14 septiembre 2021

14 de septiembre

14 de septiembre
En la casa donde nos alojamos vive un ridículo cocker spaniel. Debe de haber tenido un asunto amoroso y lo han dejado plantado o bien es una especie de tonto del pueblo. La casera dice que no es tan bobo como parece, pero lo cierto es que parece muy tonto: languidece sentimentalmente y cuando nos reímos de él se muestra «herido». Hoy lo hemos llevado a las colinas y se diría que se ha animado un poco. La verdad es que está bastante cuerdo, lleno de sentido común y buenos modales. Pero está tanto tiempo encerrado en el jardín, sin hacer nada, que, tal como ha dicho E., como no tiene nada que hacer; se enamora. The Saturday Review dice: el efecto del caso de las «Novias de la bañera» en las personas con algún rastro de «buenos sentimientos» tal vez no sea especialmente dañino, aunque el asunto les resulte repulsivo y odioso… Regodearse en los detalles de horrores repulsivos «por mera curiosidad»: eso sí es malo y degradante.

Cuántas cosas repulsivas encontrarán estos días en el mundo las personas buenas y refinadas que leen The Saturday Review. Por ejemplo, la guerra. «Por mera curiosidad». Sin duda, puesto que se trata uno de los crímenes más notables en los anales la humanidad. Y los crímenes son siempre rematadamente interesantes, cosa que no sucede con The Saturday Review.

Chipples

El otro día descubrí con sorpresa que nadie comprendía la palabra chipples. Al parecer, es un término dialectal de Devonshire para las cebolletas. De todos modos, no se encuentra en el Diccionario Murray’s; sin embargo, etimológicamente es una palabra muy interesante, buenísima y con excelente genealogía. A saber:

Italiano: cipollo.

Español: cebolla.

Francés: ciboule.

Latín: caepulla, diminutivo de caepa.

Así que, ¿cómo hizo este modesto y bonito término para arraigar entre la sencilla gente de Devon? ¿Qué relación hay entre Italia y, por ejemplo, Appledore o Plymouth?

W. N. P. Barbellion
El diario de un hombre decepcionado

Denostado en su día por «inmoral» e incluso por «ficticio», y a la vez aclamado como un examen despiadado del yo que Rousseau habría envidiado, El diario de un hombre decepcionado de W. N. P. Barbellion es una obra singular. Iniciado cuando su autor tenía trece años como un cuaderno de notas de historia natural, se iría convirtiendo poco a poco en la crónica de una profunda decepción: limitado en su formación académica por circunstancias familiares, y aquejado ya tempranamente de dolorosos y paralizantes síntomas de lo que luego se revelaría una esclerosis múltiple, el que soñaba con ser «un gran naturalista» acabaría obteniendo un modesto puesto de entomólogo en el Museo Británico de Historia Natural; pero, con un cuerpo «encadenado a mí como un peso muerto», se daría cuenta de que «mi vida ha sido una lucha continua contra la mala salud y la ambición, y no he conseguido dominar ninguna de las dos». La escritura puntual del diario, incisiva, repleta de ingenio y desesperación, se erige entonces en la única y verdadera razón de ser (o de seguir siendo): «Si somos gusanos —anotará—, al menos seamos gusanos sinceros». Barbellion murió apenas unos meses después de ver publicada su obra, pero su ejercicio de introspección, que ha sido comparado con Kafka y con Joyce, perdura como uno de los más notables y significativos del siglo XX.

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

 Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

13 septiembre 2021

13 de septiembre

Es una especie de enfermedad lo mío, no cabe duda. Y precisamente si me apasionaron las clases tan especiales de Rosario fue porque supe desde el primer día que ella, como intermediaria entre nuestro caótico fin de milenio y la pintura del trecento, estaba tocada por mi mismo mal, o sea que todo aquello de clasificar los cuadros por emociones encontradas, sensualidad y horror, armonía y desorden, esfuerzo y abulia, infierno y cielo, etcétera, arrancaba tiras de piel en otras zonas secretas de su alma, no sabía cuáles porque tardé en tener cierta intimidad con ella, pero seguro, vamos, eso se nota hasta en la manera de mirar, igual que se reconocen entre ellos a primera vista los homosexuales o los drogadictos. La profesora de las gafitas pertenecía a la especie de los pájaros ontológicos, o al menos así la catalogué entonces.

