28 febrero 2023
27 febrero 2023
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22 febrero 2023
21 febrero 2023
20 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (30 de 365)
Bretaña es una tierra muy peñascosa por el lado del mar, pero se abre en amplias planicies, valles estrechos y alegres oteros, por donde se une a Francia. Es tierra muy viciosa de caminos, puesto que, en ella, amén de la gente natural del sobremundo, andan fáciles y vigilantes pasajeros, gentes de las soterradas alamedas, difuntos vespertinos, fantasmas, huestes caballeras, ánimas redimiéndose de penas; las más de ellas, gentes fallecidas a las que alguna paulina niega descanso. Las hieren los vientos y las noches por los innúmeros caminos, hasta que sólo queda de ellas un aliento frío. La imagen última que de Bretaña uno conserva es la de una vieja encendiendo los candiles de hierro de un calvario de piedra, en las afueras de una villa amurallada, al atardecer. Llovizna un poco. Pasa un viento sibilante que apaga las débiles lucecillas. La vieja se santigua y reza un padrenuestro por el alma del difunto señor vizconde de Klöemel, que acaba de cruzar a caballo. Los vivos en Bretaña conocen si los aires que corren son difuntos o no, y le sacan el sombrero a una brisa de mayo, porque adivinan que se trata de la hermosa Ana de Combourg que pasa sonriendo entre las verdes ramas de los abedules. Hay jóvenes que se enamoran de un aire. Dentro de las amuralladas villas, en los viejos pazos y castillos almenados, en Rennes o en Dinan, en Combourg o en Caradeuc, los sonoros celtas conversan en torno a la lumbre que se encendió hace dos mil años, sobre la guerra en el mar, las batallas de Hannover, los pleitos de familia, los enamorados de otrora. Y las llamas que queman el roble viril y testigo, nada pueden contra estas transeúntes memorias, de hilos que nadie sabe de qué ovillo proceden, ni quién teje con ellos. Por los caminos de Bretaña va la danza macabra empujando vientos, y la más diminuta flor que nace en abril, a la vera del camino, ignora si va a ser llevada al cabello de una niña o pisada por el pie de un esqueleto que salta al frente de la hueste, guiando el paso que denominan l’embrasse y es un momento de amor en la gallarda.
Álvaro Cunqueiro. Las crónicas del sochantre
19 febrero 2023
18 febrero 2023
17 febrero 2023
16 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (29 de 365)
LA CAJITA DE CORNELLEn un campo de lirios, monasterio de pájaros, riendo Sören Kierkegaard, con pantalón cortilargo, la cara enharinada, vestido de payaso. La ciudad arde al fondo, un soberbio espectáculo. La cajita de Cornell se llama “Avisando”. CUADERNOS DE REMBRANDT. José Jiménez Lozano
LA CAJITA DE CORNELL
En un campo de lirios, monasterio de pájaros, riendo Sören Kierkegaard, con pantalón cortilargo, la cara enharinada, vestido de payaso. La ciudad arde al fondo, un soberbio espectáculo. La cajita de Cornell se llama “Avisando”. CUADERNOS DE REMBRANDT. José Jiménez Lozano
15 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (28 de 365)
PAISAJE INVERNAL
Desnudos árboles de invierno, solitario estornino pensativo. ¿Blanco ya el mundo? ¿O embozado en blancura solamente? CUADERNOS DE REMBRANDT. José Jiménez Lozano
PAISAJE INVERNAL
Desnudos árboles de invierno, solitario estornino pensativo. ¿Blanco ya el mundo? ¿O embozado en blancura solamente? CUADERNOS DE REMBRANDT. José Jiménez Lozano
14 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (27 de 365)
CLÁSICOS
Ves la luna de invierno que asciende lentamente en el atardecer, y oyes el ladrido de los perros, como Ovidio. Luego el Ángelus, y luego algunas noches había comedias y veías también a un Príncipe, con una calavera en la mano, a la que hablaba. “¡Ah, Yorick! ¡Pobre Yorick! decía. Fueron tus clásicos. CUADERNOS DE REMBRANDT. José Jiménez Lozano
13 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (26 de 365)
12 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (25 de 365)
11 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (24 de 365)
10 febrero 2023
09 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (23 de 365)
FINA LLUVIA
Entre la neblina de la fina lluvia, sol tornasolado que ilumina, el oro mate de los árboles ya heridos por el cuchillo del otoño. Todavía el ultimo verdor exasperado, como siempre lo es la última esperanza. "CUADERNOS DE REMBRANDT". José Jiménez Lozano
08 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos) y una imagen (22 de 365)
ERA un dragón, una sierpe, una salamandra, un monstruo hórrido, difícil de clasificar, con una corona de tres picos en la cabeza y un dedo de su mano derecha en los labios como para imponer silencio. ¿A quién? No lo sabemos.
Este dragón se hallaba encaramado sobre el mundo, una bola de hierro negra sujeta en un vástago y tenía la humorada de señalar el Norte y el Sur, el Este y el Oeste, cosa no difícil de comprender si se añade que el grifo, basilisco o dragón, formaba parte de un pequeño y simpático artefacto que llamamos veleta.
Esta veleta coronaba la torre de la casa solariega de un pueblo labortano.
Era un monstruo rabioso, aquel monstruo indefinido que dominaba su mundo, un monstruo rechinador, malhumorado, que giraba desde hacía muchos años, no sabía cuántos, en la vieja torre de Ustaritz que tenía Gastizar por nombre.
Sus garras amenazaban alternativamente a los cuatro puntos cardinales, de su boca salían llamas que por arte mágico se convertían en una flecha, sus orejas estaban atentas a todo cuanto se hablaba y se murmuraba en el pueblo.
Para neutralizar la perversidad y la iracundia de aquella furia superterrestre, para dulcificar su pérfida malicia, el artífice que le dio forma mortal le fijó para siempre en la cola el anagrama de Jesucristo: J.H.S.
Así este dragón tosco y quimérico representaba el dualismo de las cosas humanas y divinas: por la cabeza al diablo y por la cola a Dios; por delante la ciencia, el materialismo, la duda; por detrás el misticismo y la piedad; por un lado todo malicia, ironía y desprecio para los mortales; por el otro todo benevolencia y resignación cristiana.
En aquella peligrosa altura, en aquella posición incómodamente ambigua, Ormuz y Ariman en una misma pieza, tenía que girar a todas horas el pobre y lastimero dragón de Gastizar. No era extraño que su genio se hubiese agriado y que rechinase con tanta frecuencia.
La soledad le había hecho melancólico. Las alturas aíslan. Aquel viejo basilisco no tenía amigos; únicamente una lechuza parda se posaba en el remate de la veleta y solía estar largo tiempo contemplando desde allí arriba el pueblo.
¿El dragón roñoso y la lechuza de plumas suaves y de ojos redondos se entendían? ¿Quién podía saberlo? ¿Venía ella —el pájaro sabio del crepúsculo— a recibir órdenes de aquel basilisco chirriante e infernal agobiado por su apéndice cristiano? ¿O era el basilisco el que recibía las órdenes de la lechuza?
Si alguien traía órdenes era indudablemente la lechuza. ¿De dónde? Lo ignoramos.
El viejo dragón velaba sobre el pueblo. El dirigía los fantasmas de la noche, él hacía avanzar las nubes oscuras que pasaban delante de la Luna, él irritaba y calmaba los ábregos y los aquilones con sus movimientos bruscos y sus chirridos agudos.
En los días de tempestad, mientras el vendaval soplaba con fuerza, el dragón mugía y chillaba escandalosamente; en las tormentas, a la luz de los relámpagos, se presentaba terrible e iracundo; en cambio, en los días de sol, cuando la claridad dorada se esparcía por las colinas verdes del Labourd, ¡qué humilde!, ¡qué domesticado! ¡Qué buenazo aparecía el dragón de Gastizar vencido por el anagrama cristiano de su cola!
Aun en estos días tranquilos miraba con cierta sorna a la gente que, sin duda, desde su altura le parecía pequeña, a veces se volvía despacio como para dirigir al espectador una cortesía amable, a veces le daba la espalda con un marcado desprecio.
A pesar de su maldad, de su energía y de su furia, el dragón de Gastizar desde hacía algunos años se movía con dificultad para dar sus órdenes.
¿Era que su aditamento cristiano le iba dominando y adormeciendo?
¿Era que sus articulaciones se entorpecían con el reumatismo y la gota?
¿Era solamente la edad?
Fuese lo que fuese, era lo cierto que durante largas temporadas el dragón quedaba inmóvil, sin poder inclinarse ni a la derecha ni a la izquierda, furioso, amenazando con un ademán de cómica impotencia al universo.
A veces una ráfaga de aire le infundía un momento de vida y sus garras se agitaban estremecidas en el aire y su lengua de llamas vibraba con saña, pero al poco tiempo volvía a su inmovilidad con el aspecto triste de un paralítico.
Alguien, probablemente algún burlón, había echado a volar la especie de que la anquilosis de la veleta coincidía con la tranquilidad de la villa, y, en cambio, sus movimientos bruscos, con los conflictos, con las guerras, con las pestes, con las revoluciones…
Pío Baroja
La veleta de Gastizar
Memorias de un hombre de acción - 8
07 febrero 2023
06 febrero 2023
05 febrero 2023
04 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos). 21 de 365
SU MODO DE VIVIR EN LA VEJEZ
Deseáis, señor Sarmiento,
Saber en estos mis años,
Sujetos a tantos daños,
Como me porto y sustento.
Yo os lo diré en brevedad,
Porque la historia es bien breve,
Y el daros gusto se os debe
Con toda puntualidad.
Salido el sol por oriente,
De rayos acompañado,
Me dan un huevo pasado
Por agua, blando y caliente,
Con dos tragos del que suelo
Llamar yo néctar divino,
Y a quien otros llaman vino
Porque nos vino del cielo.
Cuando el luminoso vaso
Toca en la meridional,
Distando por un igual
Del oriente y del ocaso,
Me dan asada y cocida
De una gruesa y gentil ave,
Con tres veces del suave
Licor que alegra la vida.
Después que cayendo viene
A dar en el mar hesperio,
Desamparando el imperio
Que en este horizonte tiene,
Me suelen dar a comer
Tostadas en vino mulso,
Que el enflaquecido pulso
Restituyen a su ser.
Luego me cierran la puerta,
Yo me entrego al dulce sueño;
Dormido soy de otro dueño,
No sé de mí nueva cierta.
Hasta que, habiendo sol nuevo,
Me cuentan como he dormido;
Y así, de nuevo les pido
Que me den néctar y huevo.
Ser vieja la casa es esto,
Veo que se va cayendo;
Voyle puntales poniendo,
Porque no caiga tan presto.
Mas todo es vano artificio;
Presto me dicen mis males
Que han de faltar los puntales
Y allanarse el edificio.
Baltasar del Alcázar
03 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos). 20 de 365
(Sigue del día anterior)
En las altas montañas de nuestro país hay un pueblecito con un campanario pequeño pero muy puntiagudo que se destaca entre el verde de nuestros árboles frutales gracias al color rojo con el que están pintadas las ripias de su tejado, y que gracias a este color rojo se hace visible a lo lejos entre vaporosas sombras azuladas de la montaña. El pueblecito está justo en medio de un valle bastante amplio que casi tiene la forma de un círculo alargado. Además de la iglesia tiene una escuela, una casa consistorial y varias casas buenas que forman una plaza con cuatro lados en cuyo centro hay una cruz de piedra. Esas casas no son simples casas de labranza, sino que albergan también aquellos oficios artesanales imprescindibles al género humano y que están destinados a cubrir la única demanda de ese tipo de productos que tienen los habitantes de las montañas. En el valle y alrededor de las montañas hay aún muchas cabañas dispersas, como suele suceder en los pueblos de montaña, y que no sólo pertenecen a la iglesia y a la escuela, sino que también pagan su tributo a aquellos artesanos de los que hemos hablado con la compra de sus productos. Al pueblo pertenecen algunas cabañas más, que es imposible divisar desde el valle, aún más escondidas en las montañas; sus habitantes rara vez salen a visitar a sus vecinos, y en invierno con frecuencia se ven obligados a conservar sus muertos para llevarlos a enterrar una vez que se derritan las nieves. La persona más importante que los aldeanos alcanzan a ver en el transcurso del año es el párroco, lo respetan muchísimo y acontece a menudo que éste, por su larga estancia en el pueblo, se haga a la soledad de tal modo que no le disguste quedarse y sencillamente siga viviendo en él. Por lo menos, no ha sucedido desde tiempos inmemoriales que el párroco del pueblo haya sido alguien indigno de su cargo o con deseos de salir de allí.
