27 septiembre 2021

27 de septiembre

Borrallo de Lagóa

Creo que solamente he visto a Borrallo de Lagóa sin zamarra, una vez, en el San Bartolomé de Espasande, que es en Miranda el día más caluroso del año, que siempre andaba abrigándose con ella, con un par de chalecos y una bufanda colorada. Era albino. Por el país se cree que los albinos ven mejor que nadie, en la noche, el oro perdido en los caminos. Los albinos no pueden echar el mal de ojo, y no hay noticia de que hubiese caído el rayo en casa en la que viva mujer albina. Borrallo era pequeño y delgado, y andaba siempre como escurriéndose o agazapándose. Citaba a los enfermos en los sitios más imprevisibles, en una fuente que hay a una legua de Pacios, o al pie de un tejo que hay en Vilarin, o en el atrio de Reigosa, a la anochecida. Curaba locos, morriñosos inapetentes, y tipos con los huesos cansados, enojados de la vida, o con la paletilla caída. Lo dejaban solo en el campo o en la era, con locos iracundos, y no le hacían nada, que le obedecían y se quedaban quietos y pacíficos. Lo primero que hacía con un loco era cambiarle de nombre. Le decía al loco, que por casualidad se llamaba Secundino:

—Tú eres Pepito. ¡No contestes a nadie más que por Pepito!

Después, arrancando del Pepito, le inventaba a Secundino una vida nueva. A uno que nunca saliera de Bretoña le hacía creer que estuviera en La Habana, y que allí tomara café con sus vecinos Fulano y Mengano, y que pusiera una carbonería o una bodega, y que se retratara en Santa Clara 31, donde había un fotógrafo que era de Ribadeo, junto a un tren de lavado… Y Borrallo le enseñaba al nuevo Pepito una fotografía, y el loco se reconocía en ella. El loco dejaba de pensar en sus temas, de rascar en ellos, y se ponía en los asuntos del ficticio Pepito, que le caían algo más lejos. Todos atestiguan que Borrallo hacía calmos a los locos más furiosos, y que poco a poco a muchos los volvía a la vida cotidiana, y al oficio. Aunque a muchos, al cambiarles el nombre, también les cambiaba el trabajo.

A los que en otras partes de Galicia llaman alganados o ensumidos, por Miranda y Pastoriza les dicen afrixoados. Es gente que entristece, enflaquece, se cansa, desgana la comida, y muere aburrida y callada en un rincón, la piel color de cera, y a veces quejándose de puntos fríos que andan vagabundos por su cuerpo, cuando en el pecho, cuando en la espina. Borrallo estaba especializado, porque él mismo fuera un afrixoado, y se autocuró. Vendió una tierra y fue a pasar un mes a Orense, donde aprendió a leer. Volvió como nuevo. Contaba y no paraba de los cafés cantantes y de las Burgas, las famosas fuentes de aguas cálidas. A los afrixoados hay que convencerlos de que no lo son, de que tienen algo de estómago, o puesta la molleja, —la gente gallega cree que el hombre tiene molleja, como gallo, aunque los médicos titulados, ni aun los de Santiago, sepan de qué lado cae—, o una piedra de ijada, o un catarro de dentro, con flema. Si se logra convencerlos de que no están afrixoados, entonces se inquietan, se animan, se ponen en cura, comen algo, compran las medicinas.

A uno que le llamaban Listeiro, de los Parciales de Úbeda, que se dejaba morir, y se hiciera blasfemo, le dijo Borrallo:

—¡Aún me has de llevar en brazos al San Cosme de Galgao!

