Cuando llegó el sexto día,
solté una paloma.
La paloma emprendió el vuelo, pero regresó:
no había encontrado donde posarse.
Entonces solté una golondrina.
La golondrina emprendió el vuelo, pero regresó:
no había encontrado lugar donde posarse.
Entonces solté un cuervo.
El cuervo emprendió el vuelo, vio la mengua de las aguas,
corrió, resbaló, croó y no regresó.
Entonces hice que todo saliera, hacia los cuatro vientos,
ofrecí un sacrificio, en la cumbre de la montaña,
preparé siete hogueras para incienso.
En su base amontoné caña, cedro y mirto.
Los dioses percibieron el aroma
y acudieron como una nube de moscas,
rodearon al sacrificador.
Cuando la gran diosa Ishtar llegó,
hizo tintinear sus ricas joyas, obra de Anu, y dijo:
“¡Oh dioses que estáis reunidos aquí:
tan cierto como que nunca me olvido de este collar de lapislázuli,
jamás me olvidaré de estos últimos días!
Que los dioses tomen parte en el sacrificio,
pero que Enlil se mantenga aparte,
porque irreflexivamente, desencadenó el diluvio
y lanzó a mi pueblo a la destrucción”.
Cuando Enlil llegó
y vio la nave
enfurecióse contra los dioses del cielo.
“¿Ha escapado algún alma humana?
¡Ningún hombre ha sobrevivido a la destrucción!”.
Ninurta abrió la boca y dijo:
“¿Quién, excepto Ea, puede formar planes?
Sólo Ea lo sabe todo”.
Ea abrió la boca y dijo
al valiente Enlil:
“¡Oh tú, héroe, tú, el más sabio de los dioses!
¿Cómo pudiste, sin razón, desatar el diluvio?
¡Al pecador castígalo por su pecado
y al transgresor por su transgresión!
solté una paloma.
La paloma emprendió el vuelo, pero regresó:
no había encontrado donde posarse.
Entonces solté una golondrina.
La golondrina emprendió el vuelo, pero regresó:
no había encontrado lugar donde posarse.
Entonces solté un cuervo.
El cuervo emprendió el vuelo, vio la mengua de las aguas,
corrió, resbaló, croó y no regresó.
Entonces hice que todo saliera, hacia los cuatro vientos,
ofrecí un sacrificio, en la cumbre de la montaña,
preparé siete hogueras para incienso.
En su base amontoné caña, cedro y mirto.
Los dioses percibieron el aroma
y acudieron como una nube de moscas,
rodearon al sacrificador.
Cuando la gran diosa Ishtar llegó,
hizo tintinear sus ricas joyas, obra de Anu, y dijo:
“¡Oh dioses que estáis reunidos aquí:
tan cierto como que nunca me olvido de este collar de lapislázuli,
jamás me olvidaré de estos últimos días!
Que los dioses tomen parte en el sacrificio,
pero que Enlil se mantenga aparte,
porque irreflexivamente, desencadenó el diluvio
y lanzó a mi pueblo a la destrucción”.
Cuando Enlil llegó
y vio la nave
enfurecióse contra los dioses del cielo.
“¿Ha escapado algún alma humana?
¡Ningún hombre ha sobrevivido a la destrucción!”.
Ninurta abrió la boca y dijo:
“¿Quién, excepto Ea, puede formar planes?
Sólo Ea lo sabe todo”.
Ea abrió la boca y dijo
al valiente Enlil:
“¡Oh tú, héroe, tú, el más sabio de los dioses!
¿Cómo pudiste, sin razón, desatar el diluvio?
¡Al pecador castígalo por su pecado
y al transgresor por su transgresión!
La epopeya de Gilgamesh. (EL DILUVIO SUMERIO)
Traducción Georges Contenau/A. E. Speiser/Agustí Bartra.
DE «LA EPOPEYA DE GILGAMESH» (c. 2500 a. C.)