04 febrero 2022

Sobre el cuco (25) - El señor Maquiavelo, además de encontrar el cuco cantando en el camino de Blois

Papel de Armenia
Haciendo juego con no se sabe qué engaños, en qué estancias de la imaginación, se encuentra uno un día aficionado a un lugar que no conoce, a una nación lejana, a un país que no visitó, y se hace su amigo, y pone pasión en seguirles su peripecia, y se banderiza con ellos, poniéndose en partidario, en «hincha», o, como dicen en Italia, en tifoso. Yo soy parcialísimo de mil lejanas cosas, y a mí mismo me sorprendo viéndome metido en políticas ajenas, incluso con violencia y levantando ánimo. El señor Maquiavelo, además de encontrar el cuco cantando en el camino de Blois, en sus embajadas francesas topaba con aquellos fuorusciti, exiliados de las señorías, ciudades y estados de Italia, y se sorprendía él, que llevaba la política calentándole la sangre, del fuego de las opiniones y de la invención incansable y exasperada de arbitrios sobre noticias inventadas, rumores que van y vienen, nacidos del mismo inquieto y desasosegado ser del desterrado. Pues con decir que tengo, para algunas políticas lejanas y foráneas peripecias, el espíritu extremoso, incansable discurseador y hasta vindicativo de los fuorusciti —literalmente, «los salidos de fuera»—, está dicho todo. Y a lo mejor no más que porque me gusta un nombre de rey, de reino, de partido, de ciudad, o me sorprendió una historia que pasó allí, o porque tal rey o Roque vienen en una canción. Desde niño amo a Armenia. Y cuando supe que había perfumado papel de Armenia, lo compré para quemarlo, y todo era preguntarme a mí mismo si Mousch, si Erivan olían a papel de Armenia; en alguna novela de Tolstoi, queman papel de Armenia en una casa, deshabitada durante mucho tiempo: novela o cuento, no recuerdo ahora. Amé a Armenia, y desde los Césares de Roma poniendo y quitando rey, hasta el general Antranik de la guerra del 14, el matador de turcos, y los tashnaks, yo me sabía la aventura armenia mejor que la lista de los reyes godos. Incluso soy erudito, aunque me está mal el decirlo, en algunas cuestiones armenias, sobre si los armenios son frigios o no, como los antiguos troyanos, o sobre San Gregorio el iluminador, que en una fotografía de un icono de Erzorum que tengo ahora ante mí, tanto se parece a Saijo Rubio. Pero, naturalmente, siempre tras la figuración histórica, tras el cúmulo de imaginaciones poéticas y sentimentales, está una Armenia real, están unos armenios de carne y hueso, y no iba a dejar de preguntarme cómo serán. Los he encontrado como los amaba en los libros de William Saroyan, ese armenio nacido en América del Norte y que escribe en inglés. Y he visto que todo aquel largo y paciente amor que les tenía a Armenia y a los armenios, no había sido perdido. He sido recompensado, ahora, por los armenios de Saroyan.
Quizás los armenios de las historias de Saroyan, si hemos de creer las últimas noticias, sean los únicos armenios que a estas alturas estén vivos. El tío de Saroyan, plantador de granados, y aquel otro, Sarkis de nombre, que dejó la aldea de Guikis, en Armenia, el año 1908, y se fue para Nueva York, y el barbero Aram, que tiene su peluquería en calle Mariposa de no sé que ciudad de California, y cuyo tío, aquel pobre Misak, que amaba a todo el género humano, que amaba los pájaros y los peces y hasta las fieras de la selva, murió porque un tigre cerró su boca cuando el pobre Misak tenía la cabeza dentro; en un circo, en Teherán, sucedió esto. Y el camarero de la cervecería de Rostof. Cuando leía cómo Saroyan entró en la cervecería de Rostof y reconoció en el camarero a un armenio, un paisano, yo hubiera querido ser armenio y entrar con Saroyan, y reconocer al paisano emigrado y resucitar en él la tierra, la raza, la lengua, el pasado y el destino. «¡Aquel oscuro armenio de Moush! Me hacía bien el verlo. Dijo el armenio de Moush: ¡Vaya, vaya, vaya! Lentamente lo decía, con alegría, con deliberada lentitud. Sus gestos armenios, ¡significaban tanto! El golpear con sus manos en las rodillas, el reír a gritos. Y el blasfemar. Burlarse del mundo y de sus grandes ideas. Las palabras armenias, la mirada, el gesto, la sonrisa, y a través de esto, fulminantemente, la resurrección de la raza, fuera del tiempo y de nuevo fuerte, pese a los años pasados, y a las ciudades que habían sido destruidas, padres, hermanos, hijos muertos, lugares olvidados, sueños violados, corazones vivientes entenebrecidos por el odio… Que las grandes potencias intenten destruir a los armenios. A ver si lo consiguen. Echadlos de su casa al desierto, sin pan, sin agua. Quemad las casas, las iglesias. A ver si no vuelven a vivir, a reír, si toda la entera raza no vuelve a vivir cuando dos de ellos se encuentren en una cervecería, y rían, y hablen en su lengua y beban…» Nosotros los gallegos, tenemos nuestras gentes dispersas por el mundo. Entrar en Rostof en una cervecería y encontrar un gallego, o irse a cortar el pelo en una ciudad de California a una peluquería de la calle Mariposa, y que el barbero fuere gallego. Digo eso para que se pueda ver mejor cuan entrañablemente amigos se me han hecho ahora, con Saroyan, los armenios. Ya no he de contentarme con el obispo don Mártir que vino a Compostela, ni con el rey Aartos, que tenía un caballo volador, ni como Garam, el que casó con doncella tártara, y ésta era muda, y el príncipe le enseñó a hablar por hilos de colores… Ya Armenia me es más que una provincia de humo azulado, más que el humo perfumado del papel de Armenia en una habitación, en una casa de aldea, una tarde de otoño. El humo del papel de Armenia lo es de las lejanas cabañas de Armenia, de Guiki, de Moush de Merián.

NOTICIA VARIA DE LUGARES Y CIUDADES
Álvaro Cunqueiro

Calles de Córdoba

Córdoba, tres días de un octubre

03 febrero 2022

Sobre el cuco (24) - del bosque que está alto y vecino brotó el canto del cuco, que era el primero que yo escuchaba este año

 El cuco en Armagh

Un domingo, yendo a visitar en Mondoñedo a un alfarero amigo mío —muy conocido por Vendaval, que es nombre de viento como es sabido, el ventus validus, el viento poderoso, según dijeron latinos— del bosque que está alto y vecino brotó el canto del cuco, que era el primero que yo escuchaba este año. ¡Voz amarga, pero anunciadora del tiempo alegre! Y pudo ocurrírseme que salía el agorero a saludarme, porque quizás era un cuco visitante de pasados años, que me conocía de paseos de otro tiempo. En el fondo de mi corazón agradecí al Señor aquella caricia sonora, nacida en verde rama de aliso o de abedul. Y ya en Vigo, sentándome en mi mesa en el «Faro de Vigo», abrí una revista inglesa en la que tropecé con un reportaje sobre Armagh, la ciudad capital eclesiástica de Irlanda, la ciudad de las dos catedrales y los dos arzobispos, cabeza del Ulster, y sede de San Patricio, el evangelizador de gaélicos. Y en dicho reportaje aprendí que Armagh tiene su nombre en Ard Macha, es decir, la Colina de Macha. Y Macha era el onomástico de una reina que allí se estableció en el siglo V, y desde entonces, y durante varias centurias, Armagh fue en arpas, en libros santos encuadernados en plata, la residencia de los nobles reyes del Ulster, ricos en yeguas negras, en hebillas de oro y en escudos redondos. Y cuentan las historias erínicas que cuando la reina Macha abandonó el bosque donde vivía con los suyos para ir a reinar a la colina que habría de llevar su nombre, e main Macha, a su diestra fueron volando, compañeros, los cucos que anunciaban abril a la isla toda. Y desde entonces, siempre hay cuco primaveral en Armagh y nadie duda de que el que canta ahora desciende por línea directa de los cucos amigos de la reina trashumante. Cuando el deán Swift vivía en Armagh con la familia Acheson, y paseaba con su amigo el doctor Jenny, éste le explicaba al autor de los Viajes de Gulliver el efecto sedante que el canto de cuco ejerce sobre los nervios primaverales. El doctor Jenny, teólogo e hidroterapeuta, reconocía a cada cuco por su acento, y podía afirmar, sin lugar a dudas, que el que estaba cantando en aquel momento era un nuevo barítono del bosque, acabado de llegar a Armagh… La mayoría de los clientes del doctor Jenny eran viudas de oficiales ingleses, afectadas de nubes de calor en el pecho y en el rostro. Con baños alternados fríos y calientes, y canto de cuco, el doctor las dejaba para segundas nupcias o para un tranquilo servicio en las obras parroquiales. Que cada cual reacciona a su manera.
No hace falta decir lo que me gustaría ir un día de abril o mayo a Armagh a escuchar el cuco en los árboles que rodean cualquiera de las dos catedrales. ¡Cucos con el acento mismo de Ossian, el sonoro mago, bardo y cabalgador…! Hay que suponer que los cucos de Armagh no distinguirán de catedral, la católica y la protestante. Las dos se llaman de San Patricio. Los protestantes se establecieron en la antigua, famosa por su cripta del siglo IX, donde está enterrado Brian Boru, el gran héroe, más fuerte que Sansón, vencedor de normandos en la batalla de Clontarf, en el 1014. Hubo la muerte Brian Boru porque se quedó admirado de la destreza de un danés, que, caído en el verde campo, tendió el arco y le disparó una flecha emplumada. Fue tan gracioso el gesto, venía la flecha tan ondeante de cola, que Brian Boru siguió su viaje, asombrado, sin percatarse de que venía a hacer nido en su indomable corazón… Y si los cucos no distinguen de catedral, es de suponer que no los haya entre ellos católicos y protestantes, sino cucos simplemente, avecillas libres en el bosque, augurando viajes y bodas. Lo mismo que en mi valle natal, oscuros mánticos de oscura pluma.
Quede, con estas líneas escritas a vuela pluma, saludado el cuco que me saludó, viéndome entrar al obrador de Vendaval.

NOTICIA VARIA DE LUGARES Y CIUDADES
Álvaro Cunqueiro

El Caño Gordo

 Córdoba, tres días de un octubre

02 febrero 2022

Sobre el cuco (23) - y tuvo el canto del cuclillo por un feliz augurio para su embajada

 La edad de oro

Me refiero a la edad de oro de la diplomacia, que tal es el título de un libro de Philippe Amigüet, publicado en París, y que lleva por subtítulo Maquiavelo y los venecianos. En una faja verde que lo ciñe se define en gruesas letras rojas: «l’Ambassadeur est un espion honorable…». Realmente, la frase no parece que pueda aplicarse con mucho acierto ni al señor Maquiavelo y sus embajadas en Francia, ni a los embajadores venecianos con cuyas «relaciones» a la Serenísima se ha podido escribir media historia de Europa de los siglos XVI y XVII. Maquiavelo, que unas veces fue secretario de las embajadas de Florencia y otras veces él mismo nuncio u orador, cuenta a la Señoría florentina lo que ve en Francia, cómo es aquella Corona, rentas, soldados, costumbres, y al mismo tiempo hace política, pretendiendo llevar al Cristianísimo a las opiniones de Florencia, al único designio de aquellos complejos días: durar en libertad. Francia es la aliada de Florencia, pero es una aliada demasiado poderosa. El secretario florentino probará cien veces su inteligencia excepcional, su capacidad dialéctica, su visión objetiva de los sucesos, la excelencia de sus artes suasorias… Pero no puede llamársele espía, por mucho que se matice el término, porque haya pretendido profundizar en la situación política y económica de Francia y averiguar lo que llevaban dentro aquellos de quienes dependía la acción francesa en Italia. De las cartas de Maquiavelo a Florencia, cuando sus estancias gálicas, brota para el lector una enorme seducción. Tenacidad, paciencia, imaginación, don de profecía, saber de historia política y del alma humana… ¡Frágil y constante araña, tejiendo sin desaliento! Y todo por aquella pequeña y lejana ciudad, llena de miedo y de discordias, mezquina y celosa, pero cuyas torres en el horizonte toscano y el dulce río, Arno al fin claro como los ojos de Beatrice, son amados como ninguna otra cosa en el mundo. En una de las cartas de micer Nicolás Maquiavelo cuenta este que yendo hacia Blois, en la feliz Turena, donde posaba por unos días la nómada corte de los Valois, desde unos abedules a mano diestra del camino fue saludado, pues era mayo, por el cuco. El corazón de Maquiavelo sonrió, pese a la aspereza de los días, y tuvo el canto del cuclillo por un feliz augurio para su embajada y su patria… Cómo sonreiría mi propio corazón si yo fuese embajador de Mondoñedo en lejana corte, y mi ciudad natal tuviese filo de espada enemiga enfriándole el cuello.
Maquiavelo ha tenido muy mala prensa. En la Inglaterra del XVI —en El judío de Malta de Marlowe, por ejemplo—, pasa por abogado de toda traición y crimen. Los venecianos eran más complejos y, además, tenían la manía de que en todas partes se conspiraba contra Venecia, lo que, a su vez, llevaba a Venecia a conspirar. Los suizos, que entonces eran gente crédula, beoda y con la manía de cobrar puntualmente en las guerras para las que se alquilaban, aceptaban que los nuncios venecianos que iban a los cantones a levantar banderas, dejaban enterrados aquí y acullá unos homúnculos todo boca y orejas, nacidos de los amores de la mandrágora con un elixir antiguo, que oían todo lo que se murmuraba entre helvéticos y lo repetían después al Dogo, cuando eran llevados a Venecia. Éstos sí eran espías, pero no los señores Giustinian, Correre, Dalavisi, Loredano, Giusti…, siempre tan vestidos de seda, dueños de la lengua latina, perfumados con secante de lirio, buenos bailarines, alguno poeta y en los temas del amor y odio, avaricia y lujuria, apetito de poder, etcétera, vivos en el humano corazón, tan sabios como Shakespeare.

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

Hacia el patio de los naranjos

Córdoba, tres días de un octubre

Serie: azulejos