Esta mañana he decidido no prolongar más la experiencia allá de los doce meses venideros. El 25 de noviembre próximo echaré estas hojas a] fuego y tratare de olvidarlas. La resolución, tomada después de la misa, me ha tranquilizado durante unos instantes.
No es un escrúpulo, en el sentido exacto de la palabra. No creo hacer daño a nadie anotando aquí día por día, con una franqueza absoluta, los más insignificantes secretos de una vida que además no tiene misterio alguno. Lo que voy a perpetuar en el papel no enseñaría gran cosa al único amigo con quien me explayo todavía y por lo demás, sé que jamás me atrevería a escribir lo que cada mañana confío a Dios sin la menor vergüenza. No son escrúpulos, sino más bien una especie de temor irrazonado, parecido a la advertencia del instinto. Al sentarme por vez primera delante de este cuaderno de colegial, lie tratado de fijar mi atención, de concentrarme como para un examen de conciencia. Pero no ha sido mi conciencia la que he avizorado con esta mirada interior, ordinariamente tan reposada, tan penetrante, que desprecia el detalle y va directamente a lo esencial. Parecía resbalar por la superficie de otra conciencia, hasta entonces desconocida para mí, por un turbio espejo que me hacía sentir el temor de ver surgir un rostro. ¿Qué rostro? ¿Acaso el mío…?
Cada cual debería hablar de sí con un rigor inflexible. Pero al primer esfuerzo para comprenderse, ¿de dónde surge esta piedad, esta ternura, este aflojamiento de todas las fibras del alma y estos deseos de echarse a llorar?
Georges Bernanos
Diario de un cura rural
No es un escrúpulo, en el sentido exacto de la palabra. No creo hacer daño a nadie anotando aquí día por día, con una franqueza absoluta, los más insignificantes secretos de una vida que además no tiene misterio alguno. Lo que voy a perpetuar en el papel no enseñaría gran cosa al único amigo con quien me explayo todavía y por lo demás, sé que jamás me atrevería a escribir lo que cada mañana confío a Dios sin la menor vergüenza. No son escrúpulos, sino más bien una especie de temor irrazonado, parecido a la advertencia del instinto. Al sentarme por vez primera delante de este cuaderno de colegial, lie tratado de fijar mi atención, de concentrarme como para un examen de conciencia. Pero no ha sido mi conciencia la que he avizorado con esta mirada interior, ordinariamente tan reposada, tan penetrante, que desprecia el detalle y va directamente a lo esencial. Parecía resbalar por la superficie de otra conciencia, hasta entonces desconocida para mí, por un turbio espejo que me hacía sentir el temor de ver surgir un rostro. ¿Qué rostro? ¿Acaso el mío…?
Cada cual debería hablar de sí con un rigor inflexible. Pero al primer esfuerzo para comprenderse, ¿de dónde surge esta piedad, esta ternura, este aflojamiento de todas las fibras del alma y estos deseos de echarse a llorar?
Georges Bernanos
Diario de un cura rural
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