08 junio 2022

De François-René de Chateaubriand. Memorias

Hace cuatro años que, a mi regreso de Tierra Santa, compré cerca de la aldea de Aulnay, en las inmediaciones de Sceaux y de Châtenay, una casa de campo, oculta entre colinas cubiertas de bosques. El terreno desigual y arenoso perteneciente a esta casa no era sino un vergel salvaje en cuyo extremo había un barranco y una arboleda de castaños. Este reducido espacio me pareció adecuado para encerrar mis largas esperanzas; spatio brevi spem longam reseces. Los árboles que he plantado prosperan, son tan pequeños aún que les doy sombra cuando me interpongo entre ellos y el sol. Un día me devolverán esta sombra y protegerán los años de mi vejez como yo he protegido su juventud. Los he elegido, en lo posible, de cuantos climas he recorrido; me recuerdan mis viajes y alimentan en el fondo de mi corazón otras ilusiones.
Si alguna vez son repuestos en el trono los Borbones, lo único que les pediría, en recompensa por mi fidelidad, es que me hicieran lo bastante rico como para añadir a mi heredad la zona colindante de bosque que la rodea: ésta es mi ambición; quisiera aumentar en algunas fanegas mi paseo: aunque soy un caballero andante, tengo los gustos sedentarios de un monje: desde que vivo en este lugar de retiro, no creo haber puesto los pies más de tres veces fuera de mi recinto. Si mis pinos, mis abetos, mis alerces y mis cedros llegan alguna vez a ser lo que prometen, la Vallée-aux-Loups se convertirá en una verdadera cartuja. Cuando Voltaire nació en Châtenay, el 20 de febrero de 1694, ¿cuál era el aspecto del collado adonde había de retirarse, en 1807, el autor de El genio del Cristianismo?
Me gusta este lugar; ha reemplazado para mí los campos paternos; lo he pagado con el producto de mis sueños y desvelos; es al gran desierto de Atala al que debo el pequeño desierto de Aulnay; y para crearme este refugio, no he expoliado, como el colono americano, al indio de las Floridas. Tengo apego a mis árboles; les he dedicado elegías, sonetos, odas. No hay uno solo de ellos que yo no haya cuidado con mis propias manos, que no lo haya librado del gusano que ataca sus raíces, de la oruga adherida a su hoja; los conozco a todos por sus nombres como si fueran hijos míos: es mi familia, no tengo otra, espero morir en medio de ella.

François-René de Chateaubriand
Memorias de ultratumba

La Esfera, 1914, BNE, La sombra de Verlaine, Yzquierdo Durán

La Esfera, 1914, BNE, La sombra de Verlaine, Yzquierdo Durán,

06 junio 2022

Nevermore de Paul Verlaine

 NEVERMORE
Oh recuerdo, recuerdo ¿Qué me quieres? Volaba
en el otoño el tordo por el átono aire,
y disparaba el sol un monótono rayo
sobre el bosque amarillo donde el cierzo resuena.
Ella y yo caminábamos a solas, entre sueños,
al viento el pensamiento y el cabello, y de pronto,
mirándome con ojos conmovidos, «¿Cuál fue
tu día más hermoso?», dijo su voz de oro,
su voz sonora y dulce, con fresco timbre angélico.
Mi discreta sonrisa respondió a su pregunta,
y le besé la blanca mano devotamente.
—¡Ah! Las flores primeras, ¡qué perfumes exhalan!
¡y con qué sortilegio resuena entre murmullos
el primer que sale de los labios queridos!
 
Paul Verlaine
Treinta y seis sonetos

 

La Esfera, 1914, BNE, La sombra de Verlaine, Yzquierdo Durán

La Esfera, 1914, BNE, La sombra de Verlaine, Yzquierdo Durán,

05 junio 2022

LA HUELGA DE LAS MUJERES de Aristófanes. (El mundo antiguo II. Selección de José Luis Martínez)

 ARISTÓFANES
(c. 450-c. 385 a. C.)
Lisístrata
(Lisístrata, representada en 411: cansadas de las calamidades de la guerra, las mujeres griegas hacen una huelga sexual para forzar a sus hombres a hacer la paz)
LA HUELGA DE LAS MUJERES
LAMPITO.— ¿Pero quién ha convocado esta asamblea de mujeres?
LISÍSTRATA.— Yo misma.
LAMPITO.— Pues ve diciendo qué quieres de nosotras.
CLEÓNICE.— Sí, por Zeus, amiguita: dinos qué afán te intriga.
LISÍSTRATA.— Ya lo diré, pero antes díganme a mí: una preguntita no más.
CLEÓNICE.— La que tú quieras.
LISÍSTRATA.— ¿No tienen deseos de los padres de sus hijos? ¡Lejos en el ejército! Bien lo sé yo: todas tienen un marido lejos.
CLEÓNICE.— ¡Ay, infeliz: el mío cinco meses hace… por allá por Tracia, guardándole la espalda a Eucrates!
MIRRINA.— ¡Y el mío siete meses en Pilos!
LAMPITO.— Y qué me dicen del mío: viene de cuando en cuando de su regimiento y más tarda en llegar que en volver a coger el escudo y largarse.
LISÍSTRATA.— ¡Pero tampoco queda chispa de amantes ocasionales! ¡Y con la traición de los de Milesia, ya ni el recurso queda de un consoladorcito de cuero, aunque sea de ocho dedos! Bueno, si hallo modo de poner fin a la guerra, ¿me ayudan o no?
MIRRINA.— Por las diosas dobles que sí. Yo aunque empeñe mi bata larga y me beba el mismo día el dinero.
CLEÓNICE.— Yo lo mismo, aunque me convierta en carpa y tenga que dar la mitad de mí misma.
LAMPITO.— A la cumbre misma del Taigeto me treparía con tal de ver la paz.
LISÍSTRATA.— Conste: lo digo. Ya no hay que andar con secretos. Las mujeres, si queremos que los varones hagan la paz tenemos que hacer una huelga…
CLEÓNICE.— ¿De qué, de qué…?
LISÍSTRATA.— Pero ¿la harán?
CLEÓNICE.— Cueste lo que cueste, hasta la vida.

La Esfera, 1914, BNE, Égloga, Yzquierdo Durán

La Esfera, 1914, BNE, Égloga, Yzquierdo Durán

Serie: azulejos