Una vez comprobado, con ayuda del bedel, que el aparato de proyección funcionaba en perfectas condiciones, Rosario Tena apuntó en la pizarra una fecha, 13 de septiembre de 1321, cuidadosamente, con letra grande y clara.

—Ya les he dicho antes —comentó al volverse hacia nosotros— que no soy muy esclava de las fechas, pero ésta es importante: la de la muerte en Ravena, a los cincuenta y seis años, de Dante Alighieri.

Luego preguntó que si alguno de nosotros había leído La divina comedia y no se levantó ninguna mano. Lo comprendía —dijo—, se le tenía miedo como a todos los clásicos que desde la más tierna infancia nos han intentado inyectar en vena, pero La divina comedia no era más difícil de leer que el Ulises de Joyce, por ejemplo, y bastante más divertida.

—Pero, aparte de cuestiones de gusto —concluyó—, si lo saco a relucir es porque me parece un libro fundamental para todo el que quiera aprender a mirar un cuadro y descifrar sus símbolos, estimula la comprensión de lo caótico. Hay una traducción estupenda de Ángel Crespo.

Casi inmediatamente arrancó a hablar de La divina comedia, y yo me di cuenta de que estaba tomando apuntes, cosa rara en mí, como si hiciera fotografías. Aparecen sucesivamente una loba, una pantera y un león al pie de la colina. Luego sale Virgilio, una especie de sombra que rompe a hablar. Y es que lo estaba viendo, y dispuesta a seguir por donde me llevara la voz de aquella chica de las gafitas solamente ocho años mayor que yo y cuatro más joven que Dante cuando se detiene perplejo en la selva oscura del principio y confiesa que ha perdido el camino. Hablaba sin mirar ningún libro mientras comentaba aquél «por encima», según dijo, pero intercalando citas que parecía saberse de memoria, como sobrevolando el texto entre segura e ingenua; y desde la selva oscura donde se encuentra extraviado el poeta, sin saber cómo ha llegado allí, Virgilio a Dante y a mí Rosario Tena nos iban guiando primero por un inmenso y terrible embudo empotrado en el centro de la tierra y luego camino arriba de una montaña formada por las rocas que desplazó Lucifer en su caída, hasta llegar por fin, franqueando siete cornisas, a la ansiada cumbre de los jardines del Edén donde el poeta va a encontrar a Beatriz mirando al sol con ojos de águila y que le dice: «Te crea confusiones / tu falso imaginar, y no estás viendo / lo que verías libre de ilusiones», un mundo transparente pero al mismo tiempo difícil de entender porque nos pilla desprevenidos, porque estamos acostumbrados al mal, un espacio algo frío tal vez, como lo es el ejercicio agudo de la inteligencia, pero tan dantesco como el que se acostumbra a calificar así por sus espantos, qué cara estamos pagando la exclusiva sublimación de lo sombrío y tortuoso, la excursión literaria por la boca del lobo. Y un chico flaco y con los ojos hundidos que estaba a mi lado y solía dormirse en todas las clases, respiró hondo y luego emitió una especie de resoplido:

—Jo, qué tía —dijo como para sí mismo—, ¡no sabe nada ésa!

Carmen Martín Gaite
Lo raro es vivir

Es que todo es muy raro, en cuanto te fijas un poco. Lo raro es vivir. Que estemos aquí sentados, que hablemos y se nos oiga, poner una frase detrás de otra sin mirar ningún libro, que no nos duela nada, que lo que bebemos entre por el camino que es y sepa cuándo tiene que torcer, que nos alimente el aire y a otros ya no, que según el antojo de las vísceras nos den ganas de hacer una cosa o la contraria y que de esas ganas dependa a lo mejor el destino, es mucho a la vez, tú, no se abarca, y lo más raro es que lo encontramos normal.

