30 mayo 2023

30 de mayo

Primeros días de viaje, primeras aventuras nocturnas y sus consecuenciasEse puntual cumplidor de todo trabajo, el sol, acababa de levantarse y de alumbrar la mañana del 30 de mayo de 1827 cuando Samuel Pickwick, surgiendo de sus sueños cual otro sol, abría la ventana de su cuarto y contemplaba al mundo que debajo de él se extendía. Goswell Street hallábase a sus pies; Goswell Street tendíase a su derecha, y hasta donde la vista alcanzar podía veíase a la izquierda Goswell Street, y la acera opuesta de Goswell Street mirábase enfrente. «Tales —pensaba Mr. Pickwick— son las limitadas ideas de aquellos filósofos que satisfechos con el examen de las cosas que tienen ante sí no descubren las verdades que más allá se esconden. Así, podía yo contentarme con mirar simplemente Goswell Street sin preocuparme en penetrar las ocultas regiones que a la calle circundan.» Y después de producir Mr. Pickwick esta hermosa reflexión, embutióse en su traje, y sus trajes en el portamantas. Los grandes hombres rara vez se distinguen por la escrupulosidad de su indumento; así, pues, la operación de rasurarse, vestirse y sorber el café pronto estuvo concluida, y una hora después, Mr. Pickwick, con su portamantas en la mano, su anteojo en el bolsillo de su amplio gabán y el libro de notas en el del chaleco, dispuesto a recibir cualquier descubrimiento digno de registrarse, llegaba a la cochera de San Martín el Grande.
—¡Cochero! —exclamó Pickwick.
—Aquí está, sir —articuló un extraño ejemplar de la raza humana, con cazadora de tela de saco y mandil de lo mismo, que con una etiqueta y un número de latón en el cuello parecía catalogado en alguna colección de rarezas. Era el mozo de limpieza—. Aquí está, sir. ¡Vamos, el primero!
Y hallado el cochero número 1 en la taberna donde había fumado su primera pipa, Mr. Pickwick y su portamantas fueron introducidos en el vehículo.
—¡A Golden Cross! —ordenó Mr. Pickwick.
—¡Nada, ni para un trago, Tomás! —exclamó malhumorado el cochero, dirigiéndose a su amigo el mozo, al arrancar el coche.
—¿Qué tiempo tiene ese caballo, amigo? —preguntó Mr. Pickwick, frotándose la nariz con el chelín que había sacado para pagar el recorrido.

la alegría infantil

la alegría infantil

12 mayo 2023

Paisaje sobre texto de Stefan Zweig

 Paisaje sobre texto de Stefan Zweig

Ya en los meses de junio y julio no habían caído más que chaparrones, pasajeros y aislados, sobre los campos sedientos; sin embargo, desde que el calendario saltó al mes de agosto, no volvió a descargar ni una sola gota; incluso aquí arriba, en el valle alpino del Tirol, donde yo, como tantos otros, había imaginado que encontraría frescor, el aire incandescente del color del azafrán era una amalgama de fuego y polvo. Desde por la mañana temprano, el sol amarillo miraba absorto desde un cielo vacío al paisaje apagado como si fuera un ojo febril y, a medida que iban pasando las horas, empezaba a brotar poco a poco un vapor blancuzco y sofocante que se alzaba del caldero de latón del mediodía y cubría de bochorno el valle Paisaje según Stefan Zweig

10 mayo 2023

El trasno Lisuarte...

