14 marzo 2021
13 marzo 2021
13 de marzo
Donde muere el corzo
Faro de Vigo, 13 de marzo de 1953.
Los canes, alarmando la clara y fría mañana, hicieron salir la corza al descubierto de la camposa. Y allí en la braña, —braña, verania, los altos pastos estivales—, cabe el riachuelo, la abatió el cazador apostado. Las aguas cristalinas del regato le lavaban los pies, al morir. Todas las cantigas, Johán Zorro o Pero Meogo, me venían a la imaginación y a los labios. Con una canción mía: ciervo corzo, «ave feliz que bebes agua limpia», me preguntaba cómo era posible que tanta vida, que una vida de tan rauda y acabada forma, pudiera ser muerta, sin más, en la dulzura de la mañana. La muerte no parecía posible en la mañana aquélla, tan extremada de luz, tan descanada sobre las cumbres y los valles, de tan dilatada y fina arquitectura, ordenado el aire en nerviosos arcos ojivales. Pero allí estaba la corza muerta. Como Julio César en Shakespeare: «un ciervo alanceado por muchos príncipes», la corza yacía en la breve orilla, imagen también de una suprema y soberbia majestad derribada… Alguien, en Francia, dijo que todo lo que pasa, la vida toda, es llevado a morir a un libro. Curtius ha estudiado esto maravillosamente, estudiando la idea francesa de civilización. A mí me gustaría decir que en Galicia todo lo que pasa, la vida toda, es llevado a morir a una canción.
—Dime a onde vas, miña corza ferida,
dime a onde vas, polo teu amor.
—Vóu para os versos d’unha cantiga,
meu cazador!
Le he cerrado los ojos a la corza, porque de tan quietos, preguntaban. Preguntaban, quizás: «¿Conoces el país donde el aire se viste con mi vuelo?»… Y me aparté de los cazadores, deletreando en el magín la cantiga en que la corza podía, aun muerta, seguir soñando hierbas verdes y las frescas fuentes.
Yo me iba con Johán Zorro y Pero Meogo y los claros trovadores, comprendiendo cuán misterioso femenino elemento ellos introdujeron en sus cantigas, poblándolas de ciervas y de agua.
Todo el Carracedo, monte «que a tódol-os montes pon medo», es ahora de oro, de oro antiguo. Los tojales han florecido, espesos, y avanzan hasta la misma áspera cumbre, donde todavía se tienden blancos paños de nieve. Esos pozos de estrecha boca son las «pias», mandadas excavar para neveras por los bernardos de Meira, que en la canícula gustaban de los sorbetes italianos. Cerca de ellas, una noze corta esquilme. El suelto cabello se lo lleva, como una paloma negra, el fino noroeste.
—Dime a onde vai teu cabelo, doncela,
dime a onde vai, polo teu amor.
—Vai para unha fita verde de seda,
meu cazador!
Se incorpora un momento, con la hoz en la mano, y parece que ha brotado de la entraña misma del monte oscuro, la luna nueva, un labio de brillante plata… Hasta esta fresca y jugosa hierba arnaceira llegaría el labio goloso de la corza muerta. Hasta esta agua que tímidamente nace, y no bien nace, huye monte abajo, llegaría su sed. Puesta toda la mañana en verso, ¿cómo no terminar la cantiga?
—Dime unha fonte d’auga, amiga,
dime unha fonte, polo teu amor.
—Alí onde a corza á l-alba bebía,
meu cazador!
Poniéndome la mañana en verso, viéndola tan tierna de luz y tan próxima —yo mismo era de la mañana, de la radiante claridad de la mañana—, tan llena de respuestas como mi corazón de preguntas, me parecía medir con mis largas zancadas una madurez antigua, un país profundamente significativo, que precisamente se expresaba así, sereno y grave, por su misteriosa y acuciante antigüedad: la corza, el tojo, la nieve, la moza, la soledad del carracedo, la lengua en que yo iba diciendo el verso, los caminos a Meira, Bretoña y Mondoñedo. Hasta la misma parca comida en el puente de Rioseco, el pan de ferraxe, la carne y el queso, el oscuro vino… El paso de Rioseco, apretado entre agrios montes, es talmente un grabado de Gustavo Doré: esos países oscuros como túneles que desembocan en una redonda claridad. Pero las miradas de mis ojos las llevaba la corza muerta, izada al coupé del coche. Nunca he visto nada tan muerto, tan irremediable y desesperadamente muerto, tan conforme a la idea de la muerte camal. Ni un César ni una moza.
Álvaro Cunqueiro
El pasajero en Galicia
Bajo el título El pasajero en Galicia, Álvaro Cunqueiro escribió, a comienzos de los años cincuenta, una serie de artículos para el periódico Faro de Vigo en los que, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, hacía la crónica turística y sentimental de su país natal. Constituye, así, una inmejorable guía de las tierras y leyendas realizada por el más sabio, ameno y cordial de los cicerones. El volumen, cuidadosamente editado por César Antonio Molina, contiene además dos crónicas de los viajes de Cunqueiro por las rutas de peregrinación, así como los artículos escritos para una serie que, con el título Introducción a una historia de las tabernas gallegas, el autor proyectaba ir publicando, y otros textos de diversa procedencia donde el célebre escritor se recrea en la geografía y las gentes de Galicia.
12 marzo 2021
12 de marzo
Ante esta situación, leemos que su majestad Carlos II de Inglaterra, quien, si bien Defensor de la Fe, era un consumado gandul y jaranero monarca, solucionó toda la cuestión con un garabato de su pluma, mediante el cual regaló una gran extensión de Norteamérica, incluida la provincia de Nuevos Países Bajos, a su hermano, el duque de York: una donación verdaderamente fiel a sus obligaciones, pues solo los grandes monarcas tienen derecho a entregar lo que no les pertenece.
Para que este munífico presente no fuera meramente nominal, su majestad ordenó el 12 de marzo de 1664 la preparación inmediata de un gallardo ejército para invadir la ciudad de Nueva Ámsterdam por mar y tierra y de este modo situar a su hermano en completo dominio de sus propiedades.
Esta es la crítica situación que afrontaban los habitantes de Nuevos Países Bajos. Los honrados burgueses, lejos de concebir el peligro que enfrentan sus intereses, se encuentran tranquilamente fumando sus pipas sin pensar en nada en absoluto; el consejo privado del gobernador ronca en este momento en total quorum, como si se tratara del zumbido de quinientas gaitas; mientras que el activo Pieter, quien asume todo el esfuerzo de pensar y actuar sobre sus hombros, afanosamente trata de hallar el modo de llevar a buen término las relaciones con el gran consejo de los anfictiones. Mientras tanto, un feroz nubarrón frunce oscuro el ceño en el horizonte: pronto estallará en el mismo rostro de estos amodorrados neerlandeses y pondrá a prueba por completo la valentía de su resuelto gobernador.
Sin embargo, suceda lo que suceda, comprometo aquí mi veracidad a que en todos los conflictos bélicos y sutiles confusiones se desenvolverá Pedro el Testarudo con el gallardo porte e inmaculado honor de un obstinado caballero de mente noble de los viejos tiempos. ¡A la carga, pues! ¡Brillen propicias estrellas sobre la renombrada ciudad de Manhattoes y que las bendiciones de san Nicolás estén contigo, honrado Pieter Stuyvesant!
Washington Irving
Una historia de Nueva York
Esta no es una historia cualquiera.
En 1809, un anciano caballero que responde al nombre de Diedrich Knickerbocker desaparece del hotel en el que se hospedaba, dejando en su habitación un par de alforjas que contienen un montón de hojas manuscritas. Ante la imposibilidad de dar con su paradero, los dueños del hotel envían una nota de aviso a varios diarios con la esperanza de que alguien les ayude a encontrarlo, pues se teme por su salud mental y, además, se ha marchado sin saldar su cuenta. Es probable que por ello se vean obligados a vender el curioso legajo de las alforjas para su publicación.
