Noticias de Navidad con el mar de
fondo
Cuentan que en las semanas anteriores a la Navidad se ve por los caminos que llevan a Finisterre —al cabo final de la tierra desconocida— un extraño personaje al que ladran los perros horas antes de que aparezca y al que siguen ladrando cuando ya camina a varias leguas de distancia. Aún no es Navidad, aún no ha nacido el Niño de Belén de Judá, y ya ese personaje va con una terrible noticia hasta o cabo do mundo. Se trata de un criado del rey Herodes, que va hasta el Finisterre a dar la orden de que hay que degollar a los inocentes. El tal criado es un tipo moreno, vestido a la morisca, gran corredor; de vez en cuando se detiene para beber en una fuente, que deben secarle la boca las palabras de la terrible orden herodiana. Dos cosas me preocupan de este oficial de órdenes de Herodes: su presencia en Galicia y en Finisterre transforma la degollación de los inocentes en un acontecimiento universal, como si todos los niños del mundo fueran degollados el día 28, y qué hace o dice cuando llega a Finisterre y tiene ante sus ojos y su voz la inmensa soledad del océano. ¿Atraviesa el mar, tiene tan poderosa voz que llega a la ribera de las Indias Occidentales, a América, su grito arameo? Porque parece que la degollación haya de hacerse en todo lugar de cristianos y, al mismo tiempo, lo que se prueba, entre otras cosas, por la aparición de inocentes degollados en los más diversos lugares de Europa, tanto en la cristiana romana como en la ortodoxa griega. Muchos de los que me lean saben que, pasados varios siglos del nacimiento de Jesús, aparecían en Palermo o en Aquisgrán niños degollados todavía con un soplo de vida, y que eran escapados de la matanza ordenada por Herodes. En Palermo, en el siglo XIII, en un convento de franciscanos. En un río cercano a Aquisgrán, en el siglo IX. En Palermo, la sangre que derramaba el inocente por la gran herida de su garganta, manchó el suelo y aún hoy no se ha borrado la mancha. En el río de Aquisgrán, el niño pudo decir quién era y lo llevaron ante Carlomagno, quien dijo que en mayo saldría a hacerle guerra a aquel Heredes tan asesino… Entre nosotros, los gallegos, no se sabe que haya aparecido ningún degollado, ni en Santiago de Compostela ni en alguna posada del «camino francés», del camino de las grandes peregrinaciones, que sería lugar adecuado. Por ello me pregunto: ¿qué hará el criado de Herodes ante el océano? ¿Quién lo escucha en las rocas extremas? El océano es asesino también, pero a su manera. Lo ha dicho Yeats en un verso memorable:
La asesina inocencia del mar
El océano, con su enorme violencia,
con sus grandes olas y sus fuertes vientos, destruye las naves que lo surcan,
pero no tiene la voluntad de Dedanar. Enorme bestia que respira dos veces al
día, ignora los límites de su fuerza, desconoce el poder de sus tempestades,
ahoga humanos creyendo acariciarlos y, con los mayores temporales, cree que
está jugando. Me inclino a juzgar que el criado de Herodes a quien le grita es
a Leviatán, la enorme ballena, la gran bestia del mar, para de alguna manera
hacerla participar en el crimen.
Hace algunos años me habían pedido un
villancico, para que lo cantase un coro de niños en una iglesia de La Marina,
de Lugo. La iglesia está en la vecindad misma del mar, y de su ábside a las
aguas hay un pequeño campo y unas grandes rocas oscuras, que sirven de
rompeolas. Y se me ocurrió que algo del mar había de entrar en mis versos. Los
niños cantores eran casi todos hijos de marineros, de pescadores —como varios
de los compañeros del Señor, con barcas en un lago, que no en el mar—. Y se me ocurrió
comenzar mi villancico —traduzco de mi lengua gallega— así:
San José tenía miedo
de que el Niño le saliese marinero,
y se le fuese un día por el mar
en un velero…
Yo me imaginaba a San José
preocupado, contemplando el mar de Foz o de San Ciprián, el Cantábrico verde y
torvo, y el Niño jugando en la playa a navíos, con dos trozos de madera, donde
la ola comienza a ser espuma que lame la arena. Sí, San José tenía miedo.
De que o neno lle saíse
mireñeiro
e se lle fose un día pelo mare
num veleiro…
Y por mis propios simples versos me
emocionaba la aventura del niño saliendo al mar mayor en una dorna, diciéndole
adiós a la ribera oscura, a las luces de los grandes faros nuestros, Vilan,
Finisterre, Corrubedo, Silleiro.