 En algunas comarcas gallegas creen las gentes que los trasnos, trasgos, demachiños, duendes, los hermanos de Puck en todo caso, y como quieran llamarles, entran en las casas entre los días siete y catorce de enero, y ya no se van, si se encuentran cómodos, hay buen fuego para calentarse, castañas y nueces, y sobre todo si la gente de la casa sabe que el tal trasno anda por allí, y no se sorprende ni asusta de su presencia. El trasno es especialmente invisible, y nunca dice su nombre, aunque acepta el que le pongan los de la casa. El trasno ha bajado de la cocina a la cuadra, y se dedica a saltar de un cuerno a otro de la vaca, haciendo ruido con sus zuecos soldados de madera de aliso, y el ama de casa dice:
—¡Ya está Lisuarte jugando!
Y Lisuarte se queda. Las gentes les buscan nombres que no usan, o los inventan. A los trasnos les gusta mucho jugar a la brisca, y aquel detrás del cual se ponen de mirones gana siempre y le caza el tres al contrario. También les gusta oír hablar de pleitos con testigos falsos, y si en la casa hay una chica bonita, a la que viene hacer el amor un mozo, el trasno está todo el tiempo pendiente del parrafeo. Pero lo más de su tiempo los trasnos lo pasan escondiendo el jabón del fregadero de la cocina, volcando cubos de agua, haciendo tropezar a la gente con cosas que súbitamente les pone delante, asustando al gato, fingiendo que el zorro llega al corral para que los perros armen la marimorena de carreras y ladridos, saltando en los cuernos de las vacas, tirando en el silencio de la noche dos o tres nueces por las escaleras, etcétera. Abre y cierra puertas, deshace las camas, para el reloj de la pared, bebe dos o tres litros de leche, despluma una gallina viva para ponerle las plumas a un conejo, y así pasa sus días y sus noches. En la tarde víspera de San Juan, a la puesta misma del sol, a la puerta de la casa se le hace un hatillo con nueces y castañas maiolas, y un zatico de pan de trigo con manteca y azúcar. Cuando las gentes de la casa están entretenidas con la hoguera ritual, el trasno Lisuarte, o Galaor, o Filisteo, o Puck si quieren, recoge el regalo y se va, y durante unos meses la casa queda en silencio, y se echa de menos al trasno juguetón, a veces algo gamberros, pero cuya alegre sonrisa se adivina en la sombra.

