31 agosto 2022

Noticias de Navidad con el mar de fondo

 Noticias de Navidad con el mar de fondo
Cuentan que en las semanas anteriores a la Navidad se ve por los caminos que llevan a Finisterre —al cabo final de la tierra desconocida— un extraño personaje al que ladran los perros horas antes de que aparezca y al que siguen ladrando cuando ya camina a varias leguas de distancia. Aún no es Navidad, aún no ha nacido el Niño de Belén de Judá, y ya ese personaje va con una terrible noticia hasta o cabo do mundo. Se trata de un criado del rey Herodes, que va hasta el Finisterre a dar la orden de que hay que degollar a los inocentes. El tal criado es un tipo moreno, vestido a la morisca, gran corredor; de vez en cuando se detiene para beber en una fuente, que deben secarle la boca las palabras de la terrible orden herodiana. Dos cosas me preocupan de este oficial de órdenes de Herodes: su presencia en Galicia y en Finisterre transforma la degollación de los inocentes en un acontecimiento universal, como si todos los niños del mundo fueran degollados el día 28, y qué hace o dice cuando llega a Finisterre y tiene ante sus ojos y su voz la inmensa soledad del océano. ¿Atraviesa el mar, tiene tan poderosa voz que llega a la ribera de las Indias Occidentales, a América, su grito arameo? Porque parece que la degollación haya de hacerse en todo lugar de cristianos y, al mismo tiempo, lo que se prueba, entre otras cosas, por la aparición de inocentes degollados en los más diversos lugares de Europa, tanto en la cristiana romana como en la ortodoxa griega. Muchos de los que me lean saben que, pasados varios siglos del nacimiento de Jesús, aparecían en Palermo o en Aquisgrán niños degollados todavía con un soplo de vida, y que eran escapados de la matanza ordenada por Herodes. En Palermo, en el siglo XIII, en un convento de franciscanos. En un río cercano a Aquisgrán, en el siglo IX. En Palermo, la sangre que derramaba el inocente por la gran herida de su garganta, manchó el suelo y aún hoy no se ha borrado la mancha. En el río de Aquisgrán, el niño pudo decir quién era y lo llevaron ante Carlomagno, quien dijo que en mayo saldría a hacerle guerra a aquel Heredes tan asesino… Entre nosotros, los gallegos, no se sabe que haya aparecido ningún degollado, ni en Santiago de Compostela ni en alguna posada del «camino francés», del camino de las grandes peregrinaciones, que sería lugar adecuado. Por ello me pregunto: ¿qué hará el criado de Herodes ante el océano? ¿Quién lo escucha en las rocas extremas? El océano es asesino también, pero a su manera. Lo ha dicho Yeats en un verso memorable:
 
La asesina inocencia del mar
 
El océano, con su enorme violencia, con sus grandes olas y sus fuertes vientos, destruye las naves que lo surcan, pero no tiene la voluntad de Dedanar. Enorme bestia que respira dos veces al día, ignora los límites de su fuerza, desconoce el poder de sus tempestades, ahoga humanos creyendo acariciarlos y, con los mayores temporales, cree que está jugando. Me inclino a juzgar que el criado de Herodes a quien le grita es a Leviatán, la enorme ballena, la gran bestia del mar, para de alguna manera hacerla participar en el crimen.
 
Hace algunos años me habían pedido un villancico, para que lo cantase un coro de niños en una iglesia de La Marina, de Lugo. La iglesia está en la vecindad misma del mar, y de su ábside a las aguas hay un pequeño campo y unas grandes rocas oscuras, que sirven de rompeolas. Y se me ocurrió que algo del mar había de entrar en mis versos. Los niños cantores eran casi todos hijos de marineros, de pescadores —como varios de los compañeros del Señor, con barcas en un lago, que no en el mar—. Y se me ocurrió comenzar mi villancico —traduzco de mi lengua gallega— así:
 
San José tenía miedo
de que el Niño le saliese marinero,
y se le fuese un día por el mar
en un velero…
 
Yo me imaginaba a San José preocupado, contemplando el mar de Foz o de San Ciprián, el Cantábrico verde y torvo, y el Niño jugando en la playa a navíos, con dos trozos de madera, donde la ola comienza a ser espuma que lame la arena. Sí, San José tenía miedo.
 
