16 febrero 2022

Sobre el cuco (37) - había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio

Martín Shagua tenía ideas extrañas: creía que los caseríos estaban demasiado próximos el uno del otro y que siempre sería conveniente que hubiese por lo menos una legua de distancia entre ellos.Martín era algo creyente en el totemismo, porque, de oírse llamar ratón, pensaba que tenía algo de este roedor. Refería varios casos de fraternidad animal.
—Una vez —contó— me encontré con un tejón (azkonarrua) en medio del monte y fuimos los dos marchando en muy buena armonía, y antes de dejarle se despidió de mí saludándome muy cariñosamente.
Otra vez, en el campo, había visto a un cuco muy hermoso sobre unas matas; entonces cogió una piedra, se la tiró y le dio, e inmediatamente se le presentó la sombra de un hombre, erguida, con la señal de la pedrada en la cabeza, y le dijo:
—¡Te arrepentirás de lo que has hecho, ratón!; y él, de sentimiento, estuvo inquieto unos días.
Martín Shagua era también buscador de tesoros; tenía un aparato fantástico inventado por él, con un nivel y una brújula que llamaba armona (imán) y lo que marcaba la brújula lo señalaba con una cruz en el campo. Después cavaba allí. Según él, se habían encontrado tesoros por aquellos barrancos y en cuevas entre dos piedras.
Shagua hablaba también de las lamias. Hacía ya mucho tiempo, según contaba, un pastorcito de un caserío próximo, que iba al monte con sus ovejas, vio en una campa verde a una lamia rubia y sonrosada, con una hermosa mata de cabellos destrenzados, montada en un carnero. Hablaron los dos, se enamoraron y decidieron casarse. El pastorcito, al volver del monte, contó el encuentro a su madre y esta, más suspicaz, le dijo:
—Antes de comprometerte, mira cómo esa mujer tiene los pies. No vaya a ser una lamia.
El pastorcito, al día siguiente, subió a la campa y vio a la muchacha sentada sobre el carnero, como la vez anterior. Se estaba peinando con un peine de oro.
—Vamos a correr por estos prados —le dijo él.
—Yo te seguiré montada en mi carnero.
Entonces el pastor, desconfiado, levantó con el palo el extremo de la falda de la muchacha y vio que tenía el pie como los gansos, con membranas entre los dedos.
El pastor, entristecido, volvió a su casa y murió de pena. Cuando se verificó su entierro, la lamia fue en el cortejo hasta la iglesia, y al llegar a la puerta, se escapó y ya no se la vio.
—¿Pero tú crees eso? —le preguntó Javier.
—¿Por qué no? Otras cosas tan difíciles de creer se cuentan y se creen.

Pío Baroja
El cura de Monleón
La juventud perdida - 2

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

15 febrero 2022

Sobre el cuco (36) - Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

 Al llegar, la señora Bergmann acogió a Laura y a Natalia con grandes extremos y contó las novedades de la casa. La Walkiria se había marchado. Había encontrado un joven jardinero que la admiraba y la llevaba al tálamo nupcial; la cocinera y la doncella seguían. El señor Keller, el de las anécdotas, había entrado en un asilo y preguntaba por Laura. También el señor Wollgraff preguntaba por ella.

Por la noche los alambres del teléfono producían un sonido como si estuvieran murmurando. No era el viento, según dijo Golowin, sino los cambios de temperatura los que originaban este ruido.

Al levantarse, Laura vio el campo verde con grupos de árboles. En el fondo, el Jura, una línea de montes suaves, azulados. Le recordaron el Guadarrama. Había muchos árboles en flor, gran silencio, cantaban los cucos y los cuervos volaban por el aire.

De la ventana se veían pasar con frecuencia los aviones. Los cuervos en el campo seguían el arado del labrador, a comer los insectos que se descubrían al remover la tierra.

A pocos pasos jugueteaban las urracas.

Natalia quiso que su alcoba estuviese cerca de la de su mamá, como llamaba a Laura, y pidió que se le trasladara a un cuarto próximo. Las dos habitaciones daban a la biblioteca. Esta era una sala cuadrada, baja de techo, con una gran ventana de guillotina, llena de armarios con libros y una porción de estampas, cuadros, arcas antiguas y un globo terráqueo de más de un metro de diámetro, publicado por una casa editora de Berlín.

En esta habitación se disfrutaba de una calma y de una tranquilidad extraordinarias.


Pío Baroja
Laura o la soledad sin remedio

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

14 febrero 2022

Sobre el cuco (35) - yo me levanté e imité el cuco

Bajaron sin prisa desde los montes a la vallina. Antes de iniciar la bajada, en lo más alto de los pastizales, por donde va el camino real, Ulises se detuvo a contemplar la casa y las tierras de Penélope. Las miró como parte corporal de ésta, con amor, y se prometió recorrerlas paso a paso para poder poner estampas a las palabras de Penélope cuando en Ítaca le contase memorias, acaso añorante. Quería saber de qué fuente bebía, y en qué cerezo las cerezas más dulces.—¿La conociste hace mucho tiempo? —preguntó Pretextos.
—No. Fue hoy la mirada primera.
—¡Ah, un pronto de asombro! ¡Me gusta a mí eso! En Esmirna estuve en una comedia en la que una muchacha llamada Felisa veía desembarcar a un corredor de medía legua vallas, que traía una cinta azul por la frente, y a la hermosa se le caía de las manos un florero que estaba limpiando. El atleta, sorprendido, levantaba la cabeza y dejaba allí el corazón. Ya se pone en los papeles de la comedia, al margen: «Un pronto de asombro». A ella querían casarla con un pregonero de edictos imperiales, que era viudo, pero sacaba un sobresueldo con una parada que tenía, con garañón calabrés, y siempre estaba en la farsa alabando el garañón, que si era muy humano, y muchos maridos debían tomar apuntes de miramientos, y que no se mareara desde Catania a Famagusta de Chipre, que era donde pasaba la pieza. Cuando se representó por segunda vez, entrando el viudo a tratar las bodas, y ponía en la mesa una bolsa con dinero, y la Felisa estaba dentro de un armario abrazando a su corredor, y el armario estaba abierto por detrás con arte, para que el público viera las caricias, yo me levanté e imité el cuco. Fui muy aplaudido y el teniente veneciano que presidía me mandó vino y pastelillos de nuez.
Pretextos humedecía con la gorda lengua el labio roto, e imitaba el cuclillo de mayo.
—¡Cu-cóo! ¡Cu-cóo!
Con ellos, con el frío hocico pegado a sus espaldas, bajó desde la montaña la niebla, pisando lentamente los pastizales y los trebolares, y deshilándose en las retorcidas ramas de los olivos. Allá abajo, en un abierto, estaba la polis, dorada por el sol poniente: el mar era una verdiclara túnica ondeante. Ulises le señaló a Pretextos aquel hermosísimo campo de luz.

Álvaro Cunqueiro
Las mocedades de Ulises

Córdoba, tres días de un octubre

Córdoba, tres días de un octubre

13 febrero 2022

Sobre el cuco (34) - Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques

 CAMINABAN sin prisa hacia Florencia, contando con llegar a la ciudad del Arno la víspera de San Juan, que es cuando se corren los caballos y se hacen muestras de doma. Exigía también su pausa la yegua Artemisa, que Fanto montaba, porque los muchos años le ponían un espasmo en la mano de cabalgar. Junio amanecía todos los días con sol, con bandadas de palomas en el aire, y el cuco agorero en los bosques. El cavalière Capovilla le iba explicando a su pupilo las batallas que se dieron antaño en aquellas colinas, campos y vados, las más entre güelfos y gibelinos, con marchas y contramarchas, trompetería y banderas al viento, y le contaba de las familias que vivían en los almenados castillos, casi todas visitadas alguna vez por el crimen.

—Aquella torre fue de los Bracciaforte —contaba el signor Capovilla, indicándole a Fanto una que en un espolón sobre el río se alzaba octogonal, rodeado de una docena de pequeñas casas cuyos rojos tejados asomaban por entre las copas de los cipreses—, que eran los más avaros de los toscanos, siempre buscando donde meter el oro que atesoraban, que no lo vieran ni el sol ni la luna, y uno de ellos, llamado Latino Bracciaforte dal Piccino, porque no lo heredase un primo que tenía, que era su único pariente, se aconsejó con un médico judío que purgaba en Siena en menguante contra la doctrina de Padua, y por receta de este puso en polvo todo el oro de la familia, y cuatro veces al día, bebía una ración de él con leche de cabra, y el messer Isaac de Siena le fabricara un compuesto sutil que no dejaba salir el oro del cuerpo, ni por orina ni por mayores, que quedaba chapándole las interioridades. El día en que tomó la última onza áurea, murió ser Latino de repente, y el primo, que era un Montefosco de Malapredda, que son todos tuertos del derecho y zurdos, desde una abuela galicosa que tuvieron, tuvo el soplo de la muerte (hay quien dice que por un cuervo que amaestrara de correo), y se presentó en la torre con un esquilador que tenía un juego de raspadores catalanes comprados en la feria de Tortosa, y ambos se encerraron con el cadáver en una cuadra, y al cabo de dos días dieron por terminado el raspado del estómago y del trípodo, limpiándolas del oro allí acumulado, que estaba dispuesto como escamas de pez, y fundido dio siete libras genovesas. Relucían los lingotes, pero hedían como si fuese excremento humano y hubo que fundirlos varias veces, y el Montefosco se pasaba las mañanas lavándolos con lirio de Pisa y aguas de anís, para que los banqueros florentinos no descubriesen que aquel era el oro del último Bracciaforte.
Los viajeros se detenían debajo de una higuera, que tendía sus retorcidas ramas por encima de un muro medio arruinado, y alcanzaban fácil los higos verdascos, que reventaban melosos entre las grandes hojas. El signor Capovilla le mostraba a Fanto el verde llano que cruzaba sinuoso el río entre chopos y sauces, y aprovechaba para continuar con sus lecciones de astucia castrense, contándole al pupilo como allí Ubaldo Cane de Cimarrosa, la víspera de la batalla contra los písanos, había hecho correr entre estos la noticia de que jurara solemne no pasar el río por el puente, sino vadearlo aguas arriba, y los písanos se fueron al vado y clavaron estacas en el río, aguardando a messer Ubaldo en la junquera, pero Ubaldo no había jurado tal y vadeó el río aguas abajo, y les mandó recado a los de Pisa que la batalla la tenían perdida, que se fueran para casa, y que él no jurara nada de puentes. El capitán de Pisa murió de su ira por haber caído en la trampa, y messer Ubaldo pidió permiso para saludar el muerto, y como los suyos querían enterrarlo en su ciudad, el vencedor, que siempre llevaba consigo varias barricas con pichones en escabeche, mandó sacar de una las aves, y escabechado se fue para Pisa, a hombros de sus tenientes, el infortunado Paolo Enza dei Mutti, que así se llamaba el crédulo hombre de guerra. Aun hoy se conoce el lugar de su sepultura, que el vinagre mata sobre ella las hierbas, y no se logra en su cabecera el laurel. El vinagre del escabeche que llevaba el signor Ubaldo debía ser de ese que en Roma llaman por mal nombre leche del nipote del Papa.

VIDA Y FUGAS DE FANTO FANTINI DELLA GHERARDESCA
Álvaro Cunqueiro

Serie: azulejos