24 diciembre 2021
23 diciembre 2021
23 de diciembre
LA CRISIS DE LAS MASCOTAS
22 diciembre 2021
22 de diciembre
La aventura del carbunclo azul
Dos días después de Navidad pasé a visitar a mi amigo Sherlock Holmes con la intención de transmitirle las felicitaciones propias de esa época del año. Lo encontré tumbado en el sofá, con un batín rojo púrpura, el portapipas a su derecha y un montón de periódicos arrugados que evidentemente acababa de estudiar. A un lado del sofá había una silla de madera, y de una esquina de su respaldo colgaba un sombrero de fieltro raído, costroso y agrietado por varias partes. Una lupa y unas pinzas en el asiento indicaban que había colgado el sombrero de esta manera con el fin de examinarlo.
—Parece usted ocupado —dije—. No quisiera interrumpir.
—En absoluto. Me alegra tener un amigo con quien comentar mis indagaciones. El caso es de lo más trivial —explicó, señalando el sombrero con el pulgar—, pero guarda relación con algunos detalles que no carecen por completo de interés, incluso son instructivos.
Me acomodé en la butaca y calenté las manos en el fuego que chisporroteaba en la chimenea. Había helado esa mañana y una gruesa capa de escarcha cubría las ventanas.
—Supongo —señalé— que a pesar de su aspecto corriente ese sombrero está relacionado con algún suceso terrible… que es la pista que lo conducirá a la resolución de algún misterio y al castigo de algún delito.
—No. Nada de delitos —se rio Sherlock Holmes—. No es más que uno de esos incidentes caprichosos que suceden cuando cuatro millones de seres humanos viven apiñados en unos pocos kilómetros cuadrados. Entre las acciones y las reacciones de un enjambre humano tan numeroso, cabe esperar cualquier combinación de acontecimientos y pueden presentarse un sinfín de problemas menores que, sin ser delictivos, resultan sorprendentes y extraños. Ya hemos tenido experiencias similares.
—Tanto es así que tres de los seis últimos casos que he añadido a mis notas estaban enteramente libres de delito.
—En efecto. Se refiere usted al intento de recuperar los documentos de Irene Adler, al extraño caso de la señorita Mary Sutherland y a la aventura del hombre del labio leporino. Es indudable que este pequeño asunto se enmarcará en la misma categoría de sucesos inocentes. ¿Conoce usted a Peterson, el conserje?
—Sí.
—Es a él a quien pertenece este trofeo.
—Es su sombrero.
—No, no es suyo. Lo encontró. No sabemos quién es su dueño. Le ruego que lo observe no como un ajado bombín, sino como un problema intelectual. Lo primero es cómo ha llegado aquí. Llegó la mañana de Navidad, en compañía de un buen ganso que en este momento seguramente se estará asando en el horno de Peterson. Los hechos son los siguientes. Alrededor de las cuatro de la madrugada del día de Navidad, Peterson, que, como usted sabe, es un hombre muy honrado, volvía a casa de algún jolgorio por Tottenham Court Road. A la luz de una farola vio a un hombre alto que iba delante de él, tambaleándose ligeramente, con un ganso blanco cargado al hombro. Cuando el desconocido llegó a la esquina de Goodge Street, tuvo un altercado con un grupo de maleantes. Uno de ellos le quitó el sombrero; el desconocido levantó el bastón para defenderse y, al blandirlo por encima de la cabeza, rompió el escaparate de un comercio. Peterson había echado a correr para proteger al hombre de sus agresores, pero el individuo en cuestión se asustó al romper el escaparate y, al ver que un hombre de uniforme se acercaba corriendo hacia él, soltó el ganso, puso pies en polvorosa y desapareció por el laberinto de callejuelas que hay detrás de Tottenham Court Road. Los maleantes habían huido al ver a Peterson, con lo que éste quedó dueño del campo y también del botín, que consistía en este maltrecho sombrero y un irreprochable ganso de Navidad.
21 diciembre 2021
21 de diciembre
Un ente de razón
Después hablé de mis gestiones para encontrar casas que me dieran su representación comercial, y le dije a don Eugenio que de una manera más bien honoraria que efectiva, podía titularme representante de la casa Collado, de San Sebastián.
—Está bien eso.
—Traigo, además, una carta para el cónsul de España en Bayona, don Agustín Fernández de Gamboa.
—¿La tienes ahí?
—Sí.
Le di la carta, la leyó y me dijo:
—Es una carta corriente; no sé si te servirá de algo. Si vas a verle a Gamboa no le hables de mí. Es un enemigo mío furioso.
—No le hablaré; no tenga usted cuidado.
—Bueno. Ahora vamos a hacer una sociedad para la casa de comisión que tenemos que fundar.