De que o neno lle saíse
mireñeiro
e se lle fose un día pelo mare
num veleiro…
 
Y por mis propios simples versos me emocionaba la aventura del niño saliendo al mar mayor en una dorna, diciéndole adiós a la ribera oscura, a las luces de los grandes faros nuestros, Vilan, Finisterre, Corrubedo, Silleiro.
 
Como saben, hubo discusiones entre los pesebristas italianos —después de que San Francisco hiciese el primer pesebre o Nacimiento— de si había de ponerse el mar en el pesebre. Y como uno de aquellos primeros franciscanos dijese que en el Nacimiento debía aparecer il mondo nel suo ordine intero, fue decidido que siempre, bordeando el país de colinas, bosques y ríos, debía aparecer el mar con sus barcas. Un trocito de mar, que se fingía con cristal o con tela pintada de azul. Y, de aparecer el mar en el pesebre, se llegó a poner en la fingida playa a gente de remo, que ella también subía a Belén de Judá a adorar al Niño, juntamente con los ángeles y los pastores. Belén está tierra adentro, pero a los marineros que en la playa se apoyan en sus largos remos ha debido llegarles la extraña gran noticia: han visto estrellas, no usadas, escuchado músicas que viajan con el viento terral… Cuando en un pesebre no veo el mar, me parece, desde que supe de aquellas discusiones franciscanas, que le falta algo y en el pequeño que me hago para mí mismo, pongo un poco de arena, y en ella una pequeña barca, varada. Y así soy dueño de la ilusión de que acude a Belén la gente toda de la costa gallega, y de las islas, de Sálvora, Ons, las Cíes, que se entera de que le ha nacido un Salvador al mundo. Y de paso le doy a la gente del mar el puesto que merece en el ordine intero universale, en los trabajos y los días. Con el acento claro y cantarín de las gentes gallegas ribereñas suenan cantos, en mi imaginación, en el Belén de Judá tan lejano. Y acaso uno de los marineros lleve en la mano diestra una caracola, para que, puesta en el oído del Niño, éste escuche cómo ronca el mar.

Álvaro Cunqueiro

Fábulas y leyendas de la mar

Por Cantabria

Por Cantabria

30 agosto 2022

Prólogo de un libro de cuentos y leyendas populares (nórdicos)

Hace frío en el exterior. La nieve cubre los campos, un viento gélido sopla con furia, agita las ramas de los árboles y trata de introducirse en la casa de madera por las rendijas de las ventanas. Dentro está el calor. El fuego de la chimenea ilumina los rostros y crepita alegremente, irradiando luz y bienestar.

Son largas las veladas. Largas y apacibles las horas.

 Hay un niño rubio de grandes ojos claros que espera pacientemente a que se abra el telón. Dentro de unos instantes la magia hará su aparición en forma de relato, la imaginación emprenderá su delicado vuelo y se producirá el encantamiento cuando uno de los mayores empiece a mover los hilos que pondrán en marcha la narración.

 El niño está sentado, casi acurrucado, en una silla baja muy cerca de la chimenea. Ha dejado de asustarle el ulular del viento o la nieve que no deja de caer en enormes y suavísimos copos. Fija su mirada en el invisible mundo que empieza a abrirse lentamente y presta toda su atención a las palabras, como sólo saben hacerlo los niños, con los ojos muy abiertos. Es como un dulce murmullo que penetra en sus oídos con toda claridad. Es una invitación para que él también participe, se convierta en un personaje más.

 Una vez las palabras mágicas empiezan a ser pronunciadas, el niño se encuentra dentro del encantamiento.

 Los protagonistas hacen su aparición ante la mirada asombrada del niño.

 De repente, una madrastra perversa conduce a un joven y apuesto príncipe a un lugar que se encuentra al este del sol y al oeste de la luna, un lugar que nadie sabe dónde está. La bella y valerosa muchacha, enamorada de él, decide buscarle y recorre montañas y valles, bosques y llanuras, hasta que llega a una casa habitada por una bondadosa anciana, que resulta ser la madre de los cuatro vientos. Será su hijo mayor, el viento del norte, quien ayudará a la joven llevándola a ese lugar que sólo él conoce y que se halla al este del sol y al oeste de la luna. Allí el valor y la constancia de la muchacha lograrán salvar al príncipe.

 Pero no todas las madrastras son pérfidas. Hay excepciones. Una, por lo menos. En la isla de Hielo existe una que ayudará a la princesa a romper la maldición formulada por su propia madre antes de morir.

 En el mundo de la imaginación todo es posible. Nada tiene que ver con la realidad. Allí ocurren los hechos más insólitos con la naturalidad de la fantasía. Sucede lo que el niño quiere que suceda, aunque no siempre esté de acuerdo con el desarrollo del relato, aunque a veces le gustaría cambiar el curso de los acontecimientos. Él no es un príncipe y su vida transcurre en la monotonía de los días iguales. A él nadie se le aparece ni a nadie tiene que salvar. Las estaciones se suceden en calma y sólo episodios sin importancia alteran un ritmo que no es sino una línea continua.

 Pero en los cuentos es diferente y cuando un lobo va a confesar sus pecados porque le remuerde la conciencia, el niño piensa que si él fuera lobo haría lo mismo, porque no se puede ir por ahí matando ovejas y gallinas impunemente.

 Tampoco importa demasiado no haber nacido príncipe. En el mundo de la ensoñación hay muchos, miles de reinos habitados por bellas princesas cuyos padres conceden sus blancas y delicadas manos a los que demuestran ser merecedores de ellas. Bastará con ser bueno y valiente para contraer matrimonio con la hija del rey, de cualquier rey.

 Es muy importante tener esto presente: cuando el joven pobre encuentra a una ancianita en el bosque, debe tratarla con consideración y afecto, pues muy bien puede ser un hada disfrazada, que luego, con su influencia benéfica, hará posible el acceso del muchacho al trono real. Aunque lo que le pida la anciana sea su último trozo de pan.

 También los animales se convierten en elementos esenciales del relato cuando cobran el uso de la palabra. Si un pez pide ser devuelto al agua o un ave está en apuros, el joven, sólo porque tiene buen corazón, les ayudará y algún día, a cambio, ¿quién sabe cómo será recompensado?

 Pero no sólo la bondad y el valor son necesarios para llevar a cabo cualquier empresa, por difícil que sea. También la astucia es una condición obligatoria. Para engañar, por ejemplo, a un gigante sin corazón, no se podrá hacer uso de la fuerza, pues nunca será suficiente. El gigante, con una sola mano, aplastaría a cien hombres fuertes.

 Entonces, ¿cómo vencer a un monstruo abominable sino por medio de artimañas? El niño lo sabe y escucha, atónito, los métodos que emplea el más joven de los príncipes para destruir al gigante y convertirlo en polvo.

 Los seres fabulosos no habitan el ámbito cotidiano. No se sientan junto al juego ni son amigos de los niños. Pero existen. En el pensamiento de pequeños y mayores, merodean en la oscuridad de las alcobas, siempre dispuestos a convertirse en esas pesadillas de las noches invernales, cuando el viento golpea con fuerza contra los cristales y la nieve forma blancos remolinos. Pesadillas que algunas veces se convierten en apacibles sueños cuando son los gnomos y las hadas quienes los guían.

 Entre los seres fabulosos, el que más temor infunde es siempre el troll.

