Palo Alto, California
19 de enero de 1999
Rebecca:
Sí, he estado fuera. Y me vuelvo a marchar. ¿Es acaso asunto tuyo?
Estaba llegando a pensar que eras una invención mía. La peor de mis debilidades. Pero aquí, en el alféizar de la ventana, apoyada contra el cristal para mirarme, está «Rebecca, 1952». El pelo como crines de caballo y los ojos hambrientos.
Prima, eres tan fiel que me cansas. Sé que debería sentirme halagada, muy pocas personas, aparte de ti, desearían perseguir a la «difícil» profesora Morgenstern ahora que soy una anciana. Meto tus cartas en un cajón, y las abro en mis momentos de debilidad. Una vez, hurgando en la basura de un contenedor, recuperé una carta tuya. Luego, en mi debilidad, la abrí. ¡Sabes lo mucho que detesto la debilidad!
Prima, basta ya.
ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo
Lake Worth, Florida
23 de enero de 1999
Querida Freyda:
¡Me doy cuenta! Lo siento.
No tendría que ser tan avariciosa. No tengo ningún derecho. Cuando descubrí que vivías, en septiembre del año pasado, mi único pensamiento fue: «Mi prima Freyda Morgenstern, mi hermana perdida, ¡vive! No hace falta que me quiera ni siquiera que me conozca ni que me dedique un pensamiento. Me basta con saber que no pereció y que ha vivido su vida».
Tu prima que te quiere,
ooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo
Palo Alto, California
30 de enero de 1999
Querida Rebecca:
Nos volvemos ridículas con emociones a nuestra edad, como si enseñáramos los pechos. Vamos a ahorrárnoslo, ¡por favor!
Tengo tan pocas ganas de reunirme contigo como de reunirme conmigo misma. ¿Qué te hace pensar que querría tener una «prima», una «hermana», a mi edad? Me gusta carecer de parientes vivos porque así no existe la obligación de pensar ¿Vive todavía?
En cualquier caso, me marcho. Voy a viajar durante toda la primavera. Estoy muy a disgusto aquí. La California residencial es aburrida y no hay un alma. Mis «colegas y amigos» son unos frívolos oportunistas para quienes, al parecer, soy también una oportunidad.
Detesto palabras tales como perecer. ¿«Perece» una mosca, «perecen» cosas en putrefacción, «perece» tu enemigo? Esa manera tan grandilocuente de hablar me cansa.
Nadie perece en los campos de concentración. Muchos «murieron», «los mataron». Eso es todo.
Me gustaría poder prohibirte que me reverencies. Por tu propio bien, querida prima. Veo que también yo soy tu debilidad. Quizá quiera ahorrarte malos ratos.
Aunque si fueras uno de mis alumnos de doctorado, te haría entrar en razón con una buena patada en el trasero.
De repente llegan premios y distinciones para Freyda Morgenstern. No sólo para la memoriógrafa sino también para la «distinguida antropóloga». De manera que viajaré para recibirlos. Todo esto llega demasiado tarde, por supuesto. Sin embargo, y como tú, soy una persona glotona, Rebecca. ¡A veces pienso que mi alma es mi estómago! Soy alguien que se atiborra sin disfrutar, para quitarles la comida a otros.
Ahórrate malos ratos. No más emociones. ¡No más cartas!
Joyce Carol Oates
La hija del sepulturero
En 1936, los Schwart, una familia de inmigrantes desesperada por escapar de la Alemania nazi, se instala en una pequeña ciudad de Estados Unidos. El padre, un profesor de instituto, es rebajado al único trabajo al que tiene acceso: sepulturero y vigilante de cementerio. Los prejuicios locales y la debilidad emocional de los Schwart suscitan una terrible tragedia familiar. Rebecca, la hija del sepulturero, comienza entonces su sorprendente peregrinación por la «América profunda», una odisea de riesgo erótico e intrépida imaginación que la obligará a reinventarse a sí misma.
Joyce Carol Oates ha creado una pieza magistral de realismo mítico y doméstico, excepcionalmente emotiva y provocadora: un testimonio íntimo de la resistencia del individuo. En esta novela prodigiosa la violencia actúa como un faro iluminando una cultura y una época.