Como saben, hubo discusiones entre
los pesebristas italianos —después de que San Francisco hiciese el primer
pesebre o Nacimiento— de si había de ponerse el mar en el pesebre. Y como uno
de aquellos primeros franciscanos dijese que en el Nacimiento debía aparecer il
mondo nel suo ordine intero, fue decidido que siempre, bordeando el país de
colinas, bosques y ríos, debía aparecer el mar con sus barcas. Un trocito de
mar, que se fingía con cristal o con tela pintada de azul. Y, de aparecer el
mar en el pesebre, se llegó a poner en la fingida playa a gente de remo, que
ella también subía a Belén de Judá a adorar al Niño, juntamente con los ángeles
y los pastores. Belén está tierra adentro, pero a los marineros que en la playa
se apoyan en sus largos remos ha debido llegarles la extraña gran noticia: han
visto estrellas, no usadas, escuchado músicas que viajan con el viento terral…
Cuando en un pesebre no veo el mar, me parece, desde que supe de aquellas
discusiones franciscanas, que le falta algo y en el pequeño que me hago para mí
mismo, pongo un poco de arena, y en ella una pequeña barca, varada. Y así soy
dueño de la ilusión de que acude a Belén la gente toda de la costa gallega, y
de las islas, de Sálvora, Ons, las Cíes, que se entera de que le ha nacido un
Salvador al mundo. Y de paso le doy a la gente del mar el puesto que merece en
el ordine intero universale, en los trabajos y los días. Con el acento claro y
cantarín de las gentes gallegas ribereñas suenan cantos, en mi imaginación, en
el Belén de Judá tan lejano. Y acaso uno de los marineros lleve en la mano
diestra una caracola, para que, puesta en el oído del Niño, éste escuche cómo
ronca el mar.
Cuentan que en las semanas anteriores a la Navidad se ve por los caminos que llevan a Finisterre —al cabo final de la tierra desconocida— un extraño personaje al que ladran los perros horas antes de que aparezca y al que siguen ladrando cuando ya camina a varias leguas de distancia. Aún no es Navidad, aún no ha nacido el Niño de Belén de Judá, y ya ese personaje va con una terrible noticia hasta o cabo do mundo. Se trata de un criado del rey Herodes, que va hasta el Finisterre a dar la orden de que hay que degollar a los inocentes. El tal criado es un tipo moreno, vestido a la morisca, gran corredor; de vez en cuando se detiene para beber en una fuente, que deben secarle la boca las palabras de la terrible orden herodiana. Dos cosas me preocupan de este oficial de órdenes de Herodes: su presencia en Galicia y en Finisterre transforma la degollación de los inocentes en un acontecimiento universal, como si todos los niños del mundo fueran degollados el día 28, y qué hace o dice cuando llega a Finisterre y tiene ante sus ojos y su voz la inmensa soledad del océano. ¿Atraviesa el mar, tiene tan poderosa voz que llega a la ribera de las Indias Occidentales, a América, su grito arameo? Porque parece que la degollación haya de hacerse en todo lugar de cristianos y, al mismo tiempo, lo que se prueba, entre otras cosas, por la aparición de inocentes degollados en los más diversos lugares de Europa, tanto en la cristiana romana como en la ortodoxa griega. Muchos de los que me lean saben que, pasados varios siglos del nacimiento de Jesús, aparecían en Palermo o en Aquisgrán niños degollados todavía con un soplo de vida, y que eran escapados de la matanza ordenada por Herodes. En Palermo, en el siglo XIII, en un convento de franciscanos. En un río cercano a Aquisgrán, en el siglo IX. En Palermo, la sangre que derramaba el inocente por la gran herida de su garganta, manchó el suelo y aún hoy no se ha borrado la mancha. En el río de Aquisgrán, el niño pudo decir quién era y lo llevaron ante Carlomagno, quien dijo que en mayo saldría a hacerle guerra a aquel Heredes tan asesino… Entre nosotros, los gallegos, no se sabe que haya aparecido ningún degollado, ni en Santiago de Compostela ni en alguna posada del «camino francés», del camino de las grandes peregrinaciones, que sería lugar adecuado. Por ello me pregunto: ¿qué hará el criado de Herodes ante el océano? ¿Quién lo escucha en las rocas extremas? El océano es asesino también, pero a su manera. Lo ha dicho Yeats en un verso memorable:
de que el Niño le saliese marinero,
y se le fuese un día por el mar
en un velero…
mireñeiro
e se lle fose un día pelo mare
num veleiro…
Álvaro Cunqueiro
Fábulas y leyendas
de la mar
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