En el umbral del ocaso, mientras la ciudad de Nínive
languidecía bajo la amenaza de la profecía de Jonás, un aura inquietante se
cernía sobre las murallas del antiguo enclave. Las sombras caían como
presagios, y la luna, encendida como una lámpara cruel, iluminaba el espeso
aire cargado de voces de advertencia y susurros apagados. Las calles desiertas,
donde los adoquines, desgastados por la angustia de incontables pasos,
contenían historias insondables, se estremecían bajo una fuerza invisible.
En una de esas noches en que el tiempo parecía
detenerse, Rahab, una mujer joven y atormentada por un pasado que desconocía,
caminaba por un estrecho pasadizo que la llevaba más allá de los límites de la
ciudad. Su vestido gris se confundía con la penumbra, y sus manos apretaban un
medallón, único legado de su difunta madre, quien había muerto susurrando
palabras que Rahab jamás logró descifrar.
El medallón, grabado con figuras serpenteantes y
leoninas, recordaba inquietantemente a las criaturas que adornaban las paredes
del templo, imágenes que se asemejaban mucho a los horrores plasmados en el
Beato. Rahab había sentido durante toda su vida que algo la conectaba con esas
ilustraciones, como si fueran un espejo de su alma inquieta.
Aquella noche, algo diferente la impulsaba a caminar
hacia las colinas fuera de Nínive. Allí, bajo el cielo estrellado, encontraba
un ruinoso santuario que los habitantes habían evitado durante generaciones. El
lugar, cubierto de maleza y sellado con leyendas de maldiciones y espectros,
parecía llamarla con un susurro mudo. La entrada era una arcada de piedra
adornada con símbolos que coincidían extrañamente con los grabados de su
medallón.
Dentro del santuario, el aire era aún más denso, como
si el tiempo se hubiera acumulado en una espiral infinita. Los muros,
recubiertos de frescos desgastados, narraban historias olvidadas. Entre estas,
una destacaba: una batalla apocalíptica entre un profeta y criaturas deformes
que se asemejaban a los seres del medallón. Rahab sentía que las imágenes la
observaban con una intensidad que traspasaba lo humano.
A medida que se adentraba más, encontró una
inscripción tallada en el suelo. El texto, en lengua antigua, hablaba de la
"Liberación de la Furia", una leyenda sobre una criatura serpiente y
leonina que había sido sellada por un profeta para evitar la perdición de
Nínive. Rahab sintió un escalofrío cuando comprendió que el medallón encajaba
perfectamente en una oquedad situada en el centro de la inscripción.
La ciudad de Nínive, ajena a los actos de Rahab,
comenzaba a ser azotada por tormentas. El cielo se teñía de rojo, y las
visiones de los habitantes se llenaban de criaturas que emergían de las mismas
profundidades de las ilustraciones. La profecía de Jonás resonaba en cada
esquina, mientras el pueblo se sumía en el pánico y la desesperación.
Rahab, decidida, colocó el medallón en la oquedad. Una
fuerza invisible la empujó hacia atrás, y un rugido ensordecedor llenó el
santuario. Desde las sombras emergió la criatura, serpenteante y leonina, con
sus ojos como brasas y su cuerpo envuelto en oscuridad. La ciudad comenzó a
desmoronarse, como si el despertar de la criatura marcara el principio del fin.
Sin embargo, Jonás, guiado por su misión divina, llegó
al santuario. Con voz firme y palabras llenas de poder, confrontó a la criatura
mientras Rahab permanecía paralizada por el temor y la culpa. El profeta, con
una valentía que desafiaba su mortalidad, selló nuevamente a la criatura
utilizando el medallón, que ahora brillaba con una luz cegadora.
Rahab, aunque salvada, nunca volvió a ser la misma. La
ciudad, reconstruida sobre las ruinas de su pasado, vivió con el recuerdo del
día en que la profecía casi se cumplió. Las ilustraciones, ahora más vivas que
nunca, se convirtieron en testigos de una era en que el destino humano y lo
sobrenatural se cruzaron, dejando marcas imborrables en el tiempo.
Creado por Copilot IA a partir de
una imagen del Beato de Liébana
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