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

el señor Sombrerero

Mr. DO Do, inventa las fantasías de una señorita decimonónica

09 mayo 2023

GALICIA ROMÁNICA

GALICIA ROMÁNICA
 
Parece que en la hora románica todo en Galicia estuviese en forma, desde la piedra labrada a la canción del claro trovador; vinieron viñas nuevas con las abadías cluniacense, traídas de las riberas del Mosela y del Reno, y al tiempo aves nunca vistas que posaron en ellas: los malvises, por ejemplo, en Santo Estevo de Ribas de Sil, que según la tradición llegaron de Oriente. Tan en forma estuvo Galicia en el románico, que se dejó estar en él, y aún perduran muchas cosas románicas en la Galicia actual, de tal modo que cualquier espectador puede preguntarse seriamente si no es el románico la «forma» de Galicia. En pleno siglo XIX los fantasmas en Galicia son románicos: la espiritada de Leste era visitada por «un amigo que venía del cielo», y cuando le preguntaron de qué vestía su nocturno conversador, decía que, de nada, que era de hermosa piedra, como un santo. Cuando llevaron a la enferma a Compostela, lo reconoció en el Pórtico da Gloria: reconoció la dulce sonrisa de Daniel… La sombra que más apetece el gallego es la del castaño, que es un árbol con bóvedas de medio cañón, y en el palacio de Gelmírez, en Compostela, en los capiteles se come pétrea empanada de lamprea, rotunda, como hoy en la Pascua, en el Padrón. En Pacios do Miño, en un capitel, está Ovéquiz, abad, comiendo tarta de Mondoñedo, con la punta de los dedos, como la priora en el cuento de Chaucer. Los más de los vinos galaicos de hoy vinieron con Cluny: albariño y espadeiro, y por eso este último tinto es el vino perfecto para las romerías a los santos patronos auxiliadores, a Santa Marta en Ribarteme, al Santo Apóstol en Compostela, a Santo André en Teixido, Santo André de Lonxe, a donde gallego que no fue de vivo irá de muerto, aunque sea en figura de lagartija. El espadeiro es un vino ancho, repantigado, el cuerpo en arcos de medio punto, que mejora peregrinando: algo así como un don Gaiferos de Mormaltán en su cuarta peregrinación a Santiago, en la madura edad, descansando en el frescor de un claustro con fuente y hiedra varona, que enrojece tan irreprochablemente en estío.
He averiguado personalmente que hay dos épocas en la matanza del cerdo en Galicia. La primera edad, que podemos llamar celtorromana, partía el cerdo en tres grandes provincias, destinadas las tres a la salazón; la segunda edad, o románica, partió ya el cerdo muy bellamente, con la ciencia de las cocinas mitradas de Samos y de Meira, y asó, empanó y embutió. Se pasó de golpe del neolítico al románico, del tocino con golpes al jamón asado y al lacón trufado, y a la empanada de raxo, de lomo, que es una de las querencias más profundas del gallego agrario. La matanza casera en las pequeñas villas antiguas del país es de una absoluta perfección formal, y de una extraordinaria riqueza de platos, comenzando por la filloa —hojuela, crêpe—, de sangre, cuya receta nos vino cuando vino «a Santa Orde do Cistel», el Císter reformante. Está en el recetario de Sobrado, al lado de las truchas hervidas en vino blanco y comidas con salsa de laurel, esa salsa de los feudales galaicos, que los hacía a la vez bárbaros y somnolientos. La Galicia románica es una edad en la que la cocina no tuvo más especias que el perejil y el laurel. Aún hoy huele a perejil en las antiguas cocinas de Celanova y Armenteira, el castillo de Lemos o de Monterrei, como huelen a vinagre de sidra de pera las celdas de los abades mitrados, que se curaban con él sus enormes reumas medievales. Yo entro en la cámara abacial de Oseira o de Sobrado, aunque sea ahuyentando murciélagos, y se me pone en la nariz la sutil picazón de aquel remedio. Pica y refresca. ¡Qué cosas! Como rapé.
Hay grandes trozos de camino compostelano perdido por las colinas y los valles del país: el camino tiene tendencia a tomar las curvas de las bocarribeiras, y cuando alcanza la meseta central gallega, y pudiera tirar recto hacia Santiago por las llanas donde medra el abedul y la perdiz saluda la alba ginesta, se pone sinuoso, buscando las fuentes y las iglesias campesinas, las más románicas, con redondos ábsides y felices rosetones, y entonces el camino, con estas posadas y estas umbrías, es verdaderamente románico, un camino del XII, el de los peregrinos y el de los reyes, que andaban también romeros:
Ven a Santiago en romería
El Rei, madre, e prazme de corazón,
ca verei El Rei que nunca vi,
e meu amigo, que ven con él y.
¡El amigo! ¡Cómo se enamoraron las gallegas, so el avellano y oyendo el estornino, en el siglo de los trovadores! La gallega románica tiene los ojos celestes y la piel blanca, y es un elogio decirle «corpo delgado».
El camino anda: ésta es la gracia del Camino Francés que va lentamente, como un río, hacia Compostela y pasa las venas fluviales por estrechos puentes, él que es río de tierra, polvo molido por los pies penitentes. En muchos lugares del camino, en Triacastela y Hospital y el Santo Cebreiro, en las nieblas matinales, de ofrecidos, ilustres viudas de Maguncia, canónigos de Salzburgo, duques de Borgoña, húngaros con gorros de piel, flamencos que aún espectros conservan la tez rosada. El año 1772, en Temple de O Cebreiro, una mujer encontró a un príncipe de Francia que hacía quinientos años que intentaba llegar a Compostela y lo detenían varios demonios, engañándolo con caminos traveseros y distrayéndolo con gulas y lujurias; la mujer le puso al gálico un cirio bendito en la mano, y en el acto el vagante halló paz, que se convirtió en polvo la carne y la colorada ropa preciosa, y quedó en el camino el esqueleto, al que dieron camposanto allí… El camino tiene el don de lenguas y aún en este siglo el poeta francés Germain Nouveau, viniendo a Compostela mendigando, leía sus versos a los gallegos, en Pedrafita, y todos los entendían. Como en el 1200 a los alemanes y a los panonios.
Con estas notas lo que he intentado decir es que en Galicia lo románico pertenece al aire que se respira, y que es uno de nuestros paisajes naturales. El retrato del gallego tiene el románico al fondo. La lengua, el pan, la columna, el vino, la canción, los caminos, las romerías, los fantasmas, los atardeceres. Y la capacidad para vivir el misterio con vivacidad y ásistir al milagro con los ojos abiertos. Ese aire antiguo, celeste, que enredoma por veces mi lejano país, se conserva sobre la tierra nuestra desde un atardecer del siglo XIII, cuando un copista de los «fechos» apostólicos sacudió la pluma de ganso que la acababa de mojar en el asombro azul de los ojos que contemplaban un milagro de Jacobo.

 Destino, número 1260, 30 de septiembre de 1961: p. 37

Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

Muchos sombreros hay en el PAÍS

Mr. DO Do, inventa las fantasías de una señorita decimonónica

07 mayo 2023

Zumo de manzana

Zumo de manzana

No he leído la novela de Dan MacCall, publicada recientemente en Grasset, en París, traducida del inglés al francés, pero la he visto anunciada en varios periódicos y revistas. Parece ser que se trata de la primera novela de un norteamericano de treinta y cuatro años, y que en ella cuenta una infancia vivida en California. La novela será buena, regular o mala, pero el título nos sorprende y atrae, con su anuncio de una terapéutica sentimental. Todos sabemos la importancia de la manzana en la historia de la humanidad, y hemos visto en la pintura y en la escultura el momento en que Eva le ofrece un bocado de manzana a Adán en el Paraíso. Los especialistas en la materia sostienen, ahora, que no podía ser manzana, que seguramente fue fruta de hueso, un pejigo o una ciruela, pero solamente ellos tienen la preocupación de destruir la leyenda de la manzana. Un poeta de Francia —creo que recordando su Normandía natal; no estoy seguro— dijo una vez que todo el aroma de su país cabía en una manzana. Lo que es indiscutible. Yo me curo más de una vez la inquietud con manzanas, no comiéndolas sino oliéndolas. Me levanto de la cama en la que no logro prender el sueño —bella frase esta de «prender el sueño»— y me siento en un sillón, en el cuarto de estar, donde tengo una docena de manzanas en el suelo, tabardillas, reinetas, romanas, camoesas, y a los pocos minutos de estar allí me llega lento y suave aroma, que es el mismo de la casa natal en mis días de infancia, y me va sosegando, y me vienen a la memoria días pasados que fueron alegres, y con la evocación de ellos un tranquilo sueño. Memorias tengo que solamente me las aviva el aroma de las manzanas. Pero todavía no les he dicho el título de la novela de Dan MacGall. La novela se titula De la importancia del zumo de manzana en el tratamiento de las heridas del corazón. Sin haber leído la novela, ya acepto la tesis, ya reconozco la importancia del zumo de manzana en la curación de un corazón herido y dolorido, ya me dispongo a recomendarlo a aquéllos a quienes suponga amores tempestuosos, o tan amantes, que amor propiamente los hiere. Recuerdo una cantiga medieval gallega que dice que «allá va mi amigo / con el amor que le tengo / como ciervo herido / por montero del rey».
Alá vai o meu amigo
co amor que lle eu hei,
como cervo ferido
por monteiro del Rei!
El único problema que me plantea la novela del norteamericano, y el tratamiento con zumo de manzana en las heridas del corazón, es si el tal zumo es zumo envasado en lata, pasteurizado, higienizado o lo que sea, e inodoro, y no zumo obtenido en casa, fresco y aromático, tras haber elegido las manzanas, las coloreadas manzanas, con las manos mismas de las caricias. Quede dicho para siempre que el corazón no admite ersatzs.
 
«Laberinto y Cía.», Destino, número 1957, 5 de abril de 1975: p. 19.
 
Álvaro Cunqueiro
El laberinto habitado

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

Ya que estamos todos, ¡repartamos la tarta!

Mr. DO Do, inventa las fantasías de una señorita decimonónica

06 mayo 2023

El cuco

 El cuco

Este año hemos vuelto a ver cigüeñas en Galicia, en la hermosa villa de Sarria. Las cigüeñas habían desaparecido hace muchos años de nuestros valles, del de Verín, de Lemos, del de Sarria. Confiemos en que la pareja que ha venido a Sarria a hacer su nido, el próximo año traiga con ella otras parejas más. Y el que ha venido tempranero es el cuco. Ha ido al monasterio de Poio, sobre la ría de Pontevedra —dicen que en él está enterrada Santa Trahamunda, una virgen vagabunda que algunos quisieron titular de patrona de los saudosos, porque se fue, recordó, tuvo soledades y regresó—, y dando un paseo al dulce sol ribeirano, escuché al cuco, por vez primera este año. Por el canto, un cuco adulto, la voz agria, cansado de profetizar. Un cuco que decía como el cómico malo los versos y el sacristán los latines. Se veía bien que no le emocionaba la hermosa tarde soleada, llena de camelias, ni le importaba emocionar a nadie. Era la gran ocasión para un cuco alegre, expectante de la primavera, generoso en los augurios. Como debió serlo aquel cuco del poema de William Henry Davies, que se pone a cantar cuando ha cesado de llover y ha aparecido el arco iris. El poeta habla a las vacas y a las ovejas, a las que dice por qué está tanto tiempo parado en la hierba que mojó la lluvia. Pues porque «a rainbow and a cuckoo’s song / may never come together again…», «un arco iris y un cuco cantando / quizás nunca más juntos los encuentre; nunca los encuentre juntos, de este lado del sepulcro», «may never come / this side the tomb…».