 Los trolls son monstruosos y perversos, salvo en casos excepcionales. Agazapados, ocultos, habitantes de tenebrosos castillos, dedican su existencia a atemorizar a las buenas personas y a los apacibles animales.

 El niño tiene mucho miedo a los trolls. Nunca ha visto ninguno, pero se los ha imaginado tantas veces… No se le ocurrirá salir solo por la noche, ni siquiera a buscar un poco de leña para la chimenea, ni introducirse en cualquiera de las habitaciones de la casa, desiertas durante las veladas junto al fuego.

 El troll es el enemigo máximo y aunque se lo han descrito mil veces y de mil formas (enorme cabeza, pelos de cuerda y dientes como colmillos de morsa) sabe que también puede tener hasta doce cabezas y ser tan alto y monstruoso como sólo su imaginación lo puede representar.

 El diablo, en cambio, está más definido. Se parece a los hombres y toma el aspecto de un ser humano, quizá un poco más huraño y oscuro de piel, pero nada más. Incluso puede no tener cuernos ni rabo.

 Representa la maldad, aunque en los retablos, a lo que se dedica no es a inducir al mal a las buenas gentes como estamos acostumbrados, sino a apoderarse de ellas para llevarlas al infierno. De un troll se puede escapar, incluso vencerle, pero del infierno es completamente imposible. El diablo sólo es uno, poderoso, indestructible, astuto. Sus secuaces suelen ser, en general, bastante bobalicones y se les engaña con facilidad. Son diablos menores, sin la inteligencia del amo de las tinieblas.

 Al niño le gustaría ser un poco como cada uno de los personajes que aparecen en los cuentos. Valiente como los príncipes, bondadoso como los campesinos, fuerte como los que vencen a los trolls, pero también astuto como el zorro. Cualidades que se presentan en estado puro, sin los matices y contradicciones que caracterizan a los seres humanos.

 Si un hombre es bueno, lo es hasta en la adversidad. Si es valiente, ni los mayores obstáculos le detendrán. Si es astuto, sabrá en cada momento cómo emplear su astucia. Pero también si es avaro o perverso, lo será hasta el fin.

 Por eso el niño se queda boquiabierto y deja que la fantasía llene su imaginación. Porque cree que todo lo que escucha en los cuentos puede ocurrirle en cualquier momento, aunque las ancianitas que conoce no sean amables, respetuosas y escondan su condición de hadas buenas, sino en general bastante gruñonas; aunque sabe perfectamente que jamás encontrará un troll en el bosque; aunque supone que los espíritus del bien deben vivir muy lejos pues jamás acuden a su llamada.

 Pero también en los relatos aparecen jóvenes que sin hacer nada, sin enfrentarse a grandes peligros, sólo por suerte o por indolencia, consiguen un puesto destacado o incluso casarse con la hija del rey. Para éstos es demasiado sencillo y lo que provocan es una sonrisa y una especie de esperanza. Sin la magia, pues, es igualmente posible acceder a la mas completa felicidad.

 El niño se echa a reír. Ha desaparecido el temor.

 Esta vez el relato habla de cómo una sólida amistad es capaz de romper todas las barreras y todos los hechizos. Basta con querer sinceramente, con darlo todo sin esperar nada a cambio. Aquí interviene el valor más difícil, que es el de la propia renuncia.

 Los elementos de la naturaleza están siempre presentes. El mar, sus tempestades y su calma. La tierra, su fertilidad y su aspereza. El niño sabe, lo ha oído muchas veces, que existen lugares encantados, como la isla Udröst «que emerge del mar, durante las tempestades más violentas, para dar refugio a los náufragos». ¿Quién no desea acceder a la isla mágica cuando el barco está a punto de zozobrar? Allí encontrará a un venerable anciano de larga barba blanca que le introducirá en una bella mansión, resplandeciente y repleta de los más exquisitos manjares y, si no es codicioso, podrá volver a su humilde casa con las manos llenas y el porvenir asegurado para él y su familia.

