14 de septiembre
En la casa donde nos alojamos vive un ridículo cocker spaniel. Debe de haber tenido un asunto amoroso y lo han dejado plantado o bien es una especie de tonto del pueblo. La casera dice que no es tan bobo como parece, pero lo cierto es que parece muy tonto: languidece sentimentalmente y cuando nos reímos de él se muestra «herido». Hoy lo hemos llevado a las colinas y se diría que se ha animado un poco. La verdad es que está bastante cuerdo, lleno de sentido común y buenos modales. Pero está tanto tiempo encerrado en el jardín, sin hacer nada, que, tal como ha dicho E., como no tiene nada que hacer; se enamora. The Saturday Review dice: el efecto del caso de las «Novias de la bañera» en las personas con algún rastro de «buenos sentimientos» tal vez no sea especialmente dañino, aunque el asunto les resulte repulsivo y odioso… Regodearse en los detalles de horrores repulsivos «por mera curiosidad»: eso sí es malo y degradante.
Cuántas cosas repulsivas encontrarán estos días en el mundo las personas buenas y refinadas que leen The Saturday Review. Por ejemplo, la guerra. «Por mera curiosidad». Sin duda, puesto que se trata uno de los crímenes más notables en los anales la humanidad. Y los crímenes son siempre rematadamente interesantes, cosa que no sucede con The Saturday Review.
Chipples
El otro día descubrí con sorpresa que nadie comprendía la palabra chipples. Al parecer, es un término dialectal de Devonshire para las cebolletas. De todos modos, no se encuentra en el Diccionario Murray’s; sin embargo, etimológicamente es una palabra muy interesante, buenísima y con excelente genealogía. A saber:
Italiano: cipollo.
Español: cebolla.
Francés: ciboule.
Latín: caepulla, diminutivo de caepa.
Así que, ¿cómo hizo este modesto y bonito término para arraigar entre la sencilla gente de Devon? ¿Qué relación hay entre Italia y, por ejemplo, Appledore o Plymouth?
W. N. P. Barbellion
El diario de un hombre decepcionado
Denostado en su día por «inmoral» e incluso por «ficticio», y a la vez aclamado como un examen despiadado del yo que Rousseau habría envidiado, El diario de un hombre decepcionado de W. N. P. Barbellion es una obra singular. Iniciado cuando su autor tenía trece años como un cuaderno de notas de historia natural, se iría convirtiendo poco a poco en la crónica de una profunda decepción: limitado en su formación académica por circunstancias familiares, y aquejado ya tempranamente de dolorosos y paralizantes síntomas de lo que luego se revelaría una esclerosis múltiple, el que soñaba con ser «un gran naturalista» acabaría obteniendo un modesto puesto de entomólogo en el Museo Británico de Historia Natural; pero, con un cuerpo «encadenado a mí como un peso muerto», se daría cuenta de que «mi vida ha sido una lucha continua contra la mala salud y la ambición, y no he conseguido dominar ninguna de las dos». La escritura puntual del diario, incisiva, repleta de ingenio y desesperación, se erige entonces en la única y verdadera razón de ser (o de seguir siendo): «Si somos gusanos —anotará—, al menos seamos gusanos sinceros». Barbellion murió apenas unos meses después de ver publicada su obra, pero su ejercicio de introspección, que ha sido comparado con Kafka y con Joyce, perdura como uno de los más notables y significativos del siglo XX.