¿Cómo puede ser que un cuco cante aburrido en el bosque de la primavera? ¿Es que, como aquellos del Dante, es triste en el aire que del sol se alegra? El mundo va a peor cada día, cucos incluidos.

El laberinto habitado 
Álvaro Cunqueiro

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

 

Jugando al escondite inglés

Mr. DO Do, inventa las fantasías de una señorita decimonónica

05 mayo 2023

Cantando el cuco

 Cantando el cuco

Ya he escuchado, matinal, la solfa primera del polígamo augur, del cuco que anuncia el alegre tiempo. Todavía en mi valle natal pasarán algunas semanas antes de que se le oiga, al contador partidor de los amores, y pueda la niña que anda con un hato de ovejas pardas en el pastizal dialogar con él aquello de «cuco rei, rabo de escoba, ¿cantos días faltan para a miña boda?». Y a contar el canto del cuco, como quien deshoja una margarita que dice la hora en que llega el galán, «se será por Pascoa ou pola Trindá». Este cuco que escuché ayer mismo en una arboleda del valle Miñor parecía sorprenderse de sorprender la mañana con su voz. Al gallego le preocupó lo de si el cuco emigraba, o echaba aquí escondido los largos inviernos. En un valle cercano al mío —en el Valadouro, que preside A Frouseira, una cumbre oscura en la que tuvo almenas el mariscal, Pero Pardo, degollado por la justicia de los Reyes Católicos—, se comprobó que el cuco hiberna en el país. Habían echado al fuego un cachopo de roble, un toro de un tronco hueco, y ya prendían en él las alegres llamas —iba a escribir «las alegres mariposas», que lo son las llamas azules, rojas, doradas—, cuando de su escondite en el hueco salió el cuco, que fue a posarse en la campana de la chimenea. Despertando presto, dicen que comentó en voz alta:

Axiña se foi este ano o inverno!

¡Que pronto se fue este año el invierno! Creía el cuco que el fuego era el sol de abril o mayo, y le sabían a poco las jornadas de sueño en su camarote. Hace algunos años, diez o doce, preocupó también en ambas riberas de la ría de Vigo el que se oyese al cuco por las noches, y hubo más de un arúspice y más de una meiga que anunciaron catástrofes, cometa o monstruo, como aquellos que en vísperas de que César pasase el Rubicón —léase en la Farsalia—, vio Arrunx de Luca, en mántico etrusco, nacidos de la propia tierra, sin necesidad de semilla. Yo le dirigí por entonces dos cartas sobre el asunto a José María Castroviejo, quien andaba muy inquisidor, preguntando y preguntándose qué iba a pasar con la nocturnidad canora del cuclillo. Le citaba al doctor Johnson, quien sostiene que hay animales que sueñan y otros no, y al cuco podía despertarlo una pesadilla. Frobenius o Blaise Cendrars, que no recuerdo bien, hablan de un ave africana que sueña que arde la selva, y aterrada se precipita a las aguas de los grandes ríos, donde muere ahogada. Yo quise tranquilizar a las gentes, diciéndoles que el cantar por las noches el cuco quizá fuese por productividad, y que si anunciaba algo todo lo más sería una epidemia de peladas barberas, cosa que siempre se supo por aves…

Pero el cuco que escuché la pasada mañana llena de sol, más allá de las camelias en flor del huerto de un pazo hacia los álamos que se cubren de hojillas nuevas, estaba despreocupado de agüeros, simplemente feliz porque su anuncio de alegre tiempo era irrefutable.

 El laberinto habitado 
Álvaro Cunqueiro

 Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

 

Pues le das dos caramelos o tres chocolatinas

Mr. DO Do, inventa las fantasías de una señorita decimonónica

04 mayo 2023

Las camelias

El árbol que da las camelias se llama camelia y no camelio. Pues bien, con el viento cotidiano de Poniente y las dulces temperaturas de estos días todas las camelias del país gallego han florecido. Pero no bien han abierto las flores la persistente lluvia las marchitó. Te quedas un rato al pie de las camelias y las ves caer, unas tras otras. Paso por Correos, a echar este articulillo, y voy pisando camelias blancas, camelias rojas, camelias rojiblancas. Dudo que podamos celebrar este año la fiesta de las camelias, flor de las Rías Bajas. Salvo que al título de la fiesta le añadamos algo y digamos: «fiesta de las camelias difuntas». Difuntas como la infanta de España de la pavana de Ravel. Si algún viajero llega hasta aquí y pregunta por las camelias habrá que responderle lo que Cicerón a los que le preguntaron por Catilina y los suyos cuando salía de asistir a su ejecución: Fuerunt! (¡Fueron!) 
Cicerón era un tipo capaz de haberse pasado varias noches en vela buscando esta breve, brutal e irónica respuesta. 