Listeiro, haciendo un esfuerzo para levantarse del escaño de la cocina, juró que no llegaba a tal fiesta, que la vida era una mierda, dispensando, y que si no se colgaba era por no darle por el gusto a una nuera que tenía, que estaba esperando a que muriese para comprar mobiliario nuevo. Borralo lograba llevar todas las tardes a Listeiro a dar paseos, que llegaron a ser de una legua, y si se les hacía noche durante el regreso, en los meses veraniegos se quedaban a dormir en una posada o en un pajar. Listeiro se fue aficionando a aquella vagancia. A la hora de la merienda bebían algo. Listeiro se animaba. Borrallo, mientras paseaban, le enseñaba a leer en Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Blasco Ibáñez, que comprara en Orense. Listeiro curó. El 27 de septiembre de 1934, Listeiro entró en el campo de la Xesta, donde se celebra la romería de San Cosme de Galgao, llevando en brazos a Borrallo, como este había profetizado. A un Borrallo con tres chalecos y dos bufandas, que en aquel alto siempre soplan fríos nordestes. La nuera se fue a servir a Barcelona y se arrimó a un dependiente que echaba discursos. Borrallo, en el verano del 36, apareció muerto en una cuneta, de un tiro en la cabeza. A Borrallo se le recuerda mucho.

—¡Valía más que Conxo!, me dice un amigo de él.

De niño enseñó a comer del mismo zatico de pan a un ratón y a un mirlo. Me parece estar viéndolo en la farmacia de mi padre, encogido, sentado en un rincón, escuchando cantar un canario, y esperando a que le despachasen pastillas de clorato de potasa, y cinco pesetas de aguardiente alemán.

Álvaro Cunqueiro
Tertulia de boticas y escuela de curanderos

Álvaro Cunqueiro, que ha estado poniendo en zapatillas de andar por casa a buena parte de la mitología clásica, empieza con este libro a mitificar personajes cotidianos.

En la primera parte, «Tertulia de boticas prodigiosas» dice aprovechar los saberes adquiridos en la rebotica de la farmacia paterna para hacer un repaso irónico y socarrón a la farmacopea tradicional, a la legendaria y a la literaria, sazonándolas —con Cunqueiro nunca se sabe hasta qué punto— con remedios salidos de su prodigiosa imaginación.

En la segunda parte, «Escuela de curanderos», hace desfilar a una serie de curanderos, cada uno con su especialidad, sus técnicas y sobre todo su humanidad y sentido común. Estos curanderos pueden parecer inventados, y puede que lo sean, pero los gallegos sabemos que existen, aunque los conozcamos con otros nombres y en otras épocas.

Un libro que se lee con una media sonrisa constante y algunas buenas carcajadas y una nueva oportunidad para disfrutar de la ironía y el delicioso castellano galleguizante de Álvaro Cunqueiro.

Flores: lirios

Jardines y flores

26 septiembre 2021

26 de septiembre

26 de septiembre, domingo, Odesa.

Asamblea del ozet judío convocada para las cinco. Comienza a las siete. Un público increíble. Ni una sola muchacha bonita. No hay proletariado judío. Solo una plebeya pequeña burguesía, raza incorrupta. Partiendo de la rudeza de su naturaleza saca la conclusión de que pertenece al proletariado. Con lo noble que puede ser un judío noble, ¡y qué rudo, basto y odioso puede ser uno vulgar! En las personas sencillas de viejas razas no se da ninguna nobleza natural. El proletariado ario puede ser noble. Entiendo el arquetipo del plebeyo de la Antigüedad clásica. Era un plebeyo, no un proletario. Las razas mediterráneas quizá generen esta clase de hombres. Los pañuelos de bolsillo parecen ser una característica oriental. (Los negros también los llevan). Y probablemente todos los pueblos que, por naturaleza, anden descalzos. La impertinencia es la característica principal del judío. Qué desagradable el restaurante judío Gobermann, en el que sirven las mesas el propio hostelero y su hija. Para que uno no crea que son camareros, se comportan con arrogancia. Allí donde vive junta una masa de judíos, esta sigue procreando, con la endogamia, sus malas características: las multiplican por diez y por cien. No es por eso que surge el antisemitismo. Pues los instintos que se dejan sentir en la masa judía son igual de rudos que los antisemitas. El antisemita debería encontrarse entre las masas judías como en casa. Pero el antisemitismo, me parece a mí, no es sino una variante del odio general que la persona ordinaria siente hacia la buena.

