Soy el hombre más cortés de la tierra. Puedo envanecerme de no haber sido nunca grosero en este mundo, donde existe tanto bellaco insoportable que le asedia a uno refiriéndole sus penas o declamándole sus versos. Siempre he escuchado tranquilo, con verdadera paciencia cristiana, tales miserias, sin que un solo gesto delatara el hastío de mi alma. Como un penitente Brahman que entrega su cuerpo a la voracidad de los gusanos, para que se sacien también estas criaturas de Dios, he sido víctima con frecuencia, durante días enteros, de las más crueles sabandijas humanas; he escuchado con calma, y mis internos suspiros sólo eran perceptibles para Aquel que recompensa la virtud.
Pero hasta el arte de vivir nos manda a ser corteces, no guardar enojoso silencio, ni replicar con mal humor, cuando un esponjoso consejero de comercio o un seco vendedor de queso se sienta a nuestro lado, y comienza una conversación, generalmente europea, con las palabras: "hoy hace un hermoso día." Quien sabe si volverá uno a encontrarse con semejante filisteo, y si acaso le hará pasar un mal rato, por no haberle respondido cortesmente: "Hace un hermoso tiempo." Hasta puede ocurrir, querido lector, que vayas a sentarte, en Cassel, á la mesa redonda, junto al dicho filisteo, quizá a su izquierda, y sea él precisamente quien tiene ante sí la fuente de las carpas el escabeche y las reparte con aire placentero; -que tenga entonces contigo algún antiguo pique- hará dar la vuelta al plato siempre hacia la derecha, y no quedará para tí el más pequeño trocito de cola: porque ¡ay! serás el número trece a la mesa, lo cual es siempre arriesgado, cuando se sienta uno a la izquierda del que trincha. y el plato da la vuelta por la derecha. Y es una gran desgracia que no le llegue a uno una pizca de carpa; quizá la mayor que puede ocurrirle después de la pérdida de la escarapela nacional. Todavía el filisteo que te prepara este disgusto, se burla de tí por contera, ofreciéndote los laureles que han quedado flotando en la obscura salsa.- ¡Ah! ¡de qué sirven los laureles todos, cuando no llevan consigo carpa alguna! Mas el filisteo guiña los ojillos, se ríe a cada paso, y murmura: "Hoy hace un hermoso día.
Por Enrique Heine