El Paraíso Terrenal,
—Pero vamos a lo importante: al paraíso. Monstruos humanos e inhumanos, bestias feroces, mares bravíos... podría haber en el mundo americano, pero quedaba al fondo el Edén, la maravilla deliciosa del paraíso terrenal. La idea de ese escenario en donde tuvieron sus primeras experiencias Adán y Eva, era universalmente aceptada. Quedaba por precisar el rincón escondido del planeta en donde situarlo. El cardenal D'Ailly no dudaba de su existencia, y Colón pensaba en él, como en las amazonas y en las riquezas infinitas de la India. Según el cardenal, en el paraíso o jardín de las delicias se hallaba la fuente de donde partían los cuatro ríos. San Isidoro, José Damasceno, Estrabón, y Herodoto el maestro de la historia, estaban de acuerdo en este lugar situado en ciertas regiones de Oriente, y puesto a gran distancia por tierra y mar del mundo hasta entonces habitado. Algunos lo suponían en un sitio tan elevado que llegaba a la esfera lunar, adonde no habían alcanzado las aguas del diluvio. Esta afirmación la reducía el cardenal a sus justos límites: no hay que entender que el paraíso llegue al círculo de la luna; se trata de una expresión hiperbólica que significa simplemente que su altura en relación con el nivel de la tierra baja, es incomparable y llega a las regiones del aire sereno que domina la atmósfera donde terminan las emanaciones y vapores que forman, como dijo Alejandro, un flujo y un reflujo hacia la luna. Las aguas que bajan de esta montaña forman un gran lago: se dice que su caída produce tal ruido que los habitantes de la región nacen sordos; el estruendo destruye en los niños el sentido del oído. Tal es a lo menos el testimonio de Basilio y Ambrosio. D'Ailly debió tomar estas noticias —según el moderno traductor francés— de una fuente inglesa: Bartolomé Anglicus. Los cuatro ríos serían el Nilo, el Ganges, el Tigris y el Eufrates. La palabra Oriente tomaba un nuevo sentido al pensar que en cada lugar el mundo tiene su oriente, y conviniendo con Toscanelli, el de la carta que exhibía Colón, en que navegando hacia el occidente se llega al oriente...
Pero para sorpresa del fidelísimo lector de Imago Mundi ¿qué descubrió Colón en las bocas del Orinoco? ¡Nada menos que el propio paraíso! Allí pudo admirar la maravilla del cerro que cualquiera puede aún ver en la isla de Margarita y que la gente llama de las Tetas de María Guevara, modelado como una perfecta escultura. En su crudo lenguaje poético, Colón describe el lugar de esta manera, pensando de paso corregir con sus experiencias lo que venía formando parte de la tradición erudita: «Grandes indicios son estos del Paraíso Terrenal, porque el sitio es conforme a la opinión de los santos y sanos teólogos, y rectifica a quienes han dicho que el mundo, tierra y agua, era esférico: hallé que no era redondo en la forma que escriben; es en forma de pera, o como quien tiene una pelota muy redonda, y en lugar de ella fuese como una teta de mujer, y questa parte deste pezón sea la más alta y más propincua al cielo...»
Lo que sigue a este encuentro del paraíso, es la conmovida aceptación de todo lo posible y lo imposible por los europeos, espectadores desde palco real del espectáculo que se iba desarrollando en el escenario del Nuevo Mundo. Lo dicen claramente las capitulaciones firmadas entre Alonso de Hojeda y los Reyes Católicos, cuando se disponía a hacer el viaje de reconocimiento de los jardines del mar, en la zona de Cubagua, la de las perlas que conmovieron a Colón y a Vespucci. Los reyes le hacen merced de cuanto hallare así sea «oro o plata o cobre o plomo o estaño o otro cualquier metal, e todas e cualquier joyas e piedras preciosas así como carbuncos e diamantes e rubíes e esmeraldas o valajes o otra cualquier manera o naturaleza de piedras preciosas, así como perlas e aljófar de cualquier manera o calidad que sean, asimismo monstruos, animales o aves de cualquier naturaleza o cualquier calidad o forma que sean, e todas e cualesquier serpientes o pescados que sean, e así mismo toda manera de especiería e droguería...»