Y así sucedió, y el presente libro cosechó un gran éxito entre los lectores de la época, quienes no supieron hasta más adelante que nunca existieron tales hospederos y jamás vivió tal historiador: tras Knickerbocker se esconde el magistral Washington Irving, en una singular y amena obra que nos lleva a los orígenes de la ciudad de Nueva York. Como señala el propio Irving en su epílogo, «quedé sorprendido al descubrir el escaso número de mis conciudadanos que eran conscientes de que Nueva York había sido con antelación Nueva Ámsterdam, que habían oído los nombres de sus primeros gobernadores neerlandeses». Un relato que verdaderamente hizo historia.
11 marzo 2021
11 de marzo
Port Blair
Islas Andamán
Imperio británico
11 de marzo de 1906
Querida Amelia:
Anoche, en la cárcel, hubo un intento de fuga y se desató un pequeño motín. Es muy raro que ocurra. Murieron tres presos, pero unos cuantos consiguieron escapar. Así que se ha impuesto un toque de queda de veinticuatro horas en la ciudad: es la hora de comer y sin embargo aquí estoy, en casa, escribiendo esta carta que te debo desde hace tiempo.
Todo va bien. Estoy mucho mejor de la pierna (el doctor Klein está muy satisfecho, aunque llevo bastón..., lo que queda elegantísimo) y, poco a poco, la nueva tribu que hemos descubierto se está volviendo servicial. El administrador británico, el coronel Ticknell, me ayuda mucho. «Sus deseos son órdenes, señorita Arbogast —me dice—. No tenga reparo en pedirme nada, aunque sea una pequeñez». Y no, no tengo ningún reparo (ya me conoces). Se me ha ofrecido de todo: medios de transporte, porteadores, correo diplomático... y hasta un arma de fuego. Sospecho que el coronel tiene debilidad por mí y cree poder conquistarme con su solicitud. Supongo que no hay nada de malo en pensarlo. Me llamarás lagarta, taimada, pero aquí no queda más remedio.
Además, mirabile dictu, alguien ha contestado al anuncio que puse en el diario local y que yo misma me ocupé de fijar en la pared de la oficina de correos. ¡Por fin tengo un nuevo asistente!
Un policía está llamando a la puerta. Me parece que ha terminado el toque de queda. Te volveré a escribir más tarde.
Te saluda, como siempre con cariño, tu hermana,
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P. D.: Por cierto, el nuevo asistente es un escocés joven y espigado. Tiene unos treinta y cinco años y se llama Brodie Moncur.
William Boyd
El amor es ciego
Ambientada a finales del siglo XIX, El amor es ciego sigue la suerte de Brodie Moncur, un joven músico que está a punto de embarcarse en la historia de su vida. Brodie recibe la oferta de un trabajo en París, oportunidad que aprovecha para huir de Edimburgo y del rigor de su familia. Así arranca una peripecia incontenible: un fatídico encuentro con un famoso pianista cambia su futuro y desata una obsesión amorosa con una bella soprano rusa, Lika Blum, a la que sigue a través de las capitales de una Europa convulsa. El amor de Brodie por Lika y sus peligrosas consecuencias lo acechan en una era de cambios abrumadores, en el salto convulso entre dos siglos.
El amor es ciego es la nueva y arrolladora novela de William Boyd: una vertiginosa historia de pasión y venganza; una novela acerca del esfuerzo artístico y las ilusiones que genera; acerca de todas las posibilidades que la vida puede ofrecer y arrebatar. Una novela magistral de uno de los narradores más sólidos y reconocidos de la actualidad.
***
Enamorarse es una aventura que carece de lógica: el único fenómeno que sentimos la tentación de calificar de sobrenatural en un mundo como el nuestro, tan razonable y anodino. El efecto no guarda proporción alguna con la causa. ROBERT LOUIS STEVENSON, Virginibus Puerisque
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22 de noviembre
Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...