16 febrero 2022
Sobre el cuco (37) - había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio
15 febrero 2022
Sobre el cuco (36) - Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.
Al llegar, la señora Bergmann acogió a Laura y a Natalia con grandes extremos y contó las novedades de la casa. La Walkiria se había marchado. Había encontrado un joven jardinero que la admiraba y la llevaba al tálamo nupcial; la cocinera y la doncella seguían. El señor Keller, el de las anécdotas, había entrado en un asilo y preguntaba por Laura. También el señor Wollgraff preguntaba por ella.
Por la noche los alambres del teléfono producían un sonido como si estuvieran murmurando. No era el viento, según dijo Golowin, sino los cambios de temperatura los que originaban este ruido.
Al levantarse, Laura vio el campo verde con grupos de árboles. En el fondo, el Jura, una línea de montes suaves, azulados. Le recordaron el Guadarrama. Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.
De la ventana se veían pasar con frecuencia los aviones. Los cuervos en el campo seguían el arado del labrador, a comer los insectos que se descubrían al remover la tierra.
A pocos pasos jugueteaban las urracas.
Natalia quiso que su alcoba estuviese cerca de la de su mamá, como llamaba a Laura, y pidió que se le trasladara a un cuarto próximo. Las dos habitaciones daban a la biblioteca. Esta era una sala cuadrada, baja de techo, con una gran ventana de guillotina, llena de armarios con libros y una porción de estampas, cuadros, arcas antiguas y un globo terráqueo de más de un metro de diámetro, publicado por una casa editora de Berlín.
En esta habitación se disfrutaba de una calma y de una tranquilidad extraordinarias.
Pío Baroja
Laura o la soledad sin remedio
14 febrero 2022
Sobre el cuco (35) - yo me levanté e imité el cuco
13 febrero 2022
Sobre el cuco (34) - Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques
CAMINABAN sin prisa hacia Florencia, contando con llegar a la ciudad del Arno la víspera de San Juan, que es cuando se corren los caballos y se hacen muestras de doma. Exigía también su pausa la yegua Artemisa, que Fanto montaba, porque los muchos años le ponían un espasmo en la mano de cabalgar. Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques. El cavalière Capovilla le iba explicando a su pupilo las batallas que se dieron antaño en aquellas colinas, campos y vados, las más entre güelfos y gibelinos, con marchas y contramarchas, trompetería y banderas al viento, y le contaba de las familias que vivían en los almenados castillos, casi todas visitadas alguna vez por el crimen.
Los viajeros se detenían debajo de una higuera, que tendía sus retorcidas ramas por encima de un muro medio arruinado, y alcanzaban fácil los higos verdascos, que reventaban melosos entre las grandes hojas. El signor Capovilla le mostraba a Fanto el verde llano que cruzaba sinuoso el río entre chopos y sauces, y aprovechaba para continuar con sus lecciones de astucia castrense, contándole al pupilo como allí Ubaldo Cane de Cimarrosa, la víspera de la batalla contra los písanos, había hecho correr entre estos la noticia de que jurara solemne no pasar el río por el puente, sino vadearlo aguas arriba, y los písanos se fueron al vado y clavaron estacas en el río, aguardando a messer Ubaldo en la junquera, pero Ubaldo no había jurado tal y vadeó el río aguas abajo, y les mandó recado a los de Pisa que la batalla la tenían perdida, que se fueran para casa, y que él no jurara nada de puentes. El capitán de Pisa murió de su ira por haber caído en la trampa, y messer Ubaldo pidió permiso para saludar el muerto, y como los suyos querían enterrarlo en su ciudad, el vencedor, que siempre llevaba consigo varias barricas con pichones en escabeche, mandó sacar de una las aves, y escabechado se fue para Pisa, a hombros de sus tenientes, el infortunado Paolo Enza dei Mutti, que así se llamaba el crédulo hombre de guerra. Aun hoy se conoce el lugar de su sepultura, que el vinagre mata sobre ella las hierbas, y no se logra en su cabecera el laurel. El vinagre del escabeche que llevaba el signor Ubaldo debía ser de ese que en Roma llaman por mal nombre leche del nipote del Papa.
VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro