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03 diciembre 2021

3 de diciembre

Y el mosquetero, con su sangre fría habitual, fue a sentarse ante los restos del desayuno.

—Amén —dijo Athos—, y ya volveremos sobre eso más tarde, si es ese vuestro gusto; pero por el momento lo que más me preocupaba, y estoy seguro de que tú, D’Artagnan, me comprenderás, era recuperar de aquella mujer una especie de firma en blanco que había arrancado al cardenal, y con cuya ayuda ella debía desembarazarse de ti y quizá de nosotros impunemente.

—Pero esa criatura es un demonio —dijo Porthos tendiendo su plato a Aramis, que trinchaba un ave.

—Y esa firma en blanco —dijo D’Artagnan—, esa firma en blanco, ¿ha quedado entre sus manos?

—No, ha pasado a las mías; no diré que haya sido sin esfuerzo, porque mentiría.

—Querido Athos —dijo D’Artagnan—, ya no seguiré contando las veces que os debo la vida.

—Entonces, ¿nos dejasteis para volver junto a ella? —preguntó Aramis.

—Exacto.

—¿Y tienes esa carta del cardenal? —dijo D’Artagnan.

—Aquí está —dijo Athos.

Y sacó el precioso papel del bolsillo de su casaca.

D’Artagnan lo desplegó con una mano cuyo temblor no trataba siquiera de disimular y leyó:

El portador de la presente ha «hecho lo que ha hecho» por orden mía y para bien del Estado.

3 de diciembre de 1627.
RICHELIEU.

—En efecto —dijo Aramis—, es una absolución en toda regla.

—Hay que romper ese papel —exclamó D’Artagnan, que parecía leer su sentencia de muerte.

—Muy al contrario —dijo Athos—, hay que conservarlo por encima de todo, y yo no daría este papel aunque lo cubrieran de piezas de oro.

03 diciembre 2020

3 de diciembre

 3 DE DICIEMBRE: Vivo solo, rara vez salgo de casa. Paso días enteros sin hablar. Cuando me veo obligado a decir algo, mi voz me resulta extraña, vibra como una máquina. Voy a clase únicamente cinco veces a la semana. Me siento, escucho, me voy. Vuelvo a casa. Los fines de semana, que duran cuatro días, son aún más solitarios. Entonces, si efectivamente salgo, solo es después de medianoche, a emborracharme o comprar comestibles. Trabajo muchísimo, amurallado en mi oculta condición…, la novela es una empresa abrumadora… La poesía es casi un entretenimiento. El cine, absorbente. Los estudios, algo que debe hacerse. No sé lo que me impulsa… Mi mente es más aguda, y sin embargo está más confusa. Con frecuencia tengo la impresión de que voy a morirme. Anoche escuché la Tercera sinfonía de Beethoven por primera vez en casi dos años. Se me estremecía el cuerpo, temblaba y… lloré. No lo entendía. Como si hubiera caído al vacío. Llevo una vida solipsista. Sin amigos, sin cuerpo… Después: Hoy ha pasado algo bueno. La semana pasada di a Allen una copia de los poemas que te envié. Luego me olvidé de ellos, estaba haciendo otras cosas. Y él, por lo visto, se los guardó en el bolsillo y también se olvidó. Hoy me ha llamado para decirme que anoche se llevó una sorpresa cuando se los encontró en el bolsillo. Me dijo que se quedó muy impresionado, que casi me llama a las dos de la madrugada para decírmelo. Yo me mostré bastante escéptico: no creía que fuesen tan buenos… Pero él dijo no, no, son verdaderamente buenos, y entró en detalles, diciendo que debería enviarlos a la revista Poetry porque eran dignos de publicarse. Aunque no sé si lo haré, me sentí halagado por sus comentarios. Dijo que creía que estaba haciendo verdaderos progresos. Es bueno recibir un espaldarazo así, sobre todo viniendo de él.

Paul Auster
Informe del interior

¡A volar!