud para esta obtención, así marcha y apréndela tú; aquí te doy un camello y una moneda de oro porque hasta que no hayas logrado por ti mismo tanto como para que un solo hombre pueda subsistir en la vida, no te daré nada más; si fueses un haragán, entonces no recibirías nada tras mi muerte. Visítanos a tu madre y a mí con frecuencia, y regresa cuando tengas tanto como para que un ser humano pueda vivir. Te daré entonces tanto como para que pueda vivir una segunda persona contigo: puedes traerte una esposa; intentaremos alojaros y buscaros un lugar en nuestra choza para vivir allí dentro y gozar de la felicidad con la que Jehová os bendiga. Pero ahora, sin embargo, querido hijo Abdías, yo te bendigo. Tienes que marcharte y no seas desleal al nido en el que te has alimentado».


Adalbert Stifter

Abdías

Título original: Abdias

Adalbert Stifter, 1853

Traducción: Carlos d’Ors Führer

El libro nos cuenta, con el carácter y la forma de las narraciones bíblicas proféticas, las desventuras del judío Abdías. Increíbles saltos en el tiempo de la historia generan lo lapidario y lo lacónico de esta narración en torno a un personaje que inequívocamente reproduce la figura bíblica de Job. A pesar de ello, Abdías no es ningún Job moderno. Es una persona que sufre, que aguanta y soporta, y no porque sea un pecador, sino precisamente por lo contrario, porque es un hombre piadoso y honesto.
Esta nouvelle ha sido considerada una de las más hermosas de la literatura en lengua alemana y Thomas Mann llegó a decir que su autor era «uno de los narradores más singulares, más enigmáticos, más discretamente osados, más curiosos y más seductores de la literatura mundial».

25 enero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 14 de 365

LA HISTORIA DEL NÁUFRAGO
(c. 1995-1965 a. C.)

Además de los textos oficiales o funerarios de carácter religioso, muy poco se conoce de la propiamente literatura egipcia. Gracias a que eran copiados para atender el gusto popular, se conservan algunos papiros con cuentos, poemas y reflexiones morales. Uno de los cuentos más famosos, la Historia de Sinué —demasiado extenso para incluirle en esta obra—, refiere las aventuras de un egipcio que, temeroso de un castigo, se interna por tierras asiáticas, llega a Siria, se convierte en jefe de una tribu de beduinos y, al fin, regresa a su patria para reanudar su vida y su inmutable destino. Otro de estos cuentos populares del Imperio Medio como el de Sinué, es La historia del náufrago, cuento fantástico en el que es notable la inesperada generosidad del monstruo marino que el náufrago encuentra en la isla. «El optimismo y la gentileza —observa Pierre Gilbert— del cuento egipcio, en que el monstruo no descansa hasta devolver al náufrago a su patria cargado de regalos, son características de la mentalidad egipcia».