No hay carreteras en el valle, tienen sus caminos de carros por los que llevan a casa los productos de sus campos en carretas de un solo tiro, y por esa razón vienen pocas personas al valle; entre éstas a veces hay un caminante solitario, amante de la naturaleza, que se queda unos días en la ornamentada habitación superior de la posada y contempla las montañas, o incluso un pintor que llena su carpeta con dibujos del pequeño y puntiagudo campanario y de las hermosas cumbres de los riscos. Por lo tanto, los habitantes constituyen un mundo cerrado, todos ellos se conocen entre sí por el nombre y saben las historias de cada cual desde el abuelo y el bisabuelo. Todos ellos hacen duelo cuando uno muere, saben cómo se llama el que nace, tienen sus propios litigios que solventan entre sí, se apoyan mutuamente y acuden juntos cuando ocurre algo extraordinario. Son muy constantes y apegados a lo antiguo. Si se cae una piedra de una pared la vuelven a colocar, las casas nuevas se construyen como las antiguas, los tejados deteriorados se reparan con las mismas ripias, y si en una casa hay vacas manchadas se sigue criando la misma clase de terneros y el color se queda en la casa.
Hacia el mediodía se ve desde el pueblo una montaña nevada que, con sus brillantes picos, casi parece estar por encima de los tejados, aunque de hecho no esté ni mucho menos tan cerca. A lo largo de todo el año mira hacia el valle con sus rocas salientes y sus blancas superficies. La montaña es lo más llamativo que tienen en el valle, y como tal se ha convertido en objeto de la atención de los habitantes y en el centro de muchas historias. No hay hombre ni viejo alguno en el pueblo que no tenga algo que contar de las aristas y picos de la montaña, de las grietas del glaciar y de sus grutas, de sus agujas y de sus cantos rodados, algo que le haya ocurrido a él mismo, o que se lo haya oído contar a otros. Esta montaña es también el orgullo del pueblo, como si la hubieran hecho ellos mismos, y no está del todo claro, aun cuando se tenga en gran estima la probidad y el amor a la verdad de los habitantes del valle, si no hay veces que mienten en honor y fama de la montaña. La montaña, además de ser la curiosidad del lugar, les proporciona beneficios reales a los habitantes, pues cuando llega un grupo de visitantes para ascender a ella desde el valle los habitantes del pueblo les sirven como guías, y el haber sido guía, haber visto esto y aquello, conocer tal y cual lugar, es una distinción que a cualquiera le gusta lucir. A menudo hablan de ello cuando se reúnen en la taberna y relatan sus proezas y sus fantásticas experiencias, y nunca olvidan contar lo que dijo tal o cual viajero y lo que recibieron de él como pago por sus esfuerzos. Aparte de esto, la montaña, desde sus flancos nevados, manda las aguas que alimentan un lago en la parte alta de sus bosques y que originan el arroyo que discurre alegre por el valle, que mueve el aserradero, el molino y otras pequeñas industrias, arroyo que limpia el pueblo y en el que abreva el ganado. De los bosques de la montaña procede la madera y también son ellos los que detienen los aludes. En las galerías y grietas internas de las alturas se sumen las aguas que luego discurren en venas, atraviesan el valle y surgen en pequeños manantiales y fuentes de los que beben los hombres y que brindan al forastero su magnífica agua, muchas veces encomiada. Pero ellos no piensan en estos beneficios y dicen que siempre ha sido así.
No hay carreteras en el valle, tienen sus caminos de carros por los que llevan a casa los productos de sus campos en carretas de un solo tiro, y por esa razón vienen pocas personas al valle; entre éstas a veces hay un caminante solitario, amante de la naturaleza, que se queda unos días en la ornamentada habitación superior de la posada y contempla las montañas, o incluso un pintor que llena su carpeta con dibujos del pequeño y puntiagudo campanario y de las hermosas cumbres de los riscos. Por lo tanto, los habitantes constituyen un mundo cerrado, todos ellos se conocen entre sí por el nombre y saben las historias de cada cual desde el abuelo y el bisabuelo. Todos ellos hacen duelo cuando uno muere, saben cómo se llama el que nace, tienen sus propios litigios que solventan entre sí, se apoyan mutuamente y acuden juntos cuando ocurre algo extraordinario. Son muy constantes y apegados a lo antiguo. Si se cae una piedra de una pared la vuelven a colocar, las casas nuevas se construyen como las antiguas, los tejados deteriorados se reparan con las mismas ripias, y si en una casa hay vacas manchadas se sigue criando la misma clase de terneros y el color se queda en la casa.