 Una vez más la bondad y la generosidad serán factores imprescindibles para conseguir vencer a la miseria.

 Si no ha habido mezquindad y avaricia cuando se pudo poseer todo, ya no será posible retroceder ante la desdicha ajena.

 La isla Udröst es una isla encantada, pero hay otros encantamientos.

 Pueden aparecer y desaparecer palacios maravillosos con tejados de oro, que no forman parte de leyenda alguna. Basta con levantarse una mañana, asomarse a la ventana y descubrir, con asombro, que allí donde había una colina, ahora se alza un magnífico palacio más resplandeciente que el del rey, el de cualquier rey, por poderoso que sea.

 El niño lo ha hecho muchas veces.

 Al levantarse, ha mirado a través de los cristales de su habitación y a pesar de que sólo ha visto una colina cubierta de nieve, ha podido contemplar el maravilloso palacio del cuento que escuchó la noche anterior. Con los ojos de la imaginación, que son también los del alma.

 No importa que al volver a asomarse, unas horas después, no vea sino la nieve y el mismo paisaje de siempre.

 La magia, afortunadamente, no se produce sino en los instantes mágicos, cuando la ensoñación se apodera de nosotros y nos envuelve con su encantamiento.

 Otra vez llegará la noche, el fuego de la chimenea extenderá su calor por la estancia y las palabras volverán a pronunciarse, dulces, serenas, misteriosas, abriendo de par en par unas ventanas a través de las cuales el niño podrá admirar un mundo fabuloso que seguirá siendo real para él mientras no pierda esa capacidad que ahora posee de asombro y entrega, sobre todo de entrega.

 El relato explicará durante la fría velada, aunque fuera haya dejado de nevar, cómo se castiga la avaricia y como la generosidad es recompensada.

 Aunque lo más importante no es eso: la moraleja. El cuento mantiene en vilo al joven oyente. Hay una intriga, una especie de suspense.

 ¿Qué pasará?

 ¿De qué modo este pobre pescador, leñador o granjero, de bondadosa alma, conseguirá salir de su miseria, a pesar de las circunstancias, siempre adversas, que le rodean?

 Es la gran incógnita, porque el personaje sabe perfectamente que el trabajo y la constancia no son suficientes.

 Los cuentos embellecen la realidad, aunque el niño no sepa exactamente dónde empieza la fantasía y dónde acaba, pues cree firmemente que todo puede transformarse.

 Como en los juegos.

 En sus juegos.

 Si imagina ser un valeroso príncipe que debe enfrentarse a un malvado troll de tres cabezas para obtener la mano de la bella princesa, hija del rey, será el valeroso príncipe mientras una voz, la de su madre por ejemplo llamándole a cenar, no rompa el hechizo.

 Es como una necesidad de trascendencia, de bella invención, compartida por niños y adultos. Los pequeños la viven, la incorporan al ámbito de sus sueños, que es el de su vida, la representan.

 A los adultos, en cambio, les traslada a un lugar lejano de su historia reciente y les envuelve con su manto dorado.

 Seguramente por eso las narraciones fantásticas no tienen edad, ni tiempo, sino que pertenecen a lodos los lugares y a todos los instantes de la compleja existencia humana.

 Los relatos son de las personas y para las personas. No es preciso tener pocos años no sólo para escucharlos, sino de algún modo, para volver a inventarlos y vivirlos.

 Vivirlos sobre todo.

 Durante muchos, muchísimos años, siglos incluso, los cuentos jamás se escribieron. Fueron pasando de padres a hijos, de abuelos a nietos, de parientes a amigos, y de este modo los relatos no sólo se conservaron sino también se enriquecieron. Los personajes fantásticos como las hadas buenas, los perversos trolls, los valientes príncipes y las bellas princesas, los parlanchines animales, las bondadosas ancianas fueron cobrando vida hasta convertirse en auténticos compañeros, no sólo de nuestro niño escandinavo de grandes ojos claros, sino de todos los niños del mundo.

