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16 enero 2023

TRECE LINEAS (más o menos). 6 de 365

 HACE muchos años vivía en Zuchnow un hombre llamado Mendel Singer. Era piadoso, temeroso de Dios y muy sencillo: un judío común y corriente, que ejercía la modesta profesión de maestro. En su casa, que se reducía toda ella a una amplia cocina, enseñaba la Biblia a un grupo de niños. Lo hacía con verdadero celo, pero sin notables resultados. Antes que él, miles de hombres habían vivido y enseñado de la misma manera.
Insignificante como su persona era también su cara pálida. Una barba de un negro común y corriente la enmarcaba, cubriéndole la boca. Sus ojos eran grandes, negros, perezosos y se hallaban semiocultos por los pesados párpados. Siempre llevaba puesta una gorrita de reps de seda negra, ese tejido del que a veces se hacen corbatas de escaso precio y pasadas de moda. Vestía uno de esos caftanes judíos tan comunes en aquella zona y que cubren medio cuerpo, cuyos faldones aleteaban cada vez que Mendel Singer apretaba el paso por las callejuelas, batiendo recia y acompasadamente las cañas de sus altas botas de cuero.
Parecía un hombre más bien falto de tiempo y lleno de quehaceres urgentes. En realidad, su vida era pesada y a veces incluso calamitosa. Debía vestir y alimentar a una mujer y tres niños (ella estaba embarazada del cuarto). Dios sólo había dado fertilidad a su naturaleza, serenidad a su corazón y pobreza a sus manos, que no tenían oro que pesar ni billetes de Banco que contar. Pese a lo cual su vida discurría sin pena ni gloria, como un pobre arroyuelo entre míseras orillas. Cada mañana Mendel agradecía a Dios el sueño que le había dado, el despertar y el día que empezaba. 


Joseph Roth. Job. Romance de un hombre sencillo

Título original: Hiob. Roman eines einfachen Mannes
Joseph Roth, 1930
Traducción: Bernabé Eder Ramos

[TRECE LINEAS (más o menos)]

26 septiembre 2021

26 de septiembre

26 de septiembre, domingo, Odesa.

Asamblea del ozet judío convocada para las cinco. Comienza a las siete. Un público increíble. Ni una sola muchacha bonita. No hay proletariado judío. Solo una plebeya pequeña burguesía, raza incorrupta. Partiendo de la rudeza de su naturaleza saca la conclusión de que pertenece al proletariado. Con lo noble que puede ser un judío noble, ¡y qué rudo, basto y odioso puede ser uno vulgar! En las personas sencillas de viejas razas no se da ninguna nobleza natural. El proletariado ario puede ser noble. Entiendo el arquetipo del plebeyo de la Antigüedad clásica. Era un plebeyo, no un proletario. Las razas mediterráneas quizá generen esta clase de hombres. Los pañuelos de bolsillo parecen ser una característica oriental. (Los negros también los llevan). Y probablemente todos los pueblos que, por naturaleza, anden descalzos. La impertinencia es la característica principal del judío. Qué desagradable el restaurante judío Gobermann, en el que sirven las mesas el propio hostelero y su hija. Para que uno no crea que son camareros, se comportan con arrogancia. Allí donde vive junta una masa de judíos, esta sigue procreando, con la endogamia, sus malas características: las multiplican por diez y por cien. No es por eso que surge el antisemitismo. Pues los instintos que se dejan sentir en la masa judía son igual de rudos que los antisemitas. El antisemita debería encontrarse entre las masas judías como en casa. Pero el antisemitismo, me parece a mí, no es sino una variante del odio general que la persona ordinaria siente hacia la buena.

Esta tarde he sido invitado por el dentista Freund. Me aburre. Pienso todo el día en Friedl, en por qué no ha contestado a mi telegrama. Tal vez no esté en Viena. Todavía no ha llegado el correo recibido en Moscú.

Desde hace algunos días amo a Friedl con más fuerza que nunca. Sí, empiezo a amarla.

Era una muchachita cuando yo era un joven que estaba aún muy verde. ¿Ha crecido conmigo? A veces me parece que ha crecido más rápidamente que yo. Su foto me dice demasiado poco. He olvidado qué aspecto tiene. Pero hoy me parece que posee un encanto increíble. Siento curiosidad por conocerlo.

Joseph Roth
Viaje a Rusia

En 1926 el Frankfurter Zeitung propuso a Joseph Roth ir a la Unión Soviética y relatar su experiencia. Roth aceptó de buen grado el encargo puesto que el periplo que estaba a punto de emprender representaba la ocasión para conocer de cerca un país por el que siempre se había sentido atraído y que, tras la revolución, suscitaba también el interés de la mayoría de intelectuales europeos. Tras prepararse intensamente para el más largo de sus viajes como reportero, Roth partió al término del verano. Curioso, atento, avisado testimonio, visitó las grandes ciudades, siguió el curso del Volga y llegó hasta el mar Caspio. Los textos aquí reunidos son sagaces y apasionados, reflejo fiel de sus impresiones. Este libro, además, marca un momento importante en la evolución personal y política de Roth. Tal como él mismo afirmó en una carta que envió desde Odesa: «Es una suerte que haya emprendido este viaje, de otra forma no me habría conocido jamás».

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...