Hacia el mediodía se ve desde el pueblo una montaña nevada que, con sus brillantes picos, casi parece estar por encima de los tejados, aunque de hecho no esté ni mucho menos tan cerca. A lo largo de todo el año mira hacia el valle con sus rocas salientes y sus blancas superficies. La montaña es lo más llamativo que tienen en el valle, y como tal se ha convertido en objeto de la atención de los habitantes y en el centro de muchas historias. No hay hombre ni viejo alguno en el pueblo que no tenga algo que contar de las aristas y picos de la montaña, de las grietas del glaciar y de sus grutas, de sus agujas y de sus cantos rodados, algo que le haya ocurrido a él mismo, o que se lo haya oído contar a otros. Esta montaña es también el orgullo del pueblo, como si la hubieran hecho ellos mismos, y no está del todo claro, aun cuando se tenga en gran estima la probidad y el amor a la verdad de los habitantes del valle, si no hay veces que mienten en honor y fama de la montaña. La montaña, además de ser la curiosidad del lugar, les proporciona beneficios reales a los habitantes, pues cuando llega un grupo de visitantes para ascender a ella desde el valle los habitantes del pueblo les sirven como guías, y el haber sido guía, haber visto esto y aquello, conocer tal y cual lugar, es una distinción que a cualquiera le gusta lucir. A menudo hablan de ello cuando se reúnen en la taberna y relatan sus proezas y sus fantásticas experiencias, y nunca olvidan contar lo que dijo tal o cual viajero y lo que recibieron de él como pago por sus esfuerzos. Aparte de esto, la montaña, desde sus flancos nevados, manda las aguas que alimentan un lago en la parte alta de sus bosques y que originan el arroyo que discurre alegre por el valle, que mueve el aserradero, el molino y otras pequeñas industrias, arroyo que limpia el pueblo y en el que abreva el ganado. De los bosques de la montaña procede la madera y también son ellos los que detienen los aludes. En las galerías y grietas internas de las alturas se sumen las aguas que luego discurren en venas, atraviesan el valle y surgen en pequeños manantiales y fuentes de los que beben los hombres y que brindan al forastero su magnífica agua, muchas veces encomiada. Pero ellos no piensan en estos beneficios y dicen que siempre ha sido así.
Adalbert Stifter
Piedras de colores
«Cristal de roca» y «Creta blanca»
Adalbert Stifter (1805-1868) fue un escritor austriaco perteneciente a la corriente Biedermeier.
Título original: Bunte Steine
Adalbert Stifter, 1853
Traducción: Juan Conesa Sánchez & Jesús Alborés
02 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos). 19 de 365
Nuestra Iglesia celebra diferentes fiestas que llegan al corazón. Apenas cabe imaginar algo más hermoso que Pentecostés, algo más grave y sagrado que la Pascua. La tristeza y melancolía de la Semana Santa, seguidas de la solemnidad del domingo de Resurrección, nos acompañan a lo largo de nuestra vida. Una de las fiestas más hermosas la celebra la Iglesia casi mediado el invierno, casi cuando las noches son más largas y los días más cortos, cuando el sol se mantiene más oblicuo sobre nuestras campiñas y la nieve cubre todos los campos: la fiesta de Navidad. Como en muchos países, el día anterior a la fiesta que conmemora el nacimiento del Señor, que en muchos países se llama la víspera de Navidad, entre nosotros se llama día de Nochebuena; el día siguiente Navidad y la noche que media entre ambos Nochebuena. La Iglesia católica celebra la Navidad, día del nacimiento del Salvador, con la máxima solemnidad ritual, y en la comarca se santifica con brillantes ceremonias nocturnas la medianoche, hora del Nacimiento del Señor, ceremonias a las que los vecinos acuden presurosos invitados por las campanas que resuenan a través del callado y oscuro aire invernal de la medianoche portando luces o atravesando bosques por los oscuros y bien conocidos senderos de las nevadas montañas, y cruzando huertos cuyo suelo cruje al pisarlo, dirigiéndose a la iglesia de donde sale aquel repique solemne y que con sus largas vidrieras iluminadas se eleva en medio del pueblo encerrado entre árboles cubiertos de hielo.