Un servidor experto dijo: «Regocíjate, príncipe; hemos llegado a la tierra de Egipto. Se ha cogido el machote, se ha clavado el poste y la amarra está en tierra. Se cantan las alabanzas de Dios y se le dan gracias, y cada cual abraza a su camarada. Nuestra marinería ha llegado sin daño alguno y nuestros soldados no han experimentado pérdidas. Hemos llegado hasta el fin del país del Wawat, pasando por delante de Senmet, y hemos aquí vuelto felizmente a nuestro país. Escúchame, príncipe, que yo no exagero. Lávate y vierte agua sobre tus dedos y luego responde cuando te inviten a hablar. Háblale al rey según tu corazón y no vaciles al responder. La boca del hombre es la que le salva, y su palabra la que hace que sea condescendiente con él. Pero, de todos modos, harás lo que quieras. Se cansa uno de aconsejarte.
Quiero contarte ahora una aventura análoga que me ocurrió a mí cuando fui enviado a una mina del soberano y descendí al mar con un barco de ciento veinte varas de largo y cuarenta de ancho, en el que navegaban ciento veinte marineros de los mejores de Egipto. Miraban al cielo y a la tierra, y los presagios llenaban de valor su corazón. Anunciaban una tormenta antes de que hubiera llegado; preveían una marejada antes de producirse.
Al sobrevenir la tormenta nos hallábamos en el mar, sin que hubiéramos tomado aún tierra; sopló el viento y levantó una ola de más de ocho varas de alto. Yo pude asirme a una tabla. Se hundió el barco y no quedó con vida ninguno de los que lo tripulaban. Gracias a una ola del mar fui arrojado a una isla, donde pasé tres días solo, sin otro compañero que mi corazón. Me acostaba en el hueco de un árbol y abrazaba las sombras. Por el día estiraba mis piernas en busca de algo que pudiera meter en la boca. Hallé higos y uvas y todo género de frutas magníficas. Había también peces y pájaros; no hay nada que allí no se encontrase. Me sacié y dejé abandonado lo que mis manos no podían transportar. Me fabriqué un encendedor, encendí fuego e hice un holocausto.

24 enero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 13 de 365

Su perro favorito llevaba unos días enfermo y no le había llegado ningún informe durante aquella mañana. Abrió la puerta que había cerca de la chimenea y que conducía, a través de un pequeño pasillo encelado, a su tocador.
—¡Isabel! —gritó—. ¿Cómo está Tommie?
Una voz fresca y joven contestó desde detrás de la cortina que cerraba el otro extremo del corredor.
—No está mejor, milady.
Un tenue ladrido siguió a la joven voz, que añadió (en el lenguaje de los perros):
—¡Mucho peor, milady, mucho peor!
Lady Lydiard volvió a cerrar la puerta con muestras de compasión por Tommie, y paseó lentamente de un lado para otro por el espacioso salón, esperando la vuelta del administrador.
Correctamente descrita, la viuda de Lord Lydiard era baja y gorda, peligrosamente cerca de su sexagésimo aniversario. Pero puede decirse tranquilamente, y sin que sea un cumplido, que aparentaba ser más joven, como, por lo menos, unos diez años menos. Su complexión era de ese tipo de delicado tono rosado que se observa algunas veces en las ancianas que conservan bien sus facciones. Sus ojos (también excelentemente conservados) eran de ese azul claro y brillante que sienta tan bien y que no se descolora con la prueba de las lágrimas. A todo ello se le había de añadir una nariz pequeña, rellenas mejillas que desafiaban las arrugas. El blanco cabello iba peinado con duros y consistentes rizos pequeños; y, si una muñeca pudiera envejecer, Lady Lydiard hubiera sido la imagen viviente de la misma, tomándose la vida con tranquilidad en su camino hacia la más bella de las tumbas, en un cementerio donde los mirtos y las rosas crecen todo el año.
Si aquéllas eran las virtudes personales de Su Señoría, la historia imparcial deberá reconocer la lista de sus defectos: una completa falta de tacto y gusto en el atavío. El lapso de tiempo transcurrido desde la muerte de Lord Lydiard le había dado la libertad para vestirse como le gustaba. Arreglaba su baja y regordeta figura con colores que resultaban demasiado chillones para una mujer de su edad. Sus vestidos, mal elegidos, al igual que su colorido, puede que no estuvieran mal confeccionados, pero, con certeza, estaban mal llevados. Moral y físicamente debe decirse que su aspecto exterior era el peor. Las anomalías en su vestimenta armonizaban con las de su carácter. Había momentos en los que se sentía y hablaba como corresponde a una dama de su rango; y había otros momentos en los que se comportaba y hablaba como si fuera una cocinera en la cocina. Tras estas superficiales inconsistencias, su grandeza de corazón y lo esencialmente sincero y generoso de la naturaleza de la mujer, sólo esperaban la ocasión precisa para que salieran por sí mismos.