Esta tarde he sido invitado por el dentista Freund. Me aburre. Pienso todo el día en Friedl, en por qué no ha contestado a mi telegrama. Tal vez no esté en Viena. Todavía no ha llegado el correo recibido en Moscú.

Desde hace algunos días amo a Friedl con más fuerza que nunca. Sí, empiezo a amarla.

Era una muchachita cuando yo era un joven que estaba aún muy verde. ¿Ha crecido conmigo? A veces me parece que ha crecido más rápidamente que yo. Su foto me dice demasiado poco. He olvidado qué aspecto tiene. Pero hoy me parece que posee un encanto increíble. Siento curiosidad por conocerlo.

Joseph Roth
Viaje a Rusia

En 1926 el Frankfurter Zeitung propuso a Joseph Roth ir a la Unión Soviética y relatar su experiencia. Roth aceptó de buen grado el encargo puesto que el periplo que estaba a punto de emprender representaba la ocasión para conocer de cerca un país por el que siempre se había sentido atraído y que, tras la revolución, suscitaba también el interés de la mayoría de intelectuales europeos. Tras prepararse intensamente para el más largo de sus viajes como reportero, Roth partió al término del verano. Curioso, atento, avisado testimonio, visitó las grandes ciudades, siguió el curso del Volga y llegó hasta el mar Caspio. Los textos aquí reunidos son sagaces y apasionados, reflejo fiel de sus impresiones. Este libro, además, marca un momento importante en la evolución personal y política de Roth. Tal como él mismo afirmó en una carta que envió desde Odesa: «Es una suerte que haya emprendido este viaje, de otra forma no me habría conocido jamás».

Flores: peonias

 Jardines y flores

25 septiembre 2021

25 de septiembre

En la parada de la Lothringer Strasse acaban de subir cuatro personas en el 4: dos mujeres de edad, un hombre modesto de aspecto preocupado y un muchacho con gorra de orejeras. Las dos señoras van juntas, son la señora Plück y la señora Hoppe. Quieren comprar una faja para la señora Hoppe, la de más edad, que tiene cierta propensión a la hernia umbilical. Han estado en el ortopédico de la Brunnenstrasse y quieren recoger luego a sus maridos para comer. El hombre es el cochero Hasebrudc, que anda de cabeza por una plancha eléctrica que compró para su jefe, barata y de segunda mano. Le dieron una en mal estado, su jefe la probó unos días, luego dejó de funcionar, ahora tiene que cambiarla, los otros no quieren, es la tercera vez que va, hoy tendrá que poner algo de su bolsillo. El muchacho, Max Rüst, será más adelante fontanero, padre de otros siete Rüst, trabajará con la empresa Hallis y Cía., instalaciones y cubiertas, de Grünau, a los 52 años le tocará la cuarta parte del gordo en la lotería de Prusia y se retirara, y morirá a los 55 años durante su juicio de transacción con la empresa Hallis y Cía. Su esquela dirá así: El 25 de septiembre falleció repentinamente, de un ataque al corazón, nuestro queridísimo marido y querido padre, hijo, hermano, cuñado y tío Max Rüst, sin haber cumplido aún los 56 años. Lo que participa profundamente afligida y en nombre de sus allegados Marie Rüst. La nota de agradecimiento, después del entierro, estará redactada en estos términos: ¡Gracias! Dado que no nos es posible expresar a cada uno nuestro sincero agradecimiento por las manifestaciones de simpatía, etc., lo hacemos por la presente a todos nuestros parientes y amigos, así como a los vecinos de la casa de las Kleiststrasse 4 y a todos nuestros conocidos. Agradecemos en especial al señor Deinen sus sentidas palabras de consuelo… Ese Max Rüst tiene ahora 14 años, acaba de salir de la escuela comunal, en su camino tiene que pasar por el centro de orientación para personas con dificultades de elocución, duras de oído, miopes, débiles mentales o incorregibles, donde ha estado a menudo porque tartamudea, aunque ha mejorado.