 Y es que todos los cuentos populares tienen elementos en común. Cambiarán los paisajes, los nombres de los personajes fantásticos, las situaciones, pero existirá siempre ese deseo humano, irresistible, de no permitir que la vida se limite exclusivamente a lo que podemos ver con nuestros ojos y tocar con nuestras manos.

 No importa que el relato haya sido contado junto al fuego, como en Escandinavia, o bajo el sol tórrido de cualquier punto del planeta. El elemento esencial es la magia, el encantamiento y la fantasía, y eso está en todos los rincones de la tierra.

 En la chimenea no queda sino un rescoldo. Las brasas se han ido apagando poco a poco hasta casi convertirse en cenizas y empieza a ser hora de acostarse.

 El niño coge el libro que ha quedado sobre la mesa y lo lleva a su habitación. Esta noche lo leerá de nuevo con avidez y todas las noches, hasta que se aprenda de memoria los cuentos que algún día contará a otros niños de mirada asombrada, como él.

 Aunque tiene sueño, el fuego y los relatos le han producido una agradable sensación de bienestar, y probablemente tardará un rato en dormirse. Pero después su sueño será tranquilo.

 Un día, que aún es un poco lejano, llegará la primavera y la nieve se derretirá. Pero no los sueños, nunca los sueños.

 

El viento del norte

Cuentos y leyendas populares

 

Anónimo, 2005

Traducción: Elena del Amo


por las marismas de Santoña y Laredo

por las marismas de Santoña y Laredo

29 agosto 2022

Primavera

 LAS HOJAS DEL EVÓNIMO
PRIMAVERA
 
Antiguamente, cuando
la luna nueva alzaba su memoria de nuevos pastos en lejanos valles, ellos sacrificaban un cordero y ponían en marcha a sus rebaños.
Pero la sangre es roja
y, al alzarse la luna nuevamente, crucificaron luego a un hombre: abril, el viento largo, la tardía helada, y desolación nos punzan.
Mas se lavan las manchas,
y la luna ilumina los amores lascivos, y los otros, sonoras primaveras, dulces de narrar como se narra el árbol o las lilas difunden su violeta hermosura.
No recordamos nada, o sólo esos enlaces del cuerpo, y humedad de hierba, ardiente el sol, los senos, y los ojos.
José Jiménez Lozano (1930-2020)
El tiempo de Eurídice (1996)

En Santander

Paisaje de Santander

28 agosto 2022

Rimas

Los pájaros y las nubes
no saben que tienen alma:
los aires que se la dan
nunca les han dicho nada.
Vuelan sin pensar que vuelan.
Pasan sin sentir que pasan.
Van andando por el cielo
sin saber por dónde andan
Abren rutas a los ojos
imposibles por lejanas.
Y al sueño del corazón
engañan y desengañan.

José Bergamín (1895-1983)
Poesías casi completas

Mirlo

de mayo

01 agosto 2022

de Konstantinos Kavafis: Los sabios saben lo que se avecina

 LOS SABIOS SABEN LO QUE SE AVECINA

(1915)

Pues los dioses saben el futuro; los hombres, el presente, y los sabios, lo que se avecina.

FILOSTRATO, Vida de Apolonio de Tiana, 8.7.

Los hombres conocen el presente.
El futuro lo conocen los dioses,
únicos dueños absolutos de todas las luces.
Pero del futuro, los sabios captan
lo que se avecina. En ocasiones
su oído, en las horas de honda reflexión,
se sobresalta. El secreto rumor
les llega de hechos que se acercan.
Y a él atienden reverentes. Mientras en la calle,
fuera, el vulgo nada oye.


Konstantinos Kavafis

Poesía completa

Y, en el campamento, te portarás bien

Relaciones

21 de noviembre

  El   21 de noviembre   de 1975, Buenos Aires empezó siendo una mañana fría, soleada, menos húmeda que de costumbre. Como todos los viernes...