Wilkie Collins (Londres, 8 de enero de 1824 - ib., 23 de septiembre de 1889) - El dinero de Milady

Título original: Milady’s Money
Wilkie Collins, 1879
Traducción: Francisco Arellano Selma


22 enero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 12 de 365

 Vida de un estudiante
¿Qué pensaban los estudiantes del sistema de educación a que estaban sometidos? Eso es lo que nos dirá el estudio de un texto muy curioso, con una antigüedad de 4000 años y cuyos fragmentos acaban de ser reunidos y traducidos.
Este documento, uno de los más humanos de todos los que hayan salido a la luz del día en el Próximo Oriente, es un ensayo sumerio dedicado a la vida cotidiana de un estudiante. Compuesto por un maestro de escuela anónimo, que vivió 2000 años antes de la era cristiana, nos revela en palabras sencillas y sin ambages hasta qué punto la naturaleza humana ha permanecido inmutable desde millares de años.
El estudiante sumerio de quien se habla en el ensayo en cuestión, y que no difiere en gran cosa de los estudiantes de hoy en día, teme llegar tarde a la escuela «y que el maestro, por este motivo, le castigue». Al despertarse ya apremia a su madre para que le prepare rápidamente el desayuno. En la escuela, cada vez que se porta mal, es azotado por el maestro o uno de sus ayudantes. Por otra parte, de este detalle sí que estamos completamente seguros, ya que el carácter de escritura sumeria que representa el «castigo corporal» está constituido por la combinación de otros dos signos, que representan, respectivamente, el uno la «baqueta» y el otro la «carne».
En cuanto al salario del maestro parece que era tan mezquino como lo es hoy día; por consiguiente, el maestro no deseaba sino tener la ocasión de mejorarlo con algún suplemento por parte de los padres.
El ensayo en cuestión, redactado sin duda alguna por alguno de los profesores adscritos a la «casa de las tablillas», comienza por esta pregunta directa al alumno: «Alumno: ¿dónde has ido desde tu más tierna infancia?». El muchacho responde: «He ido a la escuela». El autor insiste: «¿Qué has hecho en la escuela?». A continuación, viene la respuesta del alumno, que ocupa más de la mitad del documento y dice, en substancia, lo siguiente: «He recitado mi tablilla, he desayunado, he preparado mi nueva tablilla, la he llenado de escritura, la he terminado; después me han indicado mi recitación y, por la tarde, me han indicado mi ejercicio de escritura. Al terminar la clase he ido a mi casa, he entrado en ella y me he encontrado con mi padre que estaba sentado. He hablado a mi padre de mi ejercicio de escritura, después le he recitado mi tablilla, y mi padre ha quedado muy contento… Cuando me he despertado, al día siguiente, por la mañana, muy temprano, me he vuelto hacia mi madre y le he dicho: “Dame mi desayuno, que tengo que ir a la escuela”. Mi madre me ha dado dos panecillos y yo me he puesto en camino. En la escuela, el vigilante de turno me ha dicho: “¿Por qué has llegado tarde?”. Asustado y con el corazón palpitante, he ido al encuentro de mi maestro y le he hecho una respetuosa reverencia».
Pero, a pesar de la reverencia, no parece que este día haya sido propicio al desdichado alumno. Tuvo que aguantar el látigo varias veces, castigado por uno de sus maestros por haberse levantado en la clase, castigado por otro por haber charlado o por haber salido indebidamente por la puerta grande. Peor todavía, puesto que el profesor le dijo: «Tu escritura no es satisfactoria»; después de lo cual tuvo que sufrir nuevo castigo.
Aquello fue demasiado para el muchacho. En consecuencia, insinuó a su padre que tal vez fuera una buena idea invitar al maestro a la casa y suavizarlo con algunos regalos, cosa que constituye, con toda seguridad, el primer ejemplo de adulación interesada de que se haya hecho mención en toda la historia escolar. El autor prosigue: «A lo que dijo el alumno, su padre prestó atención. Hicieron venir al maestro de escuela y cuando hubo entrado en la casa, le hicieron sentar en el sitio de honor. El alumno le sirvió y le rodeó de atenciones, y de todo cuanto había aprendido en el arte de escribir sobre tabletas hizo ostentación ante su padre».
El padre, entonces, ofreció vino al maestro y le agasajó, «le vistió con un traje nuevo, le ofreció un obsequio y le colocó un anillo en el dedo». Conquistado por esta generosidad, el maestro reconforta al aspirante a escriba en términos poéticos, de los que ahí van algunos ejemplos: «Muchacho: Puesto que no has desdeñado mi palabra, ni la has echado en olvido, te deseo que puedas alcanzar el pináculo del arte de escriba y que puedas alcanzarlo plenamente… Que puedas ser el guía de tus hermanos y el jefe de tus amigos; que puedas conseguir el más alto rango entre los escolares… Has cumplido bien con tus tareas escolares, y hete aquí que te has transformado en un hombre de saber».

Samuel Noah Kramer (1897) ALGUNAS CREACIONES DE LA CULTURA SUMERIA

José Luis Martínez

El mundo antiguo I

Mesopotamia / Egipto / India


[TRECE LINEAS (más o menos)]


21 enero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 11 de 365

CANTO DE AMOR AL REY SHU-SIN
(c. 2500 a. C.)
Shu-sin reinó en Sumeria hacia 2510 a. C. y éste es acaso el primer canto de amor de la humanidad. Debió ser un rito de fecundidad o un ritual de matrimonio sagrado. La mujer que lo canta pudo ser una de las sacerdotisas de Inanna, diosa del amor y la procreación. Anticipa algo del tono del Cantar de los cantares bíblico.

Esposo, amado de mi corazón.
Grande es tu hermosura, dulce como la miel.
León, amado de mi corazón,
Grande es tu hermosura, dulce como la miel.
Tú me has cautivado, déjame que permanezca temblorosa ante ti;
Esposo, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara;
Tú me has cautivado, déjame que permanezca temblorosa ante ti;
León, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara.
Esposo, déjame que te acaricie;
Mi caricia amorosa es más suave que la miel.
En la cámara llena de miel,
Deja que gocemos de tu radiante hermosura;
León, déjame que te acaricie;
Mi caricia amorosa es más suave que la miel.
Esposo, tú has tomado tu placer conmigo;
Díselo a mi madre, y ella te ofrecerá golosinas;
A mi padre, y te colmará de regalos.
Tu alma, yo sé cómo alegrar tu alma;
Esposo, duerme en nuestra casa hasta el alba.
Tu corazón, yo sé cómo alegrar tu corazón;
León, durmamos en nuestra casa hasta el alba.
Tú, ya que me amas,
Dame, te lo ruego, tus caricias.
Mi señor dios, mi señor protector,
Mi Shu-Sin, que alegra el corazón de Enlil,
Dame, te lo ruego, tus caricias.
Tu sitio dulce como la miel,
te ruego que pongas tu mano encima de él,
Pon tu mano encima de él como sobre una capa-gishban,
Cierra en copa tu mano sobre él
como sobre una capa-gishban-sikin.
Este es un poema-balbale de Inanna.

Tablillas sumerias con escritura cuneiforme. Traducción Samuel Noah Kramer/Muazzeg Cig/Jaime Elías.

José Luis Martínez

El mundo antiguo I

Mesopotamia / Egipto / India


[TRECE LINEAS (más o menos)]

20 enero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 10 de 365

 Otro día, saliendo el sol, que era la hora que los indios nos habían dicho, vinieron a nosotros, como lo habían prometido, y nos trajeron mucho pescado y de unas raíces que ellos comen, y son como nueces, algunas mayores o menores; la mayor parte de ellas se sacan de bajo del agua y con mucho trabajo. A la tarde volvieron y nos trajeron más pescado y de las mismas raíces, y hicieron venir sus mujeres y hijos para que nos viesen, y ansí, se volvieron ricos de cascabeles y cuentas que les dimos, y otros días nos tornaron a visitar con lo mismo que estotras veces. Como nosotros veíamos, que estábamos proveídos de pescado y de raíces y de agua y de las otras cosas que pedimos, acordamos de tornarnos a embarcar y seguir nuestro camino, y desenterramos la barca de la arena en que estaba metida, y fue menester que nos desnudásemos todos y pasásemos gran trabajo para echarla al agua, porque nosotros estibamos tales, que otras cosas muy más livianas bastaban para ponernos en él; y así embarcamos, a dos tiros de ballesta dentro en la mar, nos dio tal golpe de agua que nos mojó a todos; y como íbamos desnudos y el frío que hacía era muy grande, soltamos los remos de las manos, y a otro golpe que la mar nos dio, trastornó la barca; el veedor y otros dos se asieron de ella para escaparse; mas sucedió muy al revés, que la barca los tomó debajo y se ahogaron. Como la costa es muy brava, el mar de un tumbo echó a todos los otros, envueltos en las olas y medio ahogados, en la costa de la misma isla, sin que faltasen más de los tres que la barca había tomado debajo. Los que quedamos escapados, desnudos como nascimos y perdido todo lo que traíamos, y aunque todo valía poco, para entonces valía mucho. Y como entonces era por noviembre, y el frío muy grande, y nosotros tales que con poca dificultad nos podían contar los huesos, estábamos hechos propria figura de la muerte. De mí sé decir que desde el mes de mayo pasado yo no había comido otra cosa sino maíz tostado, y algunas veces me vi en necesidad de comerlo crudo; porque aunque se mataron los caballos entretanto que las barcas se hacían, yo nunca pude comer de ellos, y no fueron diez veces las que comí pescado. Esto digo por excusar razones, porque pueda cada uno ver qué tales estaríamos.

Álvar Núñez Cabeza de Vaca

Naufragios y Comentarios


Álvar Núñez Cabeza de Vaca y tres españoles más protagonizaron una de las gestas más memorables de la conquista del Nuevo Mundo: la marcha desde las costas de Florida, siempre hacia el oeste, hasta el Mar del Sur, en pos de la supervivencia y la libertad. Ese largo peregrinar, alternando entre la cautividad y la huida desesperada, fue consecuencia de unos naufragios, físicos y morales.
Fue la gesta de unos españoles que durante diez largos años conocen toda clase de privaciones y calamidades y a los que mantiene vivos su afán por sobrevivir. Al final de su aventura tropezarán con otros españoles que, a sangre y fuego, están llevando a cabo la conquista de Nueva Galicia.
Si la trama de la narración está formada por estas aventuras, el meollo lo constituye el relato de Álvar Núñez sobre las distintas sociedades indígenas que va conociendo y de las que hoy ya sólo queda el testimonio literario del español. De ahí, precisamente, que los Naufragios alcancen singular relevancia sobre todo desde que los pioneros del Far West, allá en el siglo pasado, llevaran a cabo el genocidio amerindio, tan traído y llevado en el cine.
Aunque los Comentarios tienen el objetivo de justificar una labor de gobierno puesta en entredicho por una sublevación contra el Adelantado Álvar Núñez, no podemos olvidar que, por encima del relato leguleyo, sobresale la preocupación indigenista, base fundamental justamente de su defensa ante el Consejo de Indias. Álvar Núñez nos proporciona un conocimiento exhaustivo de la tierra, de su flora y fauna, y, sobre todo, de sus hombres, los indígenas del Río de la Plata, sobre quienes nos ha dejado una minuciosa descripción que hoy adquiere valor de documento inestimable.

[TRECE LINEAS (más o menos)]

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...