A la fiesta de la iglesia va unida una fiesta hogareña. En casi todos los países cristianos se ha extendido la costumbre de mostrar a los niños la llegada del niñito Jesús, —también un niño, el más maravilloso que jamás viera el mundo— como algo alegre, brillante y solemne, que sigue manteniendo su influencia toda la vida y que a veces, aun entrados en años, recordando momentos sombríos, melancólicos o conmovedores es como una mirada hacia el tiempo pasado que vuela con alas brillantes y llenas de calor por el desolado, triste y vacío cielo nocturno. Se acostumbra a darles a los niños los regalos que les ha traído el Santo Niño para causarles alegría. Esto suele hacerse en Nochebuena, cuando ha comenzado el profundo crepúsculo y se encienden luces, la mayoría de las veces muchas, velitas que a menudo se balancean reposando sobre las hermosas ramas verdes de un pequeño abeto o pino colocado en el centro de la sala. A los niños no se les deja entrar hasta que se da la señal de que el Niño Dios ya ha estado allí y ha dejado los regalos que traía consigo. En ese momento se abre la puerta, se les permite entrar a los pequeños y ven el maravilloso resplandor brillante de las luces, ven las cosas que cuelgan del árbol o extendidas en la mesa y que sobrepasan con mucho todo lo que hubieran podido imaginar, no se atreven a tocarlas, y cuando por fin las han recibido las llevan en sus bracitos toda la noche y las meten consigo en la cama. Cuando después, entre sueños, oyen las campanadas de medianoche con las que se llama a los mayores a orar en la iglesia, entonces podría parecerles que los angelitos atraviesan en ese momento el cielo o que Cristo vuelve a casa, después de haber visitado y llevado un magnífico presente a cada niño.
El día siguiente, la Navidad, será ese día tan solemne en el que estén con sus ropas más hermosas en la cálida sala, cuando el padre y la madre se arreglen para ir a la iglesia, y cuando al mediodía haya una comida de celebración mejor que la de cualquier otro día del año, será cuando por la tarde o al anochecer vengan amigos y conocidos y se sienten en las sillas y en los bancos y puedan hablar entre ellos mirando placenteramente por las ventanas el paisaje invernal, mientras caen lentos los copos o una opaca niebla ciñe las montañas o se oculte un sol frío de un rojo intenso. En distintos lugares de la estancia, sobre una sillita, o sobre un banco, o en el alféizar de la ventana están esparcidos los mágicos regalos de ayer, aunque ahora ya mejor conocidos y más familiares.
Después transcurre el largo invierno, llega la primavera y el interminable verano; y cuando la madre vuelve a hablar sobre el Niño Dios, de que pronto será su fiesta y de que también ahora bajará, a los niños les parece como si hubiera transcurrido una eternidad desde la última vez, y como si la alegría de entonces se encontrara en una latitud lejana y nebulosa.
Como esa fiesta perdura tanto y como su destello llega hasta tan lejos en nuestra vida, por eso la vivimos con tanta alegría cuando los niños la celebran y se regocijan con ella.
Adalbert Stifter
Piedras de colores
«Cristal de roca» y «Creta blanca»
Adalbert Stifter (1805-1868) fue un escritor austriaco perteneciente a la corriente Biedermeier.
Título original: Bunte Steine
Adalbert Stifter, 1853
Traducción: Juan Conesa Sánchez & Jesús Alborés
01 febrero 2023
TRECE LINEAS (más o menos). 18 de 365
SONETO V
y cuanto yo escrebir de vos deseo;
vos sola lo escrebistes, yo lo leo
tan solo, que aunque de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.
Garcilaso de la Vega
Garci Lasso de la Vega (Toledo, 1491/1503-Niza, 14 de octubre de 1536), más conocido como Garcilaso de la Vega, fue un poeta y militar español del Siglo de Oro.
TRECE LINEAS (más o menos)
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El 21 de noviembre de 1975, Buenos Aires empezó siendo una mañana fría, soleada, menos húmeda que de costumbre. Como todos los viernes...