21 mayo 2021

21 de mayo

En el intervalo entre la conclusión de la paz y la llegada de los prisioneros bonapartistas, Thiers se creyó tanto más obligado a reanudar su comedia de reconciliación cuanto que los republicanos, sus instrumentos, estaban apremiantemente necesitados de un pretexto que les permitiese cerrar los ojos a los preparativos para la carnicería de París. Todavía el 8 de mayo contestaba a una comisión de conciliadores pequeñoburgueses: «Tan pronto como los insurrectos se decidan a capitular, las puertas de París se abrirán de par en par durante una semana para todos, con la sola excepción de los asesinos de los generales Clément Thomas y Lecomte».

Por las calles de Madrid

 Por las calles de Madrid

20 mayo 2021

20 de mayo

La mañana del miércoles la gente se echó a la plaza a comentar lo ocurrido durante la noche: un incendio había destruido el almacén de Tomás el talabartero, mientras su hija había despertado con una extraña dolencia que la hacía tiritar, que le obligaba a permanecer en el lecho, desvariando, y que el licenciado Egaña no acertaba a curar a pesar de haberla sangrado copiosamente y de haberla obligado a beber una pócima que él mismo había preparado con el jugo de ciertas plantas.

—Es obra de brujería —aseguró Serapia la sacristana.

Los comentarios fueron agigantándose de boca en boca, extendiéndose desde los corrillos que se formaban en la plaza y en la fuente y a la salida de la iglesia hasta los dispersos caseríos y los pueblos cercanos. Las mujeres que lavaban la ropa en el arroyo corrieron a sus casas antes del atardecer. Apenas se ocultó el sol atrancaron puertas y ventanas y en todas las habitaciones, sobre todo en las de los niños, colocaron cruces, imágenes de Jesús y de María y escapularios.

Por las calles de Madrid

Por las calles de Madrid

19 mayo 2021

19 de mayo.

Llegó la noche sin noticias de Konovalenko. Svedberg llamó para avisar de que ya estaba en casa, si lo necesitaba. Por su parte, Wallander llamó a Sten Widén aunque, en realidad, no tenía nada nuevo que decirle. A las diez de la noche mandó a su padre a la cama. Hacía una noche clara de primavera. Se sentó un momento en los peldaños de la escalera, junto a la puerta de la cocina. Una vez que estuvo seguro de que su padre dormía, llamó a Riga para hablar con Baiba Liepa, pero no hubo respuesta. Lo intentó de nuevo media hora más tarde. Baiba ya estaba en casa. Con mucha calma, le contó que su hija había sido secuestrada por un hombre muy peligroso. Le confesó que no tenía con quién hablar, lo que, en aquel preciso momento, era cierto. Después le pidió disculpas de nuevo por aquella ocasión en que la había llamado y la había despertado cuando estaba bebido.

Por las calles de Madrid

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