Alfred Döblin
Berlín Alexanderplatz
La historia de Franz Biberkopf

Berlín Alexanderplatz aparece en 1929. Su éxito es extraordinario y, en pocos años, alcanza cuarenta y cinco ediciones y se traduce a varios idiomas. La novela se consideró una exaltación de Berlín, ciudad que el autor, por su profesión de médico, conocía muy bien. Los ojos de Döblin (y sus cuadernos) registran todos los detalles de la geografía berlinesa, pero como narrador omnisciente, Döblin interviene en la acción y comenta lo que ocurre. Fondo y forma se funde en un libro desconcertante y abierto a la interpretación.

Berlín Alexanderplatz se considera una «novela moderna» por muchos aspectos: no solamente por la ruptura con el carácter tradicional de héroe y con la estructura cronológica de relato, sino también por el uso de nuevas maneras de narrar (monólogos interiores, combinación de distintos niveles de lenguaje y puntos de vista…) y por el constante uso del collage intertextual (mezclando textos de canciones, titulares de los periódicos, transcripciones de sonidos, etc.).

La historia se sitúa en el barrio de clase obrera, Alexanderplatz, en el Berlín de los años 20, y empieza con la salida de la cárcel de Franz Biberkopf. Döblin describe su lucha y su desdicha al intentar buscar por los submundos de Berlín un futuro y su intención de convertirse en «un hombre nuevo».

Flores: peonias

 Jardines y flores

24 septiembre 2021

24 de septiembre

Cerco a Cascorro

Darse una vuelta por El Rastro de Madrid lleva sin más remedio a una plaza en donde hay un soldado de bronce sobre un pedestal, con una lata de petróleo, una antorcha y una cuerda. Una estatua que tiene mucho que ver con lo sucedido el 24 de septiembre de 1895.

Estábamos los españoles en plena bronca con los cubanos —nosotros intentando amarrar Cuba y ellos tratando de que la soltáramos—, cuando se dio una de las más famosas batallas de aquella guerra por la independencia, la batalla de Cascorro, que se hubiera perdido si no llega a ser por el tipo de la lata de petróleo, la antorcha y la cuerda.

Cascorro está tierra adentro, cerca de Camagüey. Allí estaba acuartelado el Regimiento de Infantería María Cristina nº 63 cuando llegaron los independentistas cubanos al mando de un general en jefe con malas pulgas, Máximo Gómez. Aquel que, cuando le preguntaron quiénes eran sus mejores generales para acabar con los españoles en Cuba, respondió: «Los generales junio, julio y agosto». Porque en estos meses las enfermedades tropicales mataban más españoles que las balas.

El Regimiento español atrincherado en Cascorro estaba acogotado por el asedio y a punto de sucumbir, cuando un soldado español llamado Eloy Gonzalo, en plan torero, dijo eso de «dejadme solo». Agarró una lata de petróleo y una antorcha, y se ató una cuerda a la cintura. Se deslizó en la noche hacia el campamento cubano, esparció el petróleo, prendió fuego con la antorcha y salió por pies. Aquella acción dio un par de días de respiro hasta que llegaron refuerzos españoles, y entonces los que corrieron fueron los cubanos.

¿Que por qué el soldado Eloy Gonzalo llevaba una cuerda atada a la cintura? Porque no se fiaba de que su plan tuviera éxito y pidió a los compañeros de su regimiento que, en caso de que muriera, tiraran de la cuerda y recuperaran su cadáver. El soldado Eloy se libró de morir en aquella refriega, pero no salió vivo de Cuba. Murió en la isla dos años después. Se lo llevó la disentería, una enfermedad tropical. O sea, que acabó matándolo uno de los más efectivos generales de las tropas cubanas. El general junio.

Nieves Concostrina
Se armó la de San Quintín
Y otras menudas historias de la Historia

Enriketa ve un fantasma