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

 Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

12 septiembre 2021

12 de septiembre

Nosotros otra vez. Siempre por la noche, eso parece. El coro de Sófocles tiene una opinión. Nosotros no. El coro de Enrique V pide una sentencia. Nosotros tampoco hacemos eso. Elegimos la noche porque es cuando estáis quietos. Es el instante de las ideas, la enumeración o, sencillamente, del sueño, que es como más os parecéis a los muertos sin estarlo. Ahora están todos en su lugar. Arno lee historia antigua, eso se debe a Elik. Polibio, para ser más exactos. Se sorprende del rigor, el tono científico, nota que se siente contemporáneo del escritor. Oye la tormenta fuera y lee sobre culturas que se destruyen unas a otras, que se transforman entre sí. Hace dos mil años alguien pensó que la historia era una unidad fundamental y orgánica. El hombre de Berlín deja el libro y no sabe si comparte ese punto de vista. Luego vuelve a leer hasta que le acoge la noche. Zenobia tiene menos aguante, se ha quedado dormida sobre un artículo que tiene que escribir acerca del Surveyor, que el 12 de septiembre de este año habrá tardado 309 días en recorrer los 466 millones de millas que le separaban de Marte. No, no podemos decir si saldrá bien, y mucho menos si alguien pondrá el pie en Marte en el 2012. Si seguís viviendo, lo averiguaréis vosotros mismos. De lo que se trata ahora es de la representación espacial de las líneas que existen entre las personas y lo que están haciendo, y de las personas entre sí. Arthur duerme, está perdido para cualquier causa, pero Victor se encuentra en su estudio y observa detenidamente el fósil de una pieza de esqueleto que tiene al menos cien millones de años. Al igual que tú ignoras qué camino sigue el viento. Los huesos y la ignorancia, el enigma que determina su siguiente obra. No contará nada al respecto, y está ahí sentado, muy tranquilo. Quiere que el enigma se manifieste en lo que va a realizar. Y todas esas cosas están escritas en tu libro, cómo serían creados los días cuando aún no había ninguno. Nosotros lo vemos, las líneas más sutiles que puedan dirigirse desde el deportado Polibio en su mesa de trabajo hacia Arno, hacia Zenobia hacia el primer pie en Marte, hacia la expedición militar de Urraca hacia Elik, hacia el año en que vivió ese hueso hacia Victor, hacia el Eclesiastés, hacia la ausencia sin imágenes de Arthur. Nosotros somos los que debemos mantener todo junto. Vuestra capacidad de existir en el tiempo es escasa, vuestra capacidad de pensar en el tiempo es inagotable. Años luz, años humanos, Polibio, Urraca, el Surveyor, un hueso de la prehistoria, líneas, una figura espacial tetradimensional, así están unidos esos cinco entre sí, una constelación que volverá a desvanecerse, pero todavía no. Ya no oiréis hablar mucho de nosotros, algunas frases aún, y luego un par de palabras. Cuatro, para ser exactos.

Cees Nooteboom
El día de todas las almas

Arthur Daane, un reportero neerlandés que ha perdido a su mujer y a su hijo en un trágico accidente aéreo, vaga con una cámara de vídeo por un Berlín transfigurado por la nieve buscando imágenes para su película, de momento sólo fragmentos sin coherencia aparente. En esta ciudad tiene tres amigos: un intelectual, un artista y una científica, con quienes conversa elocuentemente sobre los pequeños detalles de la vida que le interesan. Un día conoce a Elik, una mujer joven llena de secretos por la que Arthur siente una poderosa y oscura atracción. Ella le hace el amor pero no le habla, ni le permite cruzar sus límites. Y, fascinado, la seguirá hasta Madrid. El día de todas las almas es una novela de amor filosófica sobre los cambios de la historia reciente y las dimensiones metafísicas de la vida, narrada magistralmente por una de las voces más interesantes y sólidas de la narrativa europea.

Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

 Mosaicos romanos de la Casa de Materno en Carranque

11 septiembre 2021

11 de septiembre

Sobre la naturaleza del fanatismo

¿Cómo curar a un fanático? Perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán es una cosa. Luchar contra el fanatismo, otra muy distinta. Me temo que no sé exactamente cómo perseguir fanáticos por las montañas pero puede que consagre una o dos reflexiones a la naturaleza del fanatismo y a las formas, si no de curarlo, al menos de controlarlo. La clave del ataque del 11 de septiembre contra Estados Unidos no sólo hay que buscarla en el enfrentamiento existente entre pobres y ricos. Dicho enfrentamiento constituye uno de los más terribles problemas del mundo, pero cerraremos en falso el caso del 11 de septiembre si pensamos que sólo fue un ataque de pobres contra ricos. No se trata sólo de «tener y no tener». Si fuera así de simple, uno esperaría que el ataque viniera de África, donde están los países más pobres, y tal vez que fuera lanzado contra Arabia Saudí y los emiratos del Golfo, que son los Estados productores de petróleo y los países más ricos. No. Es una batalla entre fanáticos que creen que el fin, cualquier fin, justifica los medios. Se trata de una lucha entre los que piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida, y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos. La actual crisis del mundo, en Oriente Próximo, o en Israel/Palestina, no es consecuencia de los valores del islam. No se debe a la mentalidad de los árabes como claman algunos racistas. En absoluto. Se debe a la vieja lucha entre fanatismo y pragmatismo. Entre fanatismo y pluralismo. Entre fanatismo y tolerancia. El 11 de septiembre no es consecuencia de la bondad o la maldad de Estados Unidos, ni tiene que ver con que el capitalismo sea peligroso o flagrante. Ni siquiera con si es oportuno o no frenar la globalización. Tiene que ver con la típica reivindicación fanática: si pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que lo rodea. El fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier Estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. Desgraciadamente, el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera. La gente que ha volado clínicas donde se practicaba el aborto en Estados Unidos, los que queman sinagogas y mezquitas en Alemania, sólo se diferencian de Bin Laden en la magnitud pero no en la naturaleza de sus crímenes. Desde luego, el 11 de septiembre produjo tristeza, ira, incredulidad, sorpresa, melancolía, desorientación y, sí, algunas respuestas racistas —antiárabes y antimusulmanas— por doquier. ¿Quién habría pensado que al siglo XX le seguiría de inmediato el siglo XI? Mi propia infancia en Jerusalén me ha hecho experto en fanatismo comparado. El Jerusalén de mi niñez, allá por los años cuarenta, estaba lleno de profetas espontáneos, redentores y mesías. Todavía hoy, todo jerosolimitano tiene su fórmula personal para la salvación instantánea. Todos dicen que llegaron a Jerusalén —y cito una frase famosa de una vieja canción— para construirla y ser construidos por ella. De hecho, algunos (judíos, cristianos, musulmanes, socialistas, anarquistas y reformadores del mundo) han acudido a Jerusalén no tanto para construirla ni ser construidos por ella como para ser crucificados o para crucificar a los demás, o para ambas cosas al tiempo. Hay un trastorno mental muy arraigado, una reconocida enfermedad mental llamada «síndrome de Jerusalén»: la gente llega, inhala el nítido y maravilloso aire de la montaña y, de pronto, se inflama y prende fuego a una mezquita, a una iglesia o a una sinagoga. O si no, se quita la ropa, trepa a una roca y comienza a profetizar. Nadie escucha jamás. Incluso hoy, incluso en la Jerusalén actual, en cada cola del autobús es probable que estalle un exaltado seminario callejero entre gente que no se conoce de nada pero que discute de política, moral, estrategia, historia, identidad, religión y de las verdaderas intenciones de Dios. Los participantes en dichos seminarios, mientras discuten de política y teología, del bien y del mal, intentan no obstante abrirse paso a codazos hasta los primeros puestos de la fila. Todo el mundo grita, nadie escucha. Excepto yo. Yo escucho a veces y así me gano la vida.

22 de noviembre

  Deirdre frunció el entrecejo. —No al «Traiga y Compre» de Nochebuena —dijo—. Fue al anterior… al de la Fiesta de la Cosecha. —La Fiesta de...