17 diciembre 2021
16 diciembre 2021
16 de diciembre
4. LOS CONSEJEROS Y LA SUPREMA
Creo que al llegar a este momento hay que hacer nuevas observaciones respecto a la carrera inquisitorial en su fase más elevada. Aparte y por encima de las inquisiciones provinciales funcionaba la Suprema. El presidente de ella era el Gran Inquisidor o Inquisidor general. Asistían a éste los consejeros, que se nombraban entre antiguos inquisidores provinciales o entre letrados y prelados conocidos por su experiencia. Por privilegio de Felipe III, fechado a 16 de diciembre de 1618, a partir de aquella fecha siempre había un dominico entre ellos.
Las causas más graves, las causas de apelación, las que ofrecían discrepancia de criterio, las que presentaban grandes dudas y las relativas a delitos de los ministros del Santo Oficio, se veían en la Suprema y ésta ratificaba las sentencias. Cada año también se recibían en ella los informes de las inquisiciones provinciales respecto a la marcha de las causas seguidas en ellas, el número de procesados, de presos, etc. Cada mes informaban respecto a asuntos económicos. Se reunía el Consejo (que era uno de los grandes del reino) los lunes, miércoles y viernes por la mañana; los martes, jueves y sábados, por la tarde; intervenían en las sesiones vespertinas dos consejeros de Castilla. Siempre que hubo negocios graves hubieron de trabajar en firme los consejeros. Así, en 1528, cuando se trató de resolver el negocio de las brujas de Navarra. Más tarde, a medida que se presentaban casos como los de los judaizantes de Murcia, dirigido por fray Luis de Valdecanas, o los luteranos de Valladolid (1588). Discutían los consejeros; votaban por orden de antigüedad, del más moderno al más antiguo. Había a veces juntas extraordinarias, en que participaban miembros de otros tribunales. Pero no todo el tiempo se invertía en negocios de esta índole. Fue el del Santo Oficio uno de los tribunales más discutidos en cuestión de preeminencias, lugares y honores. Con los obispos, con las chancillerías y sus miembros, con los municipios, tuvo siempre graves y largos pleitos por asuntos de etiquetas y honores. Los inquisidores dan fe de la importancia que concedían a esto. Simancas se vanagloria de la rapidez con que llegó a ser de los que votaban en último lugar. Las pompas de los autos, las procesiones y otras ceremonias daban lugar a mil quehaceres ajenos a lo más específico en la función inquisitorial.
Julio Caro Baroja
El señor inquisidor
El señor inquisidor examina el estilo de vida de los funcionarios permanentes de la Inquisición, los criterios seguidos para su incorporación y promoción y las formas de actuación del Santo Oficio.
Este ensayo fue escrito por Julio Caro Baroja después de una ardua tarea de investigación y en él sostiene que se ha escrito mucho sobre la Inquisición, pero de manera abstracta y que, sin prescindir de tantas interpretaciones, proclamadas por diferentes escuelas y pensadores y realizadas en distintos momentos históricos sobre las actuaciones de la Inquisición, el Santo Oficio debería ser juzgado a partir de las actuaciones de sus verdaderos protagonistas, es decir los señores inquisidores.
La obra constituye el primer capítulo de la recopilación de trabajos El Señor Inquisidor y otras vidas por oficio publicado por Caro Baroja en 1994.
15 diciembre 2021
15 de diciembre
Par condicio
Cuando Montalbano llegó recién nombrado a la comisaría de Vigàta, su colega saliente le hizo saber, entre otras cosas, que el territorio de Vigàta y sus alrededores era objeto de contencioso entre dos «familias» mafiosas, los Cuffaro y los Sinagra. Ambas intentaban poner fin a la larga disputa recurriendo, no a las instancias con papel sellado, sino a mortíferos disparos de lupara.
—¿Lupara? ¿Todavía? —se sorprendió Montalbano, porque aquel sistema le pareció arcaico en unos tiempos en los que las metralletas y las Kaláshnikov se adquirían en los mercadillos locales por cuatro cuartos.
—Es que los dos jefes de las familias locales son tradicionalistas —le explicó su colega—. Don Sisìno Cuffaro ha rebasado los ochenta, mientras que don Balduccio Sinagra ha cumplido ochenta y cinco. Debes comprenderlos, están apegados a los recuerdos de juventud y la escopeta de caza se encuentra entre los más queridos. Don Lillino Cuffaro, hijo de don Sisìno, que pasa de los sesenta, y don Masino Sinagra, el hijo cincuentón de don Balduccio, están impacientes, querrían suceder a sus progenitores y modernizarse, pero están atados a los padres que todavía son capaces de correrlos a bofetadas en medio de la plaza.
—¿Bromeas?
—En absoluto. Los dos viejos, don Sisìno y don Balduccio, son personas juiciosas, siempre quieren ir empatados. Si uno de la familia Sinagra mata a uno de la familia Cuffaro, puedes poner la mano en el fuego que al cabo de una semana uno de los Cuffaro dispara a uno de los Sinagra. De uno en uno solamente.
14 diciembre 2021
14 de diciembre
TRES
La policía apareció a la hora de la comida. Se habían tomado en serio la carta al Herald y el detective a cargo del caso tenía que hacerle a Sammy unas cuantas preguntas sobre Joe.
Sammy le contó al detective, un hombre llamado Lieber, que no había visto a Joe Kavalier desde la tarde del 14 de diciembre de 1941 en el muelle 11, el día que Joe zarpó para iniciar su instrucción básica en Newport, Rhode Island, a bordo de un paquebote llamado Comet. Joe nunca había contestado a ninguna de sus cartas. Luego, hacia el final de la guerra, la madre de Sammy, en calidad de pariente más cercana, había recibido una carta de la oficina de James Forrestal, el Secretario de la Marina. Decía que Joe había sido herido o había enfermado en el cumplimiento de su deber. La carta era imprecisa sobre la naturaleza de la herida y el escenario de guerra. También decía que llevaba cierto tiempo recuperándose en bahía de Guantánamo en Cuba, pero que en breve lo iban a licenciar y le iban a conceder una distinción. Al cabo de dos días, llegaría a Newport News a bordo del Miskatonic. Sammy había ido hasta Virginia en un autobús Greyhound para recogerlo y llevarlo a casa, pero de alguna forma Joe se las había arreglado para escapar.
—¿Escapar? —dijo el detective Lieber. Era un hombre sorprendentemente joven, un judío rubio de manos gordezuelas con un traje gris que parecía caro sin resultar ostentoso.
—Era un talento que tenía —dijo Sammy.
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