El laberinto habitado
Álvaro Cunqueiro

Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

Especias y condimentos

especias

01 mayo 2023

Cantando el cuco

Cantando el cuco

Ya he escuchado, matinal, la solfa primera del polígamo augur, del cuco que anuncia el alegre tiempo. Todavía en mi valle natal pasarán algunas semanas antes de que se le oiga, al contador partidor de los amores, y pueda la niña que anda con un hato de ovejas pardas en el pastizal dialogar con él aquello de «cuco rei, rabo de escoba, cantos días faltan para a miña boda?». Y a contar el canto del cuco, como quien deshoja una margarita que dice la hora en que llega el galán, «se será por Pascoa ou pola Trindá». Este cuco que escuché ayer mismo en una arboleda del valle Miñor parecía sorprenderse de sorprender la mañana con su voz. Al gallego le preocupó lo de si el cuco emigraba, o echaba aquí escondido los largos inviernos. En un valle cercano al mío —en el Valadouro, que preside A Frouseira, una cumbre oscura en la que tuvo almenas el mariscal, Pero Pardo, degollado por la justicia de los Reyes Católicos—, se comprobó que el cuco hiberna en el país. Habían echado al fuego un cachopo de roble, un toro de un tronco hueco, y ya prendían en él las alegres llamas —iba a escribir «las alegres mariposas», que lo son las llamas azules, rojas, doradas—, cuando de su escondite en el hueco salió el cuco, que fue a posarse en la campana de la chimenea. Despertando presto, dicen que comentó en voz alta:
—Axiña se foi este ano o inverno!
¡Que pronto se fue este año el invierno! Creía el cuco que el fuego era el sol de abril o mayo, y le sabían a poco las jornadas de sueño en su camarote. Hace algunos años, diez o doce, preocupó también en ambas riberas de la ría de Vigo el que se oyese al cuco por las noches, y hubo más de un arúspice y más de una meiga que anunciaron catástrofes, cometa o monstruo, como aquellos que en vísperas de que César pasase el Rubicón —léase en la Farsalia—, vio Arrunx de Luca, en mántico etrusco, nacidos de la propia tierra, sin necesidad de semilla. Yo le dirigí por entonces dos cartas sobre el asunto a José María Castroviejo, quien andaba muy inquisidor, preguntando y preguntándose qué iba a pasar con la nocturnidad canora del cuclillo. Le citaba al doctor Johnson, quien sostiene que hay animales que sueñan y otros no, y al cuco podía despertarlo una pesadilla. Frobenius o Blaise Cendrars, que no recuerdo bien, hablan de un ave africana que sueña que arde la selva, y aterrada se precipita a las aguas de los grandes ríos, donde muere ahogada. Yo quise tranquilizar a las gentes, diciéndoles que el cantar por las noches el cuco quizá fuese por productividad, y que si anunciaba algo todo lo más sería una epidemia de peladas barberas, cosa que siempre se supo por aves…
Pero el cuco que escuché la pasada mañana llena de sol, más allá de las camelias en flor del huerto de un pazo hacia los álamos que se cubren de hojillas nuevas, estaba despreocupado de agüeros, simplemente feliz porque su anuncio de alegre tiempo era irrefutable.

El laberinto habitado
Álvaro Cunqueiro

Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911- Vigo, 1981) ejerció en gallego y en castellano el periodismo y las artes literarias en sus más variadas formas y fue, sin duda, uno de los mejores cultivadores del realismo fantástico en España. Se dio a conocer muy pronto como poeta y libros como Mar ao Norde, Poemas do si e non, Cantiga nova que se chama Riveira fluctúan entre el surrealismo y las reminiscencias trovadorescas. Su obra en prosa en muy extensa y en ella destacan títulos como Merlín e familia, Crónicas del Sochantre, Un hombre que se parecía a Orestes (Premio Nadal 1968), Si o vello Sinbad volvese ás illas, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca, Tertulia de boticas prodigiosas y Escuela de curanderos, Fábulas y leyendas de la mar y El pasajero en Galicia, entre otras.

Especias y condimentos

especias

Enriketa ve un fantasma