CERDEIRA DO MARCO
JOSÉ Onega Viador, conocido por Cerdeira do Marco, pasó toda la vida deseando tener un loro hablador. Cerdeira era un casi albino, esmirriado, friolento, metido debajo de un sombrero negro de ala ancha. Casara con una de las herederas de Sirmunde, la señora Eugenia, alta, pechugona, blanca. Parece ser que hubiera un desliz en el tiempo de varear las castañas, y por ello se hizo tal boda. Cuando murió la señora Eugenia y Cerdeira se encontró dueño del capital, decidió que habían llegado los días de comprar el loro. Además, que no le habían quedado hijos del matrimonio. En Lugo le dieron la dirección de una casa de Barcelona que mandaba, de puerta a puerta, loros, papagayos y toda clase de aves exóticas. Cerdeira escribió pidiendo precios, y le contestaron que precisamente en aquel momento tenían dos loros que hablaban francés, y que los vendían a buen precio, ya el par, ya por pieza. Le mandaban a Cerdeira la fotografía en colores de los dos loritos, y un folleto sobre la cría de estas aves, alimentación, enfermedades más propias, etc. Uno de los loros se llamaba Briand y el otro Calumet, y eran haitianos. Cerdeira fue a consultarse con Domingo de Moure, agrimensor y capador de cerdos, con licencia por León. Cerdeira se inclinaba por Briand, pero Domingo prefería a Calumet.
—¡Tiene levantada la cabeza! ¡Parece más honrado!
—¡Tira algo a soberbio! —apuntaba Cerdeira.
—¡En un forastero no está mal mirado! —sentenció Domingo.
Cerdeira se vino a razones y compró el loro Calumet. Llegó a Lugo sin novedad por La Camerana. Era pequeño, muy inquieto y en un ojo tenía una nube roja. No bien lo sacaron de la caja comenzó a saludar:
—Bon jour, mesdames et messieurs! Mon biscuit, s’il vous plait!
—Biscuit es bizcocho —dijo el maestro del Marco, que estaba presente y era alicantino.
—¡Está aviado! —comentó Cerdeira—. ¿No le serán lo mismo unas sopas en vino con azúcar?
—Voulez-vous une soupe de vin sucre? —le preguntaba el alicantino al loro.
—Landru aupoteau! —se puso a gritar este.
El maestro le explicó a Cerdeira quien fuera Landru. Después, con Domingo de Moure, discutieron cómo ir acostumbrando el loro a la cocina gallega y que se dejase de bizcocho. Calumet estaba calladito, y de vez en cuando se buscaba los piojos con el pico. Aquella jornada le dieron una galleta María mojada en leche y medio melocotón en almíbar.
—¡Sale algo caro este Calumet! —dijo Cerdeira.
El loro durmió en su percha, que la hiciera el propio Cerdeira, quien carpinteaba algo. Antes de apagar la luz, Cerdeira se quedó a solas con el loro y le advirtió:
—¡Yo soy José Onega, tu amo!
—Bon soir, papa! —le respondió Calumet.
A Cerdeira le hizo gracia lo de papá. Soñó que aprendía francés y hablaba con el loro, y este le contaba de su familia, de cómo eran la América Central y Barcelona. Pero, a la mañana siguiente, cuando Cerdeira fue a darle los buenos días al loro, este había desaparecido. Me lo contaba el propio Cerdeira:
—¡Ni rastro del loro!
Durante muchos días, mañana, tarde y noche, Cerdeira buscó a Calumet por la robleda de Eirís, por los castañares de Vilega, en las casas de los vecinos. ¡Nada! Y Cerdeira no sabía consolarse de aquella pérdida. Pasaron dos, tres años, y todavía se recordaba de Calumet.
—¡Qué pronto se había dado cuenta de que yo era su amo! Bon soir, papa!
Y se echaba a llorar. Compró un diccionario francés-español por si Calumet volvía. Un día fue Cerdeira a Lugo, y se sentó donde dicen Vilares a esperar el autobús, a la sombra de unos álamos. Levantó la cabeza porque muy cerca cantaba el cuco.
—¡Créame, don Álvaro! El cuco cantaba, pero en francés. ¡No me explico bien, quizás! Cantaba con el acento mismo de Calumet. ¿Andaría por allí? ¿Dicen algo los libros de si puede haber cría de loro y cuca?
Cerdeira nunca se consoló, repito, de la pérdida de Calumet. Cada vez aparecía más sumergido debajo del sombrero negro. Andaba con el diccionario franco-español debajo del brazo. Pescó una pulmonía y murió. Sus sobrinos me regalaron el diccionario, dentro del cual estaba la fotografía de Calumet que le mandaran de Barcelona a Cerdeira, un loro con la cabeza levantada, y encima de ella un letrero que decía On parte frangais.
SEMBLANZAS Y NARRACIONES BREVES
Álvaro Cunqueiro