14 marzo 2022

Sobre el cuco - El cuco gris de clara canción.

 Cruzamos la habitación hasta llegar a la puerta y la abrí, deteniéndonos en el umbral para mirar el panorama del exterior. El aire frío llegó hasta nosotros, penetrante. Estaba más oscuro, pero la última luz del día persistía con un brillo que parecía salir de la misma nieve. El blanco manto sin hollar se extendía hasta el punto en que las dos grandes acacias, cargadas y medio dibujadas contra la negrura, señalaban el final del césped y enmarcaban el panorama de colinas ahora invisibles en que se plegaban las perdidas aldeas de siderita de Sibford Gower y Sibford Ferris. La nieve caía calladamente y a plomo de un cielo sin viento, y por la puerta abierta percibíamos su enfático silencio. Estábamos encerrados, como en una tumba. En ese momento, oscuramente emborronado como en un dibujo chino, un mirlo que se dirigía a su nido se movió repentinamente al abrigo de un arbusto, giró la cabeza hacia nosotros y después se alejó rápidamente volando bajo sobre la nieve. A la luz crepuscular de la tarde vimos sus ojos y su pico naranja.
«El mirlo de tan negro color,
Con el pico anaranjado» murmuró Alexander.
—Lo citas demasiado oportunamente, hermano.
—¿Demasiado oportunamente?
—¿No recuerdas el resto?
—No.
«El malvis de notas tan puras,
El chochín de pequeñas plumas,
El pinzón, la alondra y el gorrión,
El cuco gris de clara canción.
Cuyas notas plenas en muchos hombres dejan huella
Y no osan desoír su llamada».
Alexander guardó silencio durante unos momentos. Después dijo:
—¿Has sido fiel a Antonia?
La pregunta me cogió por sorpresa. No obstante, contesté en seguida:
—Claro que sí.
Alexander suspiró. La luz entraba en el salón y proyectaba en el aire que se oscurecía un cono de oro por el que los copos de nieve, ya grises y apenas visibles, se filtraban para convertirse, durante unos momentos, antes de posarse, en oropel. De la ventana colgaba la rama de acebo que Rosemary trenzaba laboriosamente todas las navidades, como le había enseñado mi madre, adornaba con bolas de colores y naranjas y pájaros de larga cola, velas y muérdago, y en ese momento, vi a mi hermana subirse a una silla para encender las velas. Parpadearon y en seguida la llama se elevó con un fuerte brillo al balancearse el viejo y ambiguo símbolo con la brisa que siempre ronda esas altas ventanas victorianas que no encajan bien.
—¿Por qué «claro»? —dijo Alexander.
En ese momento oímos el tintineo del piano. Rosemary empezaba a tocar un villancico. Era Once in Roy al David’s City.
 
Iris Murdoch
La cabeza cortada
 
«La cabeza cortada» tiene tono de farsa y trata de un sexteto amoroso, o de un hexágono, según si a uno le parece que estas formaciones se parecen más a grupos musicales o a figuras geométricas, y según si le parece que sus miembros son más como intérpretes o más como lados de una misma cosa. Martin ama a su esposa, Antonia, y a su amante, Georgie. Un día, Antonia le cuenta que es amante de Anderson, y que se quiere casar con él, aunque no quiere salirse del todo de su actual matrimonio.
Se forma entonces un trío entre Martin, Antonia y Anderson. Luego Antonia se entera de la infidelidad de Martin, y se forma un amago de cuarteto con el trío anterior más Georgie. Martin se enamora a continuación de Honor, la hermana de Anderson, y la encuentra en la cama con Anderson, quien decide dejar a Antonia para seguir en su incesto. Georgie conoce al hermano de Martin, Alexander, y se compromete con él. Pero Alexander está enamorado de su cuñada, Antonia, de quien ha sido amante en secreto durante años.

Arquitecturas y otras imágenes en blanco y negro

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13 marzo 2022

Sobre el cuco - Cuando caminas por la noche y aspiras el olor del heno cortado, mientras escuchas al cuco en el bosque y observas el movimiento de las estrellas, tu corazón

 Hay una edad, recuérdalo, lector, en la que sonríes vagamente, como si en el aire flotaran besos; tienes el corazón henchido de una brisa perfumada, la sangre late acalorada en tus venas, burbujea dentro de ellas como el vino en una copa de cristal; te despiertas más feliz y más rico que la víspera, más palpitante, más emocionado; dulces fluidos ascienden y descienden en tu interior y te recorren deliciosamente con un calor embriagador. Los árboles flexionan sus copas en el viento con suaves torsiones, las hojas se agitan las unas contra las otras como si hablasen entre ellas, las nubes se deslizan y despejan el cielo, en el que brilla la luna y, desde las alturas, se contempla a sí misma en el río. Cuando caminas por la noche y aspiras el olor del heno cortado, mientras escuchas al cuco en el bosque y observas el movimiento de las estrellas, tu corazón —¿no es cierto? —, tu corazón es más puro, está más empapado de aire, de luz y de azul que el horizonte apacible, donde la tierra acaricia al cielo con un beso tranquilo. ¡Oh! ¡Qué perfumados son los cabellos de las mujeres! ¡Qué dulce es la piel de sus manos, qué penetrante su mirada! Pero aquellos ya no eran los primeros deslumbramientos de la infancia, recuerdos perturbadores de los sueños de la noche anterior. Por el contrario, estaba entrando en una vida real, en la que tenía mi lugar, en una armonía inmensa en la que mi corazón cantaba un himno y vibraba grandiosamente. Degustaba con fruición este fascinante crecimiento, y el despertar de mis sentidos incrementaba aún más mi satisfacción. Por fin despertaba de un largo sueño, como el primer hombre de la Creación, y veía frente a mí a un ser semejante a mí mismo, pero dotado de diferencias que establecían entre nosotros una vertiginosa atracción. Y al mismo tiempo sentía por esta nueva forma una emoción desconocida, que llenaba de orgullo mi pensamiento, mientras el sol brillaba más puro, las flores despedían un perfume más embriagador que nunca y la sombra era más dulce y más amable.
 
Gustave Flaubert
Noviembre

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12 marzo 2022

Sobre el cuco - en la misma dirección resonaron las notas del canto de un cuco, especial de aquellas islas.

 En una de aquellas requisas notó una cosa que le preocupó. Iba a volverse al campamento, cuando oyó volar y chillar entre la espesura a varios pájaros, entre ellos algunos de los llamados tamo, que remontaron el vuelo.
Otro cualquiera no hubiese hecho caso de ello; pero el malabar se alarmó. Aquellos volátiles, que no son de la familia de los nocturnos, debían de haberse asustado de algo cuando en la mitad de la noche abandonaron sus nidos.
—Puede haber sido algún animal el que los ha obligado a huir, o quizás una serpiente-murmuró; —pero también puede serla presencia de un hombre.
Se replegó prudentemente hacia el campamento, que, como hemos dicho, estaba en una gran espesura de plátanos silvestres, y se puso a escuchar.
Trascurrieron algunos minutos, y en la misma dirección resonaron las notas del canto de un cuco, especial de aquellas islas.
—¡Cantar de noche! —murmuró el malabar—. Esto no es natural. ¡También ése se ha asustado!
Se inclinó sobre Will, y le despertó sacudiéndole con fuerza.
—¡Preparémonos para irnos, señor! —le dijo—. ¡Ya volveremos después para completar nuestras provisiones!
—¿Qué, nos amenaza algo? —preguntó el contramaestre.
—Tengo la seguridad de que los isleños han descubierto nuestro campamento, y la prudencia aconseja que nos embarquemos. El Nizam puede aparecer de un momento a otro, y los isleños comunicarían a su comandante la presencia de un hombre blanco en estas costas.
—¡Despierta a todos!
 
Emilio Salgari
La Perla Roja

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11 marzo 2022

Sobre el cuco - Cuando volvieron a alejarse, el mosquito, el cuco y los cañones retomaron su trío.

Desde Bar-Le-Duc nos dirigimos hacia el noreste y, a medida que vamos adentrándonos en el bosque de Commercy, empezamos a escuchar de nuevo la Voz del Frente. Aquél era el día más cálido y sosegado de mayo, y, en el claro en que nos detuvimos para almorzar, el familiar sonido de los cañones se apoderó del silencio del mediodía con un estruendo descomunal. En los intervalos entre explosión y explosión no se oía nada, con la única excepción del zumbido de los mosquitos que volaban bajo la húmeda luz del sol, y de la llamada del cuco, como de dríade, que nos llegaba desde profundidades más frondosas. Vimos, al final del sendero, cómo pasaban unos soldados de caballería con sus ropas de un ya muy raído azul, y los flancos de sus caballos brillantes como castañas maduras. Se detuvieron a charlar y aceptaron unos cigarrillos. Cuando volvieron a alejarse, el mosquito, el cuco y los cañones retomaron su trío.

Edith Wharton
De Dunkerque a Belfort
Francia combatiente

Serie: azulejos