VI. El calendario aldeano
El calendario de una aldea del sur de Europa se establece por los trabajos estacionales de la tierra y por los ritos y fiestas correspondientes. En mi aldea el calendario estaba particularmente colmado, ya que, como los inviernos eran relativamente suaves y el agua de regadío abundante, se cultivaba una gran variedad de productos. El año comenzaba con la recolección de la aceituna, y como esto era mayormente tarea de mujeres, los bosques de olivos se veían invadidos por alegres partidas de chicas y matronas con blancos pañuelos de cabeza y vestidos multicolores y acompañadas de los niños más pequeños. Las chicas trepaban a los árboles, y si algún hombre se aproximaba demasiado, se las avisaba a gritos y apremiaba a que bajasen, pues ninguna llevaba bragas. Recogían las aceitunas en unas mantas extendidas sobre el suelo, después las vertían en unos serones y las llevaban a la almazara. Allí, un burro, dando vueltas en la semioscuridad del reducido espacio inferior, tiraba de una piedra cónica, que, al macerar las aceitunas, hacía saltar un chorro de aceite que iba a parar a las tinajas.
Mientras las mujeres se entregaban a este quehacer, los hombres podaban las viñas y los árboles, tras lo cual venía la siembra de cebollas y ajos (los únicos cultivos para el mercado) y la sachadura de los cereales. A comienzos de mayo se hacía la siega de la cebada y poco después comenzaba, en la costa, la del trigo. Se extendía por la ladera de una forma gradual y alcanzaba nuestra aldea en julio (cada cien metros de altitud originaba una diferencia de cuatro días), pero en las fincas situadas en lo alto de la montaña no comenzaba hasta septiembre. La mies se segaba con una hoz curva y corta. El segador empuñaba en su mano izquierda un haz de tallos y los cortaba con la derecha por debajo de la espiga. La cosecha se recogía en cestones y se llevaba a lomos de burro hasta las eras. Si había luna, la cebada se segaba y recogía por la noche, ya que si se secaba demasiado los granos se caían.