29 diciembre 2021
28 diciembre 2021
28 de diciembre, día de los Inocentes,
Dos días antes de Navidad, llegó el capitán con la gente de pie y de caballo que habían ido a las provincias de Cecatami y Xalazingo, y supe como algunos naturales de ellas habían peleado con ellos, y que al cabo, de ellos por voluntad, de ellos por fuerza, habían venido de paz, y trajéronme algunos señores de aquellas provincias, a los cuales, no embargante que eran muy dignos de culpa por su alzamiento y muertes de cristianos, y porque me prometieron que de ahí en adelante serían buenos y leales vasallos de su majestad, yo, en su real nombre, los perdoné y los envié a su tierra; y así se concluyó aquella jornada, en que vuestra majestad fue muy servido, así por la pacificación de los naturales de allí, como por la seguridad de los españoles que habían de ir y venir por las dichas provincias a la Villa de la Vera Cruz.
27 diciembre 2021
27 de diciembre
Érase una vez…
Érase una vez, les contaban a los niños, un muchacho indio de diecisiete años que murió linchado y ahorcado de un gran roble a orillas del lago, a menos de un kilómetro de casa. El roble se llamaba Árbol del Ahorcado. Pero ya no existía…, lo habían talado hace muchos años.
—¿Por qué lo ahorcaron? —preguntaron los niños.
—Porque creían que había provocado un incendio. Un granero ardió en llamas y pensaron que lo habían hecho los indios.
—Pero ¿lo había hecho él?
—Tu tío abuelo Louis creía que no, aunque no estaba seguro.
—¿Y qué pasó después? ¿Qué les pasó a los indios?
Al muchacho lo mataron, luego arrastraron su cuerpo por todo el pueblo y terminaron en una taberna a orillas del río. Es probable que lo enterraran. En cuanto al resto de los indios…, huyeron, como hacían siempre. Sin embargo, al cabo del tiempo regresaron.
—¿No tenían miedo?
—Bueno…, el caso es que regresaron.
Fredericka le leía a su hermano en voz alta y acompañaba su lectura con bufidos de furiosa desesperanza, porque los hombres eran animales, la humanidad en su conjunto era irrecuperable y sólo la Palabra de Cristo podría redimirla. Una desapacible noche de enero leyó, a la luz de una lámpara, un fragmento de la obra de Franklin Relato de las últimas masacres de varios indios, amigos de esta provincia, cometidas por desconocidos del condado de Lancaster, con algunas observaciones sobre la cuestión, mientras Raphael la escuchaba inmóvil, sin tamborilear los dedos sobre el escritorio que tenía delante.
… Estos indios eran los que quedaban de la tribu de las Seis Naciones, establecida en Conestogo, de ahí su nombre indios conestogo. Cuando llegaron los primeros ingleses, los mensajeros de esta tribu se acercaron a darles la bienvenida con obsequios de venado, maíz y pieles. La tribu entera llegó a un acuerdo con el principal terrateniente, destinado a durar «hasta que el sol deje de brillar, o hasta que las aguas del río dejen de fluir».
26 diciembre 2021
26 de diciembre
LXXV
El curso de los sucesos había cambiado en el espacio de un año.
Aquel insignificante Bonaparte de quien todo el mundo se burlaba, victorioso después de una campaña que se podía parangonar con los más brillantes hechos de armas de Alejandro, de Aníbal y de César, había sido calificado por el Directorio con el nombre de hombre providencial, y la República francesa le entregó una bandera en la cual aparecía escrito, en letras de oro:
El general Bonaparte ha destruido cinco ejércitos, triunfado en diez y ocho batallas y en sesenta y siete combates, ha hecho prisioneros de guerra a 160.000 soldados enemigos, enviado a Francia 160 banderas, 1.180 piezas de artillería, para enriquecer nuestros arsenales, 200 millones al Tesoro y 51 barcos de guerra; las obras maestras de arte para embellecer nuestras galerías y nuestros museos, preciosos manuscritos para nuestras bibliotecas; en fin, ha dado la libertad a diez y ocho pueblos.
Fácilmente se comprenderá el pesar que tales honores a nuestro enemigo producían a la corte de Nápoles, a sir Guillermo Hamilton y a mí; a mí, como amiga de la Reina, de cuyos odios y de cuyas simpatías participaba; a sir Guillermo, como embajador de Inglaterra.
La Reina fue acometida de un acceso de furor, como pocas veces vi en ella, el día en que el Gobierno de las Dos Sicilias se vio obligado a reconocer a la República cisalpina.
El tratado de Campo-Formio, firmado entre Francia y Austria, tenía grande importancia. Francia extendía, de un lado, sus fronteras hasta los Alpes, y del otro, hasta el Rhin; Austria perdía en territorio, pero ganaba en súbditos; la República cisalpina crecía, al paso que la de Venecia decaía y pasaba a ser propiedad del emperador.
La paz parecía asegurada; pero sir Guillermo se sonreía con su diplomática sonrisa, cuando le hablaban de la duración de esa paz.
—En tanto que Inglaterra esté en guerra —decía—, el mundo, y sobre todo Francia, no sabrá vivir en paz.
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