16 enero 2022

Sobre el cuco (6) - Reloj

Las emociones de un hombre que llega a una casa de campo para pasar en ella un tiempo indefinido y se ve arrojado a patadas a los veinte minutos de su entrada son, necesariamente, algo caóticas, pero había un punto que Bill veía muy claro, y era que tenía mucho tiempo por delante. No eran todavía las seis, y el día parecía alargarse indefinidamente. A fin de matar las horas, emprendió un vago paseo por aquellas tierras, evitando cuidadosamente pasar por las de delante de la casa, donde el peligro de encontrarse de nuevo con lady Hermione era más grave, y llegó al segundo matorral a la derecha del balcón del dormitorio de Prudence. Allí se sentó a fin de analizar la situación y tratar de valorar exactamente las probabilidades que tenía de volver a ver a la mujer que amaba.
Y tan caprichosa es la fortuna, que antes de que hubiesen transcurrido dos minutos la había vuelto a ver. Cierto es que salió y desapareció como el cuco de un reloj, pero la había visto. Y, como hemos dicho, marcó cuidadosamente el sitio, antes de salir en busca de una escalera.

P. G. Wodehouse
Luna llena
Novela humorística

Vista emblemática de Madrid

Vista emblemática de Madrid

15 enero 2022

Sobre el cuco (5) - Cuervo: un amigo del cuco o casi.

Prefacio a la edición de 1849

Tras haber expresado el ya fallecido señor Waterton, hace algún tiempo, que los cuervos se estaban extinguiendo poco a poco en Inglaterra, le ofrecí las siguientes palabras acerca de mi experiencia con esas aves.
El cuervo de esta historia esta concebido a partir de dos grandes originales de los que fui, en distintos momentos, orgulloso propietario. El primero estaba en la flor de la juventud cuando fue descubierto en un modesto retiro de Londres por un amigo mío, que me lo dio. Tuvo desde el principio, como dice sir Hugh Evans de Anne Page, «buenas dotes» que mejoró por medio del estudio y la atención de manera ejemplar. Dormía en un establo —generalmente encima de un caballo— y tenía atemorizado a un perro ladrador gracias a su sobrenatural sagacidad; era conocido por poder, gracias a la superioridad de su genio, llevarse la comida del perro ante sus narices con total tranquilidad. Estaba adquiriendo rápidamente conocimientos y virtudes cuando, en una mala hora, su establo fue pintado. Observó a los pintores con atención, vio que manejaban con cuidado la pintura, e inmediatamente deseó poseerla. Cuando se fueron a comer, se comió toda la que habían dejado allí, una libra o dos de plomo blanco, y su juvenil indiscreción le llevó a la muerte.
Estando yo inconsolable a causa de su muerte, otro amigo mío de Yorkshire descubrió un cuervo más viejo y más dotado en el pub de una aldea, a cuyo propietario convenció para que le permitiera llevárselo a cambio de una pequeña cantidad de dinero, y me lo hizo llegar. El primer acto de este sabio fue disponer de todos los efectos de su predecesor, desenterrando todo el queso y las monedas de medio penique que había enterrado en el jardín, un trabajo que requirió inmensa laboriosidad y búsqueda, y al que dedicó todas sus energías mentales. Cuando hubo logrado esto, se aplicó a la adquisición del lenguaje del establo, en el que pronto fue un maestro hasta el punto de colocarse junto a mi ventana y conducir caballos imaginarios con gran habilidad durante todo el día. Quizá ni siquiera le vi en sus mejores momentos, pues su antiguo dueño mandó con él sus intenciones, «y siempre que quería que el pájaro pareciera muy fuerte, no tenía más que enseñarle a un hombre borracho», cosa que yo nunca hice, puesto que (por desgracia) no tenía más que a gente sobria a mi alrededor. Pero difícilmente podría haberlo respetado más, cualesquiera que hubieran sido las influencias estimulantes que pudiera haber visto. Él, sin embargo, no sentía el menor respeto por mí ni por nadie con la salvedad del cocinero, por el que sentía un gran apego, aunque sólo, me temo, como lo podría haber sentido un policía. En una ocasión, me lo encontré inesperadamente a media milla de mi casa, caminando por el medio de la calle, rodeado de una gran muchedumbre y exhibiendo espontáneamente todas sus virtudes. Su elegancia en esas circunstancias no la olvidaré nunca, como tampoco la extraordinaria galantería con que, negándose a volver a casa, se defendió tras una fuente hasta quedar en inferioridad numérica. Es bien posible que tuviera un genio demasiado brillante para vivir mucho, o puede que metiera alguna sustancia perniciosa en su pico, y por lo tanto en su buche, lo cual no es improbable, puesto que llenó de agujeros la pared del jardín picoteando el mortero, rompió incontables cristales rasgando la masilla que los sostenía a los marcos, y destrozó e ingirió, en astillas, la mayor parte de la escalera de madera de seis escalones y un descansillo, pero después de tres años también él enfermó y murió ante el fuego de la cocina. Miró atentamente la carne mientras se asaba, y de repente cayó sobre su espalda con un grito sepulcral de «¡Cuco!». Desde entonces no he tenido ningún cuervo.
Por lo que respecta a la historia de Barnaby Rudge, no creo poder decir nada aquí más apropiado que los siguientes pasajes del prefacio original.

Charles Dickens.
Barnaby Rudge.
Novela.

Cuervo: un amigo del cuco o casi.

Bajando la Cuesta de Moyano

Bajando la Cuesta de Moyano

14 enero 2022

Sobre el cuco (4) - Reloj

Sin embargo, el Segador sí se movía y sufría espasmos, dos por segundo, con exactitud y regularidad. Pero sus padecimientos cuando el reloj estaba a punto de dar la hora resultaban un espectáculo pavoroso, y cuando un Cuco asomaba por la trampilla del Palacio y entonaba su nota seis veces, provocaba que el hombrecillo se sacudiese otras tantas como si oyese una voz espectral o como si algo tirase de sus piernas con fuerza.

...

El reloj holandés del rincón dio las diez cuando el Carretero se sentó junto al hogar, tan desazonado y apesadumbrado que pareció asustar al Cuco, que, tras acortar cuanto pudo sus diez melodiosos anuncios, se retiró de nuevo al interior de su Palacio Morisco y cerró a su paso la pequeña puerta, como si aquel inusitado espectáculo fuese excesivo para su sensibilidad.

...

¡Y honores también para el Cuco —¿por qué no?— por salir repentinamente por la portezuela del Palacio Morisco como si fuera un ladrón e hipar doce veces para los allí reunidos, como si se hubiese emborrachado de alegría!

Charles Dickens.
Novelas de Navidad.
Novelas cortas

Palacio de la Granja de san Ildefonso

Palacio de la Granja de san Ildefonso

Serie: azulejos