—¡Una sociedad! ¿Entre quiénes?
—Tú serás uno de los socios.
—¿Y el otro?
—El otro será el señor Etchegaray.
—¿Y quién es el señor Etchegaray?
—El señor Etchegaray es un ente de razón.
—No sé lo que es eso.
—Pues es un personaje que no existe.
—¿Y para qué lo necesitamos?
—Él dará seriedad y gravedad a tu casa de comisión; así, cuando tú alquiles un piso bajo con una pequeña oficina, pondrás una placa en la que se leerá:
—Muy bien. Me tendrá usted que pintar qué clase de pájaro es este Etchegaray, para que no cometa alguna pifia si me preguntan por él.
—Etchegaray tendrá unos diez años más que yo: unos cincuenta y cinco a cincuenta y seis. Habrá estado en Méjico…
—Lo mejor sería que hiciera usted un documento de identificación completo.
—Lo voy a hacer ahora mismo.
Aviraneta se puso los anteojos, tomó una hoja de papel y escribió: «Dominique Michel Etchegaray Leguía».
—¡Hombre! ¡Leguía! ¿Es pariente mío?
—Sí; tío tuyo y primo mío. «Nacido en Bidart, Bajos Pirineos, el 21 de diciembre de 1782; estado, viudo; profesión, comerciante; estatura, alta; pelo, canoso; ojos, garzos; nariz, larga; barba, afeitada; color, sano…».
—¿Tiene hijos?
—Uno, que está en América establecido.
—¿En qué república?
—En Méjico.
—¿Qué ha hecho mi tío por allá?
—Ha sido comerciante y minero en California.
—¿Tiene parientes en Francia?
—No; únicamente una hermana en España.
—Que es, naturalmente, tía mía.
—Claro.
—¿La haremos soltera o casada?
—Soltera.
—¿La tía Juana?
—Bueno.
—¿Dónde vivirá?
—En Vergara, si te parece.
—Muy bien.
—Ya que estamos de acuerdo en la existencia de este ente de razón, haré que mañana Iturri, el dueño de esta fonda, saque en la subprefectura, donde tiene un amigo, documentos de identificación de Dominique Etchegaray, avecindado en Bidart; luego haremos la escritura de sociedad comercial entre Etchegaray y tú. Etchegaray será socio tuyo, y andará yendo y viniendo de España.
Cuando tú pongas tu oficina, yo escribiré siempre a nombre de Etchegaray.
—Ahora, ¿qué tengo yo que hacer?
—Nada. Sigues en la fonda de San Esteban, donde dirás que cuando quede vacante un cuarto alto y barato te lo reserven. Mañana por la mañana irás a un comercio de antigüedades de la calle Salie, el comercio del señor Falcón. Allí verás a doña Francisca González de Falcón, que es española, y ella te irá resolviendo las dudas que tengas, dándote el dinero que necesites e indicándote lo que debes hacer. Nos comunicaremos por carta; tú me escribirás a nombre de Iturri; yo, a nombre de Etchegaray, cuando la casa de comisión esté establecida. Mientras tanto, si te necesito, te avisaré.
—Bueno.
—Eres un joven de una familia acomodada del comercio, a quien han enviado a aprender francés a Bayona y a estar fuera de la lucha carlista.
—Muy bien. Comprendido.
Me despedí de Aviraneta, y fui marchando después hacia el centro del pueblo. Mi vida en Bayona comenzaba de una manera rara y pintoresca.
Esta obra, terminada en Vera de Bidasoa por octubre de 1922, se halla constituida por cuatro partes y en ellas vuelve a ser personaje central el narrador, Pedro Leguía. Retoma el argumento un poco abandonado que comenzara en El aprendiz de conspirador. Bayona es el centro de la intriga al principio, como lo será en otras novelas de la serie, inmediatamente posteriores. Abundan las descripciones y pinturas del ambiente de 1837. Leguía es joven, apuesto, el dandismo está a la orden del día.
Esto y sus actividades peculiares le dan motivos para apuntar muchas ideas y observaciones sobre la vida amorosa y la política y sus hombres. Pero también hay parte dedicada a descubrir la situación de la zona fronteriza avanzada ya la primera guerra civil; el novelista transcribe, así, canciones vascas de circunstancias (algunas recogidas en Vera). La tercera parte recoge experiencias muy distintas y varias, en París y Madrid. La trama mayor de todas las urdidas por Aviraneta para provocar la desorientación en el campo carlista se va desarrollando en las partes cuarta y quinta, llenas de incidentes novelescos e intrigas amorosas que justifican sobradamente el título.
Sonriures per a una tardor
Sonriures per a una tardor I MAKING OF AMERICA El cementiri d'Edgar Poe Aquí rau el seu cor envoltat per la